La reja y la realidad

El poeta Humberto Kuperman y el acto milagroso de escribir entre rejas

 

Fue hace poco más de una semana, más precisamente el jueves 3 de noviembre. Lo sacaron de la celda y lo metieron en la Trafic a toda velocidad. Apenas pudo manotear su cuaderno de apuntes, la lapicera y su sello de goma. Todo demasiado rápido y brutal, como siempre que lo llevaban al juzgado o a la defensoría. Pero esta vez no iba a ver al juez ni a su defensor, sino a un lugar donde sería el protagonista. Un momento único en sus casi ocho años de estar preso.

Para trasladar a Humberto Kuperman se requirió de un grupo especial dotado de diez agentes penitenciarios armados hasta los dientes, que conformaron un cinturón constante alrededor de su cuerpo. Todo fue pensado por el juzgado de ejecución penal y el Ministerio de Justicia de Santa Fe, nada estaba dejado al azar. De ese modo ingresó, esposado con sus brazos atrás, al aula 2 de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario, la llamada “Siberia”, por lo inhóspito del lugar donde fue erigida.

“¡Ahí viene el poeta!”, anunció alguien entre el público cuando entró la turba de policías al aula y todos se pararon a recibirlo con un cálido aplauso; el lugar estaba repleto de gente que lo esperaba, y donde se podía distinguir a dos o tres penitenciarios de civil disimulados entre el público, siempre por si acaso, además de la custodia perimetral fuera del edificio (no vaya a ser que ocurriera lo que hace un par de semanas, cuando un preso se fugó en medio de un examen, causando un revuelo en todos los medios de comunicación).

El pedido de salida excepcional para que el poeta Humberto Kuperman pudiera presentar su libro lo tramitó el defensor oficial regional de Rosario, con una anticipación de un mes. La jueza de ejecución se tomó su tiempo, pidió informes del lugar, e incluso solicitó leer el libro, no vaya a ser que el material tuviera alguna consigna extraña escondida entre los versos, de los que pudiera sospecharse algún mensaje o artilugio de fuga.

La Facultad de Psicología tampoco se quedó atrás. Temerosa de la indemnidad de su autonomía (con algo de razón por haber sido muchas veces avasallada por la policía), inició un expediente interno y dio varias vueltas burocráticas hasta habilitar –finalmente– el ingreso de una fuerza de seguridad local y el rodeo perimetral del edificio.

Pero todo este movimiento de parafernalia en seguridad no ha sido una bondad concedida por el poder institucional hacia un preso, sino el producto de la persistencia de un grupo de psicólogos y docentes convencidos de que el arte es una forma de salvación dentro de las cárceles. Convencer a jueces y funcionarios de turno que el poeta debía encontrarse con su público en un lugar libre fue su meta. No pararon hasta lograrlo. Y ese esfuerzo duró meses, pero el momento conseguido duró tan solo una hora.

 

 

La poesía, ese instante de gloria

Cuando a Humberto le quitaron las esposas y pudo sentarse a mi lado, tomó aire y suspiró profundamente. Entonces, con parsimonia, miró extasiado a sus compañeros de panel, recogió el libro recién salido del horno y se le pusieron los ojos brillantes. Sus versos apuntados a toda velocidad en la libreta ahora eran –al fin– libro salido de imprenta. Su primer libro. Pasó las hojas y lo olió. “Gracias”, dijo, y –luego– sonrió.

Entonces yo, invitado a decir unas breves palabras de presentación sobre la obra, tuve la inmediata sensación de que aquello que podía llegar a decir en ese instante iba a ser inútil, insignificante, o –acaso– innecesario ante la escena que acababa de presenciar. Porque, si para trasladar a este desconocido poeta que por primera vez se encuentra con la publicación de su obra, hay que hacer ese fenomenal despliegue, entonces podía conjeturarse que estaba al lado del poeta más peligroso del país, o eso era lo que podían dictar las meras apariencias.

Pero por supuesto que eso no era el caso. Porque Humberto Kuperman es tan solo un poeta, y todo lo estrafalario de su traslado y el descomunal despliegue de seguridad montado sobre su supuesto “peligro” se caía a pedazos ante un libro de amor apoyado sobre la mesa.

Porque el libro que Humberto iba a presentar era eso, tan solo un libro de amor dirigido a sus afectos.

Un libro subversivo de amor, de un hombre encerrado frente al mundo y titulado El amor no murió. Y el puñado de versos pergeñados en las horas lentas de la celda, era su rebeldía contra la reja.

Se trata del diario para quien el registro de lo poético funciona como el mecanismo de la respiración, una salida urgente. En su lectura se confirma aquella idea arrojada al aire hace casi 50 años por Francisco Paco Urondo: “Del otro lado de la reja está la realidad, / de este lado de la reja también está la realidad; / la única irreal es la reja".

Pero claro que yo todo esto no lo dije entonces, sino que lo pienso ahora a la distancia.

Luego de las breves intervenciones, escuché a Humberto empezar a leer sus poemas ante el público que festejaba cada uno de sus versos con aplausos. Los numerosos guardias dentro de la escena miraban sorprendidos la forma de las palabras que salían de su boca y él se las recitaba en la cara. Juro que en estos gestos adustos, marciales, vi el detalle de algún rubor, algún resabio de humanidad escondido vaya a saber en qué lugar recóndito de sus almas grises. Pero Humberto Kuperman le recitaba a su mamá, sentada en primera fila, mientras ella no podía contener las lágrimas.

“Se es poeta no porque uno esté preso y escribe, sino porque escribir es una pasión descarnada y la creencia en la poesía como forma de arte y salvación es la irreverencia misma, de la que otros poetas –que gozan de la más plena libertad– carecen”. Alguien dijo esa frase como al pasar entre los presentadores como una suerte de manifiesto, pero de pronto Humberto volvió a interrumpir y retomar el recitado.

 

Enfrentar lo que pareciera estar perdido

Cambiar la pena en alegría

Sumergirse en el río profundo…

 

Cuando la lectura terminó. Cuando la sala se llenó de su voz, el personal de custodia permitió ir acercándose a la gente de a uno por vez, y el poeta pudo firmar cada ejemplar, y colocar su sello de goma con la inscripción: “Humberto Kuperman, POETA”. Por si quedaran dudas.

Pasada la hora, ya no hubo más ejemplares que firmar (porque se agotaron los 100 impresos para la ocasión), entonces el despliegue policial se volvió a formar y el poeta salió raudo esposado como por un tubo hacia la Trafic que lo esperaba en la puerta de la Facultad.

Y entonces el vacío y la vibración de la voz quedaron flotando en la sala, un clima extraño, pero también inolvidable. Al menos para mí, testigo privilegiado de aquel instante.

 

Humberto, feliz, firma los ejemplares de su libro.

 

 

 

 

Las bastardillas son nuestras

El libro de Humberto se presentó también con la antología Las bastardillas son nuestras, que reúne las voces de otros poetas como él: Adwin Akin, Arístides Marcucci, Danilo Calvagnia, Emanuel Olivera, Emanuel Robledo, Franco Pacini, Jorge Cerda, Francisco Luis Ramos, Maximiliano Lobato, Nahuel Camargo, Omar Spinetti, Pablo Sosa, Víctor Saldaño.

Se trata de un material producido por 14 escritores en contexto de encierro carcelario entre 2016 y 2020. Surgen en el marco del taller de escritura “Las bastardillas son nuestras”, realizado dentro de la Unidad 6 de la Provincia de Santa Fe, a cargo de las licenciadas Laura Peretti, Rocío Muñoz Vergara, Belén Cozoli, Pablo Carcovich, docentes de la Facultad de Psicología de la UNR, como parte de la cátedra de la licenciada Alcira Márquez.

Para ellos, lograr publicar lo que se produce en el taller es un proceso fundamental; es lograr otro modo de identificar, dar formas de estar y ser en la cultura, formas posibles de nombrarse entre sí. Tanto el libro de Humberto como la antología representan un salto cultural, mostrar cómo el arte se produce en el encierro y el impacto que tiene en la subjetividad. Con estas producciones se inaugura también la Editorial Letra Propia, proyecto que genera la expectativa de futuras publicaciones.

La idea “bastardillas son nuestras” deviene de vincular el nombre de un autor/escritor/artista, dejando etiquetas criminalizantes que el punitivismo ha construido sobre los sectores más vulnerables de nuestra sociedad. El libro como apuesta subjetivante intenta resistir a las lógicas de dominio, al ser una producción contra-hegemónica desde adentro hacia afuera, rompiendo los muros con la palabra, el intercambio y la creación.

En el prólogo-presentación de la antología, César González lo dice con toda claridad: “Escribir entre rejas, sumergido en las más espesas tinieblas del horror, escribir mientras el infierno carboniza tus huesos, tu carne, tu piel, tu alma. La sola voluntad de tener ganas de empuñar una lapicera y atacar la hoja mientras tu vida desde que partiste del vientre fue adversidad, casi siempre miseria y necesidades, es de por sí un acto milagroso. Y no en términos místicos ni metafísicos, sino más bien en el sentido de hacer surgir el brote de una flor entre lo que ya se consideraba tierra muerta”.

 

“El amor no murió”, libro de poemas de Kuperman, y abajo la antología “Las bastardillas son nuestras” de la Editorial Letra Propia.

 

 

Algunos poemas de El amor no murió

 

Enfrentar lo que pareciera estar perdido

Cambiar la pena en alegría

Sumergirse en el río profundo

Tirar manotazos mientras sea para adelante

Escuchar a tu compañero, siempre

Fijarse bien a quién le damos nuestro voto

Muchos niños no están perdidos

Están olvidados

Transportar el mal pensamiento en una buena acción

Batallar

Enfrentar

Tirar

Todo al ring

Desarmarse y armarse nuevamente

Y obtener lo que pareciera no alcanzar

 

7 de junio de 2019

23:20

 

Casa grande

chico es mi equipaje

ni siquiera sé para qué saqué este pasaje

colectivo súper poblado

va tan despacio

que muchas veces nos dejan marginados

sigue avanzando

y acá quedo

bastante distanciado

un poco ilusionado

están todos alborotados

y vos que no estás a mi lado

 

4 de julio de 2019

18:22

 

Ya ni corren esas lágrimas

que salían al escribir versos

del corazón

cuando escucho una canción

cuando recuerdo lo mejor de vos

días nuevos

vienen

pasan

y se van

como un carioca

pareciera no terminar

pero siempre llega el final

el final de lo momentáneo

lo inesperado

charlamos y retenemos

erramos y aprendemos

deseamos y obtenemos

lo bueno tarda

un poco más eso dicen

 

26 de septiembre de 2019

22:10

 

 

 

 

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