LA PAREJA DESPAREJA

Inversión externa y salarios crecientes, como fórmula para el desarrollo

 

El economista Ernest Ezra Mandel (1923-1995), de legendaria afiliación trotskista, nació en Alemania y tuvo como patria adoptiva a esa singular macedonia gentilicia llamada Bélgica. Mandel, en su más que interesante y discutible ensayo de 1972 El capitalismo tardío, que viene atravesando con dignidad la edad provecta de cualquier análisis con profusa información coyuntural en tanto manifestación de síntomas de las tendencias relevantes, al momento de la vivisección de la estructura del mercado mundial capitalista puntualiza que “dadas unas condiciones políticas razonablemente favorables [se le hace posible al capital], compensar cualquier tendencia descendente de la tasa de ganancia mediante un aumento subsecuente de la tasa de plusvalía a través de una reducción significativa de los salarios reales. Esto sucedió en la Argentina en 1956-60, en Brasil en 1964-66 y en Indonesia en 1966-67”.

Ya es opinable la periodización 1956-60 por lo ocurrido a partir de mediados de 1958. Lo cierto es que luego de la devaluación compensada de mayo de 1958 (compensada con aumentos de salarios) desde un par de trimestres posteriores a ese evento, la remuneración de los trabajadores no paró de crecer hasta el arribo de la dictadura genocida en 1976. Esas observaciones de Mandel lo llevan a deducir que “la existencia de un precio mucho más bajo de la fuerza de trabajo en los países dependientes y semicoloniales que en los países imperialistas, sin duda permite un promedio mundial más alto de la tasa de ganancia, que en última instancia explica por qué el capital extranjero afluye a estos países”.

Consistente con las premisas de las cuales se vale, Mandel advierte que el “precio tan chato de la fuerza de trabajo actúa también como un límite para la subsecuente acumulación de capital” y frena la inversión externa en la periferia, “pues la extensión del mercado se mantiene dentro de un cuadro sumamente estrecho debido al bajo nivel de los salarios reales y las modestas necesidades de los trabajadores del Tercer Mundo”. Postular al socialismo para salir del atolladero, sin establecer teóricamente cómo se abandona el capitalismo, es decir cómo se hace la transición, y además no tomar en cuenta la necesidad de acumular capital y recusar la inversión externa sin más, explica que estas fuerzas políticas minoritarias normalmente sean pasto de la reacción contra los trabajadores que dicen constituir el centro de sus preocupaciones, y no hay por qué no creerles.

Que la pobreza es la condición necesaria para atraer inversiones externas es un diagnóstico perenne común, en las antípodas que separan a trotskistas de liberales. De esta comunión de pensamientos opuestos lo interesante es que el movimiento nacional puede extraer una notable confirmación de la realidad signada por el hecho de que salario al alza e inversión externa, imprescindible para acelerar el desarrollo o incluso desatarlo, lejos de ser incompatibles configuran la pareja despareja que mejor se llevan, como bien lo demostró la experiencia argentina cuando fue abordada sin anteojeras ideológicas.

Indagar con algo más de detalle los esquemas conceptuales sobre los que fundamentan su accionar y recomendaciones los unos y los otros es adentrarse:

  • en el caso de los seguidores de Mandel, en la génesis de la formación del valor internacional de las mercancías que se comercian en el mercado mundial centrada en la productividad, y
  • en el caso de los liberales de índole neoclásica, en el más reciente chiche analítico que manufacturaron: la pseudo-riqueza, o sea los desequilibrios macroeconómicos generados por la diferencia calculada en exceso entre lo que las personas piensan recibir por los frutos de las actividades emprendidas y lo que esas mismas personas esperan pagar por lo que necesitan para sus iniciativas calculado por defecto. A esta disparidad en (el valor actual descontado de) los pagos de transferencia esperados, esta pseudo-riqueza según sus demiurgos, por medio de los bandazos que pueden provocar en el valor agregado produce grandes fluctuaciones en el consumo. Pretenden con esta categoría pseudo-riqueza haber aislado el virus que conduce tanto al endeudamiento externo irracional como a la insensatez del proteccionismo.

 

 

Productividad

Dice Mandel que “los movimientos internacionales de capital reproducen y extienden constantemente las diferencias de la productividad internacional que caracterizan la historia del capitalismo moderno. Esos movimientos, a su vez, son determinados por tales diferencias. Explica así la determinación de los precios internacionales por las diferencias de la productividad del trabajo. Si la Argentina es más pobre que Japón se debe a que los precios de sus exportaciones se forman con una muy baja productividad respecto de los precios de las exportaciones japonesas. Para enunciar lo esencial de este enfoque, se parte del hecho de que así como en el ámbito nacional cada mercancía tiene varios valores individuales, según las condiciones de las diferentes unidades de producción que la hace, pero un solo valor social (medio), igualmente en el plano internacional, cada mercancía tiene varios valores nacionales conforme las productividades del trabajo respectivas, pero un único valor internacional (promedio). Siendo que el valor es inversamente proporcional a la productividad del trabajo, el valor nacional de los países subdesarrollados (menos productivos) es superior al valor internacional, en tanto el valor nacional de la misma mercancía en los países desarrollados (más productivos) es inferior al valor internacional

Entonces, cuando un país desarrollado exporta un producto, gana, en la venta a su valor internacional justo, la diferencia de su valor nacional con respecto al valor internacional. Cuando un país subdesarrollado exporta un producto, pierde, en la venta a su valor internacional justo, el exceso de su valor nacional con relación a su valor mundial. Los economistas que sostienen este enfoque, tal como Mandel, razonan como si en el mundo no existieran otra clase de productos que no fueran los industriales, en los que efectivamente los países subdesarrollados tienen a menudo (pero no siempre) una productividad del trabajo inferior a la de los países desarrollados. Esos mismos economistas, simplemente no consideran a los productos agrícolas y mineros que exporta la periferia, los que gozan de una productividad enormemente superior. El punto de vista es adecuado para los productos importados por la periferia, pero diametralmente opuesto a la realidad en lo concerniente a los productos exportados por la periferia. Si se consideran estos últimos productos, la desigualdad anterior se revierte.

En el fondo de la cuestión, se trata no solamente de una rehabilitación de la teoría de los costos comparativos, sino además de una rehabilitación torpe, porque lo que es una simplificación no esencial en la teoría de Ricardo, se convierte en el enfoque de estos economistas en un punto esencial. En efecto, Ricardo suponía que uno de los dos países era más productivo en los dos bienes o mercancías que eran potencialmente comparables para el intercambio internacional. Esta superioridad universal de un país sobre otro no es ni una condición imprescindible de la ley de los costos comparativos ni, evidentemente, una hipótesis realista.

Ilustremos con un ejemplo exacerbado. Si un auto japonés cuesta 500 horas de trabajo, es factible de suponer que el mismo auto costara producirlo 1.500 o 2.000 horas en la Argentina. Entonces si el precio internacional debiera situarse en cualquier parte alrededor de la media de los dos valores se entiende muy bien que Japón gane la diferencia. Se comprende bastante menos qué gana y qué pierde la Argentina. Sin embargo, si una tonelada de trigo cuesta en la Argentina 200 o 300 horas de trabajo, es factible suponer que la misma tonelada de trigo costaría un par largo de miles de horas de trabajo al ser producida a fuerza de medios artificiales en Japón. Entonces, según la lógica de Mandel y los que sostienen este enfoque, si la Argentina le vende a Japón una tonelada de trigo al precio medio entre el costo argentino y el costo japonés, debería obtener una ganancia que sería un múltiplo superior de lo que conseguiría Japón al venderles sus autos en las mismas condiciones a la Argentina. En la realidad tal cual es, los precios de lo que exporta la periferia independiente de si son materias primas o manufacturas tienden a irse para abajo exactamente al revés que en el centro.

 

 

Pseudo riqueza, gorila real

En cuanto a los neoclásicos ahora poniéndose a la moda con el nuevo mantra de la pseudo-riqueza, se debe considerar que es una teoría del ciclo en la que el ascenso y descenso de la actividad económica se explica porque el estado de la economía, incluidos los niveles de consumo de la sociedad, cambia drásticamente debido a que la riqueza que los individuos perciben que poseen presenta un acentuado divorcio de los activos físicos que existen en la sociedad, es decir: es puro humo. Pero este humo incita a endeudarse muy por encima de lo que los activos físicos aconsejan y cuando se hace presente la realidad el no pago de esas deudas genera la debacle. La teoría del ciclo de la pseudo-riqueza se enfoca en la dispersión de creencias en lugar de las creencias promedio. Este análisis es un conjunto de tautologías irrelevantes: los precios se desalinean porque los individuos creen que poseen más riqueza de la que en realidad tienen y eso se prueba porque los precios están desalineados con respecto al valor real de los activos físicos cuyo precio de equilibrio aparece cuando no hay efecto pseudo-riqueza.

Al desmontarnos del caballo blanco de San Martín encontramos un nuevo marketing para el viejo vino en más viejas odres de la monserga liberal de sostener que las crisis las produce ese afán de la sociedad de gastar por encima de los recursos. Pero las sociedades están obligadas a gastar por encima de su producción efectiva. En una economía de mercado la producción efectiva es tendencialmente inferior a los recursos, pero la producción efectiva es una función creciente del nivel de vida. Por lo tanto vivir por encima de la producción efectiva es la única manera de aumentarla, tanto al nivel de su producción potencial como del consumo efectivo correspondiente, y de equilibrar así el conjunto hacia arriba. Gastar más es lo que desaconsejan, ahora con la hipótesis de la pseudo riqueza, y antes con la del populismo despilfarrador.

La productividad no tiene ninguna incidencia en la determinación del nivel de los salarios. Si son bajos, pudiendo ser mucho más altos (caso argentino) es una cuestión de falta de conciencia política, de manera que es posible subirlos. El planteo de Mandel que dejaría sin ninguna palanca para mover a los trabajadores argentinos que no sea el socialismo no está fundamentado. Queda sortear la trampa puesta por la hipótesis de la pseudo riqueza. Al enfocarse en la dispersión de precios, la política económica debe alinearlos, lo que implica —hablando en plata— frenar las paritarias y fijar y atrasar el tipo de cambio mientras a los sectores exportadores afectados se les mejora el tipo de cambio efectivo con subsidios y medianamente se cumple con el FMI. El momentáneo nirvana no inflacionario puede darle cierto espacio político al gobierno que toma ese camino, en vista de que de acuerdo a la experiencia el mayor desempleo que trae aparejado el esquema no tiene repercusión política inmediata. Incluso puede funcionar y estabilizarse en su desagradable lógica si la sociedad se lo banca, lo que parece poco probable pero no imposible. Una vez más, cuando la historia se repite rimando, el movimiento nacional tendrá que encontrar la forma que hasta ahora nunca halló de acelerar el desarrollo procurando el concurso de la inversión externa a partir de alentar una política de salarios crecientes. A favor tiene a realidad, en contra fantasmas ideológicos como los dos descritos.

 

 

 

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