LA ESQUINA DEL GRILLO

Aproximaciones a lxs poetas del tango y su literatura sin tiempo

 

Che mundo, cosa, gente, vida en serio, no se me rajen (…). Y es que en este rincón cabemos todxs y aquí nos reuniremos para pensar juntxs uno de los hilos que hacen a nuestra memoria cultural popular: el Tango. ¡¿El tango?! Sí, ¿y por qué no?

Ya echadas las cartas, nos daremos el gusto de volver o llegar a él porque sospechamos que, aún inmersxs en esta ciudad rabiosa y en medio de una crisis económica que atropella infancias y pauperiza la vida de miles de trabajadorxs, mirarlo es encontrarnos. Mirarlo, no como quien observa una vitrina con un fenómeno encapsulado y mudo sino, más bien, para retomar el diálogo con una matriz de pensamiento y sensibilidad popular cuya creatividad puede decirle mucho al presente de nosotrxs, lxs de a pie.

Por eso, en La esquina del grillo –¡Alabado seas viejo Catulín!– lejos de un recorrido diacrónico “ordenado”, de una historia monumental o enciclopédica del género, o bien un conjunto de anécdotas amargadas, propondremos una “conversa” que excave los yacimientos de aquellxs hombres y mujeres que le han inoculado su ración de belleza: lxs Poetas del Tango. Soñando y repensándonos con ellxs ingresaremos en sus maquinarias sociales, políticas, culturales y afectivas confiando que en tiempos de espectacularización mediática, pueden ser nuestro antídoto contra los males de este mundo.

Así, en esta serie de apuntes, impresiones, estiletazos, recorreremos, por ejemplo, la figura atronadora de ese gran desesperado que vivió cincuenta años detrás de una nariz, y escribió ya no tangos sino salmos y se llama –para siempre– Enrique Santos Discépolo. Asomarán también otrxs animales poético-políticos, por caso, el anarco-romántico José González Castillo, que a decir de un inquilino de Boedo, manejaba la pluma como si fuera una herramienta; su hijo Cátulo Castillo, el de los tangos aturdidos por los desencuentros y el alcohol; y María Luisa Carnelli, la primera letrista mujer, que supo además oficiar de corresponsal en la guerra civil española –dicho sea de paso: ¿se escudó o la ensombrecieron bajo los seudónimos Luis Mario (masculinización de sus nombres) y Mario Castro?

Y ya que andamos entre animales poético-políticos, imposible esquivar a Homero Manzi, acaso el más lírico de esta inmensa cartografía de letristas. Él, que vino a embriagarse(nos) de metáforas, y alzó la vara del pueblo desechando el corpus de los tangos alambicados de lunfardismos a presión, de malevitos y canfinfleros que escupían de colmillo. Eso sí, Manzi necesitó siempre el paso del tiempo, el barniz de lo melanco para delinear la figura de sus mujeres espectrales; los barrios que ya no son porque eran; y las lunas, no gitanas como las de Federico García Lorca sino barriobajeras, esas que aún repechan en las esquinas de Nueva Pompeya, Boedo o Parque Patricios –lunas y esquinas, también visitadas por el “Hombre gris de Buenos Aires”, Julián Centeya.

¿Y Homero Expósito? ¡Ay, el poeta del asombro!, que haciendo uso del dictum de Leopoldo Marechal “El tango es una posibilidad infinita”, trazó imágenes insólitas como: la muda voz del yeso, o aquella de un arco de violín clavado en un gorrión. Pero además, se atrevió a incorporar al repertorio tanguero elementos de su terruño: el arroyo, el brazo del Paraná, el río zarateño bordado de naranjos, flores de lino, almendros y frutillas.

Del archivo familiar Homero Expósito esta joyita fotográfica que testimonia a los poetas y compositores reunidos en las mesas del “Tibidabo” que, por ese entonces –década del ‘40– flameaba en calle Corrientes 1244 (entre Libertad y Talcahuano).

 

Homero Expósito, Francisco García Jiménez, Homero Manzi, Enrique Santos Discépolo, Cátulo Castillo, José María Contursi, Aníbal Troilo, José Razzano, Ciriaco Ortiz, Pedro Maffia, Pedro Laurenz, Lucio Demare, entre otros.

 

Y en esta caravana interminable de poetas-letristas cómo no echar la mirada sobre Enrique Cadícamo que, de tan ecléctico y versátil se nos hace dificultoso hallarle eso que llaman “la voz propia”; o Celedonio Flores, que pudo cartografiar la vida de lxs emprobrecidxs y mirarlxs con dignidad, pero no pudo ver así a las mujeres. Seguirán los Ángel Villoldo, Pascual y José María Contursi, Héctor Pedro Blomberg, Alberto Vacarezza, Francisco García Jiménez y el invencionista Juan Carlos La Madrid, que chamuyaba de estaños sucios y magnolias. También exploraremos la tríada de la década del ‘60, integrada por Horacio Ferrer, Eladia Blázquez y Héctor Negro; y el aquí y ahora de Alejandro Szwarcman, Alfredo Tape Rubín, Victoria Di Raimondo, el “}Gordo Alorsa, entre otrxs.

¡Por favor! jamás olvidarse de Alfredo Le Pera, repitamos juntos: ¡jamás olvidarse de Alfredo Le Pera! Y al decir Le Pera decimos lo universal, y ya nos dan ganas de volver al hombrecito gigante, es decir, a Discepolín, que en lo referido a letras de tango ha descendido –como ningún otrx– hasta el último sótano del hueso para entreverarse con Dios, pecharlo y gritarle de un escobazo y para siempre cosas como estas:

¡Aullando entre relámpagos,

perdido en la tormenta

de mi noche interminable, ¡Dios!

busco tu nombre!...

¡No quiero que tu rayo

me enceguezca entre el horror,

porque preciso luz

para seguir!...

¿Lo que aprendí de tu mano

no sirve para vivir?

Yo siento que mi fe se tambalea,

que la gente mala vive ¡Dios!

mejor que yo (...)

¿Leyeron bien? yo siento que mi fe se tambalea. Quizá otrx letrista de poca monta hubiera preferido: yo siento que mi fe se está perdiendo. Pero él no, él era un distinto, un perturbado de la palabra. ¿Reconocen la precisión, el acierto en la elección? ¿Cuántos borradores garabateó? ¿Cuántas capas de palabras para dar con el hallazgo? Y es que lxs grandes poetas, como se ha dicho, no son lxs que producen imágenes brillantes, sino lxs que consiguen que esas imágenes se muevan. Enrique sabía de eso… y mucho. De allí la perfecta arquitectura de sus tangos, todos imperecederos, todos venidos al mundo para mordernos el sueño.

Pero mejor dejémoslo descansar, total en próximas entregas lo desguazaremos a gusto y piacere. Eso sí, para ir entrando en el misterio permítanos arrimarles “Tormenta” (1939) en versión de la orquesta típica de Carlos Di Sarli y la voz de Mario Pomar, año 1954.

 

 

Queridxs tripulantes del Cohete: esto es solo un vermouth, un descalzarnos y pedir permiso, un convite a llegarse hasta La esquina del grillo y así zambullirnos en los secretos de eso que llamamos Tango

Ernesto amado, con tu permiso y esperando sepas perdonarnos, nos despedimos al grito de: ¡Puño en alto por la Poesía!... ¡Hasta la ‘Victrola’ siempre!...

Matías Mauricio: Poeta, docente y ensayista. Departamento de Tango del Centro Cultural de la Cooperación. Academia Nacional del Tango. Academia Porteña del Lunfardo.

 

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