LA LITERATURA COMO PATRIA

El último libro de Kurt Vonnegut atraviesa géneros y articula su legado

 

El 13 de febrero de 1945 comenzaron a caer sobre medio millón de civiles y militares de la ciudad alemana de Dresde cerca de cuatro mil toneladas de bombas incendiarias y explosivas. El ataque llevado a cabo por aviones británicos y estadounidenses durante tres días seguidos mató cerca de 30.000 civiles y dejó la capital sajona reducida a cenizas. Entre quienes vieron caer las bombas desde abajo había un reducido grupo de prisioneros de guerra que realizaban trabajo esclavo y, en ese contingente, un equipo de norteamericanos destacado en una empacadora de viandas. Entre ellos, Kurt Vonnegut (Indianápolis, 1922-Nueva York, 2007), que en esos días pasó de meter carne vacuna en latas a acarrear calcinada carne humana a fosas comunes. Le llevó nada menos que cuatro décadas procesar esa experiencia que lo marcó, propiamente, a fuego durante toda su vida y a lo largo y a lo ancho del conjunto de su excepcional obra literaria. Matadero cinco era el nombre de la empacadora alemana así como —acto expiatorio, homenaje, memorial— el de la novela insoslayable que comenzó a escribir en 1967 y publicó con rotundo éxito en 1969.

 

Dresde, después del bombardeo aliado.

 

Para ese entonces Vonnegut distaba de ser un novato literario. A partir de 1952 había publicado cinco libros, entre cuentos y novelas. En todos ellos, así como en los posteriores, la experiencia de aquel martes de carnaval, preso en territorio nazi, a cuatro meses de la derrota definitiva del Reich, aparece de muchas maneras. “Yo vi la destrucción de Dresde. Vi la ciudad antes y la vi después al salir del refugio antiaéreo, y desde luego la risa fue una forma de reaccionar. Dios sabe que es el alma que necesita desahogarse”. La frase refulge ya en la segunda página de Un hombre sin patria, libro pequeño en su volumen (125 páginas), enorme en contenido, postrer obsequio de un escritor varias veces postulado pero que nunca recibió el Premio Nobel, como algunos otros que conocemos y tantos pelafustanes que ignoramos. Frase, por cierto, que invoca a un dios en el que no creía para nada y al que acudía cada vez que necesitaba referir situaciones ajenas a la voluntad humana de quienes las padecían. No así a sus apóstoles y profetas, de los cuales adoptaba sentencias de raigambre antropológica que le venían bien, resabio del estudio de esa ciencia que adoptó al retornar de la guerra. Igual que las referencias a las ciencias duras, efectos de su previa carrera universitaria de química; alusión que la crítica barata le enchastró colocándole en el anaquel de la ciencia ficción.

 

El autor, Kurt Vonnegut.

 

Generoso en recursos, Vonnegut muestra en Un hombre sin patria la estructura literaria de textos de Kafka, Shakespeare, cuentos infantiles o un simple folletín cachondo, en los apuntes para una disertación académica sobre esa entelequia denominada “escritura creativa”. Esquematiza a través de coordenadas cartesianas para demostrar el paralelismo en La Cenicienta y Hamlet; idéntico mas con los sexos cambiados: el príncipe de Dinamarca pierde al padre, la doncella de los hermanos Grimm a la mamá. Al primero se le aparece el fantasma del progenitor, a la niña un hada buena, ambos les baten la posta. Y así sigue. Delirio, humor, rigor, sarcasmo, se deslizan en una escritura dentro de la cual el lector con gusto se deja arrastrar. Juegos cotidianos, filosóficos, políticos, sin discordancia se entrecruzan en este librito, rara mezcla de memorial, libreta de apuntes, recuerdos, perfiles, manifiestos éticos, aparentes trivialidades en que el autor, a los ochenta y dos años, se caga en todo. Menos en quien lee.

Despliega un compromiso social que le otorga profundidad histórica al título, al describir una y otra vez la banalidad del establishment político de su país, con el cual en momento alguno se identifica. Por el contrario, lo destripa. Sin renegar de su nacionalidad, se pliega a los avatares de la clase trabajadora, reivindica el socialismo y se incluye dentro de un humanismo ateo que procura “que nuestra conducta sea lo más decente, justa y honesta que podamos, sin esperar recompensa ni castigo en otra vida”. Salpicado por un ineludible ecologismo primermundista, descree de la idea del progreso indefinido: “Por mí, la evolución se puede ir al carajo. Menudo error que somos. Hemos herido de muerte a este planeta dulce y sustentador de la vida (el único de toda la Vía Láctea) en un siglo de euforia por el transporte”. Principios que concretiza en historias, recordadas o inventadas, qué más da, siempre sensibles, elocuentes, divertidísimas. La frontera entre la imaginación y la realidad, Vonnegut la difumina en el acto social de la escritura: “Al circuito de la imaginación se le enseña a reaccionar ante la más pequeña de las señales. Un libro es un ordenamiento de menos de treinta símbolos fonéticos, diez números y unos ocho signos de puntuación, en el que tan solo con pasar los ojos por encima la gente puede visualizar la erupción del Vesubio o la Batalla de Waterloo”.

 

Ilustrado con los desopilantes afiches que Kurt Vonnegut realizó junto con el serigrafista Joe Petro III para el proyecto artístico Origami Express, Un hombre sin patria constituye un legado antibiográfico empapado de historias, una lección de escrituras, un abrevadero inagotable.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Un hombre sin patria

Kurt Vonnegut

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2020

126 páginas

 

 

 

 

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