La modernidad que fue

Se reedita un libro liminar de sociología literaria, muestrario de lo mejor de la hoy opinóloga Sarlo

 

A ciertos libros el paso del tiempo les impacta en forma semejante a lo que ocurre con los proyectos políticos. En términos amplios les pueden suceder tres cosas, a saber: a) la rueda de la historia los aplasta y quedan raudamente obsoletos; b) mantienen una perenne vigencia gracias a que el correr de las décadas transforma frases en metáforas, paráfrasis y elipsis; c) en una cruza de las anteriores, los conceptos originales son releídos a la luz de coyunturas y paradigmas contemporáneos, valorizando su vigencia. Tienta la vanidad del ejemplo.

Mientras lo que en unos puede resultar una eternidad, en los otros un santiamén —y viceversa—, treinta y dos años de distancia son necesarios y suficientes para volver sobre Una modernidad periférica, el ensayo liminar con el que Beatriz Sarlo (Buenos Aires, 1942) desmenuza la producción, corrientes y movimientos literarios que asolaron al país —a través de su puerto— en las décadas de 1910 y 1920. Considerado por la academia —su cuna— y la crítica como una de sus más luminosas investigaciones, la que ahora se reedita hace de la literatura el eje a partir del cual gira un universo cultural de época, abarcador por contigüidad a todas las artes, sin desmedro de la suave caricia del avatar político. Sumatoria de una serie de trabajos preliminares, debidamente ajustados en honor a la coherencia que el libro exige, desde el vamos la idea de periferia choca sin estrolarse con una realidad más original, próxima al patchwork. A tal fin toma como modelo la pintura de Xul Solar, quien reúne en sus cuadros lo que “se mezcla en la cultura de los intelectuales: modernidad europea y diferencia rioplatense, aceleración y angustia, tradicionalismo y espíritu renovador; criollismo y vanguardia. Buenos Aires: el gran escenario latinoamericano de una cultura de mezcla”.

 

 

La autora, Beatriz Sarlo.

 

 

Con los pares oposicionales y la mixtura como hipótesis, Sarlo adquiere envión suficiente para resquebrajar el hielo canónico de la historiografía literaria, sin romperlo. Más bien, ampliando hacia los laterales el avance, para abordar el modo en que los “conflictos sociales extienden su fantasma sobre los debates culturales y estéticos” en un período donde se entrelazan “elementos contradictorios que no terminan de unificarse en una línea hegemónica”. Diversidad “donde coexisten elementos defensivos y residuales junto a los programas renovadores; rasgos culturales de la formación criolla al mismo tiempo que un proceso descomunal de importación de bienes, discursos y prácticas simbólicas”. Eso sí, procedimiento que la autora despliega al modo tradicional académico, una a uno, sucediendo escritores, movimientos, diarios, conferencias, periódicos, revistas, convertidos en personajes. Cada uno de ellos sumido en el acto de mocionar su respectiva posición en torno a “las inevitables preguntas sobre la Argentina: cómo se traicionaron las promesas fundadoras, cuál es el origen y la naturaleza del mal que nos afecta y, en todo caso, si se trata de un fracaso basado en límites internos o resulta de una operación planeada más allá de nuestras fronteras, en los grandes centros imperiales”.

El plenario del parlamento cultural convocado para definir qué es Una modernidad periférica, se instala en una suerte de tierra de nadie habitada por todos. Allí están los que provienen de la campiña con sus tradiciones criollistas, entreverados con los invasores bárbaros que se van apoderando de cierto terreno. Borges, que llega a la creciente urbe portuaria en 1921, pone orden en la tropa sin proponérselo al elevar un muro estético que nadie quiere, puede ni se anima a saltar. Allí quedan Güiraldes y Arlt, sucumben José Hernández y Lugones, pasan ninguneados Estanislao del Campo y Filloy, tambalea la precursora autoayuda del gauchismo frente a la moral guaranga y plebeya arrastrada en el campo rodado de la inmigración y el capitalismo. El nuevo periodismo popular quiebra los límites de las tradicionales instituciones ideológicas y sus aparatos de propagación estatales y domésticos.

 

 

Haydée Lange y Borges.

 

 

Dura roca o chirle ciénaga, el terreno del lenguaje se diversifica a tal punto que quiebra el monopolio masculino. Delfina Bunge, esposa de Manuel Gálvez, que al recluirse en el francés, la poesía religiosa, firmar con seudónimo masculino o con el apellido de casada, queda muda. Entre tanto, Norah Lange se suma al tan cauto como estrepitoso desenfreno de su marido, Oliverio Girondo. Por fuera del universo de las “esposas de…”, por el camino queda el atrevimiento cursi de Alfonsina, cuya poesía invierte “los roles sexuales tradicionales y se rompe con un lenguaje de imágenes atribuidos a la mujer” (…) “su relación con la figura masculina será no sólo de sumisión o de queja, sino de reivindicación de la diferencia”. Hasta que llega Victoria Ocampo a patear el tablero para fundar en forma definitiva un universo restringido de restricciones de género.

Al hacer hablar a los autores a través de sus respectivos textos, Sarlo abunda sin agotar al lector, permitiéndole una certera aproximación a un trasfondo en el que la narrativa trasunta “un orden que afecta al discurso, que pertenece a la dimensión de lo figurado, y donde se realizan las transacciones de valor presentes en los textos que organizan lo real histórico”. Sin circunscribirse, por supuesto, a los relatos específicamente históricos, este clivaje la autora lo extiende a ficciones y ensayos en que se “diseñan sujetos y definen perfiles psicológico-morales”.

 

 

Roberto Arlt.

 

 

Establecido en la post-dictadura, Una modernidad periférica fue construido en esa década de desasimiento de los conceptos arraigados en esos sombríos años en que se enmascararon las ideas proscriptas de los tiempos inmediatamente anteriores. De avanzada en su momento, categorías como “periferia”, “margen”, “orilla”, figuran como remanentes de las teorías de la descolonización, por más que resulten a su vez continuadoras de perspectivas que suponen un centro que irradia y una lejanía que absorbe. Si el libro escenifica a la mejor Sarlo (previa a su inclusión mediática como opinóloga que se despliega hasta hoy) es porque le habita el coraje de surcar las propias ambigüedades. En tanto instala desde el título la nación de “periferia”, al mismo tiempo asume la potencia de “los contactos entre universos sociales heterogéneos, con el énfasis suplementario de la fuerte marca inmigratoria y la mezcla en la trama urbana de diferentes perfiles culturales y diferentes lenguas”. Por lo tanto, leído a una generación de distancia, el libro conserva su profundo vigor dentro de las actuales condiciones materiales e históricas de lectura, por cierto descentradas, tal como se reseñaba un par de semanas atrás desde estas mismas páginas a propósito del último trabajo de Andrea Giunta. El modelo evolutivo en este interín se ha demostrado quebrado: las vanguardias solo se definen a posteriori, en un mundo hiperconectado el tercero excluido ha adquirido dimensión propia, el acto creativo se rige por la acción diferida que anticipa futuro al reconstruir el pasado, son las distintas condiciones de existencia lo que trastoca la topología centro/periferia, diluyendo sus bordes en un escenario que deja de ser bidimensional, tal cual lo describen las arquitecturas ideológicas hegemónicas. Porque —volviendo al comienzo— tal vez los libros también sean proyectos políticos.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Una Modernidad Periférica – Buenos Aires 1920-1930

Beatriz Sarlo

 

 

 

 

Buenos Aires, 2020

294 págs.

 

 

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