La música que escuché mientras escribía la nota

La semana pasada estuve en Córdoba, invitado por un grupo de militantes de la circunscripción 14ª. Les parecía una gran cosa que yo fuera a hablar en lo que llamaron un humilde tinglado de barrio. No se daban cuenta de que yo debía agradecerles a ellos porque ése es un privilegio en estos tiempos. El humilde tinglado era una mesa y cinco sillas sobre unas tablas que vibraban con cada movimiento, en el club Los Boulevares. Vimos un documental sobre la Sentencia en uno de los juicios contra Menéndez y después hablaron algunos sobrevivientes (Manuel Llorens, el Moro Burnichón, el Pecho Bardach).

Entre el público estaba el cura Guillermo Mariani, Quito para todos desde que integraba el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo hace medio siglo. Es uno de los pocos que quedan, ya tiene 90 años y vive en la casa que le cedió en usufructo vitalicio su compañero de entonces José Oreste Gaido, que dejó los hábitos y prosperó con la soja en unos terrenos heredados donde antes no se podía sembrar nada. “No sé qué hacer con tanta plata” me contó Gaido cuando fui a presentar uno de mis libros sobre la Iglesia a la librería y centro cultural que puso en un barrio estirado. Cuando Gaido murió, los hijos decidieron vender la librería, porque estaba en el lugar más cotizado de Córdoba, pero tuvieron la decencia de respetar el acuerdo paterno con Quito Mariani. Le pasé el micrófono y en vez de hablar ¡cantó! Con una voz muy firme para su edad improvisó un tema sobre la necesidad de “Otra emancipación”. Fue tan breve que sólo alcancé a grabar el final. Lo hace todos los domingos, porque sus misas no son habladas sino cantadas.

Después fuimos a comer unas empanadas cordobesas, que como todo el mundo sabe [en Córdoba] son las mejores del país, y a seguir charlando sobre Córdoba y sobre el país. Y ahí me enteré con cuánta atención leen cada nota de El Cohete y escuchan la música con que acompaño la escritura. Lo hago perche mi piace pero sin pensar en cómo lo reciben del otro lado, así que me alegró. Antes de que me volviera, me dieron un CD y un pendrive con sus aportes para esta sección, que mucho agradezco. También me pasaron un video en el que De la Sota canta un bolero. No es chiste, fíjense.

 

 

El chiste es que todavía piense en una candidatura. Si Berlusconi lo hace, ¿por qué no yo? debe preguntarse.

El CD es de Ciriaco Ortíz, uno de los orgullos de los cordobeses porque (los voy a chicanear un poco) toca el bandoneón como si fuera porteño. Era uno de los que sonaba en el tocadiscos de mi familia. Mi papá lo nombraba como Ciriaquito Ortíz y recién ahora me enteré que eso se debía a que era hijo de otro bandoneonista que obviamente se llamaba Ciriaco. Además del que me dieron allí estuve escuchando otro que tenía en casa. Siempre supe que nadie influyó tanto como Ciriaquito en el dúo y el cuarteto que Troilo armó con Roberto Grela. Pero no conocía nada de su biografía, que me puse a leer al regreso.

 

 

Nació en 1905 y a los 12 años ya estaba entreverado con algunos de los grandes. Tocó con una lista de gente impresionante: Gardel, Troilo, De Caro, Pugliese, Canaro, Piana, Salgán, Maffia, Laurenz, Lucio Demare, Hugo del Carril, Ignacio Corsini, Rosita Quiroga, Mariano Mores. Sólo le faltó Pantaleón. A propósito de Rosita Quiroga, a mi gusto es insuperable en el tango reo, por encima de Tita Merello. Ahí van de yapa un par de temas donde la acompaña Ortíz. El primero, Maula, es de un machismo exacerbado. ¡La que canta en primera persona es una mujer, pero el letrista es un hombre y se le nota! Qué suerte haber vivido hasta llegar a esta época, donde esa barbaridad es inadmisible.

 

 

Para terminar y pensando en este viaje tan especial: la gente hermosa con la que estuve me llegó al corazón.

 

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