La insoportable sensatez neoliberal

El teletrabajo educativo plantea una nueva forma de intervención sobre el conocimiento

 

A veces, parecería que la realidad superara no a la ficción, sino a una serie de hipótesis que se vienen señalando desde hace unas semanas. No es la perspicacia lo que se encontraba detrás de algunos señalamientos; por el contrario, era la constatación en varios docentes de las consecuencias negativas que ya, desde fines de marzo, traía la necesidad por la cuarentena, del trabajo docente a distancia (o, si se prefiere, trabajo docente remoto de metodología presencial con dispositivos digitales). El malestar no se relacionaba tanto con una actitud luddita con respecto a las nuevas tecnologías o digitalización de algunos soportes educativos, como con la constatación de que nos enfrentábamos con un cambio profundo en las relaciones laborales, especialmente en el campo educativo, a raíz de la realidad política de los últimos 4 años en la Argentina — y de los 12 años en la Capital.

La rápida actuación del Ministerio de Educación de la Nación en función de la defensa de la salud pública a raíz de la pandemia permitió que la relación entre docentes y estudiantes (aunque con diferentes matices, que mostraron la desigualdad con respecto al acceso a ciertos bienes materiales) se mantuviera a partir del programa “Seguimos educando”. Pero a la denominada brecha digital también se le sumaba la imposibilidad por parte de estudiantes y docentes de tramitar rápidamente un cambio de concepción en lo que respecta a la relación enseñanza-aprendizaje. Esta experiencia sólo es posible en el contacto ético entre los actores implicados; la experiencia educativa no es una mera transmisión de una técnica de análisis; resulta indispensable la presencia en el acto de la producción de conocimiento, si no queremos caer en la idea de un docente-facilitador.

Por otro lado, desde las instituciones abocadas a la tarea de diseñar los dispositivos digitales o plataformas para el desarrollo de la actividad educativa se obviaba la participación de los docentes en su planificación. De tal forma, se vislumbraba una separación entre quienes teorizan alrededor de ciertas problemáticas educativas y quienes tienen como tarea la “transposición” de los saberes producidos en los ámbitos especializados. Así, la brecha digital se basa en dos aspectos: por un lado, el aspecto material correspondiente al acceso a equipamiento y conexión gratuita; y por otro lado, la imposibilidad por parte de los docentes de reconocer en el producto de dichos recursos su propia experiencia y necesidades para la construcción de conocimiento.

Con respecto al aspecto material, también hizo su aparición la voz del neoliberalismo “progresista” de la mano de la ONG “Argentinos por la Educación”, que logró correr el debate hacia un problema material que presentan como fácilmente solucionable (bastaría un acuerdo con las grandes proveedoras de conexión a internet; saldar ciertos costos operativos con respecto a los soportes tecnológicos, para que la “conexión para todos” se hiciera realidad: el neoliberalismo rápidamente limpia su imagen de exclusión educativa, así como lo hace con su chocobarismo. La ONG, como cabeza de playa del neoliberalismo, comenzó a construir su aceptación discursiva con una consigna puramente operativa; pero, como siempre pasa con las experiencias neoliberales (mal que les pese a varios lectores ingenuos), detrás de lo que dicen con fachada de odre nuevo y hasta de etiqueta exquisita se esconde el silencio de un futuro ominoso.

Hace pocas semanas, el think tank de Mariano Narodowski (Pansophia Project, así es el nombre) lanzó sus “Once tesis urgentes para una pedagogía del aislamiento”. No es que proponga la Tesis XI del célebre alemán, sino que recoge de manera estremecedoramente predestinatoria, y con buen tino, un malestar fruto de la incerteza con la que los docentes fuimos lanzados al mundo del “teletrabajo”. Esa incerteza produjo, al mismo tiempo, una sensación de abandono con respecto a nuestra situación material y emocional concretas, y el grupo sushi de la educación pansophiana, ni lerdo ni (mucho menos) perezoso, recogió un guante vacío y lo llenó de contenido. Que ese contenido no sea el que podemos impulsar desde posturas emancipatorias no significa que no sea una respuesta ante la demanda que la tarea docente en época de pandemia requiere.

Poco tiempo después de las tesis pansophianas, una entrevista al prosecretario de Tecnologías de la Información y Comunicación de la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires (UNNOBA), Hugo Ramón, daba cuenta del avance de esa casa de estudios con respecto a la virtualización de sus cátedras. De no ser porque el propio Paolo Rocca, por intermedio de su equipo educativo en la Universidad Argentina de la Empresa (UADE), ya avanzó informando a sus docentes que los clientes de dicha casa de estudio opinaban positivamente con respecto a la digitalización y transformación de sus carreras a la modalidad a distancia, la intervención de Ramón hubiera pasado desapercibida y hasta aislada. Pero lamentablemente, no es el caso. Es más, el prosecretario interviene desde una operatoria que comenzó a circular a partir del petitorio de “Argentinos por la Educación” (Mariano Narodowski, Guillermina Tiramonti, Juan Llach, entre otros atentos pastores del neoliberalismo en educación): “Deberían hacerse algunas definiciones bien claras sobre el acceso a una computadora, la cual no es un bien de lujo, o no debería serlo, y lo mismo para los servicios de conexión en los hogares”. Esta es la solución mágica de los problemas educativos, no sólo para tiempos de pandemia (para los cuales estamos de acuerdo en la necesidad de actuar de este modo), sino para el día después. Ahora bien, las intenciones detrás de esta política se muestran claramente cuando Ramón afirma: “Hay otro montón de cuestiones que este tipo de estrategia digital puede ayudar a ser más simple, que tenga más llegada, que impacte en los costos”. La política de buscar la utilidad de la digitalización se sostiene en el deseo de la disminución presupuestaria, que no es otro que el deseo de Rocca en su universidad (y el deseo compartido por varios grupos empresarios, es bueno aclararlo, para todo el mundo del trabajo).

Ramón no utiliza argumentos novedosos, pero sí efectivos: están arraigados en un sistema de información capilar que tiene su sustento en la emergencia de la modernidad. Marshall Berman dio cuenta hace más de 30 años de la relación entre el impulso burgués con respecto a la revolucionarización constante de las fuerzas productivas, a mediados del siglo XIX, y una de las frases más célebre del Manifiesto comunista con la que Marx y Engels definían a la modernidad: la época en que “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Ramón es, indiscutiblemente, hijo de la modernidad: "Hay dificultades, pero la evolución del hombre se basa en avanzar sobre esas dificultades. Identificar los problemas y continuamente ir resolviendo de manera de poder avanzar, sino nos quedamos estáticos. Hay que animarse y en el sistema universitario argentino todo el mundo se está animando".

El pensamiento tecnocrático, ya sea neoliberal o latente (nos referimos a ciertas actitudes que, aunque no se identifiquen públicamente con los postulados neoliberales guardan con este sólidas relaciones indirectas), es mecanicista (por no decir positivista), como lo demuestran estas afirmaciones del prosecretario: ante un problema, una respuesta que siempre implica una evolución de la humanidad. Pero aún podríamos escarbar un poco más en estas palabras, y en la representación social que implican, ya que habría una pregunta que necesariamente involucraría una respuesta ética: ¿no hay suficientes experiencias humanas sobre el uso de la técnica a la que se haya pensado en un primer momento como un avance por el solo hecho de aparecer y brindar una nueva perspectiva o respuesta, y que culminara en formas de explotación más sofisticadas, por no hablar de la técnica con el objetivo del exterminio, como fue el caso de la relación entre IBM y Adolf Hitler estudiada por Edwin Black? ¿Es suficiente una nueva técnica para tener una puerta abierta al futuro (como se insiste en el discurso económico neoliberal: abrirse al mundo)? Esta preocupación ética no parece estar en las respuestas de quienes van perfilando un diseño a distancia en sus carreras a partir del uso de la tecnología, y de propiciar loas ante el encantamiento técnico. La insoportable sensatez neoliberal no necesita de estas preguntas: su falta de estatuto ético-humanista es directamente proporcional a sus apetencias acumulativas de capital y de una cultura reproductiva de las necesidades neoliberales.

Ramón vaticina: “Es el futuro, y vino para quedarse”. Y en parte tiene razón; no en el uso de la trillada fórmula que ya usara el subsecretario de Planeamiento e Innovación Educativa del Ministerio de Educación e Innovación de la CABA, Diego Meiriño, en 2018 durante el conflicto por la Universidad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (UniCABA). Se trata de un futuro esbozado y construido por el neoliberalismo desde hace décadas: destruir toda forma humanística, de encuentro entre los sujetos; en definitiva, destruir toda condición de posibilidad de una pedagogía emancipatoria. Pero es necesario recordar y contextualizar (para que nadie se haga el distraído) que esta política en el campo educativo está inmersa en relaciones de producción que van más allá de la labor docente.

Mario De Casas, en el número anterior de El Cohete a la Luna, explicó un cambio en las relaciones de producción, fruto de un viraje –al mismo tiempo– en las fuerzas productivas, que debería dejarnos algún tipo de señal sobre la dirección que estarían tomando ciertas decisiones en las relaciones de producción en el campo educativo: “Este proceso [de una economía industrial a una de servicios, y de esta a una de “aplicaciones”] se ha concretado a expensas de una pérdida de conciencia de los trabajadores, factor crucial que no tiene nada que ver con negar las nuevas tecnologías, sino con definir quién se apropia del valor generado".

Pero haría falta señalar una cuestión más, además de la apropiación de este valor agregado que se genera en las relaciones de producción digital: de qué manera la tecnología (en manos del ideal neoliberal explícito y latente) se transforma en un dispositivo que interviene en la variable de costos, como afirmara el prosecretario de la UNNOBA, Ramón, costo que se expresaría en la actividad docente y también la infraestructura educativa. Pero no se trata sólo de un costo, como define el prosecretario a la inversión educativa, sino de una forma de pensar a las relaciones humanas, desde el ideario tecnocrático.

El filósofo francés Eric Sadin, en su libro La inteligencia artificial o el desafío del siglo. Anatomía de un antihumanismo radical, anunciaba que los cambios actuales recaen en oficios y profesiones que requirieron de una formación y producción de competencias que les exigió años de estudio. Está claro que para el neoliberalismo, el docente y el estudiante son costos, y el primero puede ser reemplazado por un dispositivo, el único, adaptado a ese ideal de cambio y de avance permanente. El humano es un estorbo para los apóstoles de la tecnocracia: el humano duda, y no necesariamente después de esa duda se evoluciona (sea lo que fuere lo que signifique ese verbo). No estamos ante un mero cambio de tecnología en el aula, sino ante el avance de una nueva forma de intervención sobre el conocimiento, su aplicación y, sobre todo, el ser humano.

 

 

 

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