La fórmula del resentimiento

El discurso militarista cunde en Europa y la extrema derecha suma trofeos

 

Un neoconservador estadounidense, Robert Kagan, se lamentaba a comienzos del siglo XXI de que los europeos fuesen de Venus mientras sus compatriotas estuviesen condenados a ser de Marte. Este ensayista nació en Atenas; su padre, no menos conservador, era un historiador experto en la guerra del Peloponeso y proyectó su saber hacia lo bélico en general. Las referencias mitológicas de Kagan hijo son romanas antes que griegas; su fin último no era erudito sino práctico.

Los europeos disfrutaban de la vida, tenían un Estado de bienestar, sostenía Kagan. Los esforzados ciudadanos de Estados Unidos debían pagar por la seguridad militar de esos gozadores. Como a cualquier derechista, el disfrute real o imaginario del otro lo hería en lo más íntimo; como a cualquier estadounidense de bien, el desvío de sus impuestos para sufragar los supuestos regocijos del viejo continente lo indignaba a un nivel existencial.

Robert contrajo matrimonio con Victoria Nuland, una alta diplomática que sirvió de consejera de seguridad en el gobierno del republicano George Bush Jr., donde fungió como responsable de asuntos europeos y euro-asiáticos. Luego, con el demócrata Barack Obama, ocupó el cargo de portavoz y más tarde fue destinada a la OTAN. Joseph Biden la nombró subsecretaria del Departamento de Estado dirigido por Anthony Blinken. Ella parece una marxista cabal, en el sentido de que si no te gustan mis principios, tengo otros. O un miembro del establishment permanente, más allá de las declaraciones y los Presidentes. Son los mismos principios.

Nuland es señalada como quien orquestó la rebelión del Maidán en Ucrania que acabó en 2014 con la destitución del gobierno y la influencia rusa sobre el país. Se difundieron grabaciones en las que decía “que se joda la Unión Europea” si no le gustaba la maniobra estadounidense y el candidato que habían elegido para Presidente. Europa se indignó un poco y eso fue todo. A Nuland, un halcón hostil a Moscú, funcionaria en la embajada de Estados Unidos en la época de Yeltsin, se le atribuyó una influencia decisiva en el impulso por acercar las fronteras de la OTAN a Rusia, probando la capacidad de reacción del régimen de Putin.

En febrero de 2021 Rusia invadió Ucrania, una acción criminal. La justificación rusa es conocida y puede parafrasearse así: somos un súper-poder atómico y la OTAN se viene acercando mucho a nuestras fronteras desde hace décadas, Occidente violó todos los pactos que habíamos concertado en los últimos años, ahora Rusia se siente amenazada de una manera seria; nos hubiera gustado que Kiev permaneciera neutral, como Austria. No podemos aceptar a Ucrania en la OTAN.

Nuland estaba encantada con la invasión. Putin había mordido el anzuelo; se hundiría en el pantano ucraniano con el apoyo de la OTAN. Pero el 5 de marzo de este año, dos años después de la incursión rusa, Nuland fue expulsada del gobierno. Victoria volvía a casa de Robert porque Moscú estaba ganando. El dios Marte le jugó una mala pasada a la pareja, aunque al final triunfó Venus, el amor, como en las películas. Lo que no muestran las películas es la devastación de Ucrania. Ni la responsabilidad en ella de cuadros fanáticos como Nuland.

 

Victoria y Robert.

 

Colimba pos-heroica

En un rapto de igualdad de género, Dinamarca anunció que las mujeres debían enrolarse en el servicio militar de cuatro meses, obligatorio para los varones, que en general no lo llegan a cumplir. Hasta ahora las pocas plazas a llenar se completan con voluntarios. El motivo de este llamado a las armas no es otro que una reacción vocal a la amenaza continental que se proyectaría desde Moscú.

Una serie de líderes europeos han pulsado la alarma, al menos retórica. Putin, según ellos, pondría en peligro a todo el continente después de su presumible victoria sobre Ucrania. Se trata de una situación de la cual no saben cómo salir porque se comprometieron mucho para lograr lo contrario. La reposición de la conscripción obligatoria sobrevuela el continente. ¿Aporta alguna solución a la crisis ucraniana? No, pero se argumenta que sería una respuesta a unas futuras agresiones del Kremlin. En realidad se trata de poner a la región en modo bélico.

Hacia fines de siglo pasado se hablaba de una población juvenil pos-heroica. Las chicas y los chicos ya no querían saber nada con la conscripción ni con el ejército ni con la guerra. Deseaban vivir sus vidas sin imposiciones; ganar bien, consumir. La noción de defensa de la patria se disolvía con la globalización. El final del servicio militar tuvo en los distintos países de Occidente orígenes traumáticos. El desastre de Vietnam del lado estadounidense; el asesinato de un soldado en la Argentina.

Incluso más allá de la conscripción, el discurso militarista cunde en Europa. La ministra de Defensa española buscó intranquilizar a la población cuando declaró que los misiles balísticos rusos podrían alcanzar Madrid. Quizá creyó hacer una gran revelación. En realidad pueden llegar a Estados Unidos. Eso es lo que enloquece a la elite de Washington y lo que explica sus movimientos expansivos y su agresividad a expensas de Ucrania. Por eso los estadounidenses quieren una nueva base de la OTAN en las Islas Baleares. El ministerio socialdemócrata emitió mensajes ambiguos sobre este soberano detalle.

En otros países se habla de lo mismo. La amenaza rusa, se arguye, obliga a aumentar el presupuesto militar en detrimento del gasto social. Hay que bajar el déficit, consolidar el presupuesto, pero pertrecharse al mismo tiempo. Todo esto en el contexto de una desigualdad social creciente y del desmantelamiento del Estado de bienestar que comenzó hace ya décadas, con Thatcher de un lado del océano y Reagan del otro. No hay alternativa. Y mucho menos cuando los rusos presionan sobre las fronteras de la democracia.

 

Peluquería y política

Los estadounidenses de bien han pasado de la auto-confiada expresión “eso no puede suceder en nuestra democracia”, algo que dejaban caer en vísperas de la consagración de Donald Trump como el 45º POTUS, al pavor porque suceda otra vez. Todo parece indicar que el primer raro peinado nuevo de la extrema derecha global está en cómodas condiciones de obtener la nominación de su partido para otra temporada en la Casa Blanca.

El acoso judicial que Trump experimentó en todo este tiempo no hizo más que galardonar su figura y mantener activa su marca en las pantallas. Esas acrecentadas perspectivas harán que su candidatura congregue apoyos impensados. Por ejemplo, el de sectores del capital que preferirían no hacerlo. En estas cuestiones galán mata billetera y el dinero sigue al ganador. Además, se trata de un galán con billetera propia.

 

El irlandés

Mientras tanto Joseph Biden, seguro nominado para reelegir por los demócratas, está sufriendo una sangría de apoyos entre los jóvenes, las minorías y parte de la comunidad judía que se moviliza contra la masacre que el Presidente no impide en Gaza y que la avergüenza. Por no hablar de los árabes y musulmanes estadounidenses que arruinaron su interna en Michigan acudiendo a votar en blanco. Biden recibió el mensaje y se abstuvo de vetar el pedido de un alto el fuego en Gaza en el Consejo de Seguridad ONU. Eso dejó en falsa escuadra el voto de la diplomacia de Milei en la Asamblea General de diciembre, por si hiciera falta otra ridiculez en su política exterior.

En enero de 2009, en coincidencia con la asunción de otro demócrata, Barack Obama, se lanzó una terrible ofensiva israelí sobre Gaza denominada, no sólo literariamente, “Plomo fundido”. El nuevo y primer Presidente negro de Estados Unidos guardó prudente silencio y dejó hacer; Israel aprovechó la impasse. El historiador Eric Hobsbawm, en cambio, escribió esto:

“Durante tres semanas se ha mostrado una barbarie israelí ante el público universal que ha sido vista, juzgada, y con pocas excepciones rechazada, por el uso del terror armado contra el millón y medio de habitantes bloqueados desde 2006 en la Franja de Gaza. Nunca las justificaciones oficiales para la invasión fueron tan patentemente refutadas por la combinación de las cámaras y la aritmética, por los partes de ‘objetivos militares’ o por las imágenes de niños ensangrentados y escuelas en llamas. 13 muertos de un lado, 1.360 del otro. No es difícil imaginar de qué lado están las víctimas. No hay mucho más que decir de la espantosa operación en Gaza”.

“Excepto para aquellos de nosotros que somos judíos. En una larga e insegura historia del pueblo en la diáspora, nuestra reacción natural a los acontecimientos públicos incluye inevitablemente la pregunta: ‘¿Es bueno o malo para los judíos?’. En esta instancia la respuesta inequívoca es: ‘Malo para los judíos’”.

Las víctimas de ambos lados mencionadas por Hobsbawm hace casi 15 años deben multiplicarse ahora por 100 en el lado israelí y por más de 20 en el palestino, un tercio de ellas niños. Hay otras diferencias. El comandante en jefe de la masacre actualmente en curso estaba, ya antes de ella, políticamente acosado. Sea cual sea el desenlace de la reacción militar de Tel Aviv, Benjamin Netanyahu y su coalición ultraderechista tienen las horas contadas. Pero mucha sangre se derramará durante este demasiado largo lapso del que depende el gobierno de Tel Aviv.

Irlanda, un país del que descienden muchos estadounidenses, incluido el muy católico Biden (lagrimeaba cuando el Papa lo visitó), se mostró como aquel cuya población apoya como ninguna otra la causa palestina. De todos los países de Europa Occidental es el que tiene una memoria más próxima en el tiempo de una ocupación colonial y sabe de qué se trata. En contraste, Alemania se ve en la obligación moral –pseudo-moral, en realidad– de justificar y apoyar cualquier cosa que hagan los gobiernos israelíes, puesto que los identifica con los judíos que fueron sus víctimas principales durante el Holocausto de la Segunda Guerra.

 

Más peinados nuevos

Apenas después del triunfo de Javier Milei en la Argentina, la extrema derecha global sumó otro trofeo en un país que, pese a tener una reina de ese origen, no puede ofrecer un paisaje social y político más diferente ni una influencia global comparable. Otro raro peinado nuevo, Geert Wilders, obtuvo inesperadamente la llave parlamentaria en las elecciones en los Países Bajos del pasado noviembre. Con una retórica anti-inmigrante, contraria a la influencia de Bruselas en los asuntos intentos, Wilders trascendió su condición de marginal político para situarse en el centro del sistema. El caso neerlandés no es único, replica un esquema continental. Ante la emergencia de competidores más radicales, las derechas tradicionales asumen su discurso para beneficiarse, pero terminan perjudicadas puesto que es la derecha extrema la que capitaliza los votos en lugar de quedar neutralizada. ¿Por qué se inclinarían los electores hacia unos imitadores cuando pueden elegir a los actores originales?

El nacionalismo racista de Wilders no constituye el único polo de atracción para sus votantes ni explica por completo su triunfo. Lo curioso es que congregó apoyos cuyos reclamos, en otra época, hubieran sido proclives a corrientes socialdemócratas. Caso peculiar, la ultra-derecha neerlandesa evita agredir al colectivo LGTIQ+. Por el contrario, lo busca integrar a su discurso anti-musulmán. Los valores familiares pueden esperar cuando la prioridad está puesta en domesticar a inmigrantes que –paradoja– suelen representar, incluso bajo formatos arcaicos, ese tipo de valores.

Unos corresponsales escribieron en The Guardian que los jóvenes se decidieron por Wilders porque ven cerradas sus perspectivas de futuro. Les cuesta autonomizarse de sus familias, conseguir trabajos que les permitan vivir por su cuenta. La habilidad de Wilders consistió en asociar esas demandas al malestar contra la inmigración: no podés conseguir un departamento propio porque una familia musulmana está ocupando el que te estaba destinado y fue pagado por los impuestos de los verdaderos neerlandeses. El Estado de bienestar que sostenés en realidad te está perjudicando. Los que no lo merecen gozan mientras vos te hundís. Esa parece ser la fórmula del resentimiento que, cambiando lo que haya que cambiar, funciona en todas partes.

 

 

 

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