LA MUERTE DE UN RESISTENTE

Manuel Gallardo, de la Resistencia Peronista al kirchnerismo

 

Empezó siendo policía y terminó trabajando en Derechos Humanos. Lo primero, en pos de defender al gobierno peronista. Como parte de esa militancia participó en 1963 de la sustracción del sable de San Martín que generó un hecho político. Su última gran tarea, desde la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, fue gestionar pensiones para los compañeros de la Resistencia que vivían en la pobreza y la austeridad. Al mismo tiempo, Manuel Félix Gallardo fue contándole su vida a El Cohete.

 

Gallardo, policía

“Yo quería cuidar el régimen. Para ser como Perón fui al Ejército, pero no estudié y me bocharon así que fui policía (risas). En el ‘54, en la Escuela Vucetich, recibí el sable de manos del gobernador. Luego un uniforme con gorra prusiana, con el arma cruzada adelante, como los nazis. Como destino pedí Mar del Plata. Allá, el 16 de junio del ‘55, no pasó nada. Recibí el llamado del Oso Drago, que se aburría. Le propuse una permuta y fui para la Subcomisaría de Necochea. Ahí lo peor fue la denuncia de una abuela a la que le habían vendido carne infectada. Fui y, en efecto, estaba llena de granos. Le dije al tipo que no podía venderle eso al pueblo, que la tirara. Otro día me llamó el comisario Cantalejo para decirme que detuviera al periodista del pueblo por una nota de desacato al Presidente. El pasquín lo hacía un viejito Martínez, de cuyos hijos me había hecho amigo, así que el sumario lo hice a favor del periodista. Me levantaron en peso pero yo creo que por esas arbitrariedades el peronismo se perdió el apoyo de los intelectuales y de parte de la clase media”.

En aquel destino costero sintieron mucho más el golpe del 16 de septiembre:

“Al otro día llegó un camión de la Marina a tomar el pueblo a los tiros. Nos cargaron, con mi segundo, a un jeep y nos llevaron ante el capitán de fragata Zorraquín, que me arrancó la charretera y anotició de mis delitos: posesión de literatura del Tirano Prófugo, atentado a la libertad de prensa, el secuestro de carne a un trabajador...”

 

 

Gallardo, huelguista

El golpista Eduardo Lonardi fue desplazado por Pedro Aramburu el 13 de noviembre, dos días antes de la huelga que Andrés Framini convocara desde la CGT. Ese día, el policía preso por peronista agitó desde su reciente cautiverio:

“Le di una resma a los presos para que escribiesen volantes y nos fuimos en una moto con sidecar junto al sargento Contreras. ¡Dos canas volanteando el paro!”

Y el 9 de junio de 1956 tomó su dependencia:

“Antes, el papá de mi novia, el ex diputado Mario Cámara, me había dicho:

–Sabemos que es peronista. Queremos sumarlo a la revolución.

–¡Cómo no! ¿Cuándo es?

Dentro de un coche me entrevisté con dos de lenguaje marcial más el ex concejal Quincoces. Me encomendaron tomar la Subcomisaría, sus armas, las del Tiro Federal e impedir un desembarco hasta que llegaran peronistas del lejano Tandil. Una misión muy loca, y así salió. En el colectivo oí a dos mujeres referirse a la revolución de esa noche. Prendido a la radio, cuando noté que la cosa no iba me rajé; caí en Guido y me mandaron preso a Olmos con el padre de mi novia, el concejal del auto, el ex gobernador Mercante, su hijo... Tres mil entre una fila de milicos mientras, por atrás, sacaban hacia Sierra Chica a los comunes. Ahí conocí al ex delegado de Perón, Federico Durruty, de Avellaneda, y a mi cumpa de celda, Atilio Renzi, ex secretario de la Señora, al que le cebaba mates a cambio de que me contara anécdotas de Evita”.

 

 

Una salida transitoria

Con la “democracia” de 1958 salió en libertad y meses después estaba apoyando la huelga del frigorífico Monte Grande, no tan notoria como la del Lisandro de la Torre, por la que el gobierno de Arturo Frondizi impuso el represivo plan Conmoción Interna del Estado (CONINTES), a partir del cual los presos políticos podían ser juzgados en tribunales militares.

“En las primeras noches, desde la Escuela de Mecánica del Ejército, en Pozos 1919, Capital, nos trasladaban a la tortura en el frigorífico La Negra, de Avellaneda”.

 

 

Los del sable

Salió de la cárcel en marzo de 1963, durante el interinato presidencial de José Guido por el derrocamiento de Frondizi.

“Apelé y sólo cumplí tres años, en Magdalena. Mi grupo de JP, el Dele-Dele, me envió a Julio Bortnik y Arístides Bonaldi”.

Se reunieron en un sindicato, definieron el equipo y fueron a recuperar el sable de San Martín el 12 de agosto.

“Como a las ocho llegamos a la confitería Los Leones, en Garay y Salta. Bonaldi; Agosto, de Avellaneda; Héctor Spina; El Orejudo Luis Sansoulet y Café, el único con auto”.

El Orejudo le pasó una Luger a Gato Gallardo y se quedó con una .45. Diez minutos después, Bonaldi llamó a la puerta del Museo Histórico, de donde salió un hombre mayor. Mintió:

–Disculpe la hora. Vengo de la Universidad de Tucumán, por un trabajo.

Abierta la puerta, Gato y Orejudo le encañonaron.

Bonaldi corrió hasta el fondo seguido de Agosto; sacaron el sable y, en diez minutos, se fueron. Gallardo se bajó en Constitución.

“El día 16, con el Gaucho Alambre (Juan Carlos Brid, del asalto al Policlínico Bancario), tomamos un auto: Patricio Hernández, Juanca Patricio y Norma Kennedy, hacia Radio Pacheco. Allá nos veríamos con compañeros de Jorge Rulli, pero por el auto que Brid le robó a un cana caímos en Florida 2ª. Después, a la delegación de la Federal. Con Norma atada a mi lado, nos torturaron los que mataron a Felipe Vallese. La Comisaría fue allanada por Diputados. Me llevaron a la U9 de La Plata. Quedé a disposición del juez Cáceres quien, decían, se había enamorado de Norma. Al mes, se dijo que el Presidente Guido firmaría nuestra amnistía. Entonces el juez nos hizo formar con Patricio, Pecos Bill y la Kennedy para informarnos de nuestra libertad. El secretario se arrimó a susurrarle:

–Doctor, aún no salió en el Boletín Oficial.

–Ponga que me enteré por los diarios.

Cuando fuimos pedidos por el juez Bregassi, ¡se armó un quilombo! Ahí empecé a mirar con cariño a la Kennedy”.

El sable iba a ser entregado a la CGT, pero como el escándalo había sido suficiente para visibilizar la existencia de una resistencia contra la proscripción del peronismo, decidieron devolverlo por intermedio de un militar.

A fin de mes, un Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara escindido de los adolescentes del lustro previo soñaba tomar Malvinas para que Perón tuviera desde dónde regresar y, en pos de financiamiento, asaltarían el Policlínico Bancario. El ejemplo cundía en las nuevas generaciones.

 

 

Con su hija, Gabriela, ante el sable de San Martín.

 

 

Prófugo

“Cansado de andar a los saltos, le hice caso a Fernando Torres que me dijo: ‘Vamos a regularizar lo tuyo’. Con el co-defensor Cacho Reali (un apocado que pusimos de asesor legal en la UOCRA luego de la toma hasta que, al mes, lo sorprendí de transa con una empresa) fuimos a Coordinación Federal, donde nos recibió un comisario que me dejaría preso ‘por dos días’. A los seis meses, en Caseros, me decidí. Como (el Presidente Arturo) Illia había dicho ‘no hay presos políticos’, escribí cartas e inicié huelga de hambre. Recibí las visitas del diputado Juan Carlos Coral, disfrazado de Alfredo Palacios; Raúl Matera, y así... Me mantuve 17 días con medio litro de agua a mediodía y a la noche. Salí en Crónica, dicen, por la época en que mataron a Rosendo. Tardé dos horas en creerle al director del penal que me liberaría, y al magistrado que me gritó que habilitó el Juzgado sólo para excarcelarme.

Así zafó, antes del golpe del general Juan Onganía, en junio.

Tres meses después, otro grupo valeroso, con Dardo Cabo y Alejandro Giovenco, aterrizó para una toma simbólica en las islas Malvinas.

Bajo aquella dictadura en que convivieron los jóvenes con formación de izquierda y derecha, los resistentes de los años ‘50 gozaban del respeto de ambas vertientes.

De sus dos grandes compañeros de militancia, Diego Miranda y Santos Logiurato, recibió un encargo: ir a la selva de Bolivia donde estaba Ernesto Che Guevara. “Andá a verlo con Osvaldo Chato Peredo” (quien murió hace doce días).

No se animó a tanto. Estaba en libertad condicional, se fue a Mar del Plata con un abogado que lo presentaba como “el del sable”, una atracción para artistas de visita en la temporada veraniega, mientras su hija Gabriela jugaba con las de Hugo del Carril.

En base a aquel protagonismo, ante la nueva salida democrática de 1973 fue convocado por Norma Kennedy para manejar la Mesa de Trabajo de Bienestar Social en Varela, Berazategui y Quilmes. Le duró poco el idilio, hasta la masacre de Ezeiza, a la que Gallardo fue para “frenar lo que pudiera”, con el resultado conocido.

 

 

Paredón y después

En un tiempo sobrevivió con puestos de venta callejera, como una parrilla en el Parque Los Derechos de la Ancianidad que fuera de los Pereyra Iraola. Durante la dictadura se camufló como taxista. Recuperada la democracia, con cuatro socios, lograron ser proveedores de salud en un hospital de Constitución, pero les fue mal. Siguió intercediendo por los más pobres.

Un día, en el Conurbano, enganchó a un compañero con drogas y le dijo que tirara esa porquería, pero terminó preso él también, entre 1992-96. En la cárcel ranchaba con Carlos Indio Castillo, de la Triple A que mató a sus amigos Miranda y Logiurato.

Después de su última liberación salió a vender pochoclos en las plazas, sin dejar de militar en lo que llamaban el Movimiento Nacional Justicialista, de recorrida junto a Bernabé Castellano y Federico Durruty.

Luego del ascenso de Néstor Kirchner, evaluaron que ése era el camino aunque nadie todavía los invitaba a subir sino al furgón del que pudieran asirse.

Fueron las nuevas generaciones quienes quisieron oír sus relatos; algunos periodistas que los volcaron en medios de Berazategui y Quilmes, las ciudades donde vivió, y hasta un documental de Nahuel Machesich que en 2016 llevó al cine El Sable:

 

 

 

 

Otros compañeros lo convocaron a la Secretaría de Derechos Humanos, desde donde ayudó a los resistentes más ignotos, que sobrevivían con penurias. Poco a poco ganó micrófono en actos y oídos entusiastas entre quienes disfrutaban los relatos de la infancia de alguien que, nacido el 5 de julio de 1935, vivió el ascenso del peronismo y su Estado de bienestar.

El 22 marzo de 2019, la Comisión Bonaerense por la Memoria le entregó por manos del Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel un diploma en reconocimiento a su trayectoria.

Por aquellos meses se lastimó al caerse en Constitución, pero no avisó para no preocupar. Le quedó una pequeña fractura cuyos efectos habrían de notarse al año. Para entonces, exhibía avances de senilidad, fiebre y se creía preso.

 

 

 

Su pareja, Patricia, recurrió a un periodista amigo para pedir dadores de sangre, dos días antes del 16 de enero en que partió para siempre.

Durante esta semana recibió cálidas salutaciones de todas las generaciones, incluidas las de varios jefes comunales. Desde Quilmes, Mayra Mendoza lo despidió en las redes como “Héroe de la Resistencia”.

Y todos sabían que no se refería sólo a 1956.

 

 

Con Patricia, su mujer, en un acto de La Cámpora.

 

 

 

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