La lucha por la igualdad

El último libro de Thomas Piketty traza un camino para la izquierda del siglo XXI

 

Thomas Piketty es conocido por ser el autor de varias obras actuales sobre el capitalismo. En El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica, 2013) ha realizado un detallado análisis de la distribución del ingreso y la riqueza en el mundo desde el siglo XVIII hasta el presente. Allí sostiene que cuando la tasa de rendimiento del capital supera de modo constante la tasa de crecimiento de la producción, “el capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles, arbitrarias, que cuestionan de modo radical los valores meritocráticos en los que se fundamentan nuestras sociedades democráticas”. En un segundo ensayo, Capital e ideología (Deusto, 2019), el economista francés llevó a cabo un pormenorizado estudio sobre los regímenes de desigualdad desde la Revolución Francesa hasta la actualidad y un análisis del posicionamiento que, frente al fenómeno, fueron adoptando los partidos políticos en Estados Unidos y Europa. El extenso libro, de 1.200 páginas, termina con una propuesta de “socialismo participativo” para “superar el capitalismo y la propiedad privada”. La tesis central de esa obra es que ni la lucha de clases, ni la mano invisible del mercado, ni el protagonismo de los grandes líderes es lo que mueve al mundo. Lo que da sustento a la persistencia de las desigualdades es la justificación de la posición de los ganadores, es decir que “la desigualdad es ante todo ideológica”.

Piketty reconoce que si bien el primer ensayo se convirtió en un “superventas”, en general sus textos, por su extensión, no están al alcance de todos los públicos. Por ese motivo, ha decidido lanzar una versión resumida de sus trabajos anteriores en Una breve historia de la igualdad (Deusto, 2021) donde recoge sus tesis básicas. El resultado es espectacular, porque Piketty ofrece una suerte de manual para la izquierda del siglo XXI, indicando el camino que se debe seguir si se aspira a un cambio radical, que alumbre el surgimiento de un “socialismo democrático y federal, descentralizado y participativo, ecológico y mestizo”. La senda que propone es –en esencia– reformista, dada la restricción que supone aceptar las reglas de juego de la democracia. Pero las reformas profundas en materia de fiscalidad, de redistribución y pre-distribución de la riqueza y la participación progresiva de los trabajadores en la propiedad de las empresas, llevan, inevitablemente, a una transformación radical del modo de producción capitalista.

 

 

Thomas Piketty, especialista en desigualdad económica​ y distribución del ingreso.

 

 

 

Valorar las soluciones institucionales

El libro de Piketty respira optimismo antropológico. Mediante un análisis histórico de varias magnitudes económicas –de renta y concentración de la propiedad– consigue demostrar la existencia de una “tendencia a largo plazo hacia la igualdad”. De allí su afirmación de que “el progreso humano existe, esto es innegable”. Entre 1780 y 2020 se observa una evolución hacia una mayor igualdad de status, de patrimonio, de ingresos, de género y de raza en la mayoría de las regiones y sociedades del mundo. La riqueza creada a lo largo de la historia es un proceso colectivo y complejo, dado que las sociedades humanas inventan constantemente instituciones para distribuir la riqueza y el poder. También influyen circunstancias aleatorias, como la dependencia de la división internacional del trabajo, el lugar ocupado durante las expansiones coloniales, la dotación de recursos naturales o la acumulación de conocimientos alcanzada, pero en el fondo siempre estamos ante opciones políticas que son múltiples y reversibles. La segunda lección que extrae Piketty es que “el movimiento hacia la igualdad es (siempre) consecuencia de las luchas y revueltas frente a la injusticia, que han permitido transformar las relaciones de poder y derrocar las instituciones en las que se han basado las clases dominantes para estructurar la desigualdad social en su propio beneficio y sustituirlas por nuevas instituciones, nuevas reglas sociales, económicas y políticas más justas y emancipadoras para la inmensa mayoría”.

Otra lección de la historia indica que si bien es fácil denunciar el carácter desigualitario u opresor de de una determinada formación social, resulta más complejo acordar instituciones alternativas que permitan avanzar hacia la igualdad social, económica y política, respetando los derechos y garantías individuales. El movimiento hacia la igualdad se ha basado en el desarrollo de reformas institucionales que incorporaron el sufragio universal y la democracia parlamentaria; la educación gratuita y obligatoria; el seguro de enfermedad universal; la fiscalidad progresiva de la renta, las herencias y la propiedad; la cogestión y los derechos sindicales; la libertad de prensa; el derecho internacional, etcétera. Pero estas reformas, lejos de haber alcanzado un estadio final y consensuado, suponen un compromiso precario, inestable y provisional, en perpetua redefinición. A modo de ejemplo, el autor señala el escenario actual en la que la propiedad de casi todos los medios de comunicación está en manos de un reducido grupo corporativo, situación que “difícilmente puede ser considerada la forma más completa de libertad de prensa”.

El texto de Piketty huye de todo dogmatismo. Señala que la complejidad de las cuestiones planteadas hace imposible imaginar que los antagonismos puramente materiales, como la lucha de clases proclamada por Marx, puedan llevar a una conclusión compartida sobre las instituciones consideradas justas. Opina que “la sacralización de las relaciones de poder y la certeza entre los bolcheviques de que poseían la verdad última sobre las instituciones justas fue lo que condujo al desastre totalitario que todos conocemos”. La paradoja es que siendo Rusia el primer país que abolió la propiedad privada en el siglo XX, se ha convertido en el siglo XXI en el refugio de una oligarquía corrupta y autocrática. De allí su advertencia de que si bien las luchas desempeñan un papel central en la historia de la igualdad, la cuestión de las instituciones justas y la deliberación igualitaria sobre ellas también deben tomarse en serio. En resumen, “existen dos escollos simétricos a evitar: uno es descuidar el papel de las luchas y los pulsos por el poder en la historia de la igualdad, el otro es sacralizarlo y descuidar la importancia de las soluciones políticas e institucionales y el papel de las ideas y de las ideologías en su desarrollo”.

 

 

 

 

 

 

 

 

Combatir la desigualdad

El ensayo de Piketty aborda temas como el papel central que en el enriquecimiento de Occidente han desempeñado la esclavitud y el colonialismo. Considera que los estudios demuestran que el desarrollo del capitalismo industrial occidental está estrechamente vinculado al sistema de división internacional del trabajo, que permitió la explotación desenfrenada de los recursos naturales de los países periféricos bajo el sistema de dominación militar y colonial de las potencias europeas. Por ese motivo, reivindica el importante rol que el proteccionismo ha desempeñado en las experiencias de desarrollo económico que muestra la historia en el siglo XX. Tanto Japón como Corea, Taiwán y China son países que avanzaron porque de un modo u otro han practicado alguna forma de proteccionismo selectivo.

Donde el ensayo de Piketty alcanza mayor relieve es cuando ofrece un amplio repertorio de estrategias que pueden adoptar los gobiernos que desean combatir la desigualdad respetando las formas democráticas. La estrategia fundamental pasa por ampliar las prestaciones del Estado de bienestar para ofrecer bienes públicos comunes, como la salud y la educación. Para financiar la expansión del Estado de bienestar es inevitable ampliar la presión fiscal real sobre los sectores más concentrados de la economía, que son aquellos que obtienen enormes plusvalías. Considera que una fiscalidad progresiva es una de las herramientas fundamentales para sentar las bases de un socialismo democrático, autogestionado y descentralizado, como modelo opuesto al socialismo de Estado centralizado y autoritario experimentado en el bloque soviético en el siglo XX.

El autor reconoce que hay quienes piensan que la fiscalidad progresiva es una forma “blanda” de socialismo que no desafía la lógica profunda del capitalismo. Sin embargo, el hecho de que los ingresos públicos hayan pasado de menos del 10% de la renta nacional antes de 1914 a alrededor del 40-50% desde las décadas de 1980 y 1990 en los principales países europeos ha demostrado que es perfectamente posible organizar amplios sectores de actividad al margen de la lógica de mercado, especialmente en la sanidad y la educación, pero también en la cultura, los transportes y la energía. Piketty admite que las constituciones y los tribunales de Justicia en la mayoría de los países, integrados por jueces conservadores, tienden a proteger el orden establecido, imponiendo restricciones muy fuertes para evitar que una mayoría política democrática pueda introducir cambios en el régimen de propiedad. No obstante, afirma que la constatación de este hecho “no debe servir de excusa para retorcer las reglas del derecho, sino, por el contrario, para proponer otras nuevas, más profundamente igualitarias y democráticas que las anteriores, sin perder de vista que el derecho debe ser una herramienta de emancipación y no de conservación de las posiciones de poder”.

 

 

 

Socavar la plutocracia

Uno de los problemas generados por las nuevas tecnologías y los procesos de robotización es la pérdida paulatina de empleos de calidad y el creciente desempleo. Frente a este fenómeno, Piketty sostiene que la herramienta más ambiciosa que podría aplicarse, como complemento a la existencia de un salario mínimo, es el sistema de garantía de empleo propuesto en los debates sobre el Green New Deal. La idea es ofrecer a todas las personas que lo deseen un trabajo a tiempo completo con un salario mínimo fijado en un nivel digno (15 dólares por hora en Estados Unidos). La financiación correría a cargo del Estado y los puestos de trabajo serían ofertados por las agencias de empleo público en los sectores público y asociativo (municipios, comunidades, organizaciones sin fines de lucro, etc.).

La otra iniciativa dirigida a romper las fuerzas inerciales del capitalismo apunta a socavar el poder de las plutocracias. Como es sabido, en las sociedades anónimas surgidas en el capitalismo los accionistas tienen legalmente el control con derechos de voto proporcionales al número de acciones que poseen. Sin embargo, esta fórmula institucional se ha impuesto de manera gradual en el contexto de circunstancias y relaciones de poder específicas. Nada impide concebir otras reglas. La propuesta de Piketty apunta a ir implantando, en forma paulatina, un sistema de “socialismo participativo” con un reparto de los derechos de voto entre empleados y accionistas que puede alcanzar al 50% en el caso de los grandes conglomerados capitalistas.

El economista recuerda que la ley alemana de 1976 sobre la cogestión estableció el sistema actual, en el que un tercio de los puestos en los órganos de gobierno de las empresas de entre 500 y 2.000 empleados corresponde a los trabajadores, y la mitad en el caso de las empresas de más de 2.000 empleados. Disposiciones similares se han adoptado en Austria, Suecia, Dinamarca y Noruega. En la Argentina, la Constitución Nacional establece en su artículo 14 bis “la participación (de los trabajadores) en las ganancias de las empresas, con control de la producción y colaboración en la dirección”. Es una disposición que aún está a la espera de desarrollo legislativo, pero que muestra el amplio recorrido que pueden alcanzar las reformas en nuestro país.

Dentro de este capítulo, Piketty sostiene la conveniencia de “adoptar una verdadera ley de democratización de los medios de comunicación, que garantizase a los empleados y a los periodistas la mitad de los puestos en los órganos de dirección, sea cual sea su forma jurídica, que abriese la puerta de par en par a los representantes de los lectores y que limitase drásticamente el poder de sus accionistas”.

La propuesta reformista de Piketty no supone cuestionar toda forma de propiedad y sostiene que en el estado actual del conocimiento, y con la experiencia disponible, debe reconocerse el papel duradero de la propiedad privada para garantizar la expansión de las pequeñas y medianas empresas que emplean pocos trabajadores o el desarrollo de estructuras colectivas y cooperativas. La reforma del capitalismo no debe limitarse a la redistribución de la gran propiedad y el acento debe ser puesto también en la profundización de la democracia y en evitar que la democracia electoral quede confiscada por una plutocracia económica. No hay que olvidar, afirma, que al igual que ocurre con la búsqueda de la democracia ideal, el camino hacia la igualdad en todas sus formas es un proceso continuo y siempre inacabado.

 

 

 

 

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