La Grieta

La economía argentina es incapaz de producir los dólares que requiere para expandir la acumulación del capital

 

La renuncia de CFK a la candidatura a la Presidencia de la República sacudió al país y sumió al oficialismo y a la oposición “racional” en un torbellino desquiciado de idas y vueltas, saltos a contramano y frenético zapateo de zoquetes de todos los colores, al compás de una música cuyo melodía y ritmo se armoniza en torno a la repetición hasta el cansancio de un tema cuyo significado nadie cuestiona: “¡Basta de Grieta!”.

Ocurre, sin embargo, que la grieta no es un invento reciente, ni es producto de la perversa imaginación de un Durán Barba o de otro consultor político que pretenda planificar el triunfo de Macri en las próximas elecciones. La grieta es un problema estructural que nos acompaña desde los orígenes mismos de la República y no se salda con un pase de baile desde un lugar del espectro político a otro.

Hacia fines del siglo XIX, un ilustre intelectual argentino, Ernesto Quesada, definía claramente el problema y sus implicancias para el país: “La cuestión del Tesoro es en el fondo el eje de toda la política argentina desde la emancipación… Las luchas civiles, las disensiones partidistas, las complicaciones políticas, el enardecimiento de unitarios y federales, de porteños y provincianos, el caudillaje mismo, todo ha nacido de ahí y ha gravitado a su derredor. Tocar esta cuestión es picar arena candente, aclararla es encontrar el hilo de Ariadna que nos guía en el laberinto de la política argentina”. (El subrayado es mío. Ernesto Quesada, La época de Rosas, Editorial Urbanita, 2011) La grieta no es pues, resultado de una improvisación política. Es la consecuencia de una estructura de relaciones de poder económico.

Desde tiempos inmemoriales, la aparición de un excedente económico ha dado origen a conflictos en torno a su producción, apropiación y distribución  entre los miembros de una sociedad. A lo largo del tiempo esos conflictos fueron mitigados, en mayor o menor medida, con el uso de mecanismos institucionales de orden político, religioso y cultural que permitieron articular un consenso social en torno a concesiones mutuas, subordinando así intereses sectoriales divergentes a la preeminencia de un interés general. Cuando esto no ocurrió, las sociedades entraron en un proceso de descomposición signado por luchas continuas, el empobrecimiento creciente, la desintegración social o sometimiento a sociedades más potentes y cohesionadas.

Desde sus orígenes, la grieta ha engendrado un antagonismo entre los que tienen más y se apropian del producto del trabajo ajeno y los que nada tienen y son desposeídos del producto de su trabajo y eventualmente, de su propia fuerza de trabajo. Entre estos extremos antagónicos se han multiplicado diversos sectores sociales que, participando de distinta manera en esa lucha por la apropiación y distribución del excedente, generaron conflictos de orden secundario. Las formas que adoptaron estas luchas variaron a lo largo del tiempo y de las culturas.

El advenimiento del modo de producción capitalista, y especialmente de su fase actual de acumulación global monopólica, caracterizada por el ejercicio del poder irrestricto sobre todos los aspectos de la vida social (económicos, políticos y culturales), ha derivado en una disminución progresiva de la capacidad de las instituciones de cohesionar al conjunto de la población en torno a un interés común. De ahí la crisis de legitimidad que hoy corroe a las instituciones democráticas en el mundo occidental, y la proliferación de movimientos sociales que, buscando nuevas formas de organización, pugnan por construir un orden nuevo.

Así, la resolución de los problemas intrínsecos a la grieta presente en las sociedades modernas implica pisar un campo minado de conflictos que obliga a separar la paja del trigo para encontrar la salida del laberinto. Esto significa encontrar los puntos de confluencia entre sectores sociales entreverados en conflictos de orden secundario que, levantando una densa polvareda, oscurecen al conflicto principal e impiden ver cuáles son los intereses comunes. Solo conociendo la índole de los conflictos se podrá encontrar el hilo de Ariadna que permite resolverlos.

 

De Yrigoyen a Perón

La candente cuestión de los recursos del Tesoro que menciona Quesada a fines del siglo XIX, se intensificó a lo largo del siglo XX con la emergencia política de dos movimientos sociales: el radicalismo y luego el peronismo.

 

 

Estos movimientos nuclearon a diversos sectores populares que pugnaban por una mayor participación en las decisiones políticas y en los beneficios del crecimiento económico. La incapacidad de armonizar intereses entre los que eran muy pocos, pero concentraban el poder económico y político, y la reiterada negativa de estos pocos a hacer concesiones a los que son muchos y tienen muy poco, ha sumergido a nuestro país en una crónica inestabilidad política. Esta situación desembocó en el siglo XX en una crisis de legitimidad institucional de enorme intensidad que culminó durante los '70 en ese engendro que hoy conocemos como Terrorismo de Estado. Rasgos de esta estructura institucional han persistido desde el advenimiento de la democracia y una mafia enquistada en las instituciones ha perpetuado la corrupción, la extorsión, el clientelismo, la subversión de valores y la violencia institucional. Hoy día, la causa D’Alessio ha abierto una ventana que permite vislumbrarla. Poco a poco, la negra turbulencia de los ilícitos cometidos a diario por este gobierno emerge a la luz del día erosionando su legitimidad.

En soledad, y con muy escasos recursos, un juez valiente —Alejo Ramos Padilla—, acumula pruebas que muestran cómo las más altas autoridades del gobierno han utilizado el espionaje ilícito, la extorsión económica y la violencia para perpetuarse en el poder persiguiendo y demonizando a CFK y a dirigentes de la oposición. La existencia de esta asociación ilícita; su metodología y forma de organización; sus “grupos de tareas” con participación de periodistas, funcionarios de los tres poderes del Estado, organismos de inteligencia y embajadas de otros países, adquiere importancia a pesar de los esfuerzos de los medios concentrados por bloquear la información.

 

 

La causa D’Alessio está cargada de radioactividad, apunta al corazón de la grieta y a las relaciones de poder que la constituyen. El gobierno lo sabe y hace todo lo posible para hacerla desaparecer de la escena política. Sin embargo, tanto los grupos que conforman al peronismo “racional” nucleados en la Alternativa Federal, como Lavagna y algunos grupos de su coalición, naturalizan las operaciones mafiosas del gobierno. Esto muestra que solo aspiran a transformarse en formula de recambio presidencial. Esta esquizofrenia política que combina rosca electoral y naturalización de la impunidad mafiosa del gobierno, expone la fuerza del proyecto oficial radicada en una política económica que día a día crea las condiciones que permitirán atar de manos al próximo gobierno.

 

 

Una brutal recesión acompañada de inflación desmadrada ha sembrado el hambre y el endeudamiento ilimitado de los sectores más vulnerables de la población. La continua caída de las reservas —para mantener una estabilidad relativa del dólar e impedir que la imagen de Macri se deteriore— y la constante salida de capitales muestran la intención clara del FMI de limitar las posibilidades de acción del futuro gobierno. En el mejor de los casos, este recibirá un país totalmente desarticulado, sin reservas para afrontar los próximos vencimientos de deuda, sin capacidad de generar los dólares para el pago de los mismos y en emergencia alimentaria, sanitaria y energética. Aunque no haya una corrida cambiaria antes de las elecciones —algo imposible de imaginar— el próximo gobierno recibirá un país con un sistema financiero comprometido por una bomba de tiempo constituida por instrumentos financieros cada vez más difíciles de reciclar. En el caso de las LELIQs, el problema se agrava por el crecimiento acelerado de sus intereses que pronto habrán de superar a la base monetaria. A esto se suma un gran endeudamiento interno de corto plazo y en dólares, también imposible de saldar.

Mientras la principal preocupación de la oposición “racional” reside en presentarse como alternativa a la grieta, una alternativa que curiosamente acepta, ya sea de un modo abierto o implícito, todos los objetivos del FMI —la fórmula Alberto Fernández-CFK— constituye una esperanza de cambio. Proclama la necesidad de una unidad nacional lo más amplia posible como condición necesaria para ganar las elecciones y gobernar en el futuro. Sin embargo, todavía falta definir el significado de esta unidad nacional, a qué sectores sociales apela y cuáles son las medidas concretas que se proponen para superar el ajuste.

 

 

 

Dependencia tecnológica y endeudamiento ilimitado

Hoy no basta con apelar a la unidad nacional oponiendo el crecimiento productivo a la especulación financiera. Tampoco basta con pedir tiempo al FMI para generar dólares genuinos y así poder enfrentar el endeudamiento externo. Hoy está en cuestión la lógica que rige la dinámica de una dependencia tecnológica asociada al endeudamiento ilimitado.

La economía argentina es incapaz de producir los dólares que requiere para expandir la acumulación del capital desde hace ya mucho tiempo. Este fenómeno, conocido como restricción externa, es el resultado de un proceso de industrialización liderado por grandes empresas (locales y extranjeras) ubicadas en sectores relativamente más intensivos en capital, sectores que generan una demanda creciente de importación de tecnología incorporada en bienes intermedios y de capital. Esta necesidad no pudo ni puede satisfecha con las divisas provenientes de las exportaciones, en su mayor parte constituidas por bienes agropecuarios y agroindustriales. Esta dependencia tecnológica derivó gradualmente en un endeudamiento externo, y en el abrazo mortal de los lazos de un nudo gordiano constituidos por la inflación, la corrida cambiaria y la fuga de capitales. Estos procesos han sido liderados por un poderoso sector empresario (local y extranjero) que ejerce un control monopólico en áreas estratégicas de la economía. Esta posición de privilegio les ha permitido formar precios abusando de su posición dominante en el mercado. Hoy este sector mantiene su poder económico. La contracara de este fenómeno consiste en el crecimiento de la pobreza estructural. Así, varias generaciones han sido excluidas del sistema productivo y de los beneficios derivados de la inserción en el mismo. Hoy el hambre tiene sitiados a amplios sectores de la población que no pueden esperar a un cambio de gobierno para comer.

Por otra parte, y como resultado de la gestión de este gobierno, la dinámica de la dependencia tecnológica está ahora estrechamente interrelacionada con otra lógica perversa: la del endeudamiento ilimitado que hemos analizado en otras notas. El gobierno de Macri y el FMI buscan ahora imponer un proyecto de país que implica un endeudamiento constante. Profundizando la recesión y la fuga de capitales se aceleran las transferencias del excedente, de los ingresos, de la riqueza acumulada y de los recursos naturales hacia el capital financiero internacional.

La dimensión de la crisis que hoy vivimos es de tal magnitud que su superación no admite medias tintas. De ahí la necesidad de desnudar los intereses antagónicos a la verdadera unidad nacional y los senderos que permiten aproximarnos a un proyecto de país alternativo. Esto no implica cerrarse al dialogo. Por el contrario, significa acompañarlo con acciones concretas e inmediatas tendientes a organizar a la población, desde abajo hacia arriba, y a convocar a su movilización durante este periodo preelectoral en un frente destinado a enfrentar los síntomas más importantes de la catástrofe actual: la emergencia alimentaria, sanitaria y energética, la fragmentación social, la apatía y la desesperanza. Esto permitirá acumular las fuerzas que se necesitan para concretar todos los diálogos y negociaciones que sean necesarios para llegar a las elecciones y luego gobernar.

La lógica de la dependencia tecnológica y del endeudamiento ilimitado ocupa un rol central en la intensificación de los principales conflictos geopolíticos. Esto permite mirar nuestro presente desde otro ángulo, y buscar nuevas alternativas para salir del atolladero en que se encuentra el país.

 

La dinámica de los conflictos mundiales

La actual fase del capitalismo global monopólico se caracteriza por una integración de la producción y las finanzas mundiales a un nivel inédito en la historia de la humanidad. Este fenómeno ha dado lugar a una creciente integración de la producción mundial en cadenas de valor global dominadas tecnológicamente por corporaciones norteamericanas y a una lógica de acumulación del capital en los países centrales caracterizada por una creciente brecha entre el crecimiento de la deuda y el crecimiento del producto bruto.

La guerra comercial entre China y los Estados Unidos es una guerra tecnológica. Estados Unidos busca reestructurar cadenas de valor global y aumentar su preeminencia en el control mundial de tecnología y de mercados. Esta guerra comercial empieza a provocar cimbronazos sobre la producción mundial integrada en cadenas de valor global (zerohedge.com 22 5 2019). En la medida en que se intensifique, afectará al mundo entero, incluido nuestro país.

Por otra parte, la brecha creciente entre endeudamiento y producto bruto ha colocado a la Reserva Federal y a los bancos centrales de los países más desarrollados en una situación sin aparente salida: su necesidad de mantener las tasas de interés cercanas a cero para impedir la implosión de las burbujas existentes en los mercados financieros conspira contra su capacidad de manipular las tasas de interés al alza con el fin de impedir una recesión, cuyos síntomas ya aparecen a nivel global. Al mismo tiempo, las bajas tasas de interés estimulan el crecimiento ilimitado del endeudamiento y la proliferación de nuevos tipos de burbujas en el mercado financiero internacional.

Esta delicada coyuntura económica y financiera internacional se agrava por un hecho de trascendencia única: el creciente agotamiento de recursos no renovables indispensables para la acumulación del capital, y especialmente del petróleo y el gas tanto convencional como no convencional. Recientemente Arabia Saudita ha reconocido la drástica declinación de la productividad de Ghawar, el pozo petrolero más grande del mundo. Descubierto en 1948, contribuyó hasta hace muy poco a explicar la mitad de la producción de petróleo crudo del reino saudí (bloomberg.com 3 4 2019). Por su idiosincrasia,  es representativo de lo que pueda ocurrir con cerca de 200 pozos petroleros gigantes descubiertos hace mucho tiempo y que todavía explican un 60% de la producción de petróleo convencional en el mundo. Muy pocos pozos petroleros gigantes han sido descubiertos recientemente, la mayoría son pequeños y no alcanzan para compensar la producción de los más antiguos (zerohedge.com 16 5 2019). A esto se suma la comprobada pérdida de productividad de los pozos de petróleo y gas no convencional en los Estados Unidos.(wsj.com 10 1 2019).

Estas circunstancias han colocado en el centro de la escena política internacional a las reservas mundiales de petróleo y gas, convencional y no convencional. Estas circunstancias también contribuyen a explicar la militarización creciente de la política económica norteamericana y la intensificación de la presión que este país ejerce hoy sobre conflictos que ponen al mundo al borde del abismo. Desde las recientes amenazas de intervención militar en Irán y Venezuela, a la presión militar en el Mar de China, pasando por la presión económica sobre Turquía, Rusia e incluso Europa, los Estados Unidos sobreexpanden sus exigencias en el escenario internacional al calor de serios conflictos internos que mantienen viva la posibilidad de destitución de Trump y se intensifican en vísperas de elecciones presidenciales en 2020.

 

 

 

 

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