La pobreza

Una caminata entre colchones y frío

 

Era sábado a las 12:30 y estaba un poco apurado, pensaba que no llegaba a la puerta de la escuela. Ahí se juntaban mis alumnxs para comenzar una recorrida solidaria por el barrio. Cuando llegué sólo había dos alumnas que estaban mensajeando a lo loco para ver cuándo llegaba el resto de lxs pibxs.

 

II
Días antes habíamos trabajado con lxs alumnxs la pobreza. Con datos de la Universidad Católica Argentina, repasamos los números de la pobreza y lxs invité a reflexionar sobre aquello. La semana había empezado de la peor manera: el invierno llegó con todo. Los titulares de los diarios informaban sobre los primeros muertos a causa del frío. Aquellos nadies de Eduardo Galeano “que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local". Ninguna persona puede ser indiferente, me dije, y armé una planificación didáctica sobre el tema.

 

III
Cuando llegué a la escuela, saludé y me senté en el umbral. Las puertas estaban cerradas. Puse una bolsa de ropa que llevé con los termos, todavía vacíos. Unos minutos después comenzaron a caer lxs otrxs compañerxs. Unx traía un termo, otrx galletitas y lxs demás, algo de ropa. Finalmente llegó la vicerrectora y compañera y comenzamos a caminar. En la esquina de la escuela encontramos a la primera víctima del frío: un niño de no más de 10 años que estaba sentado sobre un cartón. Esperaba a su hermana que había ido al baño. Aquellxs “hijos de nadie, los dueños de nada. Los ningunos, los ninguneados”.

Lxs chicxs se acercaron y le preguntaron, muy amablemente, si quería algo caliente. El chico no dudó y tomó el mate cocido con las dos manos. No hubo miedos, no hubo vergüenza. Hubo solidaridad.

 

IV
El jueves llevé una nota de diario que hablaba de los primeros muertos. O más bien, de las primeras víctimas fatales de un invierno que promete ser helado y atravesado por la falta de trabajo y la inflación. La noticia era que dos hombres habían fallecido a causa del frío. Propuse leer la nota en voz alta. Para eso distribuí varias copias. Comenzamos la lectura. Prestaron más atención que otras veces. Algo estaba sucediendo. Finalmente, reflexionamos sobre esas personas de carne y hueso que, no solo tienen frío, sino que, además, pasan hambre. Naturalmente se fueron vinculando las dos noticias, las dos clases: pobreza y frío.

 

V
La recorrida continuó para el lado de Juan B. Justo. Como un clima de época, lxs alumnxs se iban sumando en distintas calles porque se mandaban la ubicación por WhatsApp. Llegamos a una intersección de las complicadas. Diez personas adultas en situación de calle, pero, además, alcoholizadas. Aquellos que van “muriendo la vida, jodidos, rejodidos. Que no son, aunque sean”. Lejos de arrugar, lxs pibxs se acercaron y ofrecieron el mate cocido con la misma actitud que antes. En ese contexto, como supuesto adulto responsable, cambié mi actitud y me puse en el medio. Habíamos optado, con la vicerrectora, dejar que ellxs hagan la actividad, no meternos. Pero ahí, tal vez, me dio un poco de miedo, temía una supuesta reacción violenta por parte de los varones. No pasó nada. Tomaron su mate cocido, llevaron algo de ropa y continuamos la marcha.

 

VI
El viernes leímos una experiencia solidaria concreta. La última actividad de la secuencia didáctica, podría titularse: Algo podemos hacer. En esa clase leímos la historia de las ollas populares. Cómo nacieron, quiénes las hacen, cuándo se deben hacer. Leímos la historia de lxs inmigrantes. De lxs anarquistas. Luego de las organizaciones obreras y, finalmente, de lxs piqueterxs. Cualquiera puede organizar una olla popular para responder, con organización, a las políticas de ajuste del gobierno que utiliza el Estado para enriquecerse y no para el desarrollo humano de lxs ciudadanxs.

 

VII
Llegamos a una esquina sabiendo que iban a venir dos compañerxs más. Nos detuvimos unos minutos para hacer carteles. En ese momento pasó un padre con dos hijos menores, vendiendo pañuelitos descartables. Porque “no son seres humanos, sino recursos humanos… no tienen cara, sino brazos". No compramos pañuelos, pero les dimos una merienda calentita. El padre, más abierto, charló un poco sobre la situación social. Los chicos, menos sociables, cruzaron la calle y se detuvieron a unos veinte metros. La distancia que separaba a los chicos de nuestro grupo se acortó cuando unx de lxs alumnxs les llevó el vaso caliente. Pero sin dudas, se achicó más la distancia cuando, volviendo con nosotrxs, sus lágrimas expresaban la sensación de impotencia y al mismo tiempo de sensibilidad. Aquella que sentimos todxs nosotrxs cuando, por un lado, leemos las cifras vacías, expresadas en porcentajes, y por otro, vemos la multiplicación de colchones en la calle mezclándose con carteles electorales amarillos que dicen “los argentinos juntos somos imparables”.

Finalmente, volvimos a la puerta cerrada de la escuela después de haber distribuido mate cocido, galletitas y ropa por el barrio. Las caras de satisfacción de lxs alumnxs eran impagables. Habían hecho la mejor de las clases. Frente a la miseria que van dejando las políticas neoliberales, que ya no puede taparse ni siquiera en campaña electoral, lxs alumnxs dieron muestra de que la escuela enseña, aún con las puertas cerradas.

 

 

 

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