Nunca pensé que el 10 de junio de 2025 por la noche terminaría parado en la bocacalle de mi antiguo barrio, rodeado de miles de compañeros muy angustiados que buscaban una explicación, haciéndose las mismas preguntas que me hago desde enero del 2016, cuando se reinició en la Argentina la caza, persecución y encarcelamiento de dirigentes y militantes populares solo por identificarse con el último gobierno peronista. Tuve la misma sensación que me invadió en aquellos campamentos en Plaza de Mayo o Tribunales, en los cortes de ruta o las huelgas de hambre; ese sentimiento de estar acompañado en la intemperie, de bronca, de impotencia y de esperanza de que los compañeros recuperen la libertad.
Aprendimos de solidaridades y de indiferencias, aprendimos de complicidades y traiciones, pero sobre todo aprendimos que el enemigo no perdona.
Una madrugada de 2017, en la vereda de la comisaría de Barracas, esperando que liberaran a siete compañeros después de una violenta represión que sufriéramos por la mañana en el Ministerio de Desarrollo Social, me repetía en voz alta la misma pregunta que escuchaba una y otra vez en la esquina de Matheu e Irigoyen: “¿Por qué nos hacen esto?” “Porque pueden –nos dijo Gómez–, porque pueden”.
Pueden meter presa a Cristina y a quien se les antoje, pueden hacer morir de hambre a nuestro pueblo y pueden hacer de la Argentina una colonia donde nuestro único destino es extraer riqueza para el extranjero.
¿Pero quiénes? ¿Macri? ¿Milei? ¿Los radicales? ¿Los jueces de Comodoro Py? ¿Los tres cortesanos? Escuché muchísimas teorías en estos días: que esto le conviene a tal o cual, o que tal vez… Lo cierto es que siempre nos confundimos y creemos que el gerente de personal es el dueño de la empresa. Los dueños de la Argentina son los dueños del petróleo, del gas, del litio, del cobre, de las tierras, de las exportaciones de granos, de los bancos, de los fondos de inversión y de esta institucionalidad que creemos democrática porque es la que nos costó conquistar después de la tragedia de la dictadura, nos permite votar pero esta viciada y adulterada por los dueños de todas las cosas.
“¿Por qué nos hacen esto? ¿Por qué tanto odio?” Es una pregunta que se hace el peronismo desde la Revolución Fusiladora hasta hoy, es la pregunta que Elenita Carranza le hizo a Rodolfo Walsh cuando escribía Operación Masacre, es la pregunta que se hace Julio Troxler cuando vuelve a ese basural donde fusilaron a sus compañeros y reconoce: “Tardamos mucho en comprenderlo, en darnos cuenta de que el peronismo era algo más permanente que un gobierno que puede ser derrotado, que un partido que puede ser proscripto. El peronismo era una clase, era la clase trabajadora que no puede ser destruida, el eje de un movimiento de liberación que no puede ser derrotado, y el odio que ellos nos tenían era el odio de los explotadores por los explotados”.
Pasar a la resistencia significa asumir la dimensión de lo que nos toca enfrentar; significa un grado de organización y articulación que debemos construir; significa que no podemos ser resistencia sin cuestionarnos el sistema. La resistencia, si no es rupturista, es una contradicción en sí misma. Pero sobre todo requiere mucha voluntad de luchar para defender a nuestro pueblo. Es la única posibilidad de que los dueños de la Argentina dejen de poder hacer lo que quieran; construir poder para que ellos no puedan y podamos nosotros distribuir la riqueza de nuestra patria entre todos los argentinos. Esa es la verdadera discusión de poder.
En ese camino estarán los que luchan y los que lloran, como decía Masetti. Tratemos de que seamos más los que luchan.
Hubo una brecha, un hilo de luz inmediatamente después de la condena a Cristina, donde los trabajadores de SMATA y la UOM abandonaron masivamente sus puestos de trabajo y cortaron los accesos a la capital. También grupos de militantes con desigual organicidad quemaron gomas y se autoconvocaron en la certeza de que la rebelión es el camino posible ante esta agresión.
El debate sobre la democracia
También debemos asumir debates impostergables y pareciera que hoy la consigna con la que se ordena el debate político a partir de la detención de Cristina es la defensa de la democracia. En algún punto hay que construir la madurez política suficiente para concluir que la institucionalidad democrática que se pudo conquistar en estos años es la que termina con Cristina proscripta y presa.
Es esa institucionalidad democrática, y no otra, la que autorizó el camino recorrido hasta acá. Entonces, la pregunta correcta que debiera hacerse el movimiento nacional, el movimiento popular, en este momento de la historia es: ¿Cómo somos capaces de construir una genuina democracia y superar esta etapa de institucionalidad tutelada por el poder económico y los intereses geopolíticos de las potencias occidentales?
En algún momento hay que reconocer que el Congreso se transformó, en el peor de los casos, en una escribanía del poder económico durante los últimos años de vida institucional republicana; una instancia institucional que convalida endeudamientos externos, que establece refinanciaciones con el Fondo Monetario Internacional, que deja en el tendal leyes como el RIGI, que autoriza el saqueo y el extractivismo de la Argentina, que no ha puesto en debate jamás la extranjerización de nuestra economía, que no ha puesto jamás en debate la incorporación de mecanismos de genuina democracia popular y directa. Un Congreso que, en el mejor de los casos, discute la superficie de los problemas y finge preocupación frente a las urgencias sociales que la Argentina va exponiendo con dolor hasta su derrotero en términos de crisis, casi como un espacio contenedor de las grandes emergencias, que se pierden en sus pasillos, hasta no resolver absolutamente nada.
Hay que asumir que el rumbo de esta democracia tutelada no pudo transformar la dinámica de funcionamiento y la composición de un Poder Judicial que actúa como el cuerpo de abogados del poder económico y la última instancia de frustración de los intereses populares en la Argentina.
La democracia condicionada que funciona en nuestro país exhibe un Poder Ejecutivo al mando de un personaje que transformó sus problemas psiquiátricos en apariencia de autoridad, que heredó funcionarios y estructura política de aquella experiencia mafiosa encabezada por Mauricio Macri. Organismos públicos y funcionarios de todas categorías que repiten por convicción o por omisión los manuales elaborados por think thank financiados por los grupos económicos para confeccionar políticas públicas enlatadas, que no permitan hacer de la estructura ejecutiva del Estado una cosa distinta a la administración de una colonia.
Funcionarios de todos los niveles que buscan programas en los manuales del CIPPEC, políticas en el Banco Mundial, o ejecutan con disciplina los mandatos de organismos internacionales que forjan el moldeo de una estructura de desarrollo económico totalmente dependiente de intereses foráneos.
¿Esa democracia vamos a defender? Desde la propia narrativa en la que se construyó la consigna, está mal planteado el debate.
En la Argentina, seriamente, hay que asumir los desafíos de un debate que puede resultar incómodo para tanta dirigencia que se siente cómoda con la apariencia republicana que raquitizó la democracia. Pero por muy incómodo que le resulte, el devenir de los acontecimientos recientes exhibe la urgencia de encontrar militancia que lo motorice. Hay que construir una sistema de reemplazo para una democracia liberal, restringida, de apariencias republicanas y absolutamente vacía de genuinos mecanismos de participación popular. Hay que revolucionar la democracia si queremos salvarla.
No supimos, no pudimos o perdimos en el intento de construir una democracia como la concebida por el general Perón, donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere. Ni tampoco una democracia muleto como la que proponía Alfonsín, donde se debería poder comer, curar y educar.
Nuestra Patria necesita pensar un sistema político en el que nuestro pueblo sea el genuino protagonista. Representaciones políticas, sociales, comunitarias, sectoriales, con mecanismos permanentes de convalidación. Un sistema capaz de producir política para poner en el centro de las prioridades nacionales la recuperación de nuestra soberanía para diseñar un futuro en el que la comunidad, sus urgencias, la producción y el desarrollo económico de nuestro país sean prioritarios a las necesidades de candidaturas de algunos dirigentes.
Hay en las urgencias nacionales y las emergencias populares un debate rico y profundo que la democracia tutelada que hoy se llama a defender no logró resolver en la última década.
El rol de Cristina y el peronismo
En todo esto está Cristina, en todo esto está el peronismo. Es decir, Cristina tiene la oportunidad histórica de liderar este debate porque es la líder perseguida y presa que en su persona sintetiza todo lo simbólico de la década ganada y, por lo tanto, la que más legitimidad tiene en el peronismo para definir la línea estratégica. En su discurso en la estación Saldías habló de la necesidad de una reforma constitucional. Al margen de si eso es posible o no en el mediano o largo plazo, dio señales de que es un debate que pretende dar.
El peronismo, por su parte, tiene la enorme tarea de romper la anomia de la medida calculada, respetuoso de las formas, temoroso de las respuestas, disciplinado de los formalismos y audaz en su capacidad de producción política. Es decir, el peronismo necesita volver a ser irreverente, plebeyo, rebelde y descamisado.
Quizás sean una sinrazón las pretensiones que aquí esbozo. Quizás queden atrapadas y perdidas en debates calientes sobre una coyuntura plagada de desorientación. Pero es indispensable que sacudamos el pensamiento crítico de una militancia que se debe exigir no mirar pasivamente un futuro desertificado de lucha y convicciones ideológicas.
Nuestra historia, y en particular la historia del peronismo, nos ha demostrado una y otra vez que lo más valioso que conserva como esencia constitutiva de su sentido histórico es su militancia. Y ahí donde haya un militante que apueste por lo colectivo, lo orgánico, la formación, las convicciones y la lucha, habrá razones para soñar con la felicidad del pueblo y la grandeza de la Patria.
* Coco Garfagnini es militante del Encuentro Patriótico.
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