La próxima batalla política

Sin capital productivo no hay salida posible

Los dueños de capital pueden obtener ganancias sin pasar por la producción, como sucede en los negocios inmobiliarios, con los títulos y con el sobreexcedente de las rentas de monopolio, originadas exclusivamente en el dominio del mercado. Sólo tomando conciencia de la magnitud del sobregiro financiero se puede apreciar el alcance de la crisis global y lo imperioso de afirmar un curso productivo con algún tipo de orientación hacia las manufacturas de punta. El capital financiero es parte del capital total y cumple una función básica: adelantar el capital líquido necesario para iniciar el ciclo del capital productivo. Un aumento del crédito en situación de crisis, implica siempre la refinanciación, la potenciación de los pagos por interés, la dificultad de manejar el endeudamiento y el desarrollo de los productos derivados, que nacen del sobregiro financiero, cuando la valorización del capital dinero se completa en un mercado secundario desregulado, en que la volatilidad es mucho mayor y donde se propaga el capital ficticio.

El capital financiero ficticio consiste sobre todo en créditos a los fondos especulativos o préstamos de alto riesgo que cuando se transforman en incobrables, empujan a los bancos a la quiebra y generan graves problemas. Desde fines de los años ´80 y sobre todo en los ´90, pero más aún en el ciclo expansivo de principios de este siglo hasta 2008, se generó un mercado financiero sobredimensionado, en gran parte por la presencia del capital financiero ficticio con centro en los productos derivados y esto fue determinante de la magnitud de la crisis global.

La rápida propagación de capital ficticio que produce rentas tiene lugar en medio de una economía productiva de bajo crecimiento en el centro del capitalismo y con una periferia en plena transformación. Así sucedió en los ´90, con la plena adaptación a la globalización en México, la crisis del capitalismo de Estado apoyado en la burocracia en Rusia, el crecimiento acelerado en Corea del Sur y el camino de China hacia la consolidación de un capitalismo de Estado integrado cada vez más al mercado mundial capitalista. El bajo crecimiento en el centro alentó aún más la fuga de capital productivo hacia oportunidades financieras, que ya a principios de los ´90 triplicaban el stock de capital productivo, según datos de la OCDE, y estos capitales recrean las colocaciones ficticias.

El capital de préstamo depende del capital productivo, sea industrial, comercial o de actividades primarias. El aumento del capital ficticio fue un resultado de la mayor expansión de los mercados de títulos, créditos a fondos de pensión, uso de títulos como garantía para el crédito destinado a la compra de nuevos títulos, una forma de desarrollo piramidal de los créditos en que los inversores financieros pueden hacer más transacciones con menos capital propio. Cuando se utilizan estos instrumentos como cobertura de riesgos en los precios para contrarrestar aumentos en las tasas de interés o modificaciones en los tipos de cambio, los bancos se convierten en propagadores del capital ficticio (swaps, contratos de cambio a término o índices bursátiles a término), que pueden ser utilizados como coberturas de riesgo o para apuestas especulativas sobre el comportamiento de los precios en distintos mercados. La especulación, siempre presente en el capitalismo, alcanzó una gran dimensión a principios de los ´90, cuando ya sumaba cerca del 70% de los ingresos globales de los grandes bancos. Las transacciones financieras sobre el PBI global de 2015, de 75,8 billones de dólares de ese año, vinieron acompañadas por un mercado de derivados que ya había alcanzado los 1.200 billones de dólares, más de 16 veces el PBI global.

El capital ficticio, a diferencia del capital de préstamo, auxiliar del capital productivo, no depende como éste de las ganancias del capital productivo, sino que nunca se cristaliza, vive saltando de un producto a otro, y en estas apuestas continuas también se puede destruir con rapidez, pero al hacerlo desvaloriza al capital de préstamo auxiliar del productivo e incluso al capital productivo y de allí en más a los salarios, el empleo y la moneda. La Argentina es un ejemplo de cómo la moneda puede ser destruida por una deuda sobredimensionada. La deuda creciente es la vía más directa para sobredimensionar el capital financiero, y esto sucede en todo el mundo, a tal punto que la magnitud de la deuda total global de países, empresas y de personas también ya es mayor que el PBI global: en 2016 representaba unos 217 billones de dólares, 2,86 veces el PBI mundial de ese año.

Las crisis de la segunda mitad del siglo XX en la Argentina y la de 2001 no tuvieron por causa directa esos instrumentos financieros derivados, que sólo se impulsan ahora con la nueva ley para el mercado de capitales, sino una deuda sobredimensionada. Pero una deuda sobredimensionada debilita la moneda y una moneda debilitada se encuentra sometida a la acción de los especuladores. El endeudamiento creciente e incluso los intentos de atraerlo llevan a abrir completamente el mercado y a sobredimensionar las finanzas respecto al capital productivo o a la producción. Un sistema financiero sobredimensionado con base industrial débil o predominantemente primaria, agranda la crisis financiera y profundiza la crisis del conjunto económico, sobre todo si se recrea el sobreendeudamiento dentro de una economía mundial que intenta salir de la crisis generada por el sobredimensionamiento financiero, expresado en los países centrales por un mercado gigante de productos derivados.

Los dueños del poder económico en la Argentina estuvieron tradicionalmente ligados a la actividad primaria agroganadera y canalizan sus excedentes con preferencia al mercado financiero. La industria nunca pudo arraigar en un sendero competitivo porque fue permanentemente limitada y periódicamente obstruida, porque el poder económico dominante no se identifica con ella más que en la rama complementaria de la agroindustria y sólo excepcionalmente en la siderurgia, que puede alcanzar niveles de competitividad internacional como proveedor de maquinaria e instrumentos para el agro y para la extracción de petróleo y gas no convencional de inicio reciente. En la industria manufacturera, hay niveles diferentes de calidad con baja capacidad de competencia. Entre ellas se destaca la industria automotriz, pero hay una ausencia total de política industrial defensiva y asociada al desarrollo científico tecnológico, entre otras cosas por reducir un gasto público que se incrementa con el pago de intereses de la deuda. El ordenamiento económico empieza por las finanzas públicas y se busca destrabar sus límites mediante un endeudamiento que, en las condiciones actuales y con las limitaciones del crecimiento y de la matriz del poder tradicional, no hace más que potenciarse. Es un tipo de salida que ya se intentó a partir de 1975/76 y fracasó, se repitió agudizada en los ´90 y condujo a la crisis de fin de siglo. La experiencia actual es una reiteración profundizada. La mejor prueba de su fracaso fue el frustrado intento de combatir la inflación con una política exclusivamente monetarista. Los próximos obstáculos provendrán de una mejora del déficit primario desvirtuada por un mayor déficit financiero por el pago de los intereses de la deuda, más un déficit comercial de 8.000 a 9.000 millones de dólares con que seguramente cerró 2017 y un déficit total en la cuenta corriente de 28.000 millones de dólares.

Al tener que archivar las metas de inflación, en el gobierno empiezan a percibir que la salida financiera sola no va. Pero como el poder político actual está más que nunca ligado a un poder empresario tiene una visión sesgada de lo que es una política económica en un mundo en crisis. Gracia a esa visión sesgada, los empresarios y agentes financieros convertidos en políticos fueron exitosos en los negocios, pero sólo en los servicios y en las finanzas. En cambio no han sabido, no han querido o no han podido crear una industria más competitiva. Por otro lado, muchos de ellos tienen la mayor parte de su capital fuera del país. Así que su visión tradicional no les permite ver otra cosa que el ajuste, y si bien han tratado de hacerlo algo gradual, sólo atinaron a financiarlo con deuda para que la sociedad lo acepte, mientras que esa deuda a la vez financia la salida de capitales, que por su propia experiencia no se imaginan que pueda llegar a ser insostenible, como tampoco les parecían insostenibles las metas de inflación.

En el mundo la crisis se profundiza a la vez que se empieza a recorrer el principio de una larga salida (las dos cosas a la vez). Uno de los últimos productos de la autonomía financiera sobre lo real es la moneda electrónica, que se prefigura como la forma ficticia más peligrosa. Pretende ser una moneda mundial, cuando todavía hasta las monedas de mayor carácter mundial, como el dólar o el euro, son nacionales o regionales, mientras que los bancos centrales no podrían controlarla más allá de sus fronteras, a través de una gestión estatal imprescindible, lo que de ninguna manera existe en la moneda electrónica, y sólo cabe esperar que esa posibilidad no entusiasme a los CEOs más ortodoxos.

Este particular principio de salida de la crisis deja a unos países con la posibilidad de recuperar el capital productivo y a otros no. El auge de los capitales líquidos se terminó combinando con un mayor proteccionismo como defensa contra la crisis, que representa una mayor autonomía nacional en una economía global más diferenciada.

La forma de acumulación post crisis crea condiciones para la inversión productiva y la innovación tecnológica, pero hay que tener imaginación para aprovecharla, justamente cuando el elenco gobernante está atado a una forma tradicional de concebir la política económica como ajuste y donde lo más osado se encuentra en un gradualismo que se disuelve al atarlo a la deuda, pese a lo que enseñan las crisis inmediatas anteriores en el país.

Está tan a la vista que la crisis exige otra cosa, que hasta Estados Unidos con Trump rompe con la vieja lógica liberal, convoca a las transnacionales a volver al territorio estadounidense y así apuesta a retomar un crecimiento que también se está intensificando en China mediante su acelerada transformación en gran inversor directo. El proteccionismo populista de Trump, China convertida en gran inversora y el acercamiento-rivalidad de los dos grandes se fundan en la necesidad de impulsar el capital productivo.

En Estados Unidos, la valorización financiera con la suba del dólar genera también nuevas volatilidades que el capital ficticio aprovecha. Para la conducción política y económica argentina no hay otro sendero que el tradicional. Ese sendero tampoco puede ser nacional en el sentido que tenía hasta hace poco tiempo, sino regional, porque en la globalización el Mercosur se configura como una región, como ya sucedió con la Unión Europea. Es la única vía que tienen la Argentina y Brasil para empezar a centrar la salida de la crisis en una punta posible de capital productivo.

Frente a esa complejidad, de reformulación del conjunto regional y de búsqueda de una salida productiva, la suba de la tasa de interés que ya lleva dos años como principal ordenador del conjunto fue de una ceguera indescriptible, apoyada en la ideología monetarista y en los bancos con la deuda. Pero ya en el gobierno empiezan los reparos de quienes buscan una punta de capital productivo. Pero todavía no saben cómo, porque sin una estrategia productiva no confinada a la energía no llega una fuerte corriente de inversión extranjera. Si sólo se le ofrece ganancia en un ámbito económico no preparado para la economía post crisis, se termina recreando la salida financiera, cuya imposibilidad se empezó a ver con el fracaso de Sturzenegger.

La próxima batalla política que se libre en la Argentina sin duda va a estar vinculada a propuestas que diferencien más que nunca la perspectiva productiva de la que consciente o inconscientemente promueve el capital financiero.

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