La tetera

De los caserones

craquelados fluían

batones floreados

y escarpines de felpa beige.

Unas manos avaras

atesoraban cucharas de plata,

floreros de volutas primorosas,

bacinillas de loza como soperas,

todas las chucherías imaginables

carey, baquelita, strass

y también teteras,

todo tipo de teteras

de porcelana.

Altas, fiorituras azul oscuro

que denota Meissen,

la mayoría rococó

de motivos florales,

las panzonas,

las negras lujosas de China

o púrpura,

las rajadas,

las cachadas,

las vulgares.

A medida que sus mansiones

se desbarataban,

eran más y más

las señoras que resignaban,

ocultas en diarios o manteles,

sus estimadas posesiones

a los puesteros de la plaza Dorrego,

devenidos anticuarios.

Yo apuntaba a los años veinte,

a los diseños que traían

brisas de revolución rusa,

de fábricas constructivistas,

de las asimetrías bolcheviques

ocupadas en la misión  módica

de preparar el tchai

con el samovar ardiente.

Modernidad y guerra civil.

Para el cumpleaños de JP

descubrí una tetera soñada,

negra, roja y natural.

Sintetizaba las esperanzas

de un mundo mejor

con formas simples,

austera geometría

que colmaba el corazón

mejor que las florcitas sensibleras.

Además era muy barata,

si no recuerdo mal, 350 millones.

Cuando la desenvolví

ya me había arrepentido.

Mucho regalo para un aniversario

y le llevé el librito de un poeta joven

que ya no es joven ni es poeta.

Al año siguiente JP no cumplió

porque no estaba

ni estuvo más.

Quién lo tendría?

Lo estarían torturando?

Habría resistido las 24 horas de rigor?

Preparo té todas las mañanas.

Y no hay una que no recuerde a JP.

Si se quedaba en su casa

tomando té

quizás no lo habrían apresado

en la estación.

Convocados por su imagen

desfilan muchos nombres y caras

con los que empiezo mi día.

Hoy es primero de Mayo

y vacié calmo

los restos del té vespertino

pero ese recipiente evocativo

resbaló y estalló en las baldosas

de la cocina, esparciendo esquirlas

de porcelana roja, negra y natural.

Después del estupor

me vino a salvar el kintsugi.

En Japón la porcelana se usa mucho

y por lo tanto se rompe mucho,

tanto que la desazón

que deja un cuerpo

cuando se quiebra

la remedian

uniendo con oro sus pedazos.

Una pieza rota expande su belleza

porque de las cicatrices tortuosas

sangra el íntimo metal precioso.

La accidentada superficie

emana la esencia

de toda obra de arte:

imperfecta,

incompleta,

impermanente.

No reuní las astillas con oro y laca.

Mi té matutino es ahora mas bello

con la tetera

desmembrada y remendada

con el oro del recuerdo.

 

 

 

 

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