Sociología y negacionismo

Relativización, falsas equivalencias, teorías conspirativas y sobresimplificación como formas de negación

“La captación de la conexión de sentido de la acción es cabalmente
el objeto de la sociología” - Max Weber

La pandemia del Covid-19 ha sacudido al siglo XXI con transformaciones inesperadas. La aparición de un nuevo virus, con alta capacidad de contagio, una letalidad bastante superior a la de la gripe, el ataque a distintos órganos a través de procesos inflamatorios y secuelas desconocidas llevó a la OMS a recomendar la implementación de estrategias de distanciamiento de la población.

La irrupción de la pandemia generó por lo tanto bruscas transformaciones de la vida
cotidiana, desde la necesidad de utilizar barbijos, mantener distancia en los lugares públicos, minimizar los encuentros en lugares cerrados, suspender o limitar un conjunto de actividades económicas, establecer protocolos de seguridad, entre otras. A ello se sumó un alto grado de incertidumbre: si el virus se contagia o no a través de las superficies, si afecta únicamente a población mayor o con comorbilidades, qué tipo de secuelas puede dejar, si genera o no inmunidad, etc.

En algunos países, la velocidad de contagio y el alto requerimiento de atención en unidades de cuidados intensivos generó el colapso de los sistemas de salud con su consecuente cifra de “muertes NO COVID asociadas”, esto es, aquellos aquejados de otras patologías que no llegaron a ser atendidos por el sistema de salud. La alta contagiosidad tuvo efectos devastadores en el personal de salud, que se ha visto profundamente afectado.

Y todo ello se articuló con una profunda crisis económica, que se venía incubando desde hacía varios años pero que encontró en la pandemia su punto de ebullición. Weber, uno de los padres de la sociología, enseñaba que la acción social deriva del sentido subjetivo que un sujeto otorga a su conducta y que dicho sentido era construido tanto de modo racional como afectivo. Pero parece que no le hemos dado a estos elementos afectivos la importancia que tienen en un contexto de catástrofe y crisis como el actual.

 

 

El por qué del negacionismo

Freud analizó, en su mirada sobre el funcionamiento psíquico, distintos mecanismos
de defensa, sistemas que buscan proteger a nuestra subjetividad de experiencias que
superan nuestra capacidad de procesarlas. Es muy rico el catálogo de sistemas de
defensa que el padre del psicoanálisis identifica y los efectos que producen en nuestra
acción.

En el plano de las relaciones sociales, esos sistemas de defensa pueden potenciarse, dando lugar a formas de representación. Al enfrentar realidades catastróficas, una de estas formas de representación más comunes es el negacionismo, construcción propiamente ideológico-política, pero que aprovecha y utiliza los fenómenos psíquicos de negación, desmentida, naturalización y renegación.

Los sistemas de defensa psíquica buscan protegernos de una experiencia que no podemos asimilar en ese momento. Sin embargo, cuando se trata de representaciones colectivas que se articulan con la acción social pueden tener efectos devastadores. En distintos fenómenos catastróficos (guerras, genocidios, terremotos, tsunamis), el negacionismo constituye una respuesta común pero, a la vez, un desafío a desarmar para toda sociedad que se proponga actuar de modo efectivo ante sucesos nuevos. Esto es, transformar los modos de respuesta que tenía antes de la aparición del fenómeno disruptivo.

La población judía bajo el nazismo desarrolló muchas veces estrategias negacionistas, no prestando atención a los testimonios de los sobrevivientes que escapaban de los campos de concentración, minimizando las declaraciones de los líderes nazis o los indicios que surgían de sus propias prácticas, racionalizando explicaciones del tipo “si explotan nuestro trabajo no les resultará rentable aniquilarnos”, apelando al absurdo económico y político que significaría un proyecto de exterminio total, entre muchas otras. La resistencia judía organizada lo identificó con mucha precisión y tempranamente, al punto que definió como primera tarea política para todas sus organizaciones la de confrontar con estas estrategias negacionistas de modo abierto y explícito. Es más: consideraba inviable encarar acciones armadas de resistencia hasta tanto la mayoría de la población lograra quebrar esta propensión a ignorar la realidad y pudiera superar el momento negacionista. Resulta muy enriquecedor leer los testimonios de dirigentes como Jaika Grossman o Marek Edelman e incluso el análisis de los fracasos de las insurrecciones en Bialystok y Vilna, que adjudicaban a la imposibilidad de haber quebrado la fuerza del negacionismo. Derrotar el sesgo negacionista fue crucial para explicar el altísimo apoyo social a la rebelión de Varsovia, que se volvió la más conocida en la historia.

Algo parecido ocurrió en la dictadura argentina, cuando la sociedad intentaba autoconvencerse de que los desaparecidos estaban en Europa, que los militares no podían haber asesinado a tanta gente, que quizás los mandaban a “granjas de recuperación”, que las denuncias constituían parte de una “campaña antiargentina” o que los argentinos éramos “derechos y humanos”.

Sin embargo, a seis meses de iniciada esta pandemia, seguía ausente el análisis acerca del rol que podía jugar el negacionismo y el modo en que podía incidir en las prácticas sociales, alterando y dificultando las estrategias de abordaje sanitario. Resulta necesario remediar este vacío.

 

 

Las formas del negacionismo

El negacionismo asume distintas caras. Si bien son numerosas, vale la pena analizar cuatro de ellas, que son las más comunes y que vemos aparecer en la Argentina de hoy: la relativización o minimización, la construcción de falsas equivalencias, las teorías conspirativas y la sobresimplificación.

Las formas de relativización y minimización tienden siempre a plantear como exageradas y alarmistas las noticias sobre la catástrofe. No dejamos de escuchar estos meses que “los muertos no son tantos”, cálculos sobre la baja incidencia de muertos en la población total, la insistencia en que se trata de población mayor o con comorbilidades (como si estos elementos justificaran su abandono social y su muerte), entre otros ejemplos.

En el caso del Covid-19, se suman cuestiones específicas. Por una parte, los muertos en una pandemia son difíciles de contar. Eso se debe a la dificultad de registro en situaciones de colapso y a las muertes no-Covid asociadas. Solo la comparación de las tasas de muertos con las de otros años dará una imagen más acertada, pero eso lleva tiempo y en los casos en los que se comienza a hacer, es visible que resultan muchos más que los reportados por cada gobierno (sin contar el marcado descenso de las muertes por accidentes de tránsito u otras enfermedades respiratorias, producto benéfico de las medidas de aislamiento, que asigna todavía mayor peso a las muertes Covid).

A esto se suma el “efecto delay”: los muertos de hoy no expresan la gravedad de la situación de hoy sino que tienen 20 días de retraso (los días promedio que existen entre el contagio y la muerte). Otro elemento anti intuitivo es el sesgo exponencial, sobre el que nos alertan a los gritos los matemáticos: pasar de 4 a 8 en 25 días es una cosa, pasar de 10.000 a 20.000 en esos mismos 25 días es otra. Cuando se observa la gravedad, a veces es tarde para producir un giro de la situación, como resultado del sesgo exponencial y el efecto delay.

La segunda forma de negacionismo es la falsa equivalencia. Podemos observarla, por ejemplo, en la comparación de los muertos actuales con el número de decesos promedio por accidentes de tránsito o enfermedades respiratorias. El razonamiento que surge de dicha equivalencia es: ¿por qué debemos cambiar nuestros hábitos por estas muertes si no los cambiamos por las otras? Además de la muy difundida manipulación de las cifras (es claro que las muertes Covid han superado a las de accidentes de tránsito y superarán sin duda por mucho al promedio anual de enfermedades respiratorias) la propia equivalencia es errada. Es cierto que todos los años muere gente. Pero esa gente no muere como producto de un virus desconocido para el cual no existe vacuna ni tratamiento y cuyos efectos todavía se desconocen.

Las otras muertes son mensurables y se derivan de una realidad que conocemos. Cuando hablamos de un virus desconocido, toda equivalencia es falsa porque compara números conocidos contra números desconocidos y cambiantes. Aun no sabemos a qué niveles puede llegar esta pandemia, ningún país ha construido una inmunidad de rebaño ni conoce las secuelas ni los números definitivos con lo que ese número es y será por un tiempo indeterminado.

La tercera forma de negacionismo son las teorías conspirativas, que interpelan simultáneamente a una derecha fascista, otra derecha libertaria, una izquierda cultural denuncialista (cuyo ejemplo patético ha resultado Giorgio Agamben) y, más en general, a toda la antipolítica. El eje de estas teorías conspirativas se basa en la idea de que la pandemia es una gran mentira y una gran manipulación que busca “disciplinarnos”. Dado que apelan a elementos realmente existentes (los negocios de los laboratorios, la burocracia de los organismos internacionales, los enojos contra “la política”, el disciplinamiento estatal), logran interpelar a mucha gente que siente que sus libertades son amenazadas. Ello no quita que distintos gobiernos no hayan aprovechado la pandemia para maximizar la función represiva (algo que, por ejemplo, puede observarse estos días en Colombia con extrema dureza). Pero no resulta sensato homologar el cuidado con la represión. Llama la atención la irresponsabilidad de quienes confunden ambas situaciones y aportan su granito a estas lógicas conspirativas inventando términos como “infectadura”. Por muchas críticas que puedan hacerse al gobierno argentino, resulta delirante homologar medidas de cuidado con lógicas dictatoriales.

Por último tenemos la sobresimplificación. Buscar respuestas fáciles y rápidas para lidiar con algo desconocido y complejo. Sobran los ejemplos de estas formas de sobresimplificación, desde la confianza sin sustento en que la solución estaría en los testeos (que, aunque necesarios, solo permiten conocer la situación), formulaciones como “la cuarentena más larga del mundo” (que no se corresponden con las aperturas producidas), asignaciones de responsabilidad a ciertas conductas o profesiones (desde los runners a los peluqueros), búsqueda de importación de modelos de otros países con características económicas, sanitarias y sociales muy distintas (Corea, Alemania, Suecia, ahora Uruguay). Al igual que nos ocurre con el fútbol, la sobresimplificación nos transforma en epidemiólogos (DTs de la pandemia), que sabemos cómo resolverla y exigimos una táctica distinta cada día a los gobernantes desde el grito de la tribuna, sin comprender por qué no la implementan.

 

 

Efectos en la acción social

Una pandemia nos confronta con dos problemas vinculados a la negación. De una parte formas psíquicas disfuncionales que impiden las medidas de cuidado, incluso en infinidad de personas que comprenden la gravedad de la situación y la interpretan correctamente. Muchas de las actividades sociales que existen hoy y son causa fundamental de contagios las llevan a cabo sujetos que entienden lo que está ocurriendo pero que no logran manejar decenas de micro-negaciones diarias en muchos encuentros que podrían evitar o manejar con mayor cuidado. Baste observar lo que ocurre en los estudios de televisión pero podemos también encontrarlo en el mal uso del barbijo (con la nariz al aire) los picnics en las plazas, las reuniones familiares, los encuentros de amigos, entre decenas de ejemplos.

Por otra parte, tenemos grupos de la población que se encuentran directamente atravesados por interpretaciones negacionistas y cuyas acciones ya no solo pueden ser explicadas desde el descuido sino que asumen una defensa consciente de sus acciones (asignan sentido racional a su acción), sea desde lógicas minimizadoras, conspirativas, sobresimplificadoras o apelando a las falsas equivalencias.

Tanto en los diseños de políticas públicas, en las campañas de promoción, en el desempeño de los medios de comunicación, en el trabajo de las organizaciones intermedias y del personal de salud y en nuestras interacciones cotidianas, debemos conocer y comprender estos modos de funcionamiento de la negación y del negacionismo, como requisito indispensable para plantear acciones más efectivas que nos permitan lidiar con esta catástrofe en mejores condiciones. La lucha contra la pandemia también es política, pero en su capacidad de dar la disputa por el sentido común en la búsqueda de transformar el carácter de las acciones sociales.

 

 

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