La mueca de la moral y las buenas costumbres

Organizar y potenciar el optimismo de la voluntad, el antídoto frente a la patraña conservadora y retrógrada

 

Condiciones subjetivas y objetivas en la acumulación de capital

La genuina preocupación por las consecuencias políticas de las noticias que con bochornosa cotidianeidad falsifican los hechos o cuentan media verdad al revés parece no reparar en que el reino de la engañifa establece su territorio sobre las debilidades de la organización política de la sociedad civil. Esto no se soluciona con sanciones legales nacidas de la mejor voluntad sino con un plexo normativo que sea la expresión del problema político de fondo –la falta de perspectivas económicas acordes al talento que esté dispuesto a poner en juego cada uno–, que encuentre su cauce hacia la superación en un programa y una organización con capacidad de hacerla realidad. Esa ausencia de la organización de la voluntad política, en tanto condición necesaria para dejar el atraso, es lo que le hace el campo orégano al orden establecido para su comportamiento falsario.

La marca en el orillo que identifica este estado de situación se observa cuando una porción considerable de los ciudadanos de a pie pone su fe y esperanza en el diagnóstico de que las cosas andan pésimo por un serio defecto moral que estropea la vida en común. La mentada caída moral, desde ese enfoque, nació y maduró o al menos fue recreada o puesta en vigencia por el connubio siniestro de ciertos gobernantes –generalmente caracterizados de populistas– con ciertos mayoritarios gobernados –generalmente coloreados y atufados como negros de mierda.

Sin mediaciones políticas de fuste, se aferran con uñas y dientes a lo que hay y, a su vez, alientan decididamente de mucha maneras la discriminación para que la purga logre que estén todos los que son porque no hay para todos los que por efecto de la demagogia están y, por esa misma razón espuria, no debieran. Las almas bellas bien pensantes son un lamentable dato de la realidad. De forma similar a muchas de las naciones bastantes más empinadas en la escala de desarrollo, el reiterado camino hacia atrás en materia de crecimiento igualador, que de unas décadas a esta parte regularmente emprendieron el Estado y la sociedad civil argentina, con la excepción de los tres primeros lustros del siglo, ha terminado por aterrorizar a los pequeños burgueses sobre el porvenir.

Ver en este comportamiento necesario plasmado una suerte del dictum de Maquiavelo acerca de que la minoría que pierde con el cese del viejo orden tiene muy claro cuál es su quebranto, y actúa en consecuencia, en tanto la mayoría que se beneficiaría en gran forma con el cambio como no lo palpa tiende a permanecer inmovilizada e incrédula, no desentona; pero con dos matices. Uno, que si bien hay ciertas ideas idiosincráticas del movimiento nacional sobre el camino al desarrollo, están lejos de estar clarificadas. Además, y por algunos indicios, se nota que de estarlo se encontrarían lejos de despertar consenso. Sin esa argamasa es difícil –sino imposible– alcanzar el grado que la construcción política necesita para hacer efectiva la transformación. Esto es: el pasaje del subdesarrollo hacia una sociedad desarrollada.

Sin un libreto sobre lo que vendrá, la natural desconfianza acerca de los procesos de cambios se vuelven certezas reaccionarias. Esto se conecta con el segundo matiz señalado, puesto que la época de Maquiavelo (mediados de siglo XV, principios del siglo XVI) se inscribe en el estancamiento del producto bruto per capita que sobrevino con la caída del Imperio Romano (siglo V d.C.) y que duró hasta la Revolución Industrial. En nuestros días el augurio de trasformación implica un producto per capita en franco crecimiento. En la visión de los beneficiarios de la transformación, si no hay una organización política del movimiento nacional que insufle el suficiente grado de conciencia que muestre que eso es factible de alcanzar, la potencialidad se vuelve la medida de la posible pérdida del ingreso per capita. La actitud política renuente observada por Maquiavelo en sus antepasados se convierte entre sus descendientes de estos días en el mejor combustible de la gesta retrógrada con ribetes de ferocidad, dependiendo de las circunstancias. Aquellos no tenían para perder, estos actuales sí, lo que termina por exacerbar los comportamientos aviesos.

 

M & M

Y así, durante el transcurso de este proceso para desacreditar y tornar contraproducente cualquier atisbo de avance social, las cuestiones morales reemplazan a la disputa política por la igualdad y certifican la alienación reinante. Por lo tanto, las fake news y la atmosfera que las envuelve no son hechos contingentes sino necesarios. Si Milagro Sala bajo ningún punto de vista es una india sucia ladrona, merece serlo. También es esta dinámica la que borra la aguda diferencia entre escándalos reales y módicas metidas de pata y, sin más, la esgrima del despropósito posibilita encumbrar la incivilidad alegando las mejores intenciones. Se está tentado a sospechar cuánto mejor andaría el capitalismo argentino si se manifestara tal implacable indignación cuando recurrentemente se estropean las remuneraciones al trabajo. Eso no va a suceder nunca porque la moral abstracta es para encubrir intereses concretos opuestos a los de las mayorías.

En El Capital, Karl Marx explica que “la estructura del proceso social de la vida, es decir, del proceso material de la producción, sólo descorre el velo místico que lo encubre cuando, en tanto producto de hombres libres socialmente organizados, queda sujeto a su control consciente y planificado”. Esta reflexión de Marx lo lleva a Herbert Marcuse en un escrito de 1934 en el que examina los sistemas de creencias de los distintos procesos fascistas en marcha por entonces a comentar que “hasta que esto no suceda, aquellos grupos cuya situación económica se opone a la obtención de este fin estarán interesados en eternizar como ‘naturales’ determinadas relaciones sociales, a fin de conservar el orden existente y protegerlo de toda crítica perturbadora”.

Marcuse subraya que para esa operación “la economía es concebida como un ‘organismo vivo’ al que no puede cambiarse de golpe; se estructura según ‘leyes primitivas’ enraizadas en la ‘naturaleza humana’”. El filósofo y sociólogo alemán cita a un teórico liberal diciendo que “no son las condiciones económicas las que determinan las relacione sociales sino, por el contrario, son las concepciones éticas las que determinan las relaciones económicas”. Para Marcuse lo apuntado por el liberal “pone de manifiesto una teoría que es la expresión del interés por estabilizar una forma de relaciones humanas que no puede ya ser justificada frente a la situación histórica. Si se tomara en serio la historia, ésta nos indicaría que aquella forma es el resultado de una decisión y nos recordaría las posibilidades de modificación […] Esta forma queda eternizada ideológicamente al considerársela como ‘orden natural de las cosas’”. Digamos, estamos viviendo algo así como el ahora de ese antes.

Se verifica en el sentido común imperante: si las cosas andan mal es por una falla ética usualmente traducida por el genérico corrupción. Y si el andamiaje económico social está moralmente putrefacto debe haber una referencia que no lo está y que por eso es la que está en condiciones de señalar la razón del desbarajuste y transitar el camino hacia la salida del pantano. ¿Cómo se identifica al punto de referencia? Atendiendo lo que al respecto indica el orden establecido. En consecuencia, la patraña conservadora y retrógrada debe ser alimentada constantemente con noticias falsas y todo tipo de escándalos en los que de una gota se haga una inundación. La realidad, nunca.

Ahora, nada de esto hace aconsejable meter adentro las pelotas que van afuera. En medio de las idas y venidas vacunatorias se lo citó al ex vicepresidente boliviano Álvaro García Linera advirtiendo que los movimientos populares no tienen margen para pifiarle. Deben orinar agua bendita. ¿Cómo es la cosa, la reacción marca la cancha y se acepta jugar su juego y con sus reglas? El usualmente lúcido García Linera pinta que esta vez no cayó en la cuenta de que tal recomendación sofocante es una utopía y que la manera de vérselas con la realidad es edificar la organización política de las mayorías nacionales cuyas limitaciones y falsas escuadras son las que habilitan todo este tipo de hijaputeces. La bioquímica reaccionaria siempre encontrará aún en la más pura micción motivo para el escarnio.

 

Estado del arte

¿Y mientras tanto, hasta que aparezca de una buena vez la organización qué? Si es que lo hace. El futuro no está comprado para nadie. Los doce años y los dos actuales de gobierno y semejante debilidad frente a los ataques de la reacción no dan buena espina. No obstante, alguna importante narrativa literaria da una mano para fichar las promesas del presente, aunque se perfilen magras. El italiano Umberto Eco en su novela póstuma Número cero relata las vicisitudes de un diario destinado a no salir cuyas noticias sugieren cómo sería el acontecer inmediato y sólo será usado por su dueño para extorsionar en función del conjunto de sus variados intereses empresarios. El responsable del proyecto le solicita al periodista encargado de la redacción que además redacte un libro en el que “tendrá que dar la idea de otro diario, mostrar cómo yo durante todo un año me he comprometido a fondo para realizar un modelo de periodismo independiente de toda presión, dejando entender que la aventura acabó mal porque no podía alumbrar una voz libre. Por eso necesito que usted invente, idealice, escriba una epopeya, no sé si me explico […] El libro dirá lo contrario de lo que sucedió. Excelente”. El completo cretinismo.

El norteamericano Paul Auster en la novela El país de las últimas cosas refiere que en ese terruño “la mitad de la gente carece de vivienda y no tiene ningún lugar adonde ir, así que hay cadáveres allí donde uno mire […] Cada mañana el ayuntamiento envía camiones a recolectar los cadáveres. Ésta es la función principal del gobierno y en ella se gasta más dinero que en cualquier otra […] Tirar piedras a los trabajadores de los ‘camiones de la muerte’ es una actividad muy común entre los que carecen de vivienda […] Tal vez podría decirse que las piedras representan el descontento del pueblo por un gobierno que no hace nada por ellos hasta que mueren. Pero eso sería hilar demasiado fino; las piedras son una expresión de infelicidad y es todo. En la ciudad no existe la política como tal; todos están demasiados hambrientos, demasiado perturbados, demasiado enfrentados entre sí como para pensar en eso”.

El inglés Ian McEwan en la muy reciente novela La cucaracha, una reflexión tan amarga como irónica sobre el Brexit, imagina la situación del reversionismo que “obtuvo el favor ocasional de ciertos grupos de la derecha o la extrema derecha de Europa occidental, porque parecía poner límites al poder y alcance del Estado”. El reversionismo es un orden monetario en el cual se paga para trabajar y al ciudadano se le paga por comprar. En la fábula, el disparate absurdo sirvió para ganar el Brexit. McEwan, para realzar el dislate, señala que “dos importantes economistas del siglo XVII, Thomas Mun y Josiah Child, se refirieron de pasada a la circulación del dinero al revés, pero desecharon la idea sin prestarle mucha atención”.

Sí, pero Mun y Child recalaron por ahí porque como buenos mercantilistas estaban muy interesados en saber cómo aumentar la masa de dinero más allá de lo que lo hacia el resultado positivo de la balanza comercial. Eso para atenuar el homérico desempleo que campeaba en esos tiempos. Ahí, por supuesto no lo encontraron. Lo que si sabemos hoy es que el dinero se crea mediante el crédito. Pero el economista greco francés Arghiri Emmanuel nos advierte que “no basta la sola existencia del mecanismo de creación de moneda escrituraria: es preciso que además existan posibilidades de negocios interesantes […] Estas ‘posibilidades’ deben ser captadas más bien al nivel subjetivo que al objetivo. Puesto que la realidad económica no se constituye independientemente de los sujetos, sino que en sí misma es la resultante de sus propios actos, las previsiones, optimistas o pesimistas, se verifican en la medida misma en que determinan comportamientos y en que resultan generalizadas”.

Para terminar con medios que informan lo que estaría por suceder para fortalecer sus intereses, con infelices que aferrándose a la mala onda de las noticias falsas hacen de tirar piedras una metáfora más inquietante de lo que ya es y para que la demagogia de la derecha no siga tupiendo a la sociedad civil con basura como se alimentan las cucarachas, y en vista de cuál es el papel de la subjetividad en la acumulación, es menester abocarse de lleno a organizar y potenciar el optimismo de la voluntad. Condición necesaria: mejorar en perspectiva la remuneración del trabajo. Si no hay plata no hay amor. Para pesimista: la razón, la que nos sugiere que si seguimos sin extirpar de raíz el boludeo de la moralina nos vamos a encontrar con la desagradable sorpresa del Savonarola fascista.

 

 

 

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