La inflación y el cuchillo desafilado

Si no se desandan las reformas neoliberales, la inflación sólo podrá reducirse parcial y esporádicamente

 

Genera inequidades, desordena la vida, impide planificar. Golpea particularmente a las personas que perciben un ingreso fijo que se ajusta sólo esporádicamente y siempre a un ritmo menor. Fomenta conductas especulativas por sobre las productivas. Sigue la lista.

Todo eso. Pero también la inflación es la manifestación de algo que está ocurriendo a un nivel oculto, profundo, allí donde el magma del conflicto social se agita y se moviliza con las placas de los grupos de poder.

La inflación es, antes que nada, movimiento. No sólo ascendente y general de los precios, que es su definición técnica, sino principalmente movimiento de las relaciones de poder que dinamizan la interacción social, institucional, política y económica de un país.

Sobre la fenomenología de la inflación no hay mucho que decir. Hay un pequeño conjunto de “precios básicos” en la economía que, al moverse, inicia una corriente de ajustes a lo largo de las diferentes cadenas de valor. Pertenecen a esta categoría el dólar, los salarios, la energía y no mucho más. Los llamamos precios básicos porque, insertos en todas las cadenas, inciden en los precios de todos los productos.

Luego, existen mecanismos de propagación o amplificación de esos movimientos iniciales, reajustes desiguales, ganadores, perdedores, nuevas “rondas” de aumentos.

 

Básicos

Partiendo de aquella ricotización de la economía que canta que “todo precio es político”, debemos reconocer que esto es especialmente cierto para los precios básicos.

El salario o el dólar no tienen un “precio natural” que provea felicidad al conjunto de las y los argentinos y nos condene al éxito como país. Que uno o el otro baje, o suba, repercute en la capacidad de apropiación de la riqueza de los diferentes actores sociales.

Ejemplo sencillito y de alpargatas: imaginemos una fábrica de (sí) alpargatas. Si su producción se destina al mercado interno la empresa necesitará salarios robustos que le permitan a la gauchesca población comprar (sí, otra vez) alpargatas.

En cambio, una empresa exportadora estará poco interesada en el nivel interno de salarios. Para ella es un costo que estaría bien minimizar. En cambio, velará por un aumento del dólar para que sus ingresos crezcan.

 

Cebolla

Cuando un proyecto ejerce la hegemonía define las características principales que asume el proceso económico de generación y distribución del valor. O sea, qué y cuánto se produce y cómo se reparten los ingresos que se generan.

Para direccionar la economía el proyecto hegemónico actúa sobre tres frentes: modifica los aspectos jurídicos que regulan las actividades económicas, esto es las leyes, normas y reglas; hace lo propio con el rol, las características y las capacidades del Estado en sus diferentes jurisdicciones; y también, claro está, define el nivel de los precios básicos.

A esta altura, evidencia histórica mediante, podríamos pensar a estos tres frentes como capas con diferentes niveles de accesibilidad. La economía, después de todo, es una cebolla.

 

Poder

En aquellos momentos en los cuales una alianza social logra ejercer activa y eficazmente su poder, las tres capas se vuelven permeables. Sólo entonces es posible la aprobación de leyes centrales para los procesos económicos: regímenes impositivos, tratamiento del capital extranjero, regulación del sector financiero, marcos normativos, privatizaciones o estatizaciones.

En cambio, cuando ninguna alianza logra imponer su hegemonía, se suceden idas y vueltas en el ejercicio de un poder que sólo puede afectar ocasionalmente la capa más superficial de la regulación del proceso económico, es decir, la relación entre los precios básicos.

Aquí el nudo (o el “nude”, lo íntimo) del problema. La inflación es la manifestación monetaria de la ausencia de una hegemonía consolidada. Ocurre, entonces, cuando la economía es un territorio en conflicto y cuando ese conflicto está abierto.

 

Culpa

La culpa es de los gobiernos que “tiqui, tiqui, tiqui, le dan a la maquinita” (una frase que va acompañada de movimiento de brazos tipo “danza da manivela” o “pastalinda”).

La culpa es de los sindicatos, que “toman de rehenes” a niñes y consumidores para conseguir salarios por encima de lo que la economía argentina, un país pobre, permite pagar.

La culpa es de los monopolios que, conducidos por señores de anchos bigotes, aumentan los precios de sus productos.

A decir verdad, gobiernos, sindicatos y bigotones hay en muchísimos países y hace más de un siglo que conviven en el nuestro. No todo el tiempo hubo inflación, ni en todos los países la hay. Los empresarios aumentando precios, los sindicatos disputando la riqueza generada por su clase y el Estado (en el mejor de los casos) garantizando un nivel básico de bienestar para la población, no estarían haciendo más que lo que, por su naturaleza, se espera que hagan.

 

Pax

Hubo una “exitosa” experiencia anti-inflacionaria que terminó con los incrementos de precios por una década. Aún fresca e impune la dictadura y más frescos los alzamientos carapintadas y el garrotazo de la hiperinflación, el disciplinamiento social tuvo como correlato una novedosa paz en las góndolas.

El vertiginoso programa de privatizaciones y el endeudamiento externo, permitieron la entrada de dólares y su reparto entre los integrantes de la alianza dominante.

La experiencia de los años noventa del siglo pasado se encontró con la cebolla a medio cocer y la terminó de ablandar. Se metió en todas sus capas, profundizó las reformas de la dictadura, destruyó las capacidades y el tamaño del Estado y congeló los precios básicos de la economía en el nivel que le convenía.

Sin negociaciones paritarias por una década, con el desempleo golpeando a una de cada cinco personas y las formas precarias de contratación expandiéndose a lo ancho y bajo del territorio, la paz de las góndolas fue, a la romana, la paz en un desierto.

 

Ganar

Las alianzas hegemónicas se quiebran cuando se acaba el néctar que convoca a sus componentes individuales. Los grupos excluidos del modelo también juegan y se activan.

En unos años la clase que vive de su propio trabajo recuperó capacidad y herramientas para la disputa por los ingresos. Volvieron los conflictos salariales en un contexto general de crecimiento económico y creación de empleos. El desierto dejó de serlo y la paz de las góndolas, lentamente, también.

Los precios básicos se invirtieron completamente entre mayo de 2003 y noviembre de 2015. En promedio, los precios se multiplicaron por 10, pero los salarios lo hicieron por 16 y el dólar sólo por 3,4.

El gobierno de Cristina Fernández terminó con un aumento de precios anual en torno del 25%. Mucho se habló del flagelo de la inflación en aquel período, mucha tapa de diario, muchas lecciones de higiene macroeconómica por la televisión. En perspectiva, los precios siguieron desde muy atrás a los salarios y la calidad de vida de la gran mayoría de la población mejoró notablemente.

 

Perder

El gobierno de Cambiemos (2015-2019) se inauguró con otra rápida reversión de la relación entre los precios básicos de la economía. La brusca devaluación inicial del peso –es decir, el aumento del valor del dólar– se tradujo en una aceleración de la inflación que redujo significativamente el valor real de los salarios.

En los cuatro años, mientras el conjunto de precios se multiplicó, en promedio, por 4, el dólar se multiplicó por 6,2 y el salario por 3,3. Las tarifas, por su parte, aumentaron entre 1.500% y 3.000%, según la región y el bien energético consumido.

Finalmente, agotado otra vez el néctar que convocó y aunó a los grupos de poder, que en esta ocasión provino exclusivamente del brutal endeudamiento externo, el gobierno terminó entregando un país con un nivel de inflación anual del 54%, es decir, con los precios creciendo al doble de velocidad que cuando asumió.

 

Empatar

La recomposición salarial era parte esencial del programa de gobierno de Alberto Fernández. Así lo demostró con los incrementos de suma fija que decretó al inicio de su mandato y que, en sólo los dos primeros meses de 2020, lograron revertir la pérdida salarial completa del año 2019.

Pero los nubarrones de la pandemia cubrieron el cielo y el resto es noticia fresca. Los de arriba también juegan, desde afuera o adentro de los gobiernos utilizan su poder, no abandonan nunca la disputa por la apropiación de la riqueza y no aceptan mansamente cambios de precios relativos que los perjudiquen.

Los salarios nominales crecieron rápido, pero la escalada del dólar no se frenó a tiempo y luego de 16 meses de gobierno asistimos a un empate entre los principales precios de la economía. Dólar y salarios crecieron 53%, en un contexto en el que el aumento de precios en el conjunto de la economía fue levemente mayor (59%).

Está dura la cebolla o el cuchillo no tiene filo. O ablandamos una, o afilamos el otro.

Si no empezamos a desandar el camino de las reformas neoliberales financieras, productivas y energéticas y volvemos a dotar de capacidades al Estado, los precios básicos seguirán sensibles a cualquier cambio de vientos y la inflación sólo podrá reducirse parcial y esporádicamente.

La cebolla, una vez más, nos hace llorar. Como consuelo, sólo quiero recordarnos que, al final de cuentas, si hay inflación es porque estamos vivos, porque peleamos y porque, aunque no vencimos, tampoco terminamos de perder.

 

* El autor es economista del Mirador de la Actualidad del Trabajo y la Economía (MATE).

 

 

 

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