LA RUEDA DEL HAMBRIENTO

La muerte de Sergio Zacariaz y de la sustancia ética del gobierno

 

Preferir la calle y el morir de frío

En los últimos días se supo de cinco personas en situación de calle que murieron de frío en Argentina. El más difundido fue el de Sergio Zacariaz, un hombre de 52 años que apareció muerto en una vereda de la ciudad de Buenos Aires. El vicejefe de Gobierno, Diego Santilli, declaró que “hay personas que prefieren dormir en la calle antes que a ir a un parador (…) personas con situación psiquiátrica, con adicciones. Hay quienes vienen de otras jurisdicciones. Hay un montón de variables, los paradores están en condiciones óptimas, pero a veces una persona con problemas psiquiátricos no quiere ir a un parador. Prefiere dormir en la calle con 3 grados”.

Por su parte, Mariano Goyenechea, responsable de la Dirección General de Atención Inmediata del Gobierno porteño, sostuvo que “nunca desafortunadamente aceptó nuestra ayuda (…) nunca quiso venir a un parador, siempre rechazó cualquier tipo de intervención de nuestros profesionales (…) hemos aumentado la dotación del personal de profesionales en cada uno de ellos, hemos mejorado los servicios que prestamos, desde la comida, la lavandería, las condiciones en las que la gente vive. Por lo tanto, no se trata de un tema ni de recursos ni de comodidad”.

Juan Carr, con Red Solidaria y otras organizaciones sociales, sumando a clubes de fútbol empezando por River Plate, desacreditaron de hecho aquellas ficciones. Diversos informes y declaraciones señalaban que en algunos paradores había deficiencias graves como falta de luz, calefacción y agua caliente. Otros consideraban a los paradores como centros discriminadores y expulsivos: “Nadie elige vivir en la calle, es una elección forzada la que hacen”, afirmó Jorgelina Di Iorio (CONICET). La Auditoría General Porteña señalaba, entre muchas otras carencias, la falta de personal especializado en el campo psico-social para responder a la problemática.

 

Deseos y preferencias

Me quiero detener en esto último. Voy a recordar, con ello, el profundo proceso de reformulación de la ética en medicina que introdujeron las humanidades médicas y la bioética desde la década de los '70. Durante veinticuatro siglos, desde su origen, la medicina condujo su práctica desde una moral paternalista: el médico estaba en mejor posición de decidir lo bueno y lo malo para el paciente que afectado por la enfermedad no tenía un buen juicio para decidir. El paciente era como los niños y había que tomar decisiones por él, como hacen los padres con sus hijos.

Pero lo que comenzó a discutirse de ese modelo basado en los principios de hacer el bien y no dañar, que no consideraba la libre voluntad de los pacientes para decidir por su vida y su salud, fue la introducción del respeto de las personas con la información adecuada de su situación para el ejercicio de una libre decisión libre de determinaciones. También se introdujo otra idea fundamental que la medicina nunca había considerado seriamente: la idea de justicia y del derecho a la salud.

Cuando Santilli y Goyenechea argumentan acerca de “personas que prefieren dormir en la calle antes que ir a un parador”, lo que revelan es el sesgo moral de un modo de entender la política. Invirtiendo la moral monovalente del principio de hacer el bien en el paternalismo médico, ahora el antipaternalismo político de Cambiemos  pretende defender otra moral monovalente, centrada en la “autonomía” de decisión de quienes durante toda su vida no fueron libres de decidir y por eso terminaron en situación de calle.

 

 

Es lo que se llaman determinantes sociales de la conducta, que nos impiden promover un proyecto de vida. Pero esos determinantes no actúan como la ley de gravedad de los cuerpos, que no puede sino suceder. Los determinantes sociales tienen su origen en el modo de organización social, y la posibilidad de que sucedan de otro modo (como debe ser) reside en la política.

 

Del monóculo neoliberal a una visión ética

Hace ya muchos años (1785), Kant publicó su Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Desde el Prólogo, algo queda en claro: una cosa son las leyes de la naturaleza y otra son las leyes morales. Las primeras, cuyo estudio tenía entonces su máxima expresión en la física de Newton, tratan de las leyes por las cuales todo “sucede”. Las leyes morales, o leyes de la voluntad del hombre, en cambio, tratan de aquello por lo que todo “debe suceder” (aunque haya que examinar  las condiciones por las cuales muchas veces ello no sucede).

Esa obra, pequeña en extensión y de lectura accesible, tuvo una extraordinaria difusión. Hoy se debe leer muy poco, como pasa con tantos textos clásicos. Sin embargo, como ha sucedido con la filosofía kantiana en general, sus conceptos fundamentales hoy forman parte de la razón cotidiana. Aunque no hayamos leído nada de Kant, cualquier persona no puede evitar pensar con conceptos kantianos, y digo esto en el sentido radical de todo individuo que haya accedido al lenguaje. Es el triunfo de la filosofía, claro. Es quizá lo que el mismo Kant se proponía cuando titulaba al capítulo primero: “Tránsito del conocimiento vulgar de la razón al conocimiento filosófico”.

Ese cambio cultural de la filosofía kantiana, que incluso habría de servir de fundamento al derecho internacional de los derechos humanos, se había iniciado apenas nueve años después de otro cambio de enorme impacto como fue la publicación de La riqueza de las naciones (1776) de Adam Smith, fundamento del liberalismo económico, y precursor del utilitarismo ético que desarrollarían Jeremy Bentham y John Stuart Mill.

En esa historia quedaron impresas en la cultura general las dos grandes concepciones éticas de los siglos XIX y XX que han sido las éticas del deber y las éticas de la utilidad (o de las consecuencias). Y así fue, por lo menos, hasta que el pragmatismo filosófico (y político claro) de las últimas décadas arremetió contra toda ética.

 

Querer o no querer

Por eso es que cuando Santilli y Goyenechea quieren argumentar, bajo la miopía de su pragmatismo, deberían considerar que lo que una persona en situación de calle “quiere” y “elige”, está seriamente condicionado por la historia de fracasos a sus elecciones en una sociedad que no le garantizó una vida de realización de sus proyectos. Claro es que para considerar esto hay que tener una visión de sociedad en la cual una vida de libertades sólo se ejerce en modo efectivo en un marco de relaciones sociales, políticas, culturales y económicas que lo hagan posible.

 

 

Esos políticos deberían reformular radicalmente la ética de sus políticas. La medicina procura preservar la salud y la vida de las personas. Su escala, aún en la salud pública, es menor que la de la política en su conjunto. La medicina ha debido aprender que para salvar vidas y erradicar enfermedades no debe contar sólo con sus deberes de hacer el bien y evitar el daño, sino que también ha de respetar la autonomía de las personas y atender a su derecho a la salud.

Los políticos, que tienen responsabilidad sobre muchas más vidas que la medicina, deben aprender que el bien del ciudadano se garantiza no sólo promoviendo el bien y evitando el mal (cuestión ya discutible acerca de cómo lo hacen), sino también respetando las libres decisiones. Pero protegiendo la complejidad decisoria de quienes tienen restringida la autonomía de su voluntad. Y todo ello con justicia social. Por eso les han dicho que hay que formar y garantizar el trabajo de profesionales altamente capacitados en las decisiones en contextos psico-sociales complejos. Y agrego: formándolos en la ética de la toma de decisiones con diversos valores y principios. No sólo en el “quiere” o “no quiere”. La vida y la muerte son mucho más complejas que esa insensatez.

 

Generación y corrupción

El grado cero de la escala Celsius en el cuerpo de Sergio Zacariaz no es más que el correlato físico del grado cero en la escala moral por la transgresión a las normas básicas del vivir en sociedad. Una transgresión original a toda ceremonia que comenzó en la disputa por el traspaso de mando y continuó con la omisión al jurar por la Patria. Dice Cristina Kirchner que “este episodio, sin embargo, fue revelador del grado de odio y de una manipulación judicial inédita que despuntaba en Argentina; pero, sobre todo, de lo que Mauricio Macri y quienes lo acompañaban estaban dispuestos a hacer. Había llegado a la Casa Rosada un grupo de empresarios listos para cualquier cosa con tal de lograr sus fines”.

Siendo así, deberíamos haber recordado, y recordar ahora, entre otros, aquel poema (Ellos vinieron) del pastor protestante Martin Niemöller, que tantos atribuyen a Bertolt Brecht bajo el título Primero se llevaron.

El cambio de Cambiemos ha sido, pensado en términos aristotélicos, un cambio sustancial, por el cual una sustancia (la democracia) pasó a dejar de ser lo que era para convertirse en otra cosa. No fue un cambio accidental. Cambiemos pasó del estado gaseoso-globular durante el frenesí catártico de su ascenso y triunfo (la generación), hacia la licuefacción de toda institucionalidad republicana organizada en torno a la idea de justicia en las políticas públicas (la transformación), para culminar en la congelación o el cese de todo movimiento que suponen la destrucción,  la desaparición y la muerte (la corrupción).

 

Biathanatos y la rueda del hambriento

 

Paul Gauguin, "El Cristo amarillo", 1889 (detalle).

 

John Donne escribió en 1608 una obra titulada Biathanatos. Borges creyó percibir que “el declarado fin del Biathanatos es paliar el suicidio: el fundamental, indicar que Cristo se suicidó”. “Nadie me quita la vida, yo la doy”, recuerda un versículo de San Juan sobre Cristo. De ese versículo, dice Borges, Donne “infiere que el suplicio de la cruz no mató a Jesucristo y que este, en verdad, se dio muerte con una prodigiosa y voluntaria emisión de su alma”. Santilli y Goyenechea, sin saber lo que dicen, conjeturan quizá que Zacariaz, como una suerte de Cristo en Buenos Aires, se haya dado muerte con “una prodigiosa y  voluntaria emisión de su alma”.

Pero hay otros modos de mirar la vida. Hablando por todos los Zacariaz que fueron, son, y podrán ser, dijo César Vallejo en La rueda del hambriento:

 

Ya no más he de ser lo que siempre he de ser,
pero dadme
una piedra en que sentarme,
pero dadme,
por favor, un pedazo de pan en que sentarme,
pero dadme
en español
algo, en fin, de beber, de comer, de vivir, de reposarse
y después me iré...
Hallo una extraña forma, está muy rota
y sucia mi camisa
y ya no tengo nada, esto es horrendo.

 

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