Hace casi 30 años –desde 1996– que Banjamín Netanyahu tiene la certeza de que atacará Irán. Hasta hace poco, el plan –en sus distintas variantes– era con el apoyo de Estados Unidos. Pero desde hace unos años la posición de ese país fue variando, en la medida en que tomaba conciencia de que ya no era una potencia hegemónica en el mundo sino que podía serlo en una región, y la que definió como su prioridad es el sudeste asiático, con foco en China, que está en Asia oriental.
Tras el ultimátum a Irán, que pareció no dejar lugar a dudas sobre sus intenciones bélicas, Donald Trump mismo dudó y declaró que las fuerzas estadounidenses podrían involucrarse en el intensificado conflicto militar que Israel inició a fines de la semana pasada. “Es posible que podamos involucrarnos”, dijo al corresponsal de ABC News, Rachel Scott. Agregó que “Estados Unidos no está involucrado actualmente en el conflicto”, lo cual es cierto más allá de apoyos importantes que proporciona porque están a disposición del Poder Ejecutivo de Washington. La declaración de una guerra requiere que Trump vaya al Congreso, los convenza de su necesidad y se la voten.
La última década del siglo XX es relevante para Israel, porque la economía y la conducción política laborista del sionismo había agotado sus fuerzas, estaba siendo sobrepasada por la región y la crisis económica estaba debilitando al joven Estado en lo que parecía una caída sin remedio. Hay un último gobierno laborista, el de Ehud Barak, quien fue Primer Ministro entre 1999 y 2001. Durante su mandato, intentó avanzar en el proceso de paz con los palestinos, incluyendo la fallida Cumbre de Camp David en 2000.
Ya avanzados los años ‘90, un grupo de estudio dirigido por Richard Perle elaboró un informe político que presentó en 1996. Su objetivo fue el de repensar la estrategia de seguridad y política exterior de Israel en el contexto de los desafíos geopolíticos de la época. Se lo llamó A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm (Una ruptura limpia: una nueva estrategia para proteger el reino), y allí se consignan orientaciones: algunas de ellas son revisadas, otras anuladas y lo fundamental permanece. Es el planteo de una nueva política, y se hizo para el entonces Primer Ministro Bibi Netanyahu, 1996-99. El planteo estratégico argumentaba que Israel necesitaba una nueva estrategia geopolítica, alejándose del enfoque de paz integral que había intentado en la región durante décadas. Esto respondía a los conflictos en curso desde la fundación del Estado en 1948 y al fracaso de los acuerdos de paz. Identificaban el problema de la frontera norte de Israel con Siria y Líbano, sugiriendo que una paz integral ya no era alcanzable y que necesitaban “trascender Oriente Medio”.
Se enfatizaba la autosuficiencia, la cooperación estratégica con Estados Unidos –basada en la promoción de valores occidentales– y también el impulso a reformas económicas internas. Se planteaba, por ejemplo, la idea de modificar la política de “paz comprensiva” sustituyéndola por una estrategia que incluyera medidas de contención y, en algunos casos, la “búsqueda directa” para limitar amenazas, lo cual generó gran controversia.
Si se examinan sus puntos claves, se verá que traslucen acciones políticas actuales:
- La promoción de una política exterior agresiva implica una estrategia intervencionista y unilateral, incluyendo la eliminación de líderes como Saddam Hussein y la contención de países como Siria mediante guerras por delegación. Esto fue visto como una ruptura con los enfoques diplomáticos tradicionales y una apuesta por la confrontación.
- La desestabilización regional como propuesta fue criticada por su posible contribución a una mayor inestabilidad en Oriente Medio, al fomentar cambios de régimen y conflictos prolongados. Algunos analistas, como Jeffrey Sachs, han vinculado esta visión con una agenda de “guerra perpetua” en la región.
- De hecho, el planteo influenciaba la política exterior de Estados Unidos. Es más, varios de sus autores ocuparon luego cargos clave en la administración estadounidense, especialmente durante el mandato de George W. Bush. Esto ha alimentado teorías sobre su influencia en decisiones como la invasión de Irak en 2003.
- En claro desdén por el proceso de paz, el documento propone abandonar la estrategia de “tierra por paz” con los palestinos, promoviendo en cambio una política de fuerza y autosuficiencia. Implica un rechazo a los esfuerzos diplomáticos y una apuesta por la supremacía militar.
En aquel entonces se veía la propuesta de una intervención agresiva –con énfasis en la eliminación o contención de regímenes considerados hostiles– como un medio para lograr una reforma interna rápida y reafirmar la seguridad. Sin embargo, la experiencia de intervenciones como la invasión de Irak en 2003 y la prolongada guerra en Siria ha mostrado que tales acciones pueden desencadenar procesos de inestabilidad y la emergencia de nuevos actores subversivos. En este sentido, la idea del “descanso limpio” se reinterpreta hoy como un punto de partida para un debate sobre la necesidad de combinar la acción militar con estrategias diplomáticas y políticas inclusivas que eviten consecuencias no previstas.
La multipolaridad que se viene abriendo paso en la escena geopolítica obligó a cambios, aunque es discutible si los suficientes para la estabilidad. Hoy participan potencias tradicionales y nuevos actores, como Irán, Rusia y China. Mientras que el documento abogaba por la autosuficiencia y un replanteamiento de las relaciones con Estados Unidos, en la actualidad se valora la construcción de alianzas flexibles y diversificadas. Los estrategas observan que la seguridad regional requiere ahora una cooperación más estrecha y adaptable, que reconozca las realidades de un conflicto donde las líneas tradicionales se han vuelto borrosas. Aunque se toma esta definición de fuentes oficiales, es difícil visualizar ese proceso en la actual política israelí.
Israel hoy está en guerra en cinco frentes: Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria (de la que ocupa una parte y controla otra vía un gobierno yihadista) e Irán. Según Jeffrey Sachs (y abundan sus dichos al respecto en entrevistas en YouTube), Israel quiere definir sus propias fronteras y reivindica la lectura bíblica sobre la promesa de Jehová de darles a los judíos las tierras desde el Mar Rojo (o el Nilo, según otra interpretación) hasta el Éufrates. Aparentemente, en la Biblia no hay mención a los cananeos, que establecieron antes allí ciudades-estado y desarrollaron una cultura y una lengua propias. Su presencia marcó la identidad inicial de la zona durante la Edad del Bronce, y en el transcurso de la historia se le sumaron otros grupos semíticos como los amorreos, arameos y posteriormente los hebreos. Y mil años antes de los cananeos, la región albergó antiguas civilizaciones, como la sumeria, acadia, asiria y babilónica.
Para Sachs, el plan de Israel es usar su monopolio nuclear en Medio Oriente “para dominar la región a sangre y fuego”. Su planteo es que, en esencia, la idea ya no es la ocupación, sino la decapitación selectiva de mandos y el cambio de régimen. En ese sentido puede verse la de Saddam Hussein, haciendo de un Irak caótico el vasallo de Israel; el de Gadaffi en Libia en 2011, que dejó al país en una guerra incesante. Somalía no se alineó con Israel, pero por no hacerlo cayó en el caos. Estados Unidos no logró estabilizar Sudan con su apoyo a la rebelión del sur, pero el país se mantiene en guerra civil desde 2023.
La decapitación de altos mandos iraníes desde el ataque del viernes 13 tiene en estos términos una mayor perspectiva. Pero también es cierto que el bombardeo no cambia un régimen, y la decapitación de mandos no da control político. Así las cosas, y sin lograr el apoyo real y masivo de Estados Unidos en esta guerra, Netanyahu no parece estar previendo la salida a su propio laberinto.
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