La morocha argentina

La música que escuché mientras escribía

 

Buscando otras cosas en la computadora, apareció la nota de El Cohete dedicada a Miguel de Molina. Era homosexual, se paseaba con un clavel en la oreja, usaba pantalones ajustadísimos y se cosía unas blusas extravagantes, con volados y lunares ostentosos. Por eso, y por haber cantado para las tropas republicanas durante la Guerra Civil, la dictadura lo forzó a exiliarse. Llegó a la Argentina en 1942, pero el régimen de Franco presionó para que lo expulsaran. Luego de unos años en México volvió a Buenos Aires, ya protegido por Evita, y vivió sin ser molestado en la Argentina peronista. Aquí filmó la película autobiográfica Esta es mi vida, dirigida en 1952 por Roman Vignoly Barreto, sobre un guión del propio Molina.

Él, personalmente, eligió para actuar en la película a una adolescente que cantaba y bailaba en el teatro Colón. Esta es mi vida fue el debut cinematográfico de Egle Martin, la Catalina que va a la fuente, ya deslumbrante con apenas 15 años.

 

 

 

 

 

Ojuda, pestañuda, labiuda, enloqueció a algunos de los grandes músicos de entonces (y de siempre, en realidad) como Astor Piazzolla y Lalo Schiffrin.

Piazzolla luchó no menos de quince años contra el estigma de que lo suyo no era tango. Una vez que los idiotas se llamaron a silencio y el mundo musical entero se rindió, el cazador de tiburones se planteó otra meta: además de reconocido por su calidad, quería ser popular. Hizo un primer ensayo con Egle, en Graciela Oscura, con letra de Ulysses Petit de Murat sobre la novela de Guy des Cars Una extraña ternura, que fue también el título del film, de 1964, dirigido por Daniel Tinayre.

 

 

 

 

 

También grabó con ella Las rosas golondrinas, con letra del grandísimo Homero Expósito.

 

 

 

 

Ambos se difundieron en un 33 rpm chico, junto con dos instrumentales de Pantaleón.

 

 

 

 

Pero el éxito masivo recién le llegó con la operita María de Buenos Aires, inspirada por Egle pero que cantó la amateur Amelita Baltar, igual que Chiquilín de Bachín y las baladas para mi muerte y para un loco, todxs de 1968 y con letra de Horacio Ferrer. El tango recuperó así la popularidad que había tenido hasta la década de 1940.

Como es comprensible con solo mirarla, La Negra se interesó por las raíces africanas de la música popular y sus instrumentos de percusión, del jazz al tango, el candombe y la bossa nova, sin perdonar ni la chacarera, y hasta se la menciona como precursora del funk. Escuchala y mirala bailar, a ver qué te parece.

 

 

 

 

 

En cuestión de gustos está todo escrito. Yo voto por Egle.

 

 

 

 

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