LA FLOR DE LOTO

La índole de la crisis plantea la posibilidad de un resultado abierto

 

Desde tiempos remotos el oleaje embravecido de un devenir incontrolable ha dejado su huella en las decisiones y acciones humanas. La inminencia del caos y la idea de que nada es estable, han impregnado la percepción y la comprensión de la realidad en las diversas culturas. La tensión permanente entre el ser y el deber ser ha permitido navegar el oleaje desmadrado de lo desconocido y llegar hasta nuestros días. En esta épica, la vida humana ha sido una tragedia. Sin embargo, también ha sido una perpetua esperanza de cambio. Esto hace, según el poeta Ovidio, que desde siempre el náufrago “agite sus brazos en medio de las aguas, aun cuando no vea tierra por ningún lado”.

En épocas de crisis, sin embargo, todo parece estallar en mil fragmentos. Las viejas creencias se evaporan al calor de guerras, conflictos y desastres naturales que no encuentran explicación. Son los tiempos de penumbras desparramadas por un viejo orden que muere mientras otro puja por ver la luz del día. Cuando esto ocurre, los parámetros del deber ser se evaporan y los vestigios de civilización se borran. En estas instancias la máscara de lo perverso oculta la esencia de lo sublime. Son tiempos de enorme confusión. Sin embargo, no todo es tumulto. Así como la flor de loto nutre su pureza en el fango oscuro y tenebroso de los pantanos, las turbulencias de las crisis también albergan la luminosidad de un cambio. En esos momentos, la esperanza se convierte en un norte posible si la reflexión desmenuza el caos hasta el hueso y encuentra el camino de la razón y de la ética.

En los tiempos remotos del año 430 A.C., estando Atenas en guerra con Esparta, una gran epidemia provocó un aniquilamiento de vida humana de tal magnitud que según Tucidides ”no se recordaba que hubiese tenido lugar en ningún sitio” (Tuc. 2, 47). La peste detonó el derrumbe del mundo que conocían los atenienses y se llevó a Pericles, su líder. Abrió así, una nueva era signada por el fin de la hegemonía griega en la región. Tal vez presagiando este final, Pericles pidió al morir que “si en alguna ocasión decae nuestro poder, ya que todo está destinado a disminuir, quedara de él, al menos, un eterno recuerdo” (Tuc. 64,3). Luego de su muerte, Atenas vivió la agonía de la decadencia y del caos por mucho tiempo. Sin embargo, el “siglo de oro de Pericles” quedó grabado en la memoria colectiva como una de las épocas más creativas y luminosas en la historia de la humanidad.

Hoy los ciudadanos de a pie del mundo entero enfrentan una pandemia que avanza arrollando vidas y destrozando en el proceso los ropajes de una crisis sistémica global. La incertidumbre sobre un presente y un futuro plagados de peligros se desmadran por doquier. El deber ser de un capitalismo global monopólico parece fragmentarse al infinito dejando al descubierto la falta de racionalidad y de ética de una vida social estructurada en torno a la concentración sin límite alguno del poder y del dinero. En estas turbulencias, lo viejo pelea por sobrevivir y lo nuevo pugna por liberarse del yugo de un sentido común, de conceptos y valores que permanentemente oscurecen la índole de la crisis y su salida

Esta tensión trágica no se resuelve de un día para otro.

Requiere de la reflexión y la crítica sin concesiones sobre las causas y la razón de tanta miseria humana. El cambio implica acumulación incesante de tiempo crítico, un tiempo que no se registra en los calendarios. Cuando finalmente se entiende que “lo esperado no sucede” sino que “es lo inesperado lo que acontece” se habrá empezado a desarticular el espeso andamiaje de subterfugios que desde tiempos remotos ocultan las raíces de los conflictos más básicos de la humanidad.

Vivimos hoy tiempos muy especiales, donde está en juego algo mucho más grande que la derrota de un virus: el fin de una civilización y de la vida en el planeta. Frente a esta enormidad, lo último que se puede perder es la esperanza de un cambio.

 

 

 

La economía global al rojo

La pandemia ha detonado una crisis que estalla en el sistema financiero, pero hunde sus raíces en la organización de la producción y del intercambio global. Esta tiene una dinámica insostenible: genera contradicciones que no puede resolver y desemboca en la autodestrucción. En este contexto, el desmadre del coronavirus siembra muertes y en las turbulencias del apagón económico afloran  la irracionalidad y la injusticia del sistema. En el centro de este escenario el dólar se contorsiona en una danza macabra exponiendo sus limitaciones como moneda internacional de reserva.

La falta de sustentabilidad del mundo tal como lo conocemos, empieza a ser vislumbrada en ciertos sectores de la sociedad. Algunos académicos se aproximan de un modo indirecto al nudo del problema. Kenneth Rogoff, prestigioso analista de las crisis financieras mundiales, sostuvo recientemente que “estamos ante un colapso del precio de los commodities y a un colapso del comercio global distinto a todo lo que hemos visto desde 1930... Una avalancha de crisis de deudas seguirá indefectiblemente…. El sistema simplemente no puede manejar tantos defaults y reestructuraciones de deuda al mismo tiempo” (wsj.com 9 4 2020).

Hoy más de 90 países buscan ayuda del FMI y por lo menos 60 han hecho lo mismo con el Banco Mundial (BM). En conjunto estas dos instituciones tienen 1,2 billones (trillions) de dólares, monto insuficiente para enfrentar el colapso de economías que demandan dólares por diversos motivos, y especialmente para enfrentar su deuda externa. La falta de liquidez de dólares se agrava si se tiene en cuenta la magnitud de la demanda de esta moneda necesaria para mantener funcionando diariamente al comercio y las finanzas mundiales. El 88% del comercio internacional se hace en dólares. Los 19,5 billones (trillions) de dólares de exportaciones mundiales de 2018 dan una idea aproximada de la magnitud de este problema. Paralelamente el dólar prevalece en el 90% de las transacciones en el mercado cambiario internacional (FOREX). En este mercado participan todo tipo de entidades comerciales y financieras para realizar transacciones cambiarias, no reguladas ni centralizadas (OTC over the counter). El flujo diario de estas transacciones fue de 6,5 billones (trillions) de dólares en 2019 (statista.com, 21 4 2020). Hay sin embargo algo más: la demanda de dólares supera lo imaginable si incluimos los servicios de la deuda global en dólares, los depósitos de dólares fuera de los Estados Unidos (offshore), los dólares acumulados en las reservas internacionales de los bancos del mundo y la deuda con derivados, cuya magnitud se estima en más de 600 billones (trillions) de dólares (zerohedge.com 18 4 2020).

El dólar ha jugado un rol fundamental en el intercambio comercial y financiero global y ha hecho posible la hegemonía norteamericana sobre el mundo. Los gobiernos de ese país no han dudado en utilizar al dólar con fines geopolíticos, provocando desestabilización económica para inducir cambios de regímenes políticos en distintos puntos del planeta. El gobierno de Trump ha bloqueado totalmente las transacciones comerciales y financieras en dólares de Irán y Venezuela, y ha utilizado al dólar para imponer recientemente sanciones económicas a China y Rusia entre otros países considerados enemigos, y a Alemania, y otros países aliados.

Paradójicamente, esta centralidad del dólar en un mundo cada vez más integrado globalmente, ha incrementado la vulnerabilidad del capitalismo global monopólico a los vaivenes de la demanda global de dólares. Hoy el mundo requiere de dólares que no existen en cantidad suficiente para mantener los flujos económicos y financieros globales. La Reserva Federal ha enfrentado este problema otorgando recientemente a los principales bancos centrales del mundo una línea de swaps y créditos por cortos lapsos. Esto, sin embargo, es una gota en el océano y un problema más para una Reserva que está abocada a imprimir dólares ilimitadamente con el objetivo de restañar la crisis de liquidez desatada dentro del propio sistema financiero norteamericano desde septiembre de 2019. No hay pues dólares físicos disponibles para enfrentar la magnitud de su demanda, tanto local como global. Esta crisis de liquidez casi hace estallar a las finanzas mundiales en 2008. Hoy el problema se repite, pero con una magnitud y profundidad aún mayor.

 

 

Deuda ilimitada y canibalismo social

A mediados de marzo la Reserva Federal adoptó una serie de programas de financiamiento destinados a absorber casi todos los activos financieros con problemas, a excepción de las acciones. Esto, sin embargo, no ha logrado estabilizar a los mercados.

La causa estructural que subyace al estallido financiero del mes de marzo radica en un crecimiento ilimitado del endeudamiento. El sistema económico mundial ha funcionado en las últimas décadas en base a una brecha creciente entre el incremento de la deuda y el de la producción, dinámica que tiende a desembocar en el default. Paradójicamente, desde la crisis de 2008 las políticas de la Reserva Federal han derivado en un mayor endeudamiento que hoy se trata de rescatar a través de las intervenciones puntuales destinadas a absorber activos tóxicos y financiar más endeudamiento. Esto, no alcanza a resolver un problema que ya se ha generalizado.

Según el Banco de Ajustes Internacionales de Basilea (Bank of International Settlements, BIS) “la crisis de hoy difiere de la crisis financiera de 2008 y requiere de políticas que lleguen más allá del sistema financiero, a los usuarios finales. Estas empresas, especialmente las que son abastecidas por cadenas de valor global están ante una constante necesidad de capital de trabajo y en gran parte en dólares. Preservar el flujo de pagos dentro de estas cadenas es esencial si queremos impedir un mayor desplome económico” (bis.org 1 4 2020). Así, el endeudamiento de hoy ha superado al endeudamiento bancario de 2008 atragantado por las hipotecas basura. Hoy el endeudamiento carcome a todos los estratos de la sociedad. De ahí la advertencia del BIS. Sin embargo, el camino que propone lleva a la sustitución total del mercado por una Reserva Federal que controlara eventualmente al conjunto de la economía.

Por otra parte, las recientes intervenciones de la Reserva no han resuelto el problema de iliquidez y provocan un crecimiento ilimitado de la demanda de financiación. La ayuda fiscal y financiera aprobada hasta ahora cubre las necesidades de un mes de crisis y equivale al 10% del PBI. Esto no ha sido suficiente y requerirá más financiación. Por otra parte, la intervención de la Reserva está provocando un rescate selectivo en el medio de una persistente inestabilidad financiera. Mientras algunos instrumentos financieros (ETFs) armados con bonos de alto riesgo y/o vinculados a la energía patalean al borde de la desintegración, otros progresan rápidamente. Entre estos últimos, se destacan dos fondos de BlackRock, brazo ejecutor de los programas de la Reserva Federal (zerohedge.com 18 4 2020).

Las intervenciones recientes de la Reserva han provocado un aumento del poder de las grandes corporaciones tecnológicas: cinco de estas corporaciones han recuperado totalmente las perdidas ocurridas en el mes de marzo y su valor representa hoy el 22% del valor de la capitalización de mercado del S&P500. Sin embargo, nunca las acciones norteamericanas han estado tan sobrevaluadas: se estima que las ganancias corporativas caerán en un 70% este año. Esta desconexión entre lo que ocurre en el mercado financiero y la economía real también se patentiza en otros rubros.

La crisis ha barrido en cuatro semanas todo el empleo generado desde 2008 y  destruirá a un tercio de las pequeñas empresas si continua por dos meses más. El conjunto de este sector emplea al 47% de la mano de obra. Buen parte de la ayuda financiera comprometida en el Care Act para salvar al sector no llegó a destino habiendo sido desviada hacia grandes empresas y fondos de inversión (ft.com 21 4 2020). Esta tendencia se ha verificado incluso dentro de los clientes de un mismo banco (bloomberg.com 22 4 2020).

Así, en medio de las turbulencias los peces grandes devoran a los más chicos. Este canibalismo siembra por doquier las semillas de la destrucción social y el sonido de la furia de los sectores vulnerables empieza a filtrarse en un escenario político dominado por una politización creciente de la pandemia. En este contexto la debacle de los precios del petróleo constituye una pieza más del engranaje de un sistema que se desmorona. La amenaza de Trump de iniciar acciones militares contra Irán y su inmediata repercusión positiva sobre los precios del petróleo permiten vislumbrar la conexión geopolítica de la crisis y un futuro muy peligroso.

 

 

Las turbulencias locales

La propuesta oficial de reestructuración de la deuda externa ha provocado lecturas contradictorias por parte de los acreedores, sus amigos políticos, organismos internacionales y profesionales especializados en el tema. Desde nuestra perspectiva, la propuesta no soluciona el problema de su sustentabilidad. Los acreedores privados olfatean sangre y han endurecido su posición a fin de conseguir, según dicen, “algo que al país le duela más”. Suponen que una negociación prolongada agregará combustible al conflicto local debilitando al gobierno y obligándolo a aceptar condiciones más fuertes. Por otra parte, la pandemia y la crisis de un sistema global basado en el endeudamiento ilimitado abre nuevas oportunidades a nivel internacional que sería importante explorar.

En un contexto de chicanas políticas y presiones para que el gobierno levante la cuarentena, el conflicto principal reside en el ataque frontal de los sectores más poderosos de la economía a los principales ejes de la política oficial desatando la especulación cambiaria y una creciente inflación. Esta ha sido la forma típica de desestabilización de gobiernos democráticos desde el Terrorismo de Estado. Hoy ocurre en una situación inédita: una emergencia nacional por una pandemia, con cerca del 40% de la población viviendo en la miseria y una crisis económica de magnitud inédita que, provocada por cuatro años de ajuste fiscal y endeudamiento ilimitado, agrede ahora a amplios sectores de la clase media. La índole de la crisis plantea la posibilidad de un resultado abierto. De ahí la necesidad de adoptar medidas contundentes para bloquear la especulación cambiaria y de precios, empezar a desarticular el abuso de la posición dominante en distintas áreas de la economía e integrar las cadenas de valor en todo el país. El gobierno tiene todos los medios que necesita para hacerlo.

En el contexto actual urge la necesidad de obligar a los sectores más poderosos a hacerse cargo de los desastres heredados y de los gastos involucrados en la lucha contra la pandemia. Esto no solo implica la imposición de un tributo a la riqueza, algo absolutamente necesario y especialmente resistido por los desconocidos de siempre. Implica, además, obligar a los bancos a cumplir su función otorgando crédito a tasas subsidiadas y resignando por esta y otras vías parte de la riqueza acumuladas en los últimos cuatro años.

El gobierno, sin embargo, se esmera en evitar el conflicto con los bancos y ha dispuesto financiar directamente con tasas subsidias a las pymes, incluyendo recientemente en esta bonanza el pago de los salarios y beneficios sociales de las grandes empresas. Los bancos, mientras tanto, siguen especulando en el negocio de las LELIQs y los pases. Tienen sin embargo mucha liquidez que podrían transformar en créditos para la producción destinados a las grandes empresas. A diferencia de las pymes, estas califican con los requerimientos de los bancos, pero, según estos, no piden crédito. Así, la ayuda directa del gobierno al pago de salarios de las grandes empresas ignora la posibilidad de que estas recurran a los bancos, y permite que mantengan sus “ahorros” en dólares. Esto ocurre en el contexto de una fuerte estampida del dólar ccl y dólar mep utilizados para especular, y en el primer caso también para fugar capitales. El gobierno ha tomado el viernes incipientes medidas para controlar esta especulación. Pareciera, sin embargo, que se requerirán medidas más severas para controlarla en el futuro.

Uno de los problemas de la cuarentena es que la misma contribuye a invisibilizar a los sectores más vulnerables y a la miríada de ciudadanos de a pie que todos los días ponen el cuerpo para proteger y atender a los enfermos y para dar de comer a los más necesitados. La visibilidad de estos sectores, de su organización y de su participación activa en esta terrible aventura contribuirá a que la sociedad comprenda la magnitud del problema que enfrentamos y la necesidad de producir un cambio radical de nuestro presente.

 

 

 

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