La proscripción en el marco de la disputa mundial

¿Fenómenos aislados, o estrategia del capital financiero globalizado?

 

El modelo de proscripción judicial de los líderes populares de Latinoamérica debe ser contextualizado. Estamos ante una disputa global entre dos modelos de gobernanza. Por un lado, el capital financiero globalizado, reunido en grandes conglomerados y por el otro, aún con sus imperfecciones, los gobiernos conformados a través de la voluntad de los pueblos.

La presente etapa está signada por la necesidad de los poderes centrales de garantizar su concentración de riqueza a través del control de los recursos estratégicos como la energía, el agua y la biodiversidad, que residen, precisamente, en los territorios emergentes de Medio Oriente, África y América Latina. Desde esa perspectiva, esos recursos no pueden de ninguna manera ser administrados por gobiernos populares y soberanos.

Es por eso que la conjunción entre grupos financieros y mediáticos lanza sus campañas de persecución, difamación, y finalmente de proscripción. Por un lado condenan al populismo por estar condensado en la figura de grandes líderes que, al abreviar la distancia entre voluntad popular y decisión política, sortean parte de la mediación demo-liberal llamada sólo a defender la concentración del capital. Pero, por otro lado, reconocen su eficacia, y por ello buscan proscribirlos.

Las dictaduras clásicas lo hacían ilegalizando la actividad política, en el mejor de los casos, cuando no asesinándolos. Hoy los linchan mediáticamente, los someten al escarnio y finalmente inhabilitan su participación electoral. El resultado es el mismo, mutilar la voluntad, des-democratizar la democracia.

La proscripción es el eslabón final de una cadena de pasos propios del Estado policial, de excepción o autoritario. Y en algunos casos, como el de ciertos países de Medio Oriente, Venezuela o la Argentina, adquiere dimensión internacional. Cuando para desgastar la figura de la ex Presidenta Cristina Fernández de Kirchner no alcanzó con la difamación interna y los sucesivos golpes de mercado, se apeló a la denuncia internacional del fiscal Nisman y luego se la acusó de haber causado su muerte.

Dos conclusiones. La primera es que el poder real diseña una misma política que replica a nivel regional. En ese sentido, parece estar un paso adelante del campo popular de América Latina, que ha construido lazos de amistad y comprensión regional pero no una respuesta monolítica. Mientras el poder real despliega una política común de golpes institucionales (Honduras, Paraguay, Ecuador, Venezuela, Brasil, Argentina), el campo popular de la región no tiene a mano una respuesta igualmente homogénea y simultánea. Nos miran como un todo, mucho más de lo que nosotros mismos nos consideramos un todo como región, con intereses básicos absolutamente comunes.

La segunda conclusión es que, volviendo al principio, se trata de una política a nivel mundial, que se desarrolla a partir de la Agenda de Seguridad Nacional de los EE.UU., una de cuyas prioridades es financiar el deterioro de los proyectos nacionales autónomos. Así, a través de los Institutos tanto demócratas como republicanos, el Consejo de las Américas, etc., financian fundaciones internacionales y nacionales (como las de José María Aznar, Álvaro Uribe y Mauricio Macri), simposios, seminarios, proyectos editoriales, cursos de formación de políticos, jueces y periodistas, con ese objetivo.

A diferencia de otras etapas, hoy no podríamos decir que las organizaciones sociales pertenecen por entero al campo popular. La penetración capilar de los mencionados institutos a través de su altísimo financiamiento y preparación profesional, ha cooptado a muchas de ellas para la causa de la desestabilización de los regímenes nacionales, tanto en Medio Oriente como en América Latina. Han sabido trabajar con inteligencia y perseverancia sobre el campo de interpretación simbólica de nuestras sociedades, sobre el modo de organizar su representación ética y lógica del mundo, sobre sus creencias, sobre la construcción del sentido común. Y esa performación del sentido viene prevaleciendo sobre el malestar económico que efectivamente atraviesan vastas capas sociales.

Han conseguido que amplios sectores demonicen a las y los líderes populares pese a haber disfrutado de los beneficios de las políticas por ellos aplicadas. Han logrado instalar la idea de la corrupción de los líderes en un primer plano, y que de ese modo se naturalice la vuelta al ‘orden’ del estado policíaco-autoritario, aunque sea al precio de acabar con la mayor parte de los derechos conquistados.

Es por todo esto que debemos actualizar nuestro pensamiento y nuestros instrumentos para dar una respuesta regional, una respuesta monolítica de la región, con la suficiente profundidad como para entender que no se trata de fenómenos aislados, locales o nacionales, sino de una estrategia muy profunda y profesionalmente pensada a nivel de los tanques de pensamiento del capital financiero globalizado.

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