Apenas derrocaron al Presidente Hipólito Yrigoyen, electo dos años antes con más del 60% de los votos, los golpistas que acompañaron al general José Félix Uriburu —un oficial rudimentario de grandes bigotes y mente exigua— se dedicaron de lleno a la batalla cultural, como decimos ahora. El corto Para la historia argentina, difundido en todos los cinematógrafos, fue parte de ese dispositivo de propaganda. Con ayuda de carteles, el film mudo advierte: “¡Estalló la Revolución!”, y explica cómo el limitado general salteño “respondiendo al clamor unánime de la República, depuso con apoyo del pueblo, del Ejército y la Armada al gobierno de la Nación”.
A través de la Acordada de 1930, la Corte Suprema aportó su apoyo a Uriburu y estableció que —teniendo en cuenta que controlaba las fuerzas militares y policiales de hecho— el poder del dictador no podía ser discutido judicialmente. Nacía de esa forma la doctrina de los gobiernos de facto que legitimó los golpes de Estado a lo largo del siglo XX. Esos gobiernos dictatoriales se caracterizaron por buscar la legitimidad que no tuvieron en su origen y el primer paso siempre consistió en controlar el discurso. Como escribió Sandra Russo: “Todas las dictaduras necesitaron, de alguna manera, falsear un consenso. Y ese consenso se intentó ganar a través de la lucha por el discurso (...). Los consensos generalmente se ganan cuando desde el poder se logra penetrar e intervenir el sentido común de la gente, sobre todo de la que no está interesada en la política”. Quienes en 1955 derrocaron al Presidente Juan D. Perón, se presentaron no como los golpistas que eran, sino como virtuosos integrantes de la “Revolución Libertadora”, que respondía nuevamente a un clamor popular. Una extraña revolución que para defender la libertad primero debía restringirla.
Dos décadas más tarde, el golpe de Estado que derrocó a la Presidenta María Estela Martínez de Perón también buscó “falsear un consenso” e “intervenir el sentido común de la gente”, presentándose como la respuesta desinteresada al deseo de la gente y no como lo que fue: una venganza de clase y un plan de negocios. Los medios para imponer ese plan fueron el terrorismo de Estado —de una violencia inaudita nunca vista hasta ese momento— y la propaganda oficial replicada por la enorme mayoría de los medios de prensa. Por supuesto, las herramientas discursivas ideadas por las principales agencias de publicidad del país resultaron bastante más refinadas que el corto de 1930 y, gracias a la ayuda que aportaron los centros clandestinos de tortura, lograron algunas victorias en el plano del sentido común. Con encomiable honestidad, el dictador jubilado Jorge Rafael Videla confesó los objetivos del golpe en una larga entrevista que le concedió a Ceferino Reato en 2012, en la cárcel de Campo de Mayo: “Nuestro objetivo era disciplinar a una sociedad anarquizada; volverla a sus principios, a sus cauces naturales. Con respecto al peronismo, salir de una visión populista demagógica, que impregnaba a vastos sectores; con relación a la economía, ir a una economía de mercado, liberal. Un nuevo modelo económico, un cambio bastante radical; a la sociedad había que disciplinarla para que fuera más eficiente”.
Una de las propagandas más recordadas de la dictadura fue la de la silla. Se trata de un spot en defensa de la apertura indiscriminada de importaciones, en el que un hombre de traje padece en un primer momento una silla de fabricación nacional, para luego maravillarse por la oferta creciente de sillas importadas. La competencia mejora su vida y lo hace feliz. Por si quedara alguna duda, una voz en off explicaba: “Antes la competencia era insuficiente. Teníamos productos buenos. Pero muchas veces el consumidor tenía que conformarse con lo que había sin poder comparar. Ahora tiene para elegir. Además de los productos nacionales, los importados”. La desregulación señalada como virtuosa era coherente con el eslogan de “achicar el Estado es agrandar la Nación”, y apuntaba a respaldar la política económica de privatización de empresas públicas o cierre de organismos del Estado. Por supuesto, ningún país desarrollado aplicó jamás la apertura indiscriminada de importaciones preconizada por Martínez de Hoz o, en la actualidad, por Sturzenegger. Es la razón por la que se benefician de una sólida industria nacional.
Detrás de la silla rota se intuía la ineficiencia de la industria nacional o algo aún peor: la maldad intrínseca incentivada por décadas de políticas proteccionistas. Subyacía también la idea de que somos un país de cuarta, incapaz de fabricar una silla sólida. Es más, el fabricante de sillas podía también ser señalado como “subversivo”, un término tan vaporoso que cualquiera podía ser definido como tal. Las sillas importadas que extasiaban al señor de traje formaban parte del disciplinamiento social impulsado por las grandes empresas —locales y multinacionales— que financiaron a Videla. La Argentina industrialista de los ‘70, de sueldos altos, clase media pujante, bajo desempleo y pobreza reducida, debía terminar. Pero el uso de un “afuera” para disciplinar un “adentro” que se considera peligroso no fue un invento de la última dictadura, sino que forma parte de nuestra historia. En 1945, el extravagante embajador estadounidense Spruille Braden se puso al hombro la campaña de la Unión Democrática —una alianza heterogénea que incluía a la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, el Partido Comunista y el Partido Demócrata Progresista— para frenar al detestado coronel Juan D. Perón. Perón aprovechó la situación y contestó lanzando el eslogan: “Braden o Perón”, de una potencia inesperada, que sin duda ayudó a la victoria. Años después, el viejo caudillo afirmaría: “Si Braden no hubiera existido, habría que haberlo inventado”.
El préstamo implorado con urgencia al Fondo Monetario Internacional en 2018 por Mauricio Macri y Luis Caputo, el Timbero con la Nuestra, fue el mayor aporte de campaña de la historia (al menos hasta ahora); pero también fue un instrumento disciplinador para imponer “un nuevo modelo económico, un cambio bastante radical”, según la terminología de Videla. Los Estados Unidos (que le impusieron al FMI el préstamo), en una jugada a dos bandas, apuntaron a la victoria de Macri en 2019, pero, en caso de no lograrlo, al condicionamiento de un gobierno peronista. No obtuvieron lo primero, pero consiguieron lo segundo. El segundo préstamo del Fondo conseguido en marzo de este año por Caputo —ahora bajo las supuestas órdenes del Presidente de los Pies de Ninfa— apuntó a lo mismo: alivio financiero momentáneo y disciplinamiento futuro. Al otorgar otro préstamo ilegítimo más, Kristalina Georgieva, la titular del Fondo, llamó a votar por LLA, ahora sin eufemismos.
El acuerdo con el Tesoro de los Estados Unidos, mendigado seis meses después del rescate del FMI y del que todavía sabemos poco, es la consolidación del modelo de disciplinamiento externo. El secretario Scott Bessent interviene en el mercado cambiario argentino y, con la misma honestidad brutal de Videla y Georgieva, explica que su objetivo es lograr que el oficialismo gane las elecciones de medio término.
Hoy el Tesoro de Estados Unidos al anunciar el swap reconoció su intervención en el mercado de cambios argentino.
El objetivo es que el gobierno de Milei llegue a las elecciones con el dólar en el techo de la banda para sostener la bicicleta financiera y los negocios de unos… pic.twitter.com/aBviCXnnO7— Jorge Taiana (@JorgeTaiana) October 10, 2025
Pero también adelantó que Milei se comprometió “a sacar a China de la Argentina”, interviniendo de lleno en la política exterior de nuestro país. Por otro lado, según The New York Times, “el verdadero fin” del rescate sería “ayudar a grandes inversores cuyas apuestas fracasarían si la economía argentina tambalea (...) incluyendo fondos liderados por amigos de Bessent”. El medio menciona a BlackRock, Fidelity, Pimco y a los ex colegas de Bessent, Stanley Druckenmiller y Robert Citrone. Timba financiera a escala global.
El NYTimes publica un artículo alertando sobre las dudas de que "el verdadero fin" del rescate de Argentina sea "ayudar a grandes inversores cuyas apuestas fracasarían si la economía argentina tambalea... incluyendo fondos liderados por amigos de Bessent". Menciona a Black Rock,… pic.twitter.com/JbhxM1bYVv
— Sebastián Soler (@TommyBarbanBA) October 9, 2025
Pase lo que pase en las elecciones, se trata de un nuevo cerrojo para los gobiernos futuros, en particular para el kirchnerismo, el único espacio político que propone un modelo de desarrollo con inclusión. Es decir, una propuesta alternativa al país colonia que hoy parece maravillar al oficialismo y a la oposición amable, como las sillas importadas maravillaban al señor de traje. De nuevo, el manual neoliberal busca “falsear un consenso” e “intervenir el sentido común de la gente”. Por si quedara alguna duda sobre la miseria planificada que sus entusiastas nos ofrecen como destino inevitable, Gueorgieva elogió a Milei y recordó: “En mi parte del mundo, en Europa Central y del Este, tuvimos ejemplos de líderes valientes que hicieron cosas muy difíciles, recortaron pensiones y salarios en un 40% o 50%, y fueron reelegidos. ¿Por qué? Porque lograron que la gente los acompañara”. Pasan los años, pero el objetivo sigue siendo disciplinar a una sociedad que se resiste a perder derechos. Al parecer, si Milei lograra que los argentinos aceptáramos dejar de comer, nuestro destino de potencia sería inevitable.
La capitulación de nuestras élites empresariales parece ser casi absoluta. Poco quedó del ímpetu industrialista y emprendedor de posguerra, cuando la Argentina fabricaba automóviles mientras Corea del Sur tenía una economía agrícola de subsistencia, y poseía una sólida industria farmacéutica cuando la India estaba todavía lejos de incursionar en ese mercado. No es un dato menor a la hora de pensar en el día después del modelo de la motosierra, la cuarta experiencia neoliberal y el cuarto ciclo de deuda de los últimos cincuenta años. Como el Nahuelito, la Luz Mala o el Lobizón, la burguesía nacional es uno de los tantos seres imaginarios de nuestro país. Eso no significa que no haya empresarios con conciencia nacional, sólo que no se encuentran entre el 0,1% más rico que hoy controla gran parte de los medios, la Justicia federal, los servicios y los partidos políticos, y sigue apoyando el modelo neoliberal, aunque empiece a dudar sobre las capacidades del títere que lo implementa esta vez.
El día después vendrá más temprano que tarde y el espacio político que conduzca los destinos del país tiene que saber que —a menos que acepte el destino de colonia— deberá contar con el rechazo frontal de ese establishment. Es por eso que quien gobierne después de Milei y lo haga fuera del manual neoliberal —es decir, favoreciendo a las mayorías— no podrá tener alergia al conflicto. Y el primer paso para desandar el camino de la pobreza planificada consistirá en resolver el enorme cepo al desarrollo que significa la deuda externa. Amado Boudou, quien llevó con éxito el segundo tramo de la quita de deuda soberana bajo la presidencia de CFK, nos da una pista: “Lo primero que hay que hacer es decir que hay deuda que la Argentina no puede ni debe pagar, porque es ilegítima e ilegal. Hay que sentarse a negociar, pero no con el manual del endeudador, sino con el manual del endeudado. No sería nada nuevo, ya lo hizo Néstor Kirchner”.
No sería nada nuevo.
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