La locura es como la gravedad

Riesgos para la seguridad y para activos estratégicos del país

 

Los resultados de las últimas elecciones no deberían ser utilizados para esgrimir medidas de política económica que pongan en riesgo ni nuestra seguridad energética, ni en materia de infraestructura de telecomunicaciones, ni de política de aeronavegación, ni de ningún activo estratégico, incluyendo el capital humano en todas sus dimensiones y edades. Menos aún las libertades y derechos civiles consagrados por nuestra Constitución nacional.

Cuando Milei se jacta de que la gente que lo ha votado “le ha convalidado el ajuste”, lo expresa ocultando que un 24 % de la población no ha votado (tal vez, entre otros motivos, por el difícil dilema de tener que votar opciones indeseables, dado que en términos de tendencias históricas el porcentaje de votantes había sido de entre 82-85 % desde el retorno a la democracia en 1983). Pero también lo hace ignorando que otro 44 % de la población tampoco lo ha elegido. Es decir que su supuesta “licencia para matar”, en este caso al Estado —que además desea capitalizar el ex Presidente Macri—, no tiene la pretendida licencia social que él expresa con una sonrisa. Sonrisa que se puede percibir a veces como burlona, tal como cuando al terminar su discurso nos dice que, de seguir sus recetas económicas libertarias, la Argentina será una potencia en treinta y cinco años. ¡Treinta y cinco años! En un país acostumbrado al sálvese quien pueda día a día. No puedo inferir que está proponiendo una tiranía, pues los mandatos hasta la fecha duran cuatro años y la posibilidad de reelegir se limita a ocho años. Pero si hay algo que nos caracteriza como pueblo es la buena fe, en particular cuando un modelo de hacer política se agota. También la tuvimos con el plan de convertibilidad que Milei continúa alabando a pesar de que la frase “que se vayan todos” refería al crítico momento en el cual su mentor fue el mismo que le puso fin, permitiendo un desastre descomunal entre octubre de 2001 y todo el año 2002.

Pero, a diferencia de lo que se suele atribuir en términos de similitud entre el Presidente electo con Donald Trump y Jair Bolsonaro, lo cierto es que la seguridad nacional —con todas sus dimensiones vinculadas al manejo de infraestructura estratégica y sensible— han sido priorizadas por estos últimos. En ningún caso, ellos han propuesto un modelo tan extremo en términos de otorgar a los acuerdos entre individuos desiguales el status de un nuevo modelo político y social. Trump representó los intereses objetivos de una parte del pueblo estadounidense en contra de una élite globalista en momentos de alto desempleo. Bolsonaro no propuso privatizar Petrobrás. A lo sumo hizo caja vendiendo algunas áreas del Presal para poder financiar el Estado y modificar ciertos valores rectores de la sociedad entre derechas e izquierdas. Ninguno ganó con un discurso anarco-capitalista. Y esto último es importante remarcarlo, pues es un pensamiento extremo que tomará a la Argentina como caso testigo de un mundo en profunda crisis ética y de pensamiento. Sería un experimento en gran escala por primera vez en un país de clases medias. Algo así como ser ratas de laboratorio, donde se puede o no morir, pues la vida de esas ratas está destinada a eso. Pero con la promesa del brutal ajuste relatada bajo el esquema del peso de una espada de Damocles frente a la amenaza de una hiperinflación que podría generar, en palabras del Presidente electo, y llegar a un 90 % de pobreza, se halla la intención de entregar a capitales extranjeros nuestras riquezas presentes y futuras. He aquí que ya definido el resultado electoral, la pregunta lógica es: ¿quién está promoviendo ahora la campaña del miedo?

Por supuesto que la inflación y la no representatividad de las fuerzas políticas respecto a los deseos, necesidades y aspiraciones de mucha gente es la parte legítima de esta historia. Pero al anunciar que para salir de esta crisis es necesario empobrecerse aún más a través de una hiperinflación —y deseando que esta sea producto del desmanejo del Estado en estos pocos días que faltan para el 10 de diciembre— nadie conoce con certeza la profundidad del abismo al que conducirá esta situación.

Si pensamos en lo que significó para la Argentina la privatización de YPF y la absoluta pérdida de decisiones soberanas respecto al autoabastecimiento energético, no se debería repetir tal error. Buena parte del déficit comercial de la Argentina se originó en la balanza energética luego de que Repsol fuera adquirida por SACyR Vallehermoso S. A. en 2004, cuando decidió extraer renta de su filial argentina y reinvertirla principalmente en el norte de África con miras al mercado importador de España. Pero esa compañía entró en una grave crisis financiera entre 2008 y 2009, pues el núcleo de su actividad era la construcción, no la industria petrolera. Por otra parte, la propia adquisición de YPF fue la que le permitió a Repsol incurrir en actividades de exploración y explotación de hidrocarburos, área de actividad con casi nula experiencia en 1998 y que adquirió gracias al excelente personal con que contaba YPF. Es más, caben fuertes dudas de que la casi mágica amortización de la deuda contraída por Repsol para comprar YPF fue cancelada con los dólares fugados desde la Argentina entre marzo y octubre de 2001. Así, Argentina perdió el registro de importantísima información geológica, poder de decisión en materia de inversiones y también valiosos recursos humanos, pero al mismo tiempono recibió nada a cambio. La restricción de la oferta interna que sufrió nuestro país por carecer de dicho poder de decisión en materia de inversiones en energía, si bien subsiste, se ha morigerado tras esa nacionalización que permitió revertir junto a otros operadores la producción de gas y petróleo. A ello se suman las cuantiosas inversiones que el Estado financió y que forman parte de los activos de empresas privatizadas. Además la sociedad debe saber que cuando los precios internacionales de los hidrocarburos cayeron entre 2015 y 2017, las propias empresas recibieron cuantiosos subsidios, unos que ya habían comenzado antes para estimular la producción. Sostener que el mercado resolverá los desequilibrios entre oferta y demanda energética es ignorar las penurias desatadas desde 2004 a la fecha, debido a la ausencia de inversiones privadas y, peor aún, que cuando hubo inversiones lo único que lograron fue acelerar el depletamiento de nuestros yacimientos para exportar a precio vil durante la convertibilidad. También es ignorar el impacto que tuvo ese desabastecimiento nacional para las cuentas públicas debido a los subsidios a la demanda, que nacieron de una devaluación sin precedentes en 2002 y del aumento de los precios internacionales de los hidrocarburos entre 2003 y 2014. Si la economía se encaminara a una dolarización —cosa que no aconsejan hoy ni los economistas más liberales de los que pasaron por el gobierno de Macri—, esta falta de política energética podría causar vaivenes en la base monetaria que desestabilizarían la macroeconomía como ha sucedido en Ecuador.

Otra cuestión crítica —y menos difundida— se refiere al éxito que ha tenido ARSAT desde 2004 en tender 32.804 kilómetros de fibra óptica iluminada que ha permitido llegar a 1.129 localidades conectadas y servir a cerca de 22 millones de usuarios. Creo no equivocarme al sostener que pocos ciudadanos identifican las siglas REFEFO (Red Federal de Fibra Óptica) a pesar de que la utilizan y sin la cual el acceso a los múltiples servicios de Internet no sería factible en plena era digital. Quienes duden de lo que se afirma pueden consultarlo en la página oficial. El propio censo de 2022, en sus resultados definitivos, ha registrado que más de 34 millones de personas usan Internet a través del celular (esto es el 88 % de las personas mayores a los 9 años de edad). La llegada a puntos remotos del país jamás se hubiera dado en un contexto de operadores privados, pues fue precisamente la mirada integral sobre el territorio lo que primó en el diseño de tendido de la REFEFO y del uso de satélites para lograr tal grado de cobertura.

De hecho, el conjunto de prestadores privados de servicios de Internet contrata con ARSAT como proveedor mayorista a precios razonables, precisamente porque dicha empresa ha logrado lo que su antecesora privada no pudo, ni que ninguna otra quería invertir, aceptando el papel del Estado en la creación de un soporte físico de base, que hoy ha logrado la inclusión digital. Pero como estos éxitos corresponden en buena medida a gobiernos hoy cuestionados, nada de esto se dice. El discurso de odio ha facilitado todo, pues, de modo paradójico, dicha inclusión digital ha permitido la circulación masiva de tales mensajes e infinidad de mentiras.

Otro caso emblemático es Aerolíneas Argentinas, que es reconocida por ser una de las mejores y más seguras aerolíneas del mundo y elegida por Travelers' Choice Awards como la mejor aerolínea de América en cuanto a servicios a bordo y puntualidad de 90 %. Tal vez pocos recuerden las épocas en que fue privatizada, primero por Iberia, luego manejada por el oscuro grupo Marsans, pues ni el propio ex Presidente Macri (a quien Milei llamó, en un evidente acto fallido, “Presidente Macri” en el discurso que dio luego de que se conocieran los resultados) tuvo el valor de hacerlo. Es claro que en 2015 el vilipendiado kirchnerismo estaba aún vivo y había dejado desequilibrios más manejables que los actuales, que son la suma de aquellos, los de 2016-2019 y los acumulados desde la pandemia y agravados en 2023 por la sequía, la escasez de divisas y los enormes errores cometidos por el gobierno saliente. Errores de todo tipo, pero uno grave que consistió en radicalizar un relato que ya no tenía como contrapartida una imagen simétrica con la angustiante realidad de un proceso de inflación creciente y la baja calidad de prestación de servicios de salud y educación básica, que han transitado un deterioro progresivo, precisamente a causa de falta de financiamiento, y de una innegable percepción de “fiesta política” que mostró facetas inocultables de nuestra clase gobernante, mientras que los pobres sufren no solo de carencia de ingresos, sino de seguridad en las múltiples dimensiones que hacen a dicho término. Pero la pregunta frente a este panorama devastador para grandes mayorías es: ¿qué beneficios tendrán quienes padecen estas realidades sin pertenecer a ninguna casta política? Ser un trabajador universitario, científico, operario, empleado público en general —incluyendo a los de educación y salud—, de la construcción, o desempeñándose en servicios de cuidado de personas o doméstico, jubilado, u otra categoría no es ningún privilegio ni significa ser miembro de una “casta”. Por el contrario, forma parte de quienes sirven al país con tantos defectos y virtudes como los que caracterizan a cualquier otro/a ciudadano/a que desempeña distintas funciones en el sector privado. Ojalá la magnitud del ajuste fuera el de “solo suspender privilegios indebidos”. Pero, por cierto, las palabras del Presidente electo son demasiado vagas e imprecisas como para vislumbrar lo que imagina respecto al impacto que tendrá el ajuste sobre la caída del producto bruto interno por habitante, el nivel de empleo, el nivel del salario y del poder adquisitivo de grandes mayorías, incluyendo a quienes lo votaron. La crisis de 2002 mostró que, en pleno auge de la economía, se necesitaron no menos de cinco años para alcanzar un nivel de riqueza media semejante al de 2001.

Pero aquel ex Presidente —que tampoco le cae bien a buena parte de la militancia de LLA— siempre ha apostado a otra cosa. Y es por ello por lo que aprovecha a un Milei obsesionado con destruir al Estado y obnubilado por los supuestos éxitos de las economías de mercado, para que el ajuste sea brutal y a costa de sacrificar tanto a los activos estratégicos de la República Argentina, como a buena parte de sus propios votantes, pues “el ajuste brutal que augura” empobrecería a todos menos a los privilegiados y súper ricos. Al irse aclarando los nombres de los ministros clave, uno está tentado a pensar que, así como hubo lemas tales como “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, o un símil predicho al ganar Alberto Fernández con la presencia de Cristina Fernández de Kirchner respecto a quién ejercería el poder, hoy el lema podría ser interpretado como: “Milei al gobierno, Macri al poder”. Ello parece repetir una historia clásica de nuestro país. Ojalá me equivoque.

En el clima político, económico y social actual aquí —y también en el mundo—, echarle la culpa “a la pesada herencia” es funcional, como lo fueron los extraños siniestros de los depósitos de Iron Mountain en febrero de 2014 y en abril de 2023, del cual el primero, según peritajes, fue intencional, y del segundo ya casi no se habla. ¿Qué documentación comprometedora contenían esas cajas? Nadie lo sabe con exactitud. Lo que es certero, no obstante, es que allí guardaban sus documentos las grandes empresas y los grandes bancos. Entre ellos el HSBC, acusado del lavado de activos.

Pero en el momento actual, echarle la culpa de la presente situación a quien aún no ha tomado siquiera el mando sería un absurdo, a pesar de que sus opiniones influyen sobre “el mercado”. Y los mercados están llenos de secretos que el común de los mortales desconocemos. También las previas referencias a cómo construyó poder Hitler generan terror. Terror en un mundo que ya no parece demasiado interesado en defender vidas inocentes.

Tal vez por ello Macri se apura a sentenciar a muerte a “Los Orcos” (como él despectivamente se refiere a manifestantes en reclamo de derechos, como si todos fuesen izquierdistas revoltosos condenados de antemano a la ilegitimidad, zombis o excremento humano, en vez de gente frágil y desesperada), pues su proyecto es destruir a la Argentina, su integridad territorial, sus símbolos, con sus millones de personas que piensan y actúan de modo diverso, bajo imaginarios brutales —casi haciendo apología del delito y de la violencia que augura sin que se haya aún producido—, pero que deja entrever. A su vez, parece querer provocar a la militancia joven de LLA, posiblemente liderados por barras bravas y elementos de las fuerzas de seguridad hartos de su triste destino. Dios no permita que entremos en tal barbarie. Ni que esto se convierta en una profecía auto-cumplida. Bastante sufrimiento hemos tenido. ¿Necesitamos más halcones? ¿Más furia e irracionalidad?

Las recientes propuestas de resolver el problema de las Leliqs parecen responder a los temores de los bancos; el levantamiento de las sanciones que pesaban contra YPF muestra la discrecionalidad de las penalizaciones que vienen de juzgados foráneos y tal vez la realpolitik sea lo que prime y haya aún palomas.

Una de las frases más repetidas del Presidente electo ha sido: “Una Argentina distinta es imposible con los mismos de siempre”. Pero esta verdad no se aplica solo a la vertiente democratizadora de la política (¿la casta?), pues al parecer también son los mismos de siempre los que se proponen para supuestamente lograr un país mejor (¿las dinastías?). En verdad, nuestro dilema como nación no ha recibido propuestas de consensos, sino de enfrentamientos. Enfrentamientos que en su sabiduría supo expresar José Hernández al señalar que ello facilita que nos devoren los de afuera.

En una promesa electoral, con el conjunto de reformas propuestas, el Presidente electo ha manifestado: “La Argentina podría alcanzar niveles de vida similares en 15 años a los que tiene Italia o Francia. Si me dan 20, Alemania y si me dan 35, Estados Unidos”.

Sin embargo, ahora, hasta Andrés Oppenheimer, quien nos instó a abandonar nuestra obsesión por la historia, que previamente nos ha asustado con su libro Sálvese quien pueda, nos sorprende al afirmar que “el parámetro que usamos para medir el progreso es necesario, pero no suficiente para aumentar la felicidad. Hay otros factores, como la pérdida de comunidad, la carencia de propósito y la adicción a las redes sociales, que están alimentando la desesperanza”. Creo que no hay que estar de acuerdo con todo lo que propone el ultra-conservador periodista que dista mucho de ser ecuánime, pero tampoco ignorar lo obvio. Hemos perdido la noción de comunidad y hecho un uso desmedido de mensajes destructivos que han alimentado desesperanzas. No obstante, de la historia se aprende y aún estamos a tiempo de definir un propósito individual y colectivo. Este no puede carecer de cordura.

Esperemos que las expectativas puestas en el nuevo Presidente no sean la locura que te lleva a un mundo totalmente desconocido y desapegado de la realidad, ni que la frase del Joker: “La locura es como la gravedad, basta con un pequeño empujón”, sea solo eso: una ficción y no una historia que se repite, de la cual los lamentos son tardíos.

 

 

 

 

* Roberto Kozulj es economista, ex vicerrector de la Sede Andina de la UNRN y profesor titular adscripto a la Fundación Bariloche.

 

 

 

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