La interventora

Atea, verde y admiradora de las Madres: la fiscal Cristina Caamaño estará a cargo de la AFI

No será la Señora 5, pero sí la primera mujer en meter sus tacones en el despacho desde donde se controla el poder subterráneo en la Argentina. Hasta el viernes, Cristina Caamaño seguía firmando expedientes en su fiscalía nacional en la zona de Tribunales y comentaba con cierta naturalidad que iba a estar la semana que viene en el edificio de la calle 25 de mayo. Para conocedores y no tanto, ahí tiene su sede la Agencia Federal de Inteligencia (AFI). Caamaño descenderá a los sótanos de la democracia, como los llamó Alberto Fernández en su discurso inaugural, y tratará de transparentar la central cuya mano se ve detrás de cualquier desgracia política y judicial que ocurre en el país.

Era viernes y un poco después de las nueve de la noche, cuando Caamaño salió de la Casa Rosada. El viento frío le pegó en el rostro mientras revisaba los mensajes que se acumulaban por decenas en su teléfono. Había estado reunida con Fernández y su jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, ultimando los detalles de la intervención. Ese mismo día, le mandó un oficio a su jefe, el procurador interino Eduardo Casal, para avisarle que iba a tomarse licencia.  El lunes deberá plantar bandera en la AFI por, al menos, seis meses.

 

Según el decreto que la oficializa como interventora, Caamaño podrá modificar la estructura de la agencia y deberá reducir al mínimo las partidas de fondos reservados, que deberá remitir a la Jefatura de Gabinete para ser empleadas en programas contra el hambre.

En los últimos días se conoció que ninguno de los espías cobró el aguinaldo porque desde el fin de gobierno de Mauricio Macri no había nadie con firma para autorizar las partidas. Su primera misión será firmar para que cobren antes de Navidad. Una especie de Mamá Noel, que después de las fiestas pondrá en marcha el plan para sanear la agencia.

 

Comunista, atea y verde

Caamaño nació en una familia de comerciantes que vivían frente al Jardín Botánico. Hizo la escuela primaria y secundaria en el colegio Santa Teresa de Jesús, ubicado en Scalabrini Ortíz y Las Heras, pero la religión no caló en ella. Se anotó para cursar Derecho en la Universidad de Belgrano (UB), pero puso la carrera en pausa cuando se casó, tuvo dos hijos y se separó. Mientras tanto, se ganaba la vida haciendo lo mismo que sus padres.

Terminó la carrera en la Universidad de Buenos Aires (UBA) mientras militaba en el sector alfonsinista de la Unión Cívica Radical (UCR). Estuvo en el cierre de campaña de Raúl Alfonsín como tantos otros miles. Fue parte de algunas reuniones con los discípulos de Carlos Nino, los Nino Boys. Y participó del programa de la UBA en las cárceles. Ahí se guiaba por un principio: nunca le preguntaba a la persona que estaba detenida por qué delito lo estaba. Prefería crear una relación antes que un prejuicio.

A la justicia llegó en 1993. Recién en 2006 se convirtió en fiscal. Durante años dio clases en la Universidad de Madres de Plaza de Mayo. De pañuelo verde en la muñeca, publicó hace poco un artículo en el libro Yo milito por el aborto legal, compilado por Florencia Saintout.

En la semana, después de una conversación con Fernández, se hizo una corrida para comprar entradas para el Teatro Colón. Es justo lo que andaba buscando el flamante presidente: una kamikaze, alguien que puede convivir con altos niveles de tensión y sostener una vida normal. El domingo, había estado en un recital de la periodista Irina Hauser en el centro cultural Morán. Algunos recuerdan la travesía en taxi que hizo en marzo de 2016 para ver a los Rolling Stones  mientras ella participaba de un congreso.

 

La bala que mató a Mariano

El 20 de octubre de 2010, Caamaño estaba de turno en su fiscalía. Sonó el teléfono y le dijeron que había despelote cerca del Riachuelo. Cuando llegó con su secretario, se encontró con tres manifestantes heridos y con Mariano Ferreyra muerto. Era un pibe que militaba en el Partido Obrero (PO) y había estado participando en una protesta de trabajadores tercerizados del Roca.

-- Menos mal que no fuimos nosotros – le dijo un policía que estaba en la zona.

-- Omitir también es delito – le respondió la fiscal, que había llegado con el secretario de la fiscalía, y le dio la espalda.

Pidió las cámaras de la zona y  las grabaciones al móvil de C5N, que le permitió reconstruir cómo fue la persecución.  Fue el propio Julio Alak, el entonces ministro de Justicia de la Nación, a llevarle un testigo protegido con información clave para tirar del hilo que llegaba hasta José Pedraza, líder histórico de la Unión Ferroviaria (UF).

A los tres días de la muerte de Mariano, llamó su hermano, Pablo, a la fiscalía. Lo atendió la fiscal y le sugirió encontrarse en un bar cerca de donde vivía el muchacho. Sentados en el café de la calle Scalabrini Ortiz, le contó cómo iba la investigación y le pidió ayuda para convencer a los militantes del PO de que fueran a declarar.

Una semana exacta después del asesinato de Mariano, murió Néstor Kirchner. En 2012, cuando arrancó el juicio que terminaría con Pedraza, la patota de la UF y un grupo de policías de la Federal  condenados, Cristina Fernández recordó la frase de su hijo Máximo: “La bala que mató a Mariano rozó el corazón de Néstor”.

 

Las damas duras de Seguridad

El año terminó con una represión en el Parque Indoamericano. En medio del duelo, CFK anunció que iba a separar Seguridad de Justicia, y que el nuevo ministerio iba a quedar en manos de Nilda Garré, hasta entonces la mujer dura de Defensa. El anuncio fue el viernes 10 de diciembre de 2010, día de los derechos humanos. El lunes siguiente, Garré le pidió el teléfono de Caamaño a Esteban Righi. La llamó y le pidió que pasara a verla.

-- Andá, quizá quiere preguntarte por el tema de la policía – le aconsejó el entonces jefe de los fiscales.

Pero no. Garré le ofreció secundarla en el Ministerio. Ella dijo que tenía que hacer un par de consultas. Antes le advirtió: “Mirá que yo vengo de otro palo”.

Salió y agarró el teléfono.

-- Tengo algo que contarte – le dijo cuando la atendió Pablo Ferreyra, el hermano de Mariano.

-- Contame.

-- Me ofrecen ir al Ministerio de Seguridad, pero sin tu aprobación no lo hago.

Después lo llamó a Raúl Zaffaroni, entonces ministro de la Corte Suprema, y al Bebe Righi. Los tres le dijeron que tenía que aceptar. Ella todavía tenía a su cargo la investigación por el asesinato del militante del PO y temía que el ascenso fuera una forma elegante de correrla de la causa.

En el Ministerio se ganó la fama de dura mientras caminaba subida a los tacos y el pelo largo ondeado. Cuentan que no le temblaba el pulso cuando tenía que separar a integrantes de las fuerzas de seguridad involucrados en ilícitos, y también que los enfrentamientos con Sergio Berni llegaban a ser a grito pelado.

Raúl Zaffaroni y Cristina Caamaño.

 

Colgar los cuadros

CFK volvió a hablar de Mariano Ferreyra el 26 de enero de 2015. Ese día anunció que iba a mandar un proyecto para disolver la Secretaría de Inteligencia (SI) y que iba a traspasar la oficina de escuchas a la Procuración General de la Nación, entonces a cargo de Alejandra Gils Carbó.

Hacía doce días que Alberto Nisman había cortado sus vacaciones en Europa para venir a denunciarla a ella y a otros de sus funcionarios, como Héctor Timerman, por haber firmado un memorándum de entendimiento con Irán.  Los acusaba de encubrir el atentado de la AMIA. Cuatro días después, Nisman aparecía muerto en su departamento del edificio Le Parc. Un mes antes, CFK había descabezado la SI y eyectado al entonces hombre fuerte, Antonio Horacio Stiuso, Jaime.

En la Procuración nadie sabía que iban a tener que hacerse cargo de las escuchas, ni siquiera Gils Carbó. Era otra papa caliente mientras todos los ojos estaban posados en cómo la fiscal Viviana Fein conducía la investigación por la muerte de Nisman, y los fiscales de Comodoro Py organizaban marchas multitudinarias.

-- Necesito a alguien que tenga la capacidad de pisar un campo minado – le dijo Gils Carbó a sus colaboradores.

Caamaño desembarcó con su equipo para fines de junio de ese año en el edificio de Los Incas, más conocido como “Ojota” por ser la Dirección de Observaciones Judiciales en los tiempos de la SIDE y cuando el propio Stiuso tenía su base de operaciones ahí.

La oficina de Caamaño estaba en el sexto piso. Todo era de un dorado, saltado y añejo. Los trabajadores de la Procuración la definían como de un estilo menemista. Caamaño llevó un par de cosas para imprimir su marca en el lugar. Colgó unos cuadros en la pared: una carta de Salvador Allende y una imagen de las Madres.

-- ¿Y esto? – le preguntó esta cronista en 2015.

-- Esto si me echan me lo van a devolver – respondió la fiscal con una carcajada.

 

Que entre luz

El edificio de Los Incas tiene seis pisos. En el cuarto, se hacen las escuchas directas. Una parte de ese lugar, totalmente tapiada, se llamaba el Sector Castigo. Ahí, durante los tiempos de la SIDE, se mandaba a escuchar a los empleados que no habían cumplido con los designios de sus jefes. En el Sector Castigo, por ejemplo, se escuchaba todo lo relativo al atentado de la AMIA.

Durante los primeros meses, el personal del Ministerio Público convivió con el de la AFI. Usaban las mismas llaves de las que colgaban casetes para abrir las puertas y comían en la misma mesa en la que estaban las marcas de la navaja con la que abrían los CDs, donde se grababan las escuchas. Ahí oían historias de la crueldad de la propia SIDE para sus escuchadores. Les contaban, por ejemplo, que algunos podían pasar varios días "detenidos" dentro del mismo edificio.

Caamaño pidió que retiraran lo que tapaba los grandes ventanales de vidrio y mandó a comprar unos futones para que descansaran los trabajadores que hacían largos turnos con las escuchas directas.  Armó también una lista con nombres y cumpleaños. Aunque le costaba aprenderse los nombres de todos los empleados, se dedicaba a comprarle un regalo a cada uno cuando cumplía años.

La experiencia en Los Incas duró unos pocos meses. Se mejoró el servicio y se acortaron los tiempos de conexión con los teléfonos a escuchar en casos en los que había riesgo de vida. Fue también un quiebre en las prácticas de connivencia entre jueces y espías.

-- Mándeme una de esas valijitas para escuchar, que funcionan bien – le dijo un juez a la fiscal cuando se hizo cargo de la oficina.

-- Doctor, eso que usted me pide es ilegal – le respondió.

-- ¿Yo le dije valijitas? – se atajó el magistrado.

Caamaño pintando los pañuelos de las Madres en Plaza de Mayo.

 

El fin de la historia

Por Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU), Mauricio Macri sacó  en diciembre de 2015 las escuchas de la órbita de la Procuración para ir minando el poder de Gils Carbó. La oficina pasó a depender de la Corte Suprema. Fue la propia Caamaño quien combinó el acto de traspaso con Ricardo Lorenzetti porque Gils Carbó estaba en Costa Rica, asistiendo a la jura de Zaffaroni como juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Después del traspaso, Caamaño se mudó a un edificio de la calle Perú y puso en marcha una nueva dirección de asistencia tecnológica para fiscales. Para abril de 2016, ya habían regresado todos los trabajadores de la Procuración de Los Incas. La oficina se fue armando en largas reuniones que se hacían todos los lunes. Un día, la vieron entrar cargando la vajilla que había sido de su abuela para que pudieran tomar café.

Con la renuncia forzada de Gils Carbó, Caamaño tuvo que dejar esa dirección – por sugerencia de Casal – y volver a su fiscalía.

Durante su gestión al frente de las escuchas no hubo ninguna filtración, resaltó este mes CFK en su declaración indagatoria en el juicio por Vialidad. Caamaño se emocionó y compartió la intervención de la actual vicepresidenta en sus redes sociales.

Con Gils Carbó compartieron militancia en Justicia Legítima, espacio que hoy preside Caamaño. Cuando le llegó el ofrecimiento de ir como interventora a la AFI, la fiscal lo comentó con su ex jefa. “Sos la única persona que puede hacer ese trabajo”, le respondió.

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