La guerra de los dos demonios

Trump contra Twitter, la disputa por el control estratégico

 

En medio de la pandemia y las masivas manifestaciones de repudio por el asesinato de George Floyd a manos de la policía, Donald Trump firmó un decreto –orden ejecutiva, en el lenguaje institucional de Washington– orientado a regular las redes sociales, haciéndolas responsables de los contenidos publicados por los usuarios. La medida fue decidida por Trump como respuesta a una acotación agregada por los ejecutivos de Twitter a un mensaje compartido por el Presidente: “El voto por correo es un fraude sustancial –había twiteado Trump–: Los buzones serán asaltados, las papeletas falsificadas e incluso ilegalmente impresas y fraudulentamente firmadas”. La provocación del primer mandatario había sido dirigida específicamente contra el gobernador demócrata de California, Gavin Newsom, quien viene promoviendo el voto por correspondencia, aprobado legalmente para todos los Estados, con el objetivo de ampliar la participación potencialmente limitada por la pandemia. Frente a la imputación de Trump, el Director Ejecutivo de Twitter, Jack Dorsey, invitó a los lectores del Presidente a contrastar su acusación con las disposiciones legales vigentes, respecto al voto a distancia. Además, los enlaces sugeridos por la red social reenviaban a una cobertura de la CNN donde se señalaba: “Trump lanza acusaciones sin pruebas de que el voto por correo será un fraude”.

El incidente deja en evidencia las dos disputas centrales de la política doméstica de los Estados Unidos, cuyas consecuencias son transcendentales para la comunidad internacional. La primera se refiere a la aguda disputa electoral del próximo noviembre, atravesada por la pandemia, les 40 millones de desocupados y el retorno de una conflictividad latente –nunca superada–  respecto al racismo intrínseco de gran parte de la sociedad estadounidense. El desprecio institucionalizado hacia las minorías –sean orientales, latinas o afrodescendientes– ha sido una característica del modelo colonial y esclavista sobre el que se fundó la identidad estadounidense. El atávico supremacismo blanco, legitimado por un darwinismo social arcaico, se encuentra reforzado en la actualidad por el desempleo, la segregación territorial y la sistemática exclusión de minorías migrantes utilizadas para reducir el salario del resto de los  trabajadores de ese país.

El segundo conflicto, más estructural, de índole estratégico, se dirime en torno a la progresiva competencia por la hegemonía económica mundial, disputada entre las corporaciones monopólicas tradicionales –ligadas a los bancos, la producción armamentista, automotriz, petrolera y los laboratorios farmacológicos–  y los nuevos conglomerados tecnológicos, encargados de manipular la inteligencia artificial. Trump encarna la potestad del primer grupo, que observa con preocupación la ventaja relativa obtenida por China sin ocupaciones militares ni imposiciones políticas de ningún tipo: mientras que Washington exige y/o demanda  sistemas políticos de gobierno a los países con los que se relaciona y es capaz de promover golpes militares sangrientos, el gigante asiático no impone exigencias ideológicas ni reclama afinidades políticas de ningún tipo para consolidar alianzas.

En los sectores tradicionales promovidos por Trump  –sobre todo el referente a la producción armamentística–, Beijing no ha logrado un nivel de autonomía similar al que evidencia en las áreas de las tecnologías de la información y la comunicación (TICs). Las corporaciones de la minería de datos que residen en Silicon Valley​​ (región ubicada al sur de la Bahía de San Francisco) y en Shenzhen se han articulado de forma horizontal y vertical con niveles de innovación exponencial en el sudeste asiático. Una parte nodal de su evolución se debió a la instalación de las plantas de armado chinas, donde se ha desplegado la mayor cadena de suministros para la industria electrónica a nivel mundial.

 

 

 

Las dos caras de la moneda

 

Comparación de las empresas más grandes del mundo para 2006 y 2017.

 

 

Estas empresas, muchas de las cuales cotizan sus acciones en el NASDAQ, poseen un formato de acumulación originaria basado en la inteligencia artificial, que supone el almacenamiento y el procesamiento de datos para controlar el mercado mundial. El proceso consiste en sumar la totalidad de las interacciones provenientes de las computadoras, los celulares, las consolas de videojuegos, las gestiones de compras y/o la utilización de los medios de comunicación, con el objeto de configurar algoritmos capaces de detectar pautas de consumo, orientar deseos, legitimar proyectos políticos o manipular conductas electorales. Este modelo de extracción de valor –a diferencia de los tradicionales– aumenta la desocupación e incrementa la explotación laboral. Gran parte de las corporaciones de plataforma no pagan cargas sociales, evaden impuestos con mucha facilidad y compiten con los jerarcas corporativos de la economía defendida por Trump por ver quién posee más depósitos en las guaridas fiscales. Se trata de un proceso de despojo de datos privados y públicos (de Estados) de nivel inimaginable, asimilable a la expropiación de recursos naturales característicos de la producción industrial de las empresas tradicionales. El modelo que Trump busca limitar, porque le resulta inmanejable en términos geoestratégicos, detecta y hace prospectiva al conectar nodos (productores, proveedores, anunciantes y soportes tecnológicos) para orientarlos a la maximización de ganancias. Los analistas ligados al partido republicano saben que este proceso es de muy difícil regulación salvo para una estructuración política como la que cuenta Beijing.

Mientras que las fábricas automotrices buscaban mano de obra asalariada barata, la nueva lógica postula una supuesta libertad de trabajo que consiste en desconocer derechos y eludir el pago de las cargas sociales. Su lógica, además, impone formatos de competencia intralaboral, fragmentando las demandas de los trabajadores para impedir su sindicalización y la defensa colectiva de sus derechos. El relato individualista del emprendedorismo exitoso ha sido una de las ficciones adoptadas para manipular las conciencias de quienes habían estado formados en la lucha social colectiva. La naturaleza virtualizada de estas empresas ha aprovechado, además, vacíos jurídicos útiles aptos para la evasión de las responsabilidades tributarias soberanas, instalándose en jurisdicciones de baja o nula carga impositiva. Si el neoliberalismo extorsionaba a los Estados mediante la financiarización, la fuga de capitales, el endeudamiento cíclico y la desocupación, las corporaciones propietarias de las TICs imponen modelos del autoempleo, autoexplotación, robotización y sistemas de manipulación basados en la inteligencia artificial.

Una gran parte de las actividades lideradas por las corporaciones TICs desplazarán mano obra. En los próximos 30 años, un 40 % de la fuerza laboral mundial perderá sus empleos. Una parte de los excluidos podrá  volcarse a trabajos precarizados de servicio personalizado con agremiación problemática y bajos salarios. Con esta perspectiva, las tareas mejor remuneradas corresponderán a quienes posean habilidades para la minería de datos, la elaboración de contenidos adecuados a las demandas detectadas o la sensibilización para nuevos consumos individualizados. Al detectar que una gran parte de la población puede ser manipulable (por carencias o limitaciones de conciencia crítica), el modelo actual de acumulación se concentra en la acumulación de datos como capital. El imperativo de capturar todos los datos, de todas las fuentes, por cualquier medio posible modela la toma de decisiones política y el desarrollo tecnológico. Pero los datos son robados y vendidos sin ningún tipo de consentimiento ni retribución.

En 1990 los tres fabricantes de automóviles con sede en Detroit comunicaron ingresos por  250.000 millones de dólares; contaban con un millón de empleados y su capitalización de mercado total alcanzaba los 36.000 millones. Un cuarto de siglo después, en 2014, las tres empresas más importantes de Silicon Valley mostraban ingresos por 247.000 millones, contaban con 137.000 asalariados y una capitalización que triplicaba la de las automotrices. El gran desafío que visualizan los sectores republicanos expresados por Trump se basa en la competitividad creciente de las corporaciones ligadas a las TICs y la integración dinámica que poseen con las chinas. Renren, WeChat, Alibaba y Goso rivalizan con Facebook, WhatsApp, Amazon y Google. Pero además se extienden a nivel global mediante la compra de paquetes accionarios, adquisiciones y fusiones. La relación entre beneficio y ventas de Amazon aumentó entre 2005 y 2015 de un 1 décimo a un 25 %. Durante el mismo periodo, Alibaba aumentó –en solo cuatro años– del 10 por % (2011) al 32 % (2015). Esta proyección es la que explica por qué Trump decidió prohibir a partir de esta semana los vuelos de aerolíneas chinas hacia Estados Unidos.

La guerra entablada por Trump contra Huawei aparece como el paradigma de un conflicto asociado a la lucha por la supremacía y al control de sectores claves de la economía mundial. El Informe de Economía Digital de la UNCTAD, publicado en 2019, consigna que el 90 % de la capitalización de mercado (de todas las corporaciones globales TICs) es propiedad de accionistas de Estados Unidos y China. Solo el 1 % pertenece  a grupos con sede en América Latina y África. Se calcula que en 2025, un tercio de la actividad económica mundial estará generada o mediada por compañías TICs.

 

 

 

Monstruos de dos cabezas

 

Cambios en la inversión total en publicidad por soporte desde el 2000 al 2020.

 

 

Las nuevas corporaciones de plataforma, además, tienen una incidencia más profunda y rápida en la configuración de la denominada opinión pública y la manipulación política. Las investigaciones recientes, ligadas a la utilización de los datos robados a los usuarios,  demuestran que el 45 % de los mensajes conspirativos y las falsas narrativas sobre el Covid-19 fueron diseñadas por robots para penetrar en las conciencias de aquellos que aparecen como más receptivos. El estudio realizado por la Universidad de Carnegie Mellon detectó más de un centenar de narrativas falsas sobre la pandemia, incluidas las teorías de conspiración ligadas al 5G, con el objetivo básico de desprestigiar a Huawei). Esta operación, quirúrgicamente planificada, fue esparcida a través de 200 millones de tuits guiados hacia sujetos permeables. Para intentar detener el avance de Beijing e impedir la continuidad de la integración de TICS –con su potencial supremacía china–, Trump está dispuesto a resucitar una guerra fría.

El mundo se encuentra frente a varias pandemias. Una de ellas tiene como vector de contaminación global a la lógica neofascista expresada por Trump y Bolsonaro, cuya expresión económica es la disminución de la participación del trabajo en el ingreso global y el incremento de la monopolización de los mercados. Las TICs contribuyen a este proceso mediante su articulación con la lógica financiera, sumándole construcción de sentido común, manipulación y digitación de preferencias subjetivas.

Enfrentar esos designios supone cuestionar la privatización creciente de las infraestructuras críticas de las TICs (cable operadores, sistemas de cooptación de datos, bases de almacenamiento, etc.) y recuperar su control democrático y soberano. Implica también asumir que el modelo trumpista que se le opone no postula nada mejor. Como afirmó Pierre Bourdieu tres décadas atrás: “Sometido a tener que elegir entre dos males, elijo ninguno”.

 

 

 

 

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