La muerte del tiki taka

Francia finalista con vértigo y verticalidad

La tenencia dejó de ser la religión dominante en el mundo del fútbol. Mientras España, Alemania y Argentina, los equipos con más posesión, quedaron en el camino, un once vertical, que prescinde sin escrúpulos de la pelota y se acomoda en el contragolpe, ha llegado a la final de la Copa del Mundo. Las estadísticas no mienten: Francia manejó el balón el 40% del tiempo pero pateó al arco más del doble de veces que Bélgica, corrió menos y metió el único gol del partido de pelota parada. Lo que los números no alcanzan a explicar lo dicen los nombres propios: Francia es el rey del juego directo porque tiene los futbolistas perfectos para jugar así.

Bélgica llegó a semifinales dando, también, un par de lecciones sobre practicidad. Hazard, De Bruyne y Mertens necesitan dos o tres toques para dejar en posición de gol al implacable Lukaku, pero no contra Francia. Preocupado por la superioridad gala en el mediocampo, el DT Roberto Martínez dejó a Mertens en el banco para sumar al más rústico Dembelé a la zona caliente, y Bélgica cayó una y otra y otra vez en la telaraña de los Bleus. El que tiene la pelota y no lastima, pierde.

Todo empieza con Kanté. El 5 del Chelsea teje la telaraña. Cortó los circuitos creativos belgas y reforzó la doble pared del fondo francés: Varane y Umtiti. Real Madrid uno; Barcelona, el otro, podrían ser la síntesis superadora de la crisis política española pero son —posiblemente— la mejor dupla de centrales del Mundial, y maestros del juego aéreo. Contra Bélgica, la cabeza de Varane fue clave en el área propia y la de Umtiti, en la rival, anticipando a Fellaini para el gol del triunfo. Lloris es la red con la que cuenta el equilibrista cuando todo lo demás falla: Alderweireld y Witsel probaron sus legendarios reflejos. Pogbá, pesadilla ante Argentina, estuvo controlado: no trascendió por pases punzantes pero obligó al rival a anular un jugador propio para marcarlo, con el agravante de que, además de Fellaini, se ocupó de la faena el mejor belga, Hazard. La misma sensación dejó Matuidi, el más terrenal del medio, cuando el brillante 10 se puso el overol para hacerle falta y evitar uno de esos contraataques temibles.

Mbappé rompe todos los esquemas: tiene physique du rôle de nueve potente y pesado pero es ágil, veloz y virtuoso, como demostró en ese bello taco con el que asistió a Giroud en el área. El 9 fue el punto bajo de los de Deschamps, con cinco chances falladas y la sensación de que vuelca el tarro de pintura sobre el cuadro cuando sólo debe agregar el último trazo. Pavard y Hernández no pudieron ni necesitaron proyectarse. Y entre tanto crisol de etnias y cuerpos de atleta emergió, en la semifinal, un tipo rubio, de altura promedio y gusto por el mate uruguayo: Griezmann, la clave para transformar defensa en ataque y ataque en defensa, y ejecutante del córner al primer palo que cabeceó al gol Umtiti. El hombre de Atlético Madrid está acostumbrado a manejar contragolpes: así juega todos los fines de semana con el Cholo Simeone. Y, mientras algún Fukuyama de la número 5 decreta la victoria definitiva de la tenencia sobre la verticalidad, Francia vuela de arco a arco en tres toques y se mete en la final con un gol de córner. Las ideologías futboleras están vivas y, para deleite de los amantes del juego, siguen siendo el motor de la historia.

“Si no corremos, no somos nada. Si pedimos el balón al pie y no al espacio, nos volvemos intrascendentes. El tiki taka es una mierda, es intrascendencia pura”, Pep Guardiola.

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