La escuela remota

Educación y pandemia: que la virtualidad cierre con lxs chicxs adentro

 

 

Hace poco más de un siglo, Hipólito Yrigoyen ordenaba a su ministro de Justicia e Instrucción Pública, José Santos Salinas, cerrar, de forma inconsulta y por tiempo indeterminado, todas las escuelas del país. La gripe española desembarcaba en los canales del Riachuelo e instaba al gobierno radical a extremar medidas, en particular sobre la vida nocturna de los porteños prósperos que rápidamente vieron bajar las cortinas de clubes, teatros y bares.

Corría el mes de octubre de 1918 y el ágora nacional era el aula magna de la Universidad de Córdoba donde las organizaciones estudiantiles precipitaban la reforma universitaria. En simultáneo, el Estado ponía en suspenso el ciclo lectivo sin la determinación de generar una alternativa que pudiera sostener la rutina escolar.

Entrado noviembre, la rémora de la iglesia --actriz protagónica en la disputa universitaria-- escribió el epílogo de este limbo institucional y, pasados los diez días de inactividad, las escuelas volvieron a abrir sus puertas. Más cerca en el tiempo, en 2009, la gripe A era un fenómeno global y las escuelas también debieron cerrar sus puertas. No hubo objeciones. El parate duró casi lo mismo que el de principios de siglo.

Cuando la noche del 15 de marzo Alberto Fernández ordenó la suspensión total de clases tampoco encontró grandes detractores. Un sector de la sociedad argentina, expectante frente a la TV, pensó una sola cosa: cómo resolver la ecuación familiar de ubicar a los hijos en edad escolar mientras los adultos debían seguir con sus trabajos. Por el contrario, en otro sector no lo pensó: las tareas de cuidado recaen, muchas veces, en los familiares que quedan en casa.

Además, están lxs pibxs que tienen la tecnología para seguir el hilo educativo, pero si la escuela está cerrada, no logran establecer vínculo y terminan transitando la cuarentena fuera de sus casas, en el barrio. Y más abajo, está esa franja crítica que son lxs que alternan escolarización con deserción, lxs que se quedan libres, pero siguen yendo a la puerta a la salida. Para ellxs la escuela es el espacio más regular, estructurado y afectivo por experimentar; si cierra, solo queda boyar a la espera de otras realidades.

Como vemos hay diversos aislamientos, no todxs lxs chicxs viven el mismo. El precepto de que educar no es escolarizar, cobra fuerza: la escuela es un universo gigante que muchas veces viene a reconstruir el tejido social, a escuchar y dar de comer. Mientras que la educación así entendida, de forma remota, es un formato que algunxs pueden aprovechar más que otrxs.

¿Las familias solo piensan en quién se hace cargo de lxs chicxs? El hecho educativo inquieta a los padres aunque en contextos de crisis va supeditado a lo anterior, al asunto de con quién dejo a mis hijxs. Que la estadía de lxs chicxs sea más poderosa que la aprehensión de contenidos se explica antropológicamente: el cuerpo del educando, desde los orígenes de la escuela moderna, ha sido enteramente delegado a las instituciones; sus horarios, ritmos, símbolos y corporalidades. La educación presencial configura el imaginario nacional. La escuela como hija predilecta del Estado Nación, del sistema educativo decimonónico, con sus luces y sombras, es absolutamente irreemplazable.

Cuatro días más tarde, el jueves 19 de marzo, el problema de la organización familiar mutó cuando el aislamiento social incluyó a lxs adultxs. Sin duda se estaba planteando las condiciones de un nuevo contrato social.

 

Educación virtual de contingencia

El anuncio presidencial de aquel jueves tuvo como precuela el trabajo mancomunado con los equipos de la cartera educativa. El plan de contingencia bajó y tuvo buena aceptación. Sin embargo, la urgida valorización de la educación virtual levantó una polvareda significativa en la comunidad educativa. ¡Enhorabuena! Una arena donde se cruzan docentes experimentando, tecnócratas de turno y actores decisivos que, posiblemente, distinguen que una cosa es un parche bien hecho, y otra cosa es una visión de Estado.

El Ministerio de Educación puso en funcionamiento, entre otras estrategias, una política de plataformas. Una articulación didáctica hecha a imagen y semejanza de una población que mantiene niveles estables de acceso y reproducción de la información. Y con toda razón: en el cuarto trimestre de 2018, según INDEC, se registró que el 63% de los hogares urbanos tiene acceso a computadora y el 80,3%, a internet. La cifra es representativa, aunque cruza con el dato demoledor de que la mitad de lxs niñxs en la Argentina son pobres. Es un reduccionismo plantear si hay, o no, computadora en casa, como único problema asociado a la brecha digital. Como afirma Pablo Pineau “hay un encierro físico que no viene acompañado de un encierro cultural”. La tarea es pensar cómo vamos a abrir paso a nuevas formas de vinculación pedagógica, donde los que menos tienen tengan a disposición mucho más que una buena señal de wifi. En ese sentido, la especialista Inés Dussel discute con la idea de que lxs nacidxs en el siglo XXI son nativos digitales. Si bien es cierto que intuitivamente pueden manipular las herramientas tecnológicas, el criterio sobre qué se quiere comunicar y cómo hacerlo, es terreno de la educación.

En toda excepcionalidad, siempre aparecen los que venden la fantasía del acceso igualitario. En esa quimera hay una presunción por desacoplar la experiencia histórica de la escuela. Para estos, el puente entre la conectividad y las aulas suele devenir en un muestreo que incluye convertir a lxs docentes en facilitadores de contenidos enlatados. Tomando a la parte por el todo, estos agentes formulan a la herramienta didáctica (la educación virtual) subordinando a la institución escuela. La virtualidad así entendida, profundiza las diferencias de clase.

El trabajo de lxs docentes de todo el país es para destacar, en particular porque se está problematizando el quehacer diario. La incomodidad reflexiva es un alto valor pedagógico, y está sucediendo. Estamos evidentemente ante una oportunidad histórica. La discusión sobre el achique de la brecha digital aterrizó en el centro de la escena pública: conectividad puede ser acceso masivo, pero sin política previa no hay escuela que soporte la velocidad enceguecedora de la globalización. Después de todo, lo que se construye desde el Estado, para el futuro, es lo que permite que la virtualidad cierre con lxs chicxs adentro.

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