LA MÁQUINA

Reivindican el gobierno de las corporaciones por sobre la voluntad popular

 

Existe una división del trabajo entre cinco actores colectivos que cooperan para debilitar al gobierno de lxs Fernández, limitar su capacidad de acción y fomentar una futura recuperación de los resortes del sistema político para hacerlos coherentes con las necesidades del establishment. Ese pentágono lo conforman:

  1. Los dirigentes bolsonaristas locales, entre ellos Patricia Bullrich, Fernando iglesias y Waldo Wolff;
  2. Los operadores de prensa autodenominados periodistas, como Angel Etchecopar, Luis Majul y Alfredo Leuco, entre otros;
  3. Una Red de Dispositivos y Operadores Tecnológicos (ReDOT),
  4. Empresarios corporativos y
  5. La Embajada de Estados Unidos, constituida en referencia última de identificación común.

Los tres primeros poseen la tarea cotidiana de replicar la agenda planteada por los editorialistas de los multimedios. Su rol es de índole táctico y ofensivo: intentan evitar que el gobierno logre plantear los ejes de debate público y buscan instalar particularidades, detalles escandalosos o escenas de vodevil politizado, con el objetivo de evitar que se discutan aspectos estructurales de la realidad política y económica. Para lograr ese cometido, se machaca en la exacerbación morbosa de las trifulcas de pasillo, la vedetización de las polémicas y la dramatización de  posicionamientos principistas republicanos.

Los recursos básicos utilizados por la entente remiten a la demonización sistemática de la Vicepresidenta, la búsqueda por despedazar el Frente de Todxs a través de la diseminación de una imagen débil del primer mandatario, supuestamente manipulado por CFK, y la profusión de luchas facciosas al interior de la alianza gubernamental. Mientras el tridente asume la delantera operando sobre la opinión pública, los otros dos (los máximos accionistas de las empresas monopólicas y la delegación diplomática) registran los resultados de las maniobras de demolición y se ofrecen ante el gobierno como consejeros y consultores de última instancia.

Los bolsonaristas son el ala política. Se presentan como su vanguardia épica y se muestran irascibles frente a cualquier comentario, observación o silencio de lxs Fernández. Defienden valores, sin explicitar cuáles ni definirlos, y repiten el manual redactado por el Comando Sur sobre la corrupción, el narcotráfico y el terrorismo. Sus referentes son Bullrich, Iglesias y Wolff, quienes no dudan en extremar sus postulados para quedar mejor posicionados frente a la (buscada) crisis potencial del oficialismo. Ocupan un espacio que vislumbran como vacante: de la derecha autoritaria, asociada a Trump, al Presidente de Brasil y ex comandante en jefe del Ejército uruguayo Guido Manini Ríos, quien fundó el partido Cabildo Abierto luego de ser destituido por Tabaré Vázquez, en marzo de 2019. Sus referentes locales no quieren dejar ese espacio libre, situación que explica sus vasos comunicantes con los integrantes despedidos de los servicios de inteligencia macrista, la policía federal, la gendarmería y la prefectura. No han podido hacer pie en las fuerzas armadas.

Los bolsonaristas apuestan a que los vientos políticos autoritarios tendrán su eco a nivel local. Y sus socios prioritarios en este posicionamiento son los comunicadores de los multimedios que realizan la conexión con los operadores tecnológicos, encargados de diseminar las agendas. Desde que se inició la pandemia han decidido apelar al trillado recurso de la autovictimización reaccionaria, consistente en etiquetar al gobierno y a los sectores populares como salvajes enemigos de la República, que no respetan las instituciones tal como ellos las imaginan. Su tarea de demolición se ve debilitada por el sector dialoguista que agrupa a María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta, Martín Lousteau, Rogelio Frigerio y Emilio Monzó. Todos ellos sueñan conformar una nueva versión de Juntos por el Cambio, en alianza con Sergio Massa, Florencio Randazzo y Roberto Lavagna.

Por su parte, los propagandistas mediáticos buscan articular a los sectores menos politizados con el núcleo duro de los cambiemitas. Es conocido que ese segmento es el más importante a nivel electoral, dado que no se encuentra asociado intrínsecamente a ninguno de los votos predefinidos como nacional/popular o  antiperonista. Su fluctuación es –en forma comparativa– más sensible al humor de época y a la capacidad de determinadas corrientes de opinión. Los propagandistas son conscientes de esos vaivenes epocales e insisten en su utilización.

Con ese cometido, combinan debates futbolísticos con peleas de vedettes y repetidas controversias artificiales con entrevistados. Todos ellxs consideran que el conflicto mediático es más atractivo que el intercambio respetuoso de las diferencias. En ese marco, el  escándalo se constituye en el soporte básico de la interacción con los entrevistados o con el resto de los panelistas. A partir del mismo se logra imponer un registro de interacción en el que se ocultan los intereses sociales y económicos en pugna, sobre todo los que dejan potenciales beneficiarios e indudables colectivos perjudicados.

Mientras que el bolsonarista Fernando Iglesias se equivoca al poner el dedo en un tweet, replicando un fusil de asalto, uno de los voceros del oligopolio de la comunicación local, Luis Majul, se hace preguntas retóricas coincidentes: “¿Por qué deberíamos sorprendernos si un buen día, un hombre que trabajó toda su vida, impotente, harto de la dirigencia política en general, y de la que gobierna en particular, se levanta y empieza a hacer justicia por mano propia?” La justificación de la ley de la selva no coincide con las loas republicanas ni con la necesidad de los ciudadanos de respetar las instituciones.

Los nexos entre los grupos de choque y quienes marcan el derrotero estratégico son Magnetto, Saguier y Hadad. Este último mantiene en la primera plana de su portal una publinota dedicada íntegramente a Venezuela, con las novedades provistas íntegramente por el Departamento de Estado. En los últimos meses, confidentes de la embajada se lamentan de la abrupta reducción de contactos con el Poder Judicial: el fallecimiento de Claudio Bonadio, la interrupción de las asiduas interacciones con Comodoro Py y el creciente retraimiento del titular de la Corte Suprema (Carlos Rosenkrantz) inducen a sondear otros interlocutores.

El conjunto encargado de amplificar y sedimentar los contenidos funcionales al derribo es la Red de Dispositivos y Operadores Tecnológicos (ReDOT), orientada a un objetivo común bifronte:

  • Reforzar y extender la agenda planteada por las corporaciones mediáticas cartelizadas;
  • Desarrollar un hostigamiento permanente y sistemático contra funcionarios del oficialismo o militantes del campo popular.

En ambos casos la tarea consiste en desparramar respaldos (hacia los referentes propios) y en demonizar –al mismo tiempo y en forma permanente– a quienes buscan postular otro listado de temas a ser debatidos. Mediante ambos procesos se disputa la atención de las audiencias y se apalancan las operaciones plantadas por lxs propagandistas mediáticos. Para detectar a los segmentos más permeables utilizan la Minería de Datos y la Inteligencia Artificial como soportes. Son plenamente conscientes de que en cuarentena y aislamiento preventivo la recepción es más penetrante dado que los públicos pasan más tiempo en el universo virtualizado.

La ReDOT tiene tres ejecutores:

  1. Los líderes de contenido,
  2. Los gestionados por los trolls humanos y
  3. Los bots (sistemas robotizados, configurados para replicar a los dos grupos anteriores).

Los tres funcionan de forma articulada. Los primeros son administrados por cuentas reales que se encargan de posicionar los temas. Los trolls (titularizados por identidades falsas) junto a los bots hacen el trabajo de viralización. En todos los casos, tanto los trolls (que gestionan un promedio de 200 cuentas cada uno) como los bots asociados comparten una mecánica preestablecida: suprimen los contenidos posteados luego de las 72 horas de publicados, para dificultar el reconocimiento de su conexión común.

 

 

 

Los dueños de la pelota

 

 

Las corporaciones son, en última instancia, las dueñas del juego. Actúan en forma coordinada con la embajada porque defienden intereses comunes. En la actualidad contribuyen al derribo planificado, apoyando las demandas de los acreedores privados porque buscan garantizarse el acceso a los mercados internacionales de crédito, con el objetivo de instalar un nuevo ciclo de apertura y fuga de capitales. Los CEOs y sus grandes accionistas conjeturan que este regreso a los flujos de crédito sólo puede efectivizarse mediante sistemáticos ajustes fiscales. Esta es la razón por la que elaboran justificativos varios para desvalorizar la función del Estado y justificar su supuesta ineficiencia e incapacidad para orientar las políticas. El apotegma de más mercado y menos Estado busca consolidar el círculo vicioso del endeudamiento, la fuga hacia las guaridas fiscales y el perpetuo achicamiento de las capacidades de arbitraje democrático. En forma abierta y descarnada, reivindican el gobierno de las corporaciones por sobre la voluntad colectiva/popular.

Los 50 más ricos de la Argentina acumulan, al 31 de mayo, una fortuna de 46.440 millones de dólares. Dicho monto supone dos tercios de la deuda que se está negociando en Nueva York, de 67.000 millones, con los acreedores privados y excede las reservas del Banco Central. La posibilidad de que sigan acrecentando su cuota de riqueza relativa respecto al resto de la sociedad depende de que las políticas de los sucesivos gobiernos se los permitan.

Las tareas desarrolladas por el Pentágono están orientadas a deteriorar las capacidades de decisión actual del gobierno y, al mismo tiempo, establecer las condiciones de posibilidad de futuros escenarios en los que las corporaciones puedan recuperar los resortes decisorios gubernamentales. Ser funcionales a sus prácticas o permanecer indiferentes a sus movimientos constituye una muestra de candidez política imperdonable.

 

 

 

 

 

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