Hoy se cumplen 215 años de aquel primer gobierno patrio del 25 de mayo de 1810. Los acontecimientos que llevaron a la Revolución no fueron hechos aislados. Juan Bautista Alberdi decía que la Revolución de Mayo es hija de la Revolución que se da en España en 1808 y ésta, a su vez, de la Revolución Francesa de 1789. Es decir, revoluciones que ponían en jaque el orden establecido de la monarquía.
La Revolución de Mayo no es sinónimo de independencia, que ocurrirá recién seis años después, en 1816. No fue, por lo tanto, separatista de España. La gran prueba es que el 26 de mayo se juró por Fernando VII. ¿Por qué? Porque se lo creía revolucionario hasta que abdicó, es decir traicionó, en 1814, que es cuando San Martín se sumó a la lucha por la independencia.
Se repartieron cintas rojas y blancas, y no celestes y blancas como señala la historia oficial mitrista. El rojo y el blanco respondían al color de la bandera que flameó hasta 1814, que fue la española. Ocurrió luego que Bartolomé Mitre, cuando escribió su historia de la Revolución de Mayo, quiso dibujarla de separatista de España. Lo hacía pensando en su gobierno, que buscó ser probritánico, y vaciando todo el contenido de la Revolución, que tiene su aspecto más importante en el Plan de Operaciones de Mariano Moreno.
Esto permite desacreditar lo sostenido por Mitre y entender la verdadera razón de la Revolución. ¿Cómo iba a ser separatista de España si dos integrantes de la Junta como Matheu y Larrea eran españoles, y el que compuso la música de nuestro Himno fue un catalán como Blas Parera? En fin, la corriente historiográfica mitrista ha sido desmentida, aunque a veces se replica y no hace más que confundir, aun en estos tiempos.
El Plan de Operaciones que escondió la historia de Mitre tiene vital importancia hoy. Cuando Mariano Moreno señalaba que “las fortunas agigantadas en pocos individuos no sólo son perniciosas, sino que sirven de ruina a la sociedad civil”, su correlato era el planteo de la expropiación. Necesitaba crear fábricas de pólvora, de armas, ¿y a dónde iba a recurrir para crearlas? El dinero lo tenían los mineros del Alto Perú, y entonces propuso expropiarlo. Fue un planteo sumamente revolucionario.
Se juró entonces por el Rey de España, en ese momento preso de Napoleón Bonaparte, porque se vio en Fernando VII la contracara del absolutismo español. Por eso no había intención de declarar la independencia de España, que se daría seis años después por la dejación del rey.
Recordemos el contexto: la España de Carlos IV y su hijo Fernando VII había sido invadida por los ejércitos franceses. Ante la prepotencia extranjera, se alzó el pueblo español un 2 de mayo de 1808. Así se crearon las organizaciones regionales con el nombre de “Juntas”, que coordinaron una dirección nacional en la Junta Central de Sevilla. Ese estallido popular y esa lucha de liberación profundizaron sus reivindicaciones ingresando al campo social y político, el derecho del pueblo a gobernarse por sí mismo.
Esto sucedió en todo lo que en aquel entonces era conocido como Hispanoamérica. El 19 de abril de 1810, un cabildo extraordinario reunido en Caracas resolvió constituir una Junta provisional de gobierno a nombre de Fernando VII, con el objeto de conservar los derechos del rey en Venezuela. El 25 de mayo se produjo el levantamiento en Buenos Aires y el 14 de junio en Cartagena. El 20 de junio, en Santa Fe de Bogotá, se adoptaron medidas similares para el virreinato de Nueva Granada. El 16 de septiembre, al grito de “viva el rey”, el sacerdote Manuel Hidalgo levantó a los indios de su curato en Dolores, México. El 18 de septiembre estalló una insurrección en nombre del rey cautivo en Santiago de Chile.
La Revolución se expandió en pocos meses por Hispanoamérica a través de Juntas y en nombre de Fernando VII, continuando el proceso democrático español. Todos aquellos movimientos no fueron ni separatistas ni anti-hispánicos ni probritánicos, sino democráticos. Se produjeron a favor de lo que San Martín llamaba “el evangelio de los derechos del hombre”.
La Primera Junta juró obediencia al rey Fernando VII. En ella había dos españoles y la bandera española flameó hasta 1814. La Revolución de Mayo no exigió el comercio libre, que ya había sido sancionado tiempo atrás por el virrey Cisneros. Las actas del Cabildo Abierto revelan que los propietarios, la clase dominante de entonces –Martínez de Hoz, Quintana, el grupo de Álzaga, etcétera– votaron por la continuidad del virrey y no por la Revolución.
Quienes hicieron la Revolución pertenecían a una pequeña burguesía integrada en su mayor parte por abogados, empleados de comercio o de oficinas de gobierno, algunos artesanos libres y estudiantes. Hijos de españoles en su mayoría, se sintieron arrastrados por las “nuevas ideas” y convirtieron sus disgustos por el sofocamiento en que vivían en un violento reclamo de democracia participativa, esa que los franceses enarbolaron en 1789 y que el pueblo español pretendía levantar en la España invadida.
En ese sector social que constituye la burguesía se encontraban médicos como Cosme Argerich, abogados como Mariano Moreno, Juan José Castelli, Juan José Paso, Manuel Belgrano y Feliciano Antonio Chiclana, entre otros. También sacerdotes populares como Grela y Aparicio. Todos ellos constituyeron una fuerza distinta que iba a destacarse por su cultura y por la difusión de un pensamiento modernista e innovador, en medio de aquella sociedad con escasas preocupaciones intelectuales.
Los cabildos, en las ciudades coloniales, cumplían un rol decisivo en relación al gobierno. Ante la incertidumbre que se vivía, el 22 de mayo de 1810 se convocó un cabildo abierto. Si bien fue invitada “la clase pudiente”, la muchedumbre se hacía escuchar en las calles. Los debates giraban en torno a la continuidad o no del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, que no quería perder el poder. Los criollos –así también se le llamaba a esta burguesía– se manifestaron en contra.
Fue así que, el 24 de mayo de 1810, 476 vecinos firmaron una solicitud para la creación de una Junta Provisoria Gubernativa, que fue designada la mañana del 25 de mayo y quedó constituida por Cornelio Saavedra como presidente; Mariano Moreno y Juan José Paso como secretarios; y Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Domingo Matheu, Juan Larrea y Manuel Alberti como vocales.
Moreno, Belgrano y quienes conformaron aquella generación de Mayo lucharon por el desarrollo de la educación al servicio de la formación del ciudadano, para que le permita alcanzar los beneficios de la instrucción popular. Influenciados por las ideas europeas ilustradas, aquellos hombres que buscaban un Estado fuerte, interventor, proteccionista en pos de la igualdad social, fueron derrotados en 1811.
Esa Revolución quedó trunca. El destino de cada uno de sus integrantes sería la muerte, el encierro, el destierro o la lejanía: Moreno muerto en altamar, presumiblemente envenenado; el cura Alberti, muerto de un infarto después de una fuerte discusión defendiendo al morenismo; Castelli, encarcelado; Azcuénaga y Posadas, desterrados en Mendoza; Larrea, confinado en San Juan; Vieytes y Rodríguez Peña, presos en San Luis; French y Beruti, deportados a Patagones; Belgrano, amenazado con un Consejo de Guerra. A un año y cuatro meses de la Revolución, la burguesía comercial porteña –dueña del poder– inició la política de subordinación a Gran Bretaña.
Nuestra historia permite entender que desde sus inicios existieron avances y retrocesos, como en este presente aciago, donde la hegemonía oficial libertaria apuesta a destruir el rol del Estado como regulador primordial para el sano equilibrio e igualdad, garante de un crecimiento y desarrollo armonioso del país. La desindustrialización, el desfinanciamiento de la educación pública en todos los niveles, nos lleva a ser colonia nuevamente. Eso debería impulsarnos a ser partícipes y transformadores, como lo fueron aquellos que dieron ese primer paso hace 215 años y se organizaron para hacer una Revolución que tenía como propósito una sociedad más justa e igualitaria, esa que ahora estamos perdiendo.
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