Fantasía de la unidad conservadora

Es la prudencia macroeconómica del sector que discrepa con el kirchnerismo la que motiva los desacuerdos

 

Cuando en 2019 se produjo el acercamiento entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner que permitió la victoria del Frente de Todos en las elecciones, se lo fundamentó en que era necesario dejar de lado las diferencias internas para evitar la continuación del gobierno de Cambiemos, por su carácter lesivo para la sociedad argentina. Así se procuraba modificar el resultado de las elecciones de 2017, lo que finalmente ocurrió. Sin embargo, esta “unidad”, que implicaba dar por sentado que la heterogeneidad de las partes que componen el frente debía resolverse en el desenvolvimiento de un gobierno que cumpliese con objetivos asumidos por toda la coalición, tuvo más bien una función cuantitativa que cualitativa. Alberto Fernández acuñó la frase “con Cristina no alcanza, pero sin ella no se puede”, dando a entender que se le reconocía su peso en la masa de votantes argentinos.

Visto en retrospectiva, el axioma parece el reconocimiento de la necesidad de una tregua vaga con fines acotados (ganar una elección presidencial) antes que la admisión de que era la única dirigente de importancia que, hasta ese momento, mostraba una comprensión sustantiva del ejercicio de poder y de las necesidades de la sociedad argentina. Sin embargo, es por esta razón que la fórmula política mantenía el atractivo que resultó en su victoria. Se entendía que el gobierno revertiría el malestar acumulado en la administración de Cambiemos y restauraría un nivel de vida deteriorado para la mayoría de los argentinos.

En el desenvolvimiento del gobierno actual se puede entrever una elemental carencia de afinidad entre sus partes constitutivas. El kirchnerismo insiste en la necesidad de encarar políticas vigorosas que puedan resultar efectivas para cumplir con el objetivo de mejorar el poder de compra de los salarios, las jubilaciones y otro tipo de ingresos por transferencias estatales. En el sector allegado al Presidente insisten en desmerecer la importancia de estas preocupaciones aduciendo que como los salarios se están recuperando y los indicadores de la economía exhiben una tendencia al crecimiento, de alguna manera la economía terminará estabilizándose. Explícita o implícitamente según el caso, consideran que de ahora en más es aconsejable evitar conflictos políticos internos que desgastarían al gobierno sin que medie, según ellos, ninguna necesidad evidente de mostrar disidencias.

Esta situación lleva a formularse tres preguntas. ¿Es estable el crecimiento económico? ¿Es realmente un resultado incontrovertible de las políticas llevadas adelante la mejoría del nivel de vida de la sociedad argentina? Y de no ser así ninguna de las dos: ¿cuáles son las soluciones políticas que pueden ensayarse como respuesta?

 

 

Conciencia política conservadora

Es evidente que, de las tres preguntas, las dos primeras despiertan escepticismo. El año pasado la economía comenzó creciendo debido a una reanimación de la formación de capital, que es circunstancial puesto que reemplazar equipos desgastados que no se repusieron antes por razones que están fuera de lo común no es algo que pueda producirse regularmente. A la larga, lo que determina la dotación de una empresa o la capacidad de producción de un país, en una economía capitalista, es el volumen de producción corriente que se debe a las salidas o la demanda que tiene lugar.

El crecimiento se sostuvo y se aceleró cuando comenzaron a recuperarse los salarios y, como es sabido, los del sector no registrado no participaron de esta tendencia. Pensar que si no se toman activas medidas en este momento las altas tasas de inflación provocadas por la reactivación de la economía mundial y la guerra entre Rusia y Ucrania pueden reducir el poder de compra de la población, y con ello el nivel de actividad, no es una inferencia gratuita. Es el problema del cual advierten recurrentemente los analistas económicos, los organismos multilaterales y la prensa internacional.

Si se verificase el escenario propuesto, se pondría en crisis el gobierno, que se desenvuelve en un país cuya situación es problemática con independencia del contexto internacional, que en todo caso la agrava. Sin embargo, el sector que responde al Presidente y detenta el poder de gobierno efectivo desdeña las soluciones que le son propuestas desde el kirchnerismo pero no presenta una alternativa eficaz. Ante las recurrentes manifestaciones de la población más pobre reclamando por una mejora en los ingresos, algunos dirigentes dicen con mucho énfasis que la población necesita soluciones ayer, pero lo hacen luego de desestimar la forma que adquieren las protestas y no explican por qué no resuelven las urgencias que aparentemente reconocen.

En relación a la macroeconomía, una de las razones por las que se suele defender la parsimonia de la política económica es la presunta carencia de dólares que la Argentina enfrenta al crecer la economía, por lo que sería aconsejable “moderar” el crecimiento. Al mismo tiempo celebran que la economía creció en 2021 un 10,3%. Sin embargo, por la retracción del nivel de actividad en los últimos años, el país registra actualmente una tendencia a obtener superávit comercial: en 2020 fue de 12.528 millones de dólares y en 2021, de 14.750. En ese mismo período, el stock de reservas internacionales del Banco Central pasó de 44.839 millones de dólares a 39.662, produciéndose una pérdida de 5.177 millones, producto de una administración del mercado cambiario que no puso límites sobre las adquisiciones de dólares y los pagos de deuda externa del sector privado.

A pesar de que este es un hecho conocido, no arredra a los proponentes de la prudencia macroeconómica que razonan como si el saldo comercial se encontrase en un punto crítico, ni reparan en que no se puede limitar la política macroeconómica por el mercado cambiario cuando lo normal es lo inverso y, por lo demás, es otro problema que permanece irresuelto. A su vez, la presunta escasez de reservas internacionales fue parte del andamiaje ideológico con el que el gobierno justificó su endeblez en la gestación del acuerdo con el FMI. Aparentemente se inclina a intentar cumplir el acuerdo alcanzado sin percatarse de que, sin importar cuántos dólares aporte el Fondo, en la medida en la que no se organice su administración para acumularlos la Argentina no estará en condiciones de darles uso. Es decir, dólares llegan, pero el gobierno no hace nada para quedárselos y mientras tanto, por las dudas, cuando no ajusta gasta poco.

A fuerza de ignorar las contradicciones que genera la política económica con la base electoral, se insiste en que los desacuerdos no tienen arraigo en motivaciones concretas y se exige la unidad para no desgastar al Presidente, cuando es la propia identidad política del gobierno la que provoca malestar y discrepancias.

En un ensayo de su libro Impensar las Ciencias Sociales, el sociólogo Immanuel Wallerstein define a la ideología conservadora emergente en el siglo XIX como aquella que se estructuraba formalmente para limitar el cambio recurriendo a la reivindicación de la “tradición”, los valores y las ideas que son aceptados hasta el momento en el que el cambio se produce.

Haciendo un uso amplio de este concepto, se puede advertir que lo que se destaca en estos momentos es el carácter profundamente conservador de la consciencia política del sector que discrepa con el kirchnerismo. Ante la emergencia de una situación socialmente intolerable, se rehúsa a impulsar un cambio por los conflictos políticos e ideológicos que acarrea, y prefiere permanecer en el poder sin cuestionamientos con la ilusión de conservar el estado de cosas, justificándose con la recurrencia a todas las ideas aceptadas que reivindican la inercia.

 

 

 

Partido político

El problema que se presenta al advertir que el gobierno se deteriora solamente porque no da para más es que el núcleo social que lo consagró está intacto. Quedó expresado este año con el recambio en las cúpulas sindicales y la voluminosa movilización del 24 de marzo. La incógnita es de qué manera organizarlo como expresión política y con qué objetivo.

Vale la pena hacer uso de la categoría del partido político como la emplea Antonio Gramsci. El agrupamiento como representación de un grupo social que se compone de una masa de personas disciplinada para movilizarse por una causa que requiere conducción, una dirigencia consciente capaz de proponer un programa y organizar a la masa del movimiento, y un grupo de intermediarios. El kirchnerismo actualmente cuenta con el primer elemento y el tercero, pero carece del segundo. Hasta el momento, se propuso redistribuir el ingreso dado por el PBI existente mediante la gestión de personas hostiles a la causa. Para ejercer una representación eficaz como gobierno o como oposición, es necesario pasar a un programa de desarrollo e integración llevado adelante por candidatos propios que encabecen un genuino Frente de Todos. Todo parece indicar que el actual dejó de serlo, pese al extendido voluntarismo que se expresa –casi unánimemente– en sentido contrario.

 

 

 

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