La rendición de la Argentina

El “soft power” británico encandila al gobierno nacional

“La reconquista de Buenos Aires”, Charles Fouqueray, 1906.

 

El semanario británico The Economist, en su edición del 6 de julio, informó que en febrero de 2024 los agregados militares argentinos y el Ministerio de Defensa británico iniciaron negociaciones secretas. El objetivo de Buenos Aires sería que Londres flexibilizara el veto para la compra de repuestos [1] y armamento para las Fuerzas Armadas argentinas. Por su parte, los británicos aspiran a que la Argentina reconozca el liderazgo del Reino Unido en el Atlántico Sur y coadyuve a solucionar los problemas prácticos que enfrentan los kelpers en nuestras islas.

De este modo, se relanzó el diálogo estratégico entre las partes y se acordó reanudar las visitas a Malvinas de los familiares de nuestros caídos en la guerra de 1982; reconectar el archipiélago con el continente a través de vuelos de empresas extranjeras desde la Argentina, y fomentar el intercambio de información sobre pesca ilegal, lo que podría llevar a interpretaciones sobre un eventual reconocimiento implícito de Gran Bretaña como país ribereño del Atlántico Sur (un antecedente muy peligroso para nuestro reclamo de soberanía).

Los Estados Unidos, por su parte, son garantes de que prospere el acuerdo de subordinación argentina a Londres. Al igual que el Reino Unido, Washington se muestra preocupado por el escenario del Atlántico Sur debido a una serie de cuestiones.

Por un lado, porque China y Rusia cuentan con 15 bases en la Antártida. Además, el extremo austral del continente ofrece —por fuera del canal de Panamá— los únicos pasos seguros entre el océano Atlántico y el Pacífico: el estrecho de Magallanes, el canal de Beagle y el turbulento mar de Hoces. El control y la vigilancia en el Atlántico Sur, junto con el despliegue que ya tiene en el Indo-Pacífico, permitirían a Estados Unidos rodear al gigante asiático y limitar su libertad de movimiento en los océanos. Por otro lado, la presencia y las inversiones chinas en América Latina son motivo de preocupación desde hace un par de décadas para Washington, que concibe a la región como una “periferia penetrada”.

Más allá del mito de la pesca ilegal china, Beijing proyecta importantes inversiones en la región que explican, por ejemplo, la activa diplomacia militar de los comandantes del Comando Sur, quienes han visitado el extremo sur de la Argentina tres veces en los últimos dos años. Y, nobleza obliga, con considerable éxito: han logrado que Milei frene las inversiones chinas en las represas hidroeléctricas de Santa Cruz, en Atucha III y en el desarrollo del proyecto nuclear CAREM, además de haber frustrado la venta de los aviones militares JF-17.

En paralelo, los Estados Unidos están presionando a la Unión Europea y al Reino Unido –como se desprende del gráfico que exhibe la caída del gasto militar británico de las últimas décadas y su incipiente recuperación actual– para que aumenten sus inversiones en defensa. De este modo, contribuirían al crecimiento de las ventas estadounidenses de parafernalia militar a los países europeos, ya sea para sostener las hipótesis de conflicto con Moscú (como prevé la Strategic Defence Review 2025 del Reino Unido) o el aprovisionamiento a Ucrania en plena guerra con Rusia.

 

Fuente: Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI).

 

Por otra parte, el gobierno estadounidense publicó el año pasado el “Memorando de Seguridad Nacional sobre la política de los Estados Unidos en la región Antártica”. En este planteó —entre otras cosas— que no reconocerá ningún reclamo territorial; que aumentará la inversión en rompehielos y que vigilará a países que pudieran provocar alguna discordia internacional. Todo ello con vistas al eventual vencimiento del Protocolo de Madrid en 2048, que prohíbe la explotación de los recursos naturales en la Antártida. Por ello, habrá que estar atentos a si los rule makers —Estados Unidos, el Reino Unido, China y Rusia— deciden o no “patear el tablero”. Por otro lado, los estadounidenses ya han puesto un pie en el sector oriental de la Isla Grande de Tierra del Fuego con un radar de la empresa LeoLabs que tiene contratos con el Ministerio de Defensa británico. Además, estaría avanzada la idea de construir una base naval integrada (es decir, con asistentes argentinos) en Ushuaia, nuestra ciudad más próxima a la Antártida.

 

 

No todo lo que reluce es oro

El 2 de junio, el gobierno británico presentó en Glasgow su Revisión Estratégica de Defensa 2025. El planeamiento defensivo-militar contempla un aumento progresivo del gasto que llegará al 2,5% del PBI en 2027 y al 5% en 2035, según el compromiso asumido en la última cumbre de la OTAN en La Haya.

Sin embargo, no todo lo que reluce es oro. El pasado 11 de julio, el periodista irlandés radicado en Rusia y especializado en estrategia, Chay Bowes, insistió sobre un tema que ya había sido objeto de análisis por parte de quienes siguen la realidad de las Fuerzas Armadas británicas: “La decadencia masiva de la Marina Real contrasta marcadamente con la retórica belicosa de los políticos británicos (…). La Royal Navy, que en su día fue una reconocida potencia mundial, ahora cuenta con ocho fragatas, seis destructores y nueve submarinos, pero lo más sorprendente es que solo el 40% de esta pequeña fuerza se encuentra operativa (…). Ni siquiera dispone de una dotación completa de F-35 para equipar a uno de sus dos portaaviones en proceso de desmantelamiento. Contra Rusia, un país con el cual el ministro de Defensa Healey y su jefe Starmer nos dicen constantemente que el Reino Unido está dispuesto a ir a la guerra, los recursos sobrecargados de la Marina Real flaquearían en un día”.

Esta información podría ser objetada por provenir de un analista catalogable como “prorruso”. Sin embargo, los propios medios británicos y funcionarios —tanto del gobierno como de la oposición— dan cuenta de la situación crítica de las Fuerzas Armadas, en general, y de la Marina Real, en particular. En noviembre de 2024, The Guardian ya había informado que “dos antiguos buques insignia de la Marina Real Británica, una fragata y dos petroleros de apoyo serán dados de baja”. El anuncio fue descrito por el parlamentario conservador y “secretario de Defensa en la sombra” [2], James Cartlidge, como “un día negro para los Royal Marines”. Por su parte, Julian Lewis, presidente del Comité de Inteligencia y Seguridad, le preguntó al secretario de Defensa, John Healey: “¿Está de acuerdo conmigo en que no tenemos forma de saber si la ausencia de esa capacidad durante la próxima década no será un incentivo para que alguien intente algo como lo de las Malvinas en el futuro?”. El funcionario respondió: “En cuanto al HMS Albion y al HMS Bulwark, tiene razón. Ambos buques no debían salir de servicio hasta nueve y diez años después, respectivamente”.

Para fortuna de los británicos, el Reino Unido cuenta en el escenario estratégico del “triángulo del Atlántico Sur” [3] con el respaldo histórico de los Estados Unidos; y, especialmente, con la inestimable contribución del Presidente Javier Milei —“un aliado muy dispuesto”, según The Economist— y de sus funcionarios de segunda línea moldeados, como veremos, al calor del soft power británico.

 

 

El profesor y la derrota

The Economist celebra las perspectivas de cooperación entre Londres y Buenos Aires, apoyándose en el entusiasmo que invade a un académico de la Universidad del CEMA: “Hay varias razones para creer que un nuevo acuerdo es posible. Pocos consideran a la Argentina una amenaza real para las Malvinas. ‘Es militarmente impensable… Gran Bretaña nos borraría del planeta’, afirma Alejandro Corbacho, historiador militar”.

Se trata del travelmate del actual secretario internacional del Ministerio de Defensa, Juan Erardo Battaleme, con quien, en mayo de 2023 en Newport, Rhode Island, participó de la “Conferencia Corbett 100 de Historia Marítima”, enfocada en el “peligro estratégico” que representa China para la libertad de los mares. Aquella experiencia fue posteriormente socializada en la Universidad del CEMA, con la moderación del teniente general (R) Claudio Pasqualini.

 


Seguramente, en esas instancias de turismo académico o en las visitas al Royal United Services Institute (RUSI)think tank cuyo “enfoque principal se centra en la defensa, la seguridad y los asuntos internacionales del Reino Unido”— se va templando el espíritu de firmes convicciones que luego despliegan los funcionarios argentinos cuando visitan a sus contrapartes en Londres.

En el caso de Corbacho, su descripción a The Economist de la menesterosidad de las capacidades militares argentinas no coincide con la algarabía expresada por Milei y Petri al conocer los resultados del GFP (Global Firepower) 2025. Este índice es tan confiable como la tendencia de la mesa 86 de Necochea en la elección presidencial de 2003.

Corbacho instruye a militares argentinos que se forman en Estrategia en la Escuela de Guerra Conjunta y en la Escuela de Guerra Naval. Sus palabras podrían ser muy influyentes en lo relativo a “la cuestión Malvinas” para un sector de los dirigentes y las élites de nuestro país que entiende que las islas del Atlántico Sur son británicas o bien consideran al tema irrelevante. También para ocho de cada diez militares que no perciben al Reino Unido como una amenaza a los intereses vitales y estratégicos de la Argentina, pese a que ese país invadió nuestro territorio, expulsó a 150 argentinos, ocupa ilegal e ilegítimamente nuestras islas desde 1833 y se ha negado sistemáticamente a discutir la cuestión de la soberanía, no obstante a los pronunciamientos de los organismos internacionales. [4]

En este contexto, como informa La Política Online sobre la base de altas fuentes castrenses, la compra al Reino de Dinamarca de los aviones caza F-16 se inscribe en el espíritu de rendición descrito en esta nota. Como hemos señalado en diversas oportunidades, los F-16 no pueden operar ni adiestrarse en el Atlántico Sur debido a las restricciones tanto estadounidenses como británicas. Estas restricciones no fueron reconocidas por el ministro de Defensa, Luis Petri, al ser consultado por los diputados de la oposición en su concurrencia a la Comisión de Defensa Nacional de la HCDN el pasado 3 de junio. En efecto, ante la pregunta de la diputada nacional de Unión por la Patria (UxP) Agustina Propato, el ministro afirmó: “Respecto de los F-16, me preguntaron si tienen algún tipo de restricción. No tienen ningún tipo de restricción. De hecho, es un acto de soberanía que vamos a tener. A mí que me cuenten y me expliquen cómo garantizamos soberanía si no tenemos aviones caza supersónicos”.

 

 

El soft power británico

Los profesores de la Universidad de Edimburgo J.P. Singh y Stuart MacDonald editaron en 2017 —a pedido del British Council— un extenso informe titulado Soft Power Today. Measuring the Influences and Effects (Poder blando hoy. Midiendo las influencias y los efectos). Allí sostienen:  “Vivimos en un mundo que [Robert] Keohane y [Joseph] Nye denominaron de ‘interdependencia compleja’: un mundo en el que la seguridad y la fuerza importan menos y los países están conectados por múltiples relaciones sociales y políticas. La idea clave del soft power es que, mediante la atracción, un país puede ganar influencia”.

El propio Nye acuñaría, a principios del siglo XXI, el superador concepto de smart power. Si el hard power implica el uso de la coerción y el soft power es la capacidad de obtener resultados a través de la atracción, el smart power supone la combinación diligente de ambos para conseguir los objetivos deseados.

En 2016, la entonces Primera Ministra conservadora del Reino Unido, Theresa May, afirmó: “Una Gran Bretaña verdaderamente global es posible y está a la vista (…). Tenemos el mayor soft power del mundo”. Una década más tarde, el gobierno del laborista Keir Starmer creó el Soft Power Council. El actual canciller, David Lammy, manifestó: “El poder blando es fundamental para el impacto y la reputación del Reino Unido en todo el mundo. A menudo me sorprende el enorme amor y respeto que nuestra música, deporte, educación e instituciones generan en todos los continentes. Sin embargo, no hemos adoptado un enfoque suficientemente estratégico para estos enormes activos como país (…). Por eso hemos creado el Consejo del Poder Blando para canalizar la experiencia británica mientras buscamos reinventar el papel de Gran Bretaña en el escenario mundial, revitalizar alianzas y forjar nuevas colaboraciones”.

Por su parte, la secretaria de Estado del Departamento de Cultura, Medios de Comunicación y Deporte, Lisa Nandy, declaró al momento de crearse el Soft Power Council: “Desde la Premier League y Peaky Blinders hasta Adele y el Servicio Mundial de la BBC, las exportaciones culturales británicas muestran lo mejor de nuestro país en todo el mundo (…). Estamos decididos a fortalecer nuestro poder blando en el extranjero”.

 

 

"Lo viejo funciona, Juan"

Lo que aparenta ser una novedad no lo es. Como sostiene “el Tano” Favalli, entrañable amigo de Juan Salvo en la ficción El Eternauta de Netflix, “lo viejo funciona”. En efecto, el imperialismo británico, según el formidable pensador palestino Edward W. Said, “consistía no sólo en un aparato militar, sino también en una red intelectual, etnográfica, moral, estética y pedagógica que servía tanto para persuadir a los colonizadores de su función (…) como para intentar asegurar la aquiescencia y el servicio de los colonizados”.

Las reuniones en Londres de funcionarios argentinos de Cancillería y Defensa, sobre las que informó Natasha Niebieskikwiat en Clarín el 7 de julio, se inscriben decididamente en esta tradición que en 1933 llevó a “sir William” Leguizamón [5] a sostener: “La Argentina es una de las joyas más preciadas de su Graciosa Majestad”. “Dame” Mariana Plaza y “Sir” Juan Battaleme ya reclaman sus condecoraciones como miembros de la Excelentísima Orden del Imperio Británico.

 

 

De Borges a Clausewitz

En marzo de 1962, Jorge Luis Borges publicó en el diario La Nación un breve texto titulado “Inglaterra” en el que señalaba: “Quienes queremos a Inglaterra lo hacemos con amor personal, como si se tratara de un ser humano, no de una forma eterna. Algo inexplicable y algo íntimo hay en la idea de Inglaterra, algo que dejan traslucir los austeros versos de Wordsworth, la recta y cuidadosa tipografía de ciertos libros y el espectáculo del mar, en cualquier lugar del planeta”.

En el caso de Borges, la admiración por lo british se expresa a través de una estética inigualable, en donde la erudición y el estilo convergen en un producto de calidad irrepetible en la literatura universal. La anglofilia de los funcionarios argentinos, quienes defienden en sus columnas de Clarín la postura de sumisión a Londres —bajo el eufemismo de estar protagonizando un “diálogo estratégico”—, resulta también portadora de una estética única: allí sujeto y predicado se baten a duelo como muchos de los personajes de El Aleph o Ficciones.

Esta tosquedad para la escritura resultaría apenas una anécdota si los funcionarios defendieran concienzudamente el interés nacional. Sin embargo, su condescendencia con Gran Bretaña —como revela la nota de The Economist— es tan notable que la cuestión exige un análisis minucioso, a los fines de interpretar el camino transitado desde la caída en Malvinas (1982) a la rendición cultural y política del gobierno de Milei.

Clausewitz, en Vom Kriege (De la guerra), sostiene que el objetivo último de la contienda es quebrar la voluntad del enemigo de resistir. Para el estratega prusiano, la guerra es una continuación de la política por otros medios, y su finalidad esencial no es simplemente la destrucción física del enemigo, sino procurar que abandone su lucha y se someta a la voluntad del vencedor. La derrota argentina, según este criterio, no habría ocurrido en 1982, sino que estaría materializándose ahora, en el marco de las concesiones del gobierno de Milei instrumentadas por funcionarios exitosamente cooptados por el soft power británico.

Hace dos siglos, el general William Carr Beresford se rindió ante las milicias porteñas el 20 de agosto de 1806. Lo propio hizo el teniente general John Whitelocke el 7 de julio de 1807. Cualquiera que visite el Museo Nacional del Cabildo y la Revolución de Mayo podrá observar el óleo original del artista Charles Fouqueray, “La reconquista de Buenos Aires”, que evoca la retirada del Fuerte de Buenos Aires de los comandantes británicos y sus tropas.  En el centro, a caballo, se observa a Santiago de Liniers revistando al ejército derrotado. Si al óleo se le aplicara el zoom de las cámaras actuales, veríamos que del retrato de Liniers brotan lágrimas.

 

 

 

 

[1] Por ejemplo, esto le permitiría a la Argentina adquirir en Francia o en el Reino Unido los repuestos para que los aviones Super Etendard Modernisé (SEM), que compró Macri y que actualmente están arrumbados en la base Comandante Espora, puedan ser puestos en operaciones.
[2] En la política británica, la noción de “miembro del gabinete en la sombra” refiere a políticos de la oposición que desempeñarían funciones equivalentes a las que desarrollan los ministros en ejercicio en el caso de que su partido llegara al poder.
[3] Nos referimos a las Islas Malvinas, Georgias del Sur, Sándwich del Sur, los espacios marítimos correspondientes y el continente antártico.
[4] Informe inédito del Proyecto de Investigación UNDEFI N.º 358/22, Resolución N.º 15/22: “Guerra de Malvinas: ¿punto de inflexión en la doctrina militar de las Fuerzas Armadas argentinas?”.
[5] Leguizamón fue miembro de la misión económica a Gran Bretaña que culminó con el Tratado Roca-Runciman en 1933. Su carácter de representante de los intereses de la Corona inglesa en nuestro país le valió la distinción de Caballero de la Orden del Imperio Británico, siendo conocido desde entonces como “Sir William Leguizamón”.

 

 

* Luciano Anzelini es doctor en Ciencias Sociales (UBA). Profesor e investigador. Sergio Eissa es doctor en Ciencia Política (UNSAM). Profesor e investigador

 

 

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