La hora de la resistencia

Todo es posible en política si se construye voluntad para lograrlo

 

Lo que pasó el miércoles en la Cámara de Diputados fue producto de una trabajosa tarea de acuerdos de todo el arco opositor y una importante derrota para el gobierno. La ley que retrotrae los precios de las tarifas de luz, agua y gas a noviembre del año pasado y ata su actualización al índice de aumento salarial, pasa al Senado y desafía el veto presidencial. A diferencia de la ley anti-despidos, este problema afecta a toda la sociedad. Aquella era una reivindicación clasista frente a un movimiento sindical más fragmentado, que hoy se halla en pleno proceso de unidad. Ahora se espera el rechazo de muchos más sectores sociales; en esa hipótesis, el gobierno se enfrentaría a una respuesta mucho más contundente.

El clima de fervor que expresaba el activismo fuera del Parlamento hasta bien entrada la noche, junto a la ausencia visible de las fuerzas represivas, también tiene que ver con aquel diciembre cercano. La brutalidad de entonces no logró el escarmiento esperado por sus mandantes. Aquella lógica represiva escalaba peligrosamente y la gente movilizada no huía despavorida. La permanencia en la calle y el despertar de los caceroleros encendió las alarmas y desactivó la herramienta.

El 21 de febrero arrancó este camino con la confluencia de cuatro corrientes sindicales (las dos CTA, la Corriente Federal y el moyanismo), que junto con los movimientos sociales comenzaron a articular la respuesta a aquel saqueo a los jubilados impuesto con palos y gases lacrimógenos. Siguió con la marcha de las velas contra el tarifazo y el acto unitario en el microestadio de Ferro Carril Oeste, recordando la primera huelga general contra la dictadura genocida. En el palco del miércoles 9 frente al Congreso, esa confluencia se hizo cargo de convocar a un paro general como respuesta al amenazante veto presidencial.

La fuerte responsabilidad que recae sobre la dirigencia sindical opositora es la clave para los próximos meses. Atrás quedaron los devotos del club del 15%, que se atropellaban en la urgencia de firmar las paritarias. La lucha de los maestros, los bancarios, los aceiteros, los metrodelegados, los metalúrgicos, entre otros, abortó la maniobra. Con una inflación estimada en un 25% y sin techo, vuelve a empezar la discusión. Una vez más, en el movimiento obrero se va consolidando una vanguardia que puede conducir al conjunto social a contramano de los deseos del poder.

La presencia, nuevamente, del FMI y sus revisiones periódicas, más sus recetas de ajuste perpetuo, está tan viva en la memoria colectiva de los trabajadores que adiciona una nueva dificultad a las excusas de los que se resisten a resistir. La próxima vez a viva voz será mucho más que poner una fecha lo que las bases le reclamarán a los dirigentes.

El nuevo acuerdo que está pergeñando con el FMI le dará la posibilidad al gobierno de tercerizar las culpas. Ahora el brutal ajuste será una imposición de afuera. El “no queda otro remedio” se convertirá en la muletilla más escuchada en el oficialismo. Los hogares más humildes, los clubes de barrios, las pymes y los desocupados recibirán con las boletas de los servicios públicos el recuerdo de una acción colectiva que le puso un límite al poder.

El sentido del subsidio a los servicios públicos impuesto a la salida de la crisis del 2001 se explica por la brutalidad del ajuste del gobierno. El cálculo lastimero de los voceros del oficialismo acerca de los millones de dólares que la gestión anterior “dilapidó” se convierte en un plañidero coro que pretende explicar lo que no deben decir: que les vendrían muy bien para financiar la actual fuga de capitales sin recurrir al Fondo Monetario Internacional.

Pocas expresiones definen tan claramente la política actual como la acuñada por el economista Eduardo Basualdo: “Endeudar y fugar.” Para endeudar incrementaron el déficit: eliminaron retenciones, modificaron impuestos, perdonaron deudas a las distribuidoras de energía, pagaron a los buitres y sobre esa base dada aplicaron el ajuste. Ahora, cuando las cuentas no le cierran a la gente y llueven reclamos por las tarifas, el techo salarial en las paritarias y el aumento del costo de vida, viene el discurso de la responsabilidad fiscal, la mentira, la demagogia y el populismo.

La negación a reconocerle validez a cualquier reclamo se hace patente frente al drama de los enfermos electrodependientes. La crueldad de clase que los caracteriza les hace sentir que ejercen “autoridad”.

Esta extraña derecha comandada por los dueños del capital concentrado y acompañados por los radicales en su peor versión y por Elisa Carrió en su real dimensión, está dando muestras de un acelerado agotamiento. A siete meses del triunfo electoral de medio término y en pleno operativo del lanzamiento reeleccionista las contradicciones le estallaron en la mano. La soberbia característica del discurso presidencial se va convirtiendo en una mueca sombría. La revolución de la alegría duró muy poco.

Si la voluntad política mostrada en el congreso para construir mayorías y la paciente tarea de reunificar el movimiento obrero para ganar la calle no retroceden, la consigna de “Hay 2019” puede traducirse más temprano que tarde en el final del gobierno de Mauricio Macri. Si no hubiera resistencia activa del sindicalismo, el gobierno logrará sortear esta coyuntura como una dificultad más e impondrá sus oscuros designios a nuestra sufrida Argentina.

 

 

 

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