La protesta policial sin cuentos

Hay que pensar a los policías con los mismos derechos que cualquier otro trabajador

 

El conflicto protagonizado con policías de la provincia de Buenos Aires deja unas cuantas enseñanzas, y muestra, sobre todo, los debates pendientes que incumben no sólo a las autoridades sino a los legisladores y funcionarios judiciales. Un debate que algunas organizaciones de derechos humanos e investigadores venimos desplegando desde hace varios años. Un debate que hay que hacer deponiendo los prejuicios y sin contarse cuentos, saliendo de nuestras zonas de confort ideológico.

La protesta policial es la mejor prueba que tenemos de que la policía Bonaerense no es una corporación, una institución autónoma, separada y separable del resto de la sociedad. Se trata de una policía fragmentada, una policía hecha con muchas policías. Una agencia integrada no solo por distintos cuerpos de policías sino por agentes que la viven y transitan de maneras muy diferentes. No es lo mismo haber ingresado por la puerta de la Vucetich, que ser miembro de la Policía Local. Pero tanto los miembros de la Local como el resto de la Bonaerense no transitan sus funciones con las mismas expectativas, los mismos intereses, los mismos valores. Una gran mayoría de los y las policías que protagonizaron la protesta esta semana son jóvenes, nacidos y criados en democracia, que eligieron ser policía porque no pudieron estudiar, que encontraron en la policía la manera de dejar de rotar por distintos trabajos precarios, es decir, que se anotaron a la policía como una estrategia de sobrevivencia, porque fue la oportunidad de darle estabilidad a su vida y alguna proyección a su futuro, la manera de tener un salario digno y estable, con reconocimiento de antigüedad, asignaciones familiares, con vacaciones pagas y con acceso al crédito de consumo. Más aún, muchas veces se alistaron a la Policía Local, por ejemplo, porque era la manera de tener un trabajo cerca del domicilio donde viven con su pareja, sus hijos o sus padres. No viven a la policía como una estrategia de pertenencia, lo que no significa que la policía, como cualquier trabajo, no se convierta en un insumo moral, en fuente de nuevas amistades y otras fraternidades. Pero los policías no son solamente policías, son también padres, hijos, hermanos, hinchas de River o Boca, miembros de una cooperadora escolar y, por qué no, militantes de algún partido político. De hecho hemos visto en la protesta que algunos policías son militantes de Cambiemos, pero también había otros que estaban muy cercanos a otros intendentes. Quiero decir, estamos ante actores plurales. El policía es un individuo que trabaja de policía, pero antes de ser un servidor público –como puede serlo el enfermero o un médico, el maestro, el recolector de residuos— es un trabajador y, además, un ciudadano. Me parece muy importante reponer al ciudadano y devolverle el status laboral al policía para evitar que se transformen en objeto de grupos que los manipulan a través de la vocación policial, apelando a la familia policial o la sangre azul, repertorios que suelen distanciarlos del resto de la sociedad.

Estos policías crecieron en una Argentina más democrática, y vieron como, por ejemplo, durante los gobiernos kirchneristas, otros grupos sociales iban ampliando sus derechos mientras ellos seguían en el mismo lugar, como en el siglo pasado. Reponer al trabajador que hay en cada policía implica tener que pensarlos también con otros derechos que tiene cualquier trabajador en la Argentina: no solo el derecho a organizarse sino a peticionar a las autoridades. Derechos que implican alguna forma institucional, derechos que no son absolutos sino que hay que pensarlos al lado de otros derechos y otros deberes que tienen en una democracia.

En segundo lugar, la protesta policial nos habla otra vez de los riesgos que genera la falta de un cauce institucional para vehiculizar las demandas, la ausencia de espacios de representación. Lo que vimos en estos días fue que la representación estaba fragmentada, que a medida que pasaba el tiempo iba apareciendo un nuevo grupo que sumaba nuevas demandas o tenía otros intereses, otras interpretaciones, que no tenían un espacio para ir haciendo síntesis de sus opiniones. Se fueron sumando grupos con frondoso prontuario, muchos exonerados y algunos retirados pero llenos de viejos rencores porque nunca tuvieron la oportunidad de manifestarse, otros resultaron grupos con vinculaciones con sectores de la oposición. Y cada uno de estos grupos iba corriéndole el arco al gobierno, cascoteando las negociaciones. Lo vimos en vivo y en directo: a medida que los movileros le ponían el micrófono a un policía las demandas se diversificaban, cambiaban, y con ellas la protesta se transformaba en una bola de nieve, en algo cada vez más confuso. En otras palabras, si los reclamos no tienen un cauce democrático e institucional, la protesta corre el riesgo, está visto, de fragmentarse, volverse bizarra y prestarse para ser operada por sectores con abyectos intereses.

Tal vez la distancia entre Puente 12 y la residencia en Olivos haya que buscarla en la cobertura tendenciosa que le dieron algunos medios y dirigentes de la oposición. No hay que sorprenderse de ello: si la oposición se sube a la protesta de cuarenta individuos que en el medio del Obelisco quemaron barbijos, era de esperar que se frotaran las manos con esta protesta, que intentaran llevarla para su molino.

Pero no hay que dramatizar. No estaba en juego la democracia. No fue ni una sedición, ni un acuartelamiento, ni un intento de desestabilización. Presentar a la protesta de esta manera es subirle el precio y con ello tentar a la oposición a seguir fogoneándola. Hay que evitar transformar a la Bonaerense en un partido de la oposición. Por eso me pareció muy acertado cuando en las primeras horas el jefe de gabinete, Carlos Bianco, salió a reconocer la legitimidad del reclamo gremial. Lo mismo hizo el martes la ministra de gobierno Teresa García, cuando dijo que se trataba de un reclamo netamente salarial y justificado. Por eso estuvo muy bien cuando el Presidente primero y el gobernador después, dijeron que se trataba de una demanda histórica y justa. Eso sí, todos cuestionaron los modos, y razones no le faltaba a ninguno. Pero esos modos son el resultado de los debates pendientes, de las discusiones que no nos animamos a dar. Me estoy refiriendo a encontrarle otra institucionalidad que vehiculice las demandas de las y los policías.

No se puede seguir pensando a la policía como hasta ahora. Las policías, en este país, fueron creadas por militares a su imagen y semejanza. Por eso tenemos policías fuertemente jerarquizadas, militarizadas, con doble escalafón que reproducen desigualdades sociales al interior. Tenemos que ir hacia una policía democrática. Si queremos corrernos del paradigma de la seguridad pública e ir hacia una seguridad democrática; si queremos que la policía deje de hacer pivote en torno al orden púbico y deje estar para cuidar las espaldas del funcionariado de turno para convertirse en una policía que esté para cuidar a los ciudadanos en el ejercicio de sus derechos, entonces tenemos unas cuantas tareas pendientes. No solo se trata de reformar la policía sino de cambiar la manera de pensar la seguridad. Porque recordemos que hay que despolicializar la seguridad. Pero debemos también discutir nuevas formas de representación. Y que conste que no estoy pensando exclusivamente en la sindicalización policial. Hay otras formas de representación, a mitad de camino, como por ejemplo la figura del ombudsman policial, que puede ser una alternativa. Pero de lo que se trata es de darle previsibilidad a la conflictividad policial, no solo a sus protagonistas y el gobierno, sino al resto de la sociedad.

Muchos se han preguntado en estos días: ¿por qué ahora? ¿Por qué no protestaron antes? Y acá me gustaría decir lo siguiente: nunca fui partidario de la consigna “cuanto peor, mejor”. Al contrario, como me dijo alguna vez el escritor Andrés Rivera, “cuanto mejor, mejor”. Por eso tiene razón el gobernador Kicillof cuando señaló, el jueves por la mañana, durante el anuncio de las medidas del Plan Integral de Seguridad: “A nosotros siempre nos exigen más”. Quiero decir: si los policías protestaron ahora es porque pueden protestar, porque este gobierno les da espacio para que lo hagan. No solamente pueden protestar los anticuarentenas y los terraplanistas, sino también los policías.

Son muchas las tareas pendientes. El gobernador no se refirió a esta cuestión. Pero es un tema que no tiene que resolverlo el Ejecutivo sino el Poder Legislativo. Tampoco se refirió a una de las líneas que sirvieron de preámbulo del interesante petitorio que presentaron el primer día de protesta. Allí se decía: “Queremos trabajar para la ciudadanía y no para el jefe de turno”. Si se lee entre líneas, entonces, el reclamo es salarial pero hay otros reclamos pendientes. ¿Cómo hacen los policías para negarse a patear con el comisario? ¿Cómo hacen los policías para negarse a recaudar para el comisario que acaba de comprar la comisaría? ¿Cómo correrse de los códigos de silencio que imponen permanecer callado, cuando en la comisaría le pegaron a un joven? ¿Cómo tramita un subalterno el destrato y maltrato de los que son objeto periódicamente por los superiores? Como verán son muchas las preguntas que aguardan en el tintero, preguntas que hay que abordar sin contarse cuentos y con mucha paciencia.

 

 

 

 

*Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor entre otros libros de Temor y control; La máquina de la inseguridad y Vecinocracia: olfato social y linchamientos.

 

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