La piel que habitamos

Quien quiera ganar debe ilusionar

 

Radiografía conurbana

Tamara vive en los bordes de un barrio humilde del Conurbano. Su congregación agrupa jóvenes escolarizados y digitalizados que se informan, preferentemente, por redes sociales. Esquiva, a diario, todas las inseguridades, desde las económicas hasta las de fierro en mano. Este año termina la escuela secundaria. Votó por primera vez. En la urna, plantó a Milei. A la hora de explicarlo dice que “los otros, son todos conchetos”. Una división que pone a UP y a JxC en el mismo dial. Hay, hace rato, un registro masivo de algo similar en los grupos focales, donde aparece enojo, malestar, indiferencia, descreimiento. En ellos, sin parar, uno de los denominadores comunes fue el “rechazo a los políticos”. El fenómeno tiene, también, datos cuantitativos. Según la Encuesta nacional de creencias sociales hecha en mayo por el Observatorio de Opinión Pública de la UBA, Pulsar, el 69 % de la población está “muy de acuerdo” con reducir el gasto en la política y otro 22 % “bastante de acuerdo”. Aglutinar en “la casta” a los responsables de este malestar no parecía difícil.

En el barrio de Tamara, esperar el colectivo es riesgoso. Los precios justos están lejos. Se llega a fin de mes arañando, se vive muy al día y siempre yugándola. El hospital, la escuela, el alumbrado, la limpieza de calles y, en general, los servicios esenciales, son de dudosa calidad. La receta es rara, mezcla productos estilo 2001 con condimentos veganos.

 

40 no es nada

Cuarenta años de democracia. Eso sí, partidos al medio por el 2001. La vieja sociedad salarial del peronismo de origen, con trabajadores, empresarios y convenio colectivo, orgullo de la movilidad social ascendente, mudó ropas. El piquete cobró fuerza. Más cerca, la economía se “uberizó” multiplicando fragmentos. Si miramos los 40 años, vemos una economía reformulándose permanentemente, en zigzag, una fragmentación social creciente y una política jugando siempre sobre el formato del superclásico campo versus industria en sus distintos ropajes.

En 2001 estallaba la Argentina y la “burbuja punto com”. Esta última parecía frenar el impulso de la llamada, por entonces, “nueva economía”. Sin embargo, tres años más tarde nacía Facebook, casi cuando Néstor Kirchner ordenaba bajar los cuadros de Videla y Bignone. Un año después, en 2005, Internet alcazaba los 1.000 millones de usuarios, dejando muy atrás los 10 millones de 1996. Una inflación que el mundo acogía con beneplácito. Mientras Néstor Kirchner recuperaba el camino de sustitución de importaciones, la nueva economía tomaba impulso para alcanzar velocidad en la carrera hacia la inteligencia artificial.

La Argentina es un péndulo. Desde 1983, pasando por 1989, 1999, 2001, 2015 y 2019, ida y vuelta. Desde hace una década larga, mientras cae el bienestar, aumenta la inflación.

La inflación desordena. En el descalabro, este país tiene apetito. Se las ingenia para ganar campeonatos mundiales, tener un Papa e inventar, en tiempos de cambio climático, un trigo que crece sin agua. Quiere bienestar. Ese deseo está en su ADN. Allí el peronismo dejó su marca. Los desaciertos económicos, los malos diagnósticos, la disputa inacabada por una hegemonía siempre a medias tocan el punto. El bienestar aplazado, puesto a rodar hacia adelante, como un punto siempre inalcanzable, desacredita a una dirigencia política que se siente cómoda navegando el velero dentro de una pileta.

Otra de grupos focales: “Todos acusan al otro, pero hacen lo mismo”. Macarena Posse perdió en San Isidro, rompiendo con una tradición casi monárquica que, para algunos, solo sucede en los feudos del norte. Horacio Rodríguez Larreta perdió en Ciudad Gótica, desde donde proyectó su aventura nacional. Signos.

Hoy, las dos coaliciones que dominaron la política los últimos años miran desde atrás y con desconcierto, esperando soplar las 40 velitas mientras millones no comen, no se curan ni se educan.

 

La realidad manda

En Pandenomics, el documental que estrenó Javier Milei en diciembre de 2020, en la parte titulada “la batalla cultural”, llama a los “libertarios” a dar vuelta “100 años de decadencia socialista”. En la escena hay jóvenes que lo rodean en semicírculo mientras él arenga portando un sobretodo largo de cuero. Les dice: “Somos superiores en el plano de la moral”, frente a la envidia, el odio, el resentimiento, el robo, el asesinato, valores que endilga al socialismo. En esa Jabonería de Vieytes distópica, muy siglo XXI, Lilia Lemoine ingresa vestida como una superheroína diciendo que “el Banco Central está haciendo de las suyas de nuevo”. Seguidamente, agrega: “Creo que es hora de cerrarlo de una buena vez” y le entrega un maletín estilo James Bond que contiene un martillo. Rompen, entonces, una maqueta del BCRA en medio de gritos que claman “destrucción”.

Tal vez la libertad, que venía gateando por la cuarentena, avanza. Habrá que estudiar ese tiempo con profundidad en algún momento. El Covid-19 aceleró la digitalización económica. Reforzó a un individuo ya encapsulado en redes sociales y que tiene al mundo al alcance de la yema de sus dedos. Potenció la emocionalidad, piel con la cual palpamos los contextos. TikTok no es solo entretenimiento, opera también como agencia de noticias. La razón, cada vez más, se encuadra en los límites del hilo de un tuit.

Es época de individuos. No llegamos a este punto por una batalla cultural perdida, sino porque la sociedad avanzó y construyó tecnologías que modificaron todos los aspectos de nuestras vidas. Nuestro mundo está, cada vez más, intervenido por el smartphone que llevamos en nuestros bolsillos. Somos habitantes de Google Earth. Nuestros vínculos se miden por aquellos a quienes “seguimos” y nuestros “seguidores”. El mundo emergente de esas prácticas tiene textura gaseosa. Ya ni siquiera habitamos el mundo líquido de Bauman. La política enfrenta, ya no la plasticidad del agua, que puede adaptarse al vaso, la botella o lo que fuere, sino las infinitas posibilidades, sin molde alguno, que el aire le brinda a esta nueva subjetividad. Las comunidades, que no dejan de existir, toman el formato de la red, donde cada sujeto es nodo constructor de una audiencia y parte de algunas otras. Complejidades de la era digital.

Es época de emociones. El racionalismo cede terreno. En el siglo pasado, los colectivos sociales podían ser constituidos por discursos permeados por razones. Las prácticas humanas se regían por tiempos largos y el mundo evolucionaba a esa misma velocidad. En la nueva economía, los tiempos se acortan tendiendo al instante. La información satura. La racionalidad, en este contexto, puede alcanzar segmentos acotados y se rige por la perentoriedad. Nuestros pilares son evanescentes y para nuestra supervivencia dependemos más de nuestras emociones, que nos orientan mejor en los tiempos cortos y limpian más eficientemente la maleza informativa en la cual nos movemos. La ilusión moderna de transformarnos en seres racionales nos dejó plantados como seres emocionales.

En esas coordenadas se viene construyendo la alt-right. Ganó un representante local de ella, que metaforiza a un Elvis Presley modelo siglo XXI remixado con el lenguaje hard de La Renga. En las PASO 2021 sacó 13,6%. Era tan solo un fenómeno capitalino y mediático. Aún quedaban dos años por delante para la noche en la cual selló su recorrido performático con el pleno del Movistar Arena. A pesar de que hubo quienes le auguraron una extinción temprana, esa fusión de especialista en economía, político anti contubernios y rock star, se las ingenió. Conectó con un sentimiento que recorre la piel de ciudades y pueblos y, personificando un avatar potencialmente Marvel, logró expresar al 30 % del electorado nacional, sacudiendo los cimientos de la política. Cosechó un voto poli-clasista. Ganó en 2 de cada 3 provincias. Clavó hueso en barriadas populares, aunque no desperdició clase media ni alta. Se ubicó arriba en el podio entre los sub 30 y entre los varones. Si la elección se hubiera resuelto entre jóvenes o entre hombres, y el 13 de agosto hubiera sido el escenario de primera vuelta, todo hubiera terminado allí.

 

De regreso a octubre

Las dos coaliciones que lo enfrentaron no atinan a levantarse de la lona. Llenan hojas con cálculos y miran la cuadrícula territorial para detectar dónde buscar votos. Simplifican resultados echando mano al placebo de los que no fueron a votar. El riesgo es alto, porque quienes no fueron, pueden votar equivalente a las PASO.

Estas elecciones son muy importantes por muchos motivos. Pero, a riesgo de errar, este autor elige leer que el país enfrenta una oportunidad. Se olfatea. Asoman varias ventanillas para sortear la restricción externa. Al complejo agro-exportador se le sumarán el energético, el minero, los servicios, muy especialmente los vinculados a la economía del conocimiento. Puede no ser, pero hay una oportunidad para que sea. Romper el péndulo y metaforizar el país como un auto eléctrico conducido por inteligencia artificial suena lindo.

No es indiferente quién o qué ideas gestionen ese futuro posible. Pero, para ganar, hay que generar ilusión, marcar diferencia, indicar el rumbo para un mundo que poco tiene que ver con el siglo XX. No hay que mentir. Pero prometiendo sudor y lágrimas o echándole la culpa al usurero es difícil convencer a una sociedad que reclama bienestar. Un día el peronismo puso al overol y la metalurgia a competir con la vaca y el arado, y reconfiguró la patria agropecuaria y la política. Hoy, que la economía digital avanza sobre todo lo imaginable, un discurso que ilusione no puede quedar encallado en el pasado. El overol cedió ante la notebook.

Es cierto, estamos parados en el punto donde con el overol no alcanza y sin el overol tampoco se puede, pero hay que construir el sueño de ese nuevo camino. En vez de hablar de la cal y de la arena, hacerlo sobre la pared.

 

 

 

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