La intersección de los mundos

La música que escuché mientras escribía

 

Uno de cada diez lectores de mis notas pasa también por aquí, por lo que esta sección siempre está en el top ten del Cohete. Ese porcentaje me asombra y me alegra, porque en este rincón entablo un diálogo íntimo con ustedes, donde hablo de la vida y de la muerte, del amor y la amistad. Quienes me siguen con habitualidad habrán visto que Bach y Rosalyn Tureck son presencias frecuentes. Como estaba apurado pensé en elegir alguna de las publicaciones anteriores, una especie de very best del año. Pero, mientras escuchaba las partitas que la pianista norteamericana toca a mi gusto mejor que nadie, vi que los textos tenían muchas referencias a mi vida que no me pareció justo repetir, ni por ustedes ni por mí.

Estaba en esa duda cuando encontré una nota de diario titulada “El adiós a la pianista Rosalyn Tureck. Gran intérprete de Bach”. Era de julio de 2003, informaba sobre su muerte a los 88 años, y contaba que había tocado en Buenos Aires en 1992, 1994 y 1998. No tenía recuerdos de esas visitas. Como la memoria no es mi punto débil, no debo haberme enterado cuando ocurrieron. Y eso me lleva a continuar una reflexión iniciada hace tiempo, sobre los mundos paralelos por los que transcurrimos sin que se crucen.

Por supuesto, un filatelista de Floresta puede tener más puntos en común con otro de Shanghai que con un hincha de Platense. No me refiero a eso. Yo amo a Bach y a Tureck, no me son en absoluto ajenos. Sin embargo, ni las tres veces que nos visitó ni en el momento de su desaparición tenía receptores dispuestos, estaba ocupado y preocupado con otras cosas. En el '92 publiqué Robo para la corona, el '94 fue el año de la constitucionalización de los Tratados Internacionales de derechos humanos, el '98 se produjo la detención de Pinochet en Londres y asistí a esa increíble audiencia ante los Law Lords en Westminster, donde la defensora del dictador dijo que si Hitler hubiera sobrevivido a la guerra, podría haber ido con toda tranquilidad a tomar el té en Harrods, porque gozaría de inmunidad soberana. En ese instante supe que el monstruo perdería el juicio.

Tal vez unir todos esos fragmentos sea un privilegio de la senectud. Espero que lo goces tanto como yo.

 

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