La máquina de pensar

Breve semblanza de César Tiempo, argentino hasta la muerte

 

Para la paga de impuestos y otros quilombos de orden legal fue Israel Zeitlin; para los que profesamos su amor: César Tiempo. Hombre imperecedero de oficio tentacular (poeta, periodista, novelista, ensayista, hombre de teatro, guionista de cine, letrista) que donó su humus de arrabal a la creación de esta “homogeneidad imagina” que solemos llamar “porteñidad”; construida en gran parte por individuos no nacidos en la ciudad del tango; cabe de ejemplo un pequeño recorte haciendo foco en sus artistas, por caso, Carlos Gardel, que había nacido en Toulouse (uruguayos no me salten a la yugular), o el “paulista” Alfredo Le Pera, Ignacio Corsini, que era de Troina, o Joaquín Gómez Bas, de la asturiana Cangas de Onís, Alfredo Gobbi, que había arribado al mundo en el mismo París por el que, poco después, se nos iría Eduardo Arolas y, mucho más tarde, Pepe Libertella que, dicho sea de paso, era de Calvera, un pueblito de la italiana Potenza, y ya no respiro y sigo con Julián Centeya que también era de Italia pero en este caso de Borgo Val Di taro, Parma. ¿Y si este asunto de ser porteño, más que una identidad natal, es una vocación? Seguramente, así lo entendió César Tiempo que saltó a la vida un 3 de marzo de 1906 en Dniepropetrovsk –luego, Yekaterinoslav–, Ucrania. En cuatro versos lo dice todo:

 

No me importan los desaires

con los que me trata la suerte.

He nacido en Yekaterinoslav.

¡Argentino hasta la muerte!

 

 

César Tiempo junto al fileteador Luis Zorz. Archivo personal.

 

Ahora quiero entrar en el César Tiempo envidiado por su gran “fatamorgana” (concepto o imagen sin verdadera realidad), en este caso, la creación de un atentado literario que desconcertó al mundillo de las letras bajo el misterio de una supuesta poeta-prostituta ucraniana que recala en Rosario y entre desolación y pobreza vuelca a papel sus vivencias que devendrán en “Versos de una…”, su libro primero publicado en 1926.

Así como en la década del ‘20 María Luisa Canelli firmaba sus letras de tango bajo seudónimos masculinos (Luis Mario y Mario Castro); César Tiempo hará el juego inverso, pues entonces para sus primeros versos ni César Tiempo ni Israel Zeitlin sino Clara Beter. Así lo contó: “…ganoso de dar candonga a los camaradas mayores que se resistían a creer en el talento de este mequetrefe, escribo una poesía dedicada a Tatiana Pavlova, la gran actriz italorrusa que por aquel entonces arrebataba al público de Buenos Aires. Firmo los versos como Clara Beter y los deslizo ante la redacción de la revista Claridad”.

 

 

 

Versos a Tatiana Pavlova

 

¿Te acordarás de Katiuchka, tu amiga de la infancia,
esa rubia pecosa, nieta del molinero,
la del número 8 de Poltávaia Úlitcha
con quien ibas al Dnieper a correr sobre el hielo?

¿Te acordarás de aquellas temerarias huidas
para oír la charanga de la Plaza Voiena;
de los kopeks gastados en la Dom Bogdanovsky
en verano en sorbetes y en invierno en almendras?

¿Te acordarás de Pétinka, tu novio del Gimnasio,
de quien yo te traía las cartas y los versos;
de las fiestas aquellas cuando vino el Zarevitch
y sus fieros cosacos a visitar el pueblo?

¡Oh, los días felices de la infancia lejana
en el rincón humilde de la Ucrania natal:
la vida era un alegre sonajero de plata
y toda nuestra ciencia: cantar, reír y amar!

Mas, pasaron los años y nos llevó la vida
por distintos senderos: tú eres grande ¿y feliz?
y yo... Tatiana, buena Tatiana, si te digo
que soy una cualquiera, ¿no te reirás de mí?

¿Comprenderás el torpe fracaso de mis sueños,
verás el patio oscuro donde mi juventud
busca en vano la estrella que solícita enjugue
mi angustia con su claro pañuelito de luz?

¡Mas no quiero amargarte con mi vaso de acíbar,
tú también tus dolores y tus penas tendrás;
cerremos un instante los ojos y evoquemos
los días venturosos de la aldea natal!

 

Sigue diciendo César Tiempo: “A los pocos días el crítico uruguayo Zum Felde consagró a la nueva poetisa Clara Beter su glosa de El Día, de Montevideo, comentando la desgarradora tragedia de la desconocida. A partir de ahí tuve que seguir inventando. Por lo pronto le asigné a la autora un domicilio legal en una pensión de la calle Estanislao Zeballos, de Rosario, donde se hospedaba un íntimo amigo mío. Castelnuovo, obstinado en averiguar más sobre el asunto, envió a dos íntimos amigos a visitar la pensión con resultado negativo: en la pensión no estaba Clara Beter ni se la conocía. Desanimados, los emisarios rumbearon para los barrios bajos donde encontraron increíblemente a una de las pupilas francesas escribiendo un epitafio rimado para su hijo, que acababa de perder. Aquí ya todo empieza a tornarse folletinesco. ‘Vos sos Clara Beter’ le gritaron emocionados los emisarios. Pero también allí se dieron cuenta del fracaso, considerándose que la poetisa quería pasar inadvertida y en el anonimato”.

 

 

Cabe también entrar a tallar en el terreno de su obra teatral Pan Criollo, con la compañía de Muiño-Alippi que recibe el Premio Nacional de teatro en 1937, sus múltiples guiones para los films: Safo, Historia de una pasión, La muerte camina en la lluvia, Los verdes paraísos, Pasaporte a Río, El canto del cisne y tantos más. Su actuación en el film Esta tierra es mía dirigida por Hugo del Carril; sus aproximaciones a las letras para canción con el tango Nadie puede, con música de Enrique Delfino y que asoma en el álbum 14 con el Tango; con Sebastián Piana hará Tornamor, con Julio De Caro, Parate un poco, y la rareza de Llorando y cantando, balada con Moris (Mauricio Birabent).

 

 

 

Nadie puede, por Paula Gales.

 

 

 

Hay también en Tiempo una vasta obra literaria vinculada al judaísmo porteño: Libro para la pausa del sábado, Sabatión argentino, Sábadomingo, Sábado pleno, entre otros. Pero quiero apoyarme en el mejor de sus oficios: ese que maridaba el ensayo, la crónica, el prólogo, hablo de esas prosas con gracia poética y musical llenas de cultura, hablo de las semblanzas a sus artistas amados. Algunos ramalazos a compartir:

De Roberto Arlt dijo: “Toda personalidad auténtica atrae lo que necesita. Los otros, los que caminan arrastrando las zapatillas, nacieron para ser atraídos. Arlt se encontró a sí mismo buscándose en los demás”.

De Homero Manzi: “Tenía un corazón grande como los quebrachos de su tierra natal. Lamentablemente los corazones más grandes son los que se rompen más pronto”.

De Florencio Parravicini: “Las cejas de Parra, golpes de ala que hubieran podido codearse con los de las nubes en el pampero, engatilladas y tensas, prontas a dispararse, eran el primer accidente de su personalidad”.

De Julián Centeya: “La pobreza es un perro que solo muerde a los soñadores, Julián Centeya hizo todo en la vida. Hasta vivir”.

De Gardel: “El arte es un hombre hablando de otros hombres. Gardel nos sigue hablando. Siempre lo veremos sonriendo, rápido para la luz como yesca, y nuevo, cada vez más nuevo, como un patio recién baldeado”.

Alguna vez oí decir que al entrar en ese pozo de ciénaga que es la muerte lo primero que se le van a uno son los ojos, intuyo que después se irá la piel. Pero bien sabemos que el hueso, la osamenta de todo ser humano es un depósito genético que habla, escribe y describe incluso después de muerto. Agregaría –gracias a la tecnología que la registra– a la “voz”, a decir de Schwob “la más inmaterial de las cosas terrestres, aquella que más se parece a un espíritu”, ¿o acaso no es un milagro compartir ahora el tono, las modulaciones, el respirar de César Tiempo? Juguemos a que anda por aquí nomás.

 

 

 

 

 

Así conoció a Gardel. Archivo Lautaro Kaller.

 

 

 

¡Hasta la Victrola Siempre!

 

 

 

 

 

 

* Semblanza pronunciada en la Academia Porteña del Lunfardo, con motivo de ser el autor de esta nota el ocupante actual del sillón académico Dante A. Linyera asignado a César Tiempo entre 1963 y 1980.

 

 

 

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