La resurrección del Mercosur

El regreso de Lula y el desafío de construir una agenda de integración regional

 

La industrialización es agregar valor, generar empleo y ganar mayor autonomía para abastecer el mercado interno. Y, también, sentarse en el concierto de naciones sin pesados grilletes en los tobillos. De eso versó la declaración de nuestra segunda independencia, la independencia económica, firmada en la ciudad de San Miguel de Tucumán el 9 de julio de 1947, en el 131º aniversario de la independencia política. Su preámbulo atestigua la ruptura de “los vínculos dominadores del capitalismo foráneo enclavado en el país” y la recuperación de “los derechos al gobierno propio de las fuentes económicas nacionales”.

 

 

Un año antes, al presentar el Primer Plan Quinquenal, Juan Domingo Perón anunciaba que aspirar a “una liberación absoluta de todo colonialismo económico” implicaba “producir el doble y a eso multiplicarlo por cuatro, mediante una buena industrialización –es decir, enriqueciendo la producción por la industria–, distribuir equitativamente esa riqueza y aumentar el estándar de vida de nuestras poblaciones”. En el orden global, la independencia económica es la base para construir relaciones de fuerza más equilibradas.

 

Integración regional

Este martes 4 de julio, la 62º Cumbre del Mercosur –el primer encuentro presencial de los jefes de los Estados parte y los Estados asociados desde 2019– gravitó en torno al regreso al bloque de Luiz Inácio Lula Da Silva después de 13 años. Su entrada fue contundente: “Es inadmisible renunciar al poder adquisitivo del Estado –uno de los pocos instrumentos de política industrial que nos quedan–. No tenemos ningún interés en acuerdos que nos condenen al eterno papel de exportadores de materias primas, minerales y petróleo”. Coincidía así con su par argentino, Alberto Fernández, que en su discurso inaugural pedía “ser parte del mundo global con la fuerza de las economías que se desarrollan y no con la debilidad de las que se primarizan”.

El telón de fondo de dichas declaraciones, además de las rugientes Cataratas del Iguazú, fueron la “desconfianza y la amenaza de sanciones”, en palabras de Lula, de un expectante socio estratégico: la Unión Europea. Sobresalía en la agenda un tratado de libre comercio Mercosur-UE que comenzó a negociarse hace más de 20 años y fue rubricado en 2019 bajo el influjo de Mauricio Macri y Jair Bolsonaro. Para el canciller argentino Santiago Cafiero se trata de un texto que es preciso actualizar, ya que refleja “un esfuerzo desigual entre bloques asimétricos”. El acuerdo estuvo paralizado porque no fue convalidado por los parlamentos de los países miembros de cada bloque. Este marzo, la UE envió una carta al Mercosur incorporando exigencias ambientales que podrían afectar la exportación de algunos de los productos de la región sudamericana.

Fernández evaluó que, en realidad, “las contramarchas son el producto de actitudes proteccionistas de las contrapartes, particularmente notorias en el caso del sector de los alimentos”, y reclamó una visión de la sostenibilidad que incluya lo ambiental, lo económico y lo social. El Presidente de Brasil, quien recibió la presidencia pro tempore de manos de su par argentino, abordó la cuestión sin rodeos: dijo que el Instrumento Adicional presentado por la UE eran “inaceptable” y se comprometió a concluir con un acuerdo que sea “equilibrado”.

 

Cafezinho y agenda con rostro humano: Lula propuso realizar la Cumbre Social presencialmente.

 

Lula se pronunció a favor de una integración regional profunda basada en el trabajo calificado, “la articulación de los procesos productivos y la interconexión energética, vial y de comunicaciones”. En uno de los puntos más destacados de su discurso aseguró que “la adopción de una moneda común para realizar operaciones de compensación entre nuestros países ayudará a reducir costos y facilitar aún más la convergencia” y aclaró que tal moneda de referencia específica para el comercio regional no eliminaría las respectivas monedas nacionales.

A la sazón, ¿para qué sirve la integración regional? Para reducir la desigualdad al momento de dar la pulseada comercial con las grandes potencias. Tan simple como eso. La interdependencia, a nivel de los Estados soberanos, es una relación equitativa en la que todas las partes se benefician o complementan. Independencia económica e interdependencia no son excluyentes, sino que, por el contrario, pueden potenciarse.

 

El Mercosur también existe

Como era esperado, el mandatario uruguayo Luis Lacalle Pou se refirió a una participación deficitaria de su país en las balanzas comerciales con cada uno de los países socios y a que su peso en el comercio exterior se ha ido debilitando. Por tanto, pidió al Mercosur “flexibilizarse” para luego amenazar con que, si bien consideraba mejor ir a negociar “en barra”, si no se salía del “inmovilismo” el Uruguay iba a avanzar bilateralmente.

“La integración no es un concepto de las izquierdas, de los movimientos nacional-populares o del progresismo. La integración también es de la derecha: el Plan Cóndor fue un proyecto de integración”, evaluó Carlos Raimundi, embajador argentino ante la Organización de los Estados Americanos (OEA). Aclara, no obstante, que no responde a la entrevista de El Cohete como representante oficial del Estado argentino, sino como docente y analista político. Hay modelos de integración “que están al servicio de poder financiero”, que “le facilitan el camino a la integración de las firmas: de Volkswagen, de Toyota, de Cargill, de DuPont. Son modelos de integración en favor de un poder corporativo que subordina los Estados y que deja en un último plano el desarrollo de los pueblos”, observó.

En tal sentido, Raimundi valoró que el modelo que propone el gobierno uruguayo se basa en “el negocio que pueden hacer algunas firmas exportadoras de productos primarios, fundamentalmente de carne, hacia un mercado grande como China”, lo que no envuelve generación de empleo o desarrollo industrial. Pero hay que añadir a la ecuación que nuestro vecino rioplatense atraviesa una grave crisis ambiental y económica generada por la sequía y la escasez de agua potable. “Daría la impresión de que Lacalle Pou necesita fortalecer su poder interno a partir de asumir una actitud desafiante con los países más grandes”, agregó. El mandatario uruguayo se abstuvo de firmar el documento que sintetizó el encuentro y sumó dos polémicas al debate: el apoyo al Presidente ucraniano Volodimir Zelensky y la crítica a lo que definió como régimen venezolano. “Traer el tema de la guerra a una Cumbre del Mercosur es querer generar un clima que dificulte los acuerdos, porque indudablemente hay posiciones ideológicas completamente distintas acerca de la guerra, y lo mismo sucede con la cuestión de Venezuela”, sopesó Raimundi.

Para Raimundi, estamos en un contexto de una fuerte integración del poder corporativo. Ello fue evidente, por ejemplo, con los enormes conglomerados de laboratorios proveedores de vacunas en la pandemia de Covid-19. También se concentran la riqueza y el manejo de datos en unos pocos servidores de la tecnología digital, de los que somos cada día más dependientes. “La OTAN está integrada y es una de las de las razones por las cuales Europa está perdiendo capacidad de erigirse como un bloque de poder autónomo, en un momento de construcción de una nueva multipolaridad”, agregó.

 

Los Estados miembro de la OTAN y el efecto “esfera inclinada”.

 

La América del Norte desarrollada, la que pertenece a la OTAN y al G7 y que concentra entre el 70 y el 80% del PBI de toda la región, “está sostenida por un grupo de instituciones financieras que forman parte de ese mismo orden institucional de posguerra (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Banco Interamericano) que, al mismo tiempo, están solventados por los mismos fondos de inversión (BlackRock, JP Morgan)”, explicó Raimundi. Del otro lado, “la América que tiene que construir su agenda desde el sur, que necesita reimpulsar su soberanía, ha intentado muchas alternativas –Alianza del Pacífico, CELAC, Parlamento Latinoamericano, Prosur, Unasur, Mercosur– y no ha terminado de plasmar una integración profunda”. Sobre la región avanzan tanto los poderes institucionalizados como las persistentes políticas del Comando Sur de Estados Unidos, como los poderes del narcotráfico y el crimen organizado, y ambos “necesitan respuestas integradas”.

 

Agenda propia

Los nuevos desafíos para el Cono Sur no están tocando la puerta, la están derribando. “El Mercosur nunca ha logrado establecer un sistema de supranacionalidad”, puntualiza Raimundi. Esto es, tener organismos que representen a toda la región que estén por encima de los acuerdos intergubernamentales, como sucede en el modelo europeo. Pero la situación es más dramática: empresas como las de litio, cuyos presupuestos superan el patrimonio de los Estados más pequeños, son enfrentadas en la Argentina desde una perspectiva provincial, o sea, subnacional. “No puede ser un escollo la Constitución del año 1994, porque no lo fue para YPF”, opinó, rememorando que en 2012 se creó una sociedad con participación de la Nación y de las provincias petroleras. Finalmente, con el gasoducto Néstor Kirchner y la posibilidad de aprovisionar a Brasil, la Argentina está al borde de un cambio estructural de su matriz económica, energética y productiva. Se puede “recuperar incipientemente aquel modelo de integración energética que planteó Hugo Chávez en la etapa del rechazo al ALCA, por eso es muy importante mantener el diálogo y los puentes con Venezuela”, completó Raimundi.

 

Un acuerdo no es una imposición en base a las posiciones de fuerza: Néstor Kirchner 2005.

 

Para la parlamentaria del Mercosur Julia Perié, “si se incorpora plenamente a Bolivia, si se vuelve a incorporar a Venezuela, va a ser un bloque que va a mover muchos recursos”, lo que permitirá dialogar con el mundo desde otra posición. Para eso hay que fortalecer las herramientas institucionales que expresan la realidad regional, fijar una agenda propia y, fundamentalmente, augurar que los pueblos latinoamericanos la conozcan y participen en su construcción. La ex diputada nacional por la provincia de Misiones y, este martes, anfitriona local en la Cumbre en Puerto Iguazú, recordó que el Parlamento Europeo se consolidó a pesar de que nació con las mismas trabas que hoy tiene el Parlasur y subrayó que, en la pandemia, el nuestro fue “el primer parlamento que habló de la gratuidad de la vacuna contra el Covid”. Luego, se lamentó: “Lo que pasa es que no tenemos difusión, no tenemos prensa”.

 

Confianza

En 1825, la Argentina y el Reino Unido firmaron un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación que en su segundo artículo rezaba: “Los habitantes de los dos países gozarán respectivamente la franqueza de llegar segura y libremente con sus buques y cargas a todos aquellos parajes, puertos y ríos en los dichos territorios”. La diferencia subyacía en que Gran Bretaña tenía la Armada más poderosa del mundo y la Argentina no tenía buques propios para cruzar el Atlántico. “Hay como una moda a ser políticamente correctos y estar a favor de los acuerdos de libre comercio –distinguió Raimundi–. Uno tiene que ser políticamente correcto con el pueblo, no con los intereses foráneos”.

En su obra Latinoamérica: ahora o nunca (1967), Perón indicó que para detener la anarquía social se necesita “volver a la confianza perdida” tanto en el orden económico como en el social. Las fuerzas del trabajo organizadas “entienden que mientras subsista este estado de cosas, no trabajan para ellos ni para el país sino para los explotadores foráneos y los especuladores vernáculos, y tienen razón”.

 

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