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La estrambótica declaración del gendarme a cargo del Informe Nisman en el Congreso

Leopoldo Moreau le preguntó la fecha de su ascenso. Era el final de la audiencia. Orlando Caballero estaba en la Bicameral de Seguimiento y Fiscalización de Organismos de Inteligencia. Era 20 de septiembre de 2020. Todavía estaba vivo. Sin Covid. El entonces jefe de la Dirección de Criminalística y Estudios Forenses de Gendarmería Nacional le dijo que ascendió de comandante mayor a comandante general en diciembre de 2017, apenas tres meses después de firmar el informe final sobre la muerte de Alberto Nisman donde su equipo estableció que lo habían matado.

–Usted asciende a comandante general en diciembre de 2017. ¿Me dice que reemplazó en 2015 a su antecesor, que tenía rango de comandante mayor? —preguntó Moreau.

–Sí –dijo Caballero.

–¿Es habitual que los comandantes que encabezan pericias tengan rangos de comandante general?

–No es muy habitual —respondió Caballero.

 

 

Foto: Gustavo Molfino

 

Caballero firmó el primer peritaje oficial que se opuso a los informes elaborados hasta entonces por médica legista, Cuerpo Médico Forense, Junta Criminalística y estudio de manchas de sangre de la Policía Federal. Todos sostenían que el fiscal se había suicidado. Eso cambió. Para diciembre de 2017, él llevaba ocho años sin ascensos. Obtuvo el grado de comandante general a través del Decreto 149, el 22 de febrero de 2018.

 

  • 31/12/1982 Subalférez
  • 31/12/1985 Alférez
  • 31/12/1988 1° Alférez
  • 31/12/1992 2° Comandante
  • 31/12/1998 Comandante
  • 31/12/2005 Comandante Principal
  • 31/12/2009 Comandante Mayor
  • 31/12/2017 Comandante General

 

El comandante general murió el miércoles pasado, 11 de noviembre. Estuvo un mes internado por coronavirus en el hospital militar. El ministerio de Seguridad había decidido separarlo del cargo, él lo sabía, pero la decisión se pospuso por su estado de salud. Su cara y su voz se conocieron globalmente con el estreno del documental de Netflix de enero de 2020. En septiembre fue convocado por la Bicameral de Inteligencia en el contexto de la investigación por espionaje prohibido de Santiago Maldonado. Caballero estuvo en Esquel en 2017. Ese mismo año recibió una visita de Mauricio Macri cuando una investigación penal apuntaba a uno de sus subordinados por tráfico de drogas ilícitas que debían ser incineradas en el horno del edificio Centinela, bajo su jurisdicción. Desde el mes de enero de 2017 coordinaba el equipo interdisciplinario de 28 personas que a pedido del fiscal Eduardo Taiano y el juez Julián Ercolini revisó los estudios de la muerte de Alberto Nisman, finalizado en septiembre de ese año. La Bicameral también le preguntó sobre el caso. La versión taquigráfica estuvo bajo llave hasta ahora.

 

Foto: Gustavo Molfino

 

Caballero respondió sobre los puntos controvertidos del informe. Habló de la ketamina. Reconoció límites del hallazgo, como la dificultad para tasar el volumen, mencionó la presencia de trazas que no alcanzan a explicar ni el presunto estado de somnolencia ni el aducido traslado del cuerpo hasta el baño. Pero sobre todo dio explicaciones estrambóticas. Dijo que la hemorragia de cuatro litros de sangre impidió saber el pesaje de la droga. Que el Cuerpo Médico Forense no grabó la autopsia, que en realidad sí grabó, y hasta ellos usaron. O que Nisman no tenía sangre en la boca, cuando en realidad la tenía. Finalmente, también dijo otras cosas más serias. Después de embarullarse con fechas, explicó cuándo empezaron los peritajes. Señaló que Julio Blanck publicó la nota en Clarín que anticipaba los resultados cuatro meses antes de terminado el informe. Y agregó que para cuando esa nota salió ni siquiera habían comenzado el trabajo.

–¿Primera reunión de peritos, entonces: 24 de mayo? --preguntó Moreau.

–Sí, sí –dijo Caballero.

–Para coordinar, conocerse, etcétera. ¿Ningún análisis de elementos?

–No, no.

–27 de mayo tenemos la nota de Clarín, 29 de mayo nota de La Nación, en los mismos términos –siguió Moreau—. ¿Cuándo se inicia, entonces, la pericia en sí misma? ¿Cuándo empiezan a trabajar sobre los elementos concretos?

– Bueno, ya ahí, el 23 de junio se hace la segunda reunión.

 

O sea, dijo Moreau, el trabajo de los peritos empezó un mes después de la aparición de las notas que anticipaban el cambio de eje en la hipótesis de la muerte.

 

 

Foto: Gustavo Molfino

 

La caída de la sumisión

Caballero reconstruyó el recorrido de todo el trabajo. En enero de 2017, les llegó el requerimiento de la fiscalía. Se tomaron dos meses para estudiar el expediente. Luego, convocaron a la primera reunión de trabajo. A partir del 24 de mayo hicieron otras 13 reuniones. Grabaron. Y en septiembre entregaron los resultados. Dijo que estuvieron presentes los peritos de parte. Y a preguntas de los diputados, aclaró que sólo eran los de Diego Lagomarsino. Sin embargo, no explicó todo lo que pasó. Cuando los peritos acudieron a la primera reunión, no los dejaron pasar. Tuvieron que acudir a tribunales y presentar un escrito para lograr, finalmente, que les abrieran la puerta. Esa intervención objetó las prácticas del equipo de manera temprana: los peritos expusieron disidencias en cada punto y al final firmaron una disidencia total, salvo un único dato: todos estuvieron de acuerdo que la primera escena del caso, aquella del 18 de enero de 2015 en Le Parc, con la intervención de la fiscala Viviana Fein, discutida por las querellas, no se había alterado, dicen en torno al informático.

Entre los puntos de análisis de la Bicameral, estuvo la ketamina. Nunca detectada hasta el informe de Gendarmería.

–Hay algunas cuestiones que, realmente, no cierran –dijo Moreau—. Por ejemplo, la famosa aparición de la ketamina. Usted nos dijo que aparecieron rastros.

–Trazas –dijo Caballero.

–Sí. Y que esas trazas no permitían establecer el volumen real en un cuerpo.

–Claro.

–Pero si no hay sumisión química, o si no se produjo esa sumisión química, ¿cómo es que dos personas lo pudieron llevar pacíficamente hasta el baño, acomodarlo de la manera en que dicen que lo acomodaron, etcétera? No me termina de cerrar.

Caballero dijo que todo eso estaba explicado en el informe. Y, sin ponerse colorado, agregó:

–Como se produjo una gran hemorragia cuando encuentran el cadáver, por lo menos se calculó casi cuatro litros de sangre, que estaban en un charco, entonces, el doctor en bioquímica hace esa salvedad. Dice que él no puede descartar la cuestión de ese desangrado, porque tampoco contábamos con muestras de esa sangre.

Y dijo:

–Nadie se preocupó en levantar muestras de esa sangre, preservarlas, para poder después analizarlas. Entonces, ¿qué pasa? Si yo consumo este mate cocido y, después, me desangro. Bueno, a lo mejor, va a aparecer en mi hígado una pequeña dosis de todo lo que consumí, de todo el mate cocido. Está explicado. Científicamente, está en el informe.

Peritos consultados para esta nota casi mueren de espanto. No sólo discuten la teoría, el tipo de hallazgo, la localización en lo que denominó pool de vísceras: lo que no entienden tampoco es la racionalidad de lo que dijo.

 

 

Foto: Gustavo Molfino

 

Desde la perspectiva de Caballero, no bastaría una muestra de sangre para analizar sus componentes: habría que estudiar el torrente sanguíneo de un cuerpo completo. Pero tampoco es cierto que no se tomaron muestras de sangre en Le Parc. Se tomaron para análisis toxicológico y para descartar o confirmar presencia de terceros con pruebas de ADN.

–¿Y cómo ingresó la dosis de ketamina al cuerpo si no había punción venosa ni ninguna otra circunstancia? —pregunto Moreau.

–Puede ser por vía oral, o puede ser inyectada... No sabemos.

Dijo Caballero. Los estudios anteriores habían descartado orificios de entrada de inyectables en el cuerpo. Pero Caballero también dijo que Nisman podría haber bebido la ketamina en un pocillo de café. "¿De verdad, usted cree eso comandante?", preguntó el diputado. Y luego sentenció: “Quedan planteados dos interrogantes: no sabemos el volumen que realmente ingresó en el cuerpo y no sabemos o no está establecido por dónde ingresó”.

 

Tiempo final

Otro punto fue la hora de la muerte. Hasta septiembre de 2017, los informes oficiales situaban la muerte en el rango del mediodía del domingo 18 de enero de 2015. El informe de Gendarmería adelantó la hora de la muerte a las 02.46 del día domingo, una franja que vía error de aproximación y de acuerdo a distintas interpretaciones podía extenderse a la última visita de Lagomarsino.

–La verdad, comandante —dijo Moreau—, ¿usted conoce muchas pericias donde se establece un horario exacto de muerte?

Desde entonces, Gendarmería explica su método: un cálculo basado en un método nuevo, dijo Caballero. Y lo explicó. O intentó.

—Utilizamos una fórmula muy nueva, sofisticada y aprobada por una revista científica en un trabajo científico –por la revista más importante de ciencia–, donde se obtiene una fórmula basada en distintos parámetros y distintos datos, que yo le puedo pasar una copia.

Y dijo:

–Porque, ¿qué pasó ahí? Hubo un inconveniente: no se tomó la temperatura, que es elemental cuando uno encuentra un cadáver, cualquier cadáver –es decir, la temperatura ambiente en el acta–, fundamental para determinar el IPM, Intervalo Post Mortem. No se tomó tampoco la temperatura del cadáver. Son datos elementales. Y en un libro de Criminalística de primer año o en el segundo día de clase, se dice que se tiene que tomar la temperatura. Eso no se tomó.

Otra vez, no era cierto. A foja 43, el expediente de instrucción señala que la médica legista Gabriela Piroso tomó temperatura del cuerpo al tacto, entre otros exámenes, para determinar la hora de la muerte comprendida al mediodía del domingo: entre 12 y 15 horas antes de su llegada al departamento de Le Parc, el lunes 19 a las 02.00 de la mañana. La temperatura también la tomó el Cuerpo Médico Forense. El cuerpo de Nisman entró a la morgue a las 5 de la mañana del lunes 19, la autopsia se hizo de 8 a 10. A fojas 166 y siguientes, el expediente señala que la autopsia describió 21° de temperatura ambiental y 28° de temperatura rectal. Sólo habían pasado seis horas desde la toma de Le Parc.

 

Foto: Gustavo Molfino

 

El otro punto controvertido es el método. El entorno de Lagomarsino buscó a la autora del método científico invocado por Caballero. Era autora de una tesis de grado europea. La llamaron. Le preguntaron si para la muestra de su cálculos tomó suficientes casos con el tipo de disparo de Nisman, dijo que no. Y, finalmente, Gendarmería también usó el denominado examen de potasio en humor vítreo, que había sido descartado hasta por los peritos de Sandra Arroyo Salgado al comienzo de la investigación. A fojas 4.794, el expediente señala que luego de intentar aplicar ese examen, sus peritos Julio Ravioli y Osvaldo Raffo concluyeron que los rastros eran de tal dispersión que extienden el rango horario de 18 a más 50 horas desde el momento del examen, “lo que hace imposible establecer márgenes de racionalidad para ser aplicado”. Es decir, todos los peritos sabían que la fórmula no servía porque producía resultados diferentes.

La declaración recorrió otros hitos. El baño. Si entraban o no entraban tres personas. Y cómo probaron que quienes supuestamente estaban adentro, habían podido salir. No respondió. Ofreció una animación en tres dimensiones. "¿Una animación?", preguntó el diputado. También habló del golpe en el tabique de nariz. Hasta el Informe de Gendarmeria nunca había sido detectado. El Cuerpo Médico Forense, que autopsia 4.000 cuerpos por año, hizo el estudio con el cuerpo presente. No lo detectó. Gendarmería lo detectó en fotografías. Caballero respondió. Moreau le preguntó si no podrían haberse confundido con un pliegue en las imágenes. Caballero dijo que no, pero admitió que el fiscal podría haberse golpeado antes. “Lo pudo haber tenido en otro momento —dijo—, (tal vez) que se fracturó jugando al tenis”.

También discutieron la reconstrucción de la escena del baño. Caballero admitió que nunca antes se había hecho. Y finalmente, habló de la boca de Nisman. Dijo que no tenía restos de sangre. Para entonces, discutían sobre la trayectoria de la sangre.

–¿Pero no puede salir por la boca, también? —preguntó Moreau.

–No –dijo el gendarme—, la autopsia no indica que haya restos de sangre en la boca. No, no tenía restos.

—¿La autopsia que originalmente hizo el Cuerpo Médico Forense?

–Sí –dijo Caballero.

 

Las fotos del día de la muerte muestran lo contrario. Hay sangre en la boca de Nisman.

 

Foto: Gustavo Molfino

 

Los protocolos

En diciembre de 2019, Sabina Frederic dijo que iban a abrir un sumario para auditar el trabajo de Gendarmería. No lo hicieron. El ministerio entendió que el peritaje había sido ordenado por la Justicia, que eventualmente deberá realizar el contralor. Se abocaron, en cambio, a unificar criterios de peritajes para volcarlos en un protocolo destinado a las cuatro fuerzas. Un trabajo que coordina una integrante del CONICET, y cruza prácticas de las Fuerzas y normativas locales e internacionales. El protocolo unificado estará listo antes de fin de año, y probablemente antes de fin de mes. No servirá para revisar procedimientos del pasado, sino los que se harán hacia adelante. Aún así puede ser tenido en cuenta para el caso Nisman. ¿Cuántas de esas buenas prácticas quedaron por fuera del procedimiento con Nisman? ¿Qué hicieron por fuera de recomendaciones o de las prácticas que ya hacían otras Fuerzas? ¿Qué dirá el protocolo sobre la reconstrucción a medida de la escena de un crimen?

El trabajo es una línea distinta a la que se impulsó para el caso Maldonado. En esa causa, el ministerio analizó la intervención de la Gendarmería porque existía una investigación interna que estaba abierta sin intervención de la Justicia. Una vez concluido, se judicializó.

El protocolo será una herramienta que podrán utilizar las defensas. Lo mismo sucederá con la declaración de Caballero en la Bicameral. Los diputados Rodolfo Tailhade y Moreau analizan entregar el informe al juzgado, desde donde podrá ser discutido. Las defensas esperan ese momento, como esperan lo más importante: la elevación a juicio oral. Tienen la misma impresión que los diputados: saben que cualquier experto serio puede fulminar el informe que transformó la escena de la muerte en homicidio. Pero también saben que es probable que eso todavía no llegue. “Cada vez estoy más convencido —dice Moreau—, que el caso sirve en la medida en que no se resuelve". Porque mientras está abierto mantiene latente la única pregunta que opera como veredicto: la incógnita. Quién mató a Alberto Nisman.

 

Foto: Gustavo Molfino

La ética del engranaje

Caballero era para las autoridades del ministerio ni bueno ni malo. Lo piensan como el hombre de las ruedecillas, la metáfora Hanna Arendt para Eichmann.

“Todas las ruedas de la máquina, por insignificantes que fueran, se transformaban, desde el punto de vista del tribunal, en autores, es decir, en seres humanos”, decía en La banalidad del mal. “Si el acusado se ampara en el hecho de que no actuó como tal hombre, sino como un funcionario cuyas funciones hubieran podido ser llevadas a cabo por cualquier otra persona, ello equivale a la actitud del delincuente que, amparándose en las estadísticas de criminalidad —que señalan que en tal o cual lugar se cometen tantos o cuantos delitos al día—, declarase que él tan sólo hizo lo que estaba ya estadísticamente previsto, y que tenía carácter meramente accidental que él lo hubiese hecho, y no cualquier otro, por cuanto, a fin de cuentas, alguien tenía que hacerlo”.

 

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