La unidad, la deuda y el virus

Un balance centrado en deuda y virus, y la ponderación de la unidad como elemento esencial

 

La unidad para recuperar el gobierno

La unidad del peronismo constituyó un imperativo y fue clave para recuperar el gobierno.

Fue la unión de tres sectores relevantes: CFK y el sector más referenciado en ella, el PJ Bonaerense y los gobernadores, con el adicional final de Massa y su porcentual electoral, significativo en la paridad con Cambiemos. Alberto Fernández primero ofició como garante de la unidad, y ahora debe ser el gestor.

Luego de los primeros seis meses las preguntas son: ¿puede AF devenir de gestor en político? Y en tal caso, ¿para ejecutar qué plan?

La pregunta es sobre AF. Su gobierno debe ser exitoso. Si así fuera, sería el indicador de que el formato político de la coalición debe perdurar en tanto provee las soluciones que la sociedad requiere.

Las preguntas no refieren a especulaciones electorales, sino al mediano plazo en una Argentina donde los tiempos cada vez son más breves. Perón hablaba del siglo siguiente. Desde 1983, el plazo se redujo a la extensión del período presidencial. No hay que permitir que ahora se cuente por quincenas. El largo y mediano plazo no son antigüedades. La política se compone de una utopía, un plan maestro y la capacidad de gestionar ese plan para alcanzar o acercarse a esa utopía.

Sin día a día no hay mediano plazo. Pero sin el plan, es difícil medir si vamos bien o mal, y a dónde vamos. Es verdad que es fácil hablar de planificación, y que no lo es concretarla en emergencia social, económica y financiera, a la que se sumó una pandemia.

 

 

Seis meses: deuda y virus

Un rápido balance de estos seis meses muestra que el gobierno es claramente más racional, eficiente y justo que el de Macri. Un irónico diría que no había que hacer mucho esfuerzo para mejorarlo.

Centremos el análisis en dos temas: deuda y emergencia sanitaria.

Lo de Guzman es bueno. Logró articular un discurso sólido en lo técnico y político. Consiguió el apoyo del FMI, lo que conlleva una aceptación de los Estados Unidos y Europa, del Papa, de la academia local e internacional y, aun, un amplio consenso que incluye a parte de la oposición (Larreta, Prat Gay, Lacunza, etc.).

Los bonistas, de a poco, bajan sus pretensiones. Si, en números redondos, cierra con una quita del cincuenta por ciento con tres años de espera sin riesgo de juicio, es un éxito. En solo seis meses. Demostraría que prolijidad y un plan es el método.

Aun suponiendo que las críticas fueran desinteresadas y de buena fe parecen más centradas en aspectos casi instrumentales, como si era mejor empezar a negociar ante, tratar personalmente a los bonistas o ser menos frío (sic), etc. Algunas bordean la frivolidad, más si son dichas simultáneamente con la explicación de que el capital es racional y no tiene sentimientos. Todas son contra fácticas. Omito las que refieren al monto ofertado: pagando arregla cualquiera.

Dichas desde el colectivo Cambiemos parecen, por ser leve, inoportunas. El endeudamiento del período 2015/2019 fue de los mayores de la historia. Los informes del Banco Central indican que los desembolsos finalizaron en la formación de activos en el exterior y otras transferencias, justificadas legalmente o con causa ficticias. El macrismo sostiene que se destinó al financiamiento del déficit fiscal. Si fuera cierto, no parece plausible tomar dólares para gastos en pesos. Menos si va unido a la reducción drástica de los ingresos de divisas del Estado al bajar —sin facultades— las retenciones y eliminar la obligación de los exportadores de liquidar las divisas en la plaza local. Dos medidas que, además, produjeron una enorme transferencia del Fisco en favor de las cerealeras y otros grandes exportadores. Un ejemplo de cómo una clase social usa el Estado para enriquecerse y concentrar poder. No había que saber economía para prever un default final. Los críticos de los modos de Guzman no objetaron el vaciamiento de la caja de dólares del Estado. Algunos hasta lo calificaron de incentivo a la producción. Hoy lloran como cocodrilos.

La política de emergencia sanitaria también fue acertada. Hay razonable consenso social y político, conducción inteligente de los conflictos jurídicos con gobernadores e intendentes, y buenos resultados sanitarios.

Hasta ahora, haciendo un paréntesis sobre el efecto económico, el mayor problema está en la gestión para hacer llegar el apoyo monetario a cada familia (el delivery del dinero) y la sujeción del aporte a las grandes empresas a ciertas reglas de solidaridad social y compromiso con la inversión futura (vuelve el asunto del plan). Pero ante lo inesperado, con un Estado destruido, sin dinero, en default, etc., no caben muchos reproches. Solo esperar que siga mejorando para que llegue a todos los hogares.

De la gestión sanitaria, la relación con Larreta y los intendentes opositores, más allá de los gustos personales, es un bonus que da solidez a políticas como la de la deuda y estabilidad al gobierno.

La discusión entre libertad y medidas sanitarias no es una novedad de esta pandemia ni un invento argentino. Y será más compleja si las medidas se extienden. No puede limitarse a un debate sobre el paternalismo, porque la conducta de cada individuo no es inocua sobre la salud de los demás. No es dirimente el argumento liberal basado en el artículo 19 de la Constitución de que cada uno puede desarrollar libremente su plan de vida aun cuando fuera perjudicial para su salud, porque sí afecta a terceros. En el balance, hasta ahora, aun en el discurso crítico de la cuarentena, no se dieron ejemplos de afectación grave de derechos políticos como a la libertad de expresión, la actividad de los partidos o el acceso a la Justicia. El Congreso empezó a reunirse y de a poco los tribunales van poniéndose en marcha para tratar cada vez más materias por medios no presenciales.

El discurso anticuarentena omite que el primer interesado en que la actividad económica se reinicie es el que tiene responsabilidad de gobierno. Hasta por el costado pecuniario: el ingreso del fisco nacional, provincial y municipal se derrumba. ¿Quién puede pensar que un gobernante está feliz teniendo que destinar todo el gasto a una situación de gravedad sanitaria inesperada, no presupuestada, con riesgo de mortandad, mientras se ve obligado a restringir su fuente de ingresos, que se derrumba?

 

 

El desafío de la unidad y de un plan

El desafío al 10 de diciembre ya era enorme. El virus subió la exigencia. Y refuerza la necesidad de cohesión en la coalición de gobierno.

Si la política es una utopía, un plan y el talento ejecutarlo, la explicitación de ese plan es necesaria.

No hay debate sobre cuál es esa utopía en los sectores que integran la coalición de gobierno: autonomía política, desarrollo industrial, consenso social, pleno empleo, salud y educación, etc.

El plan, el método, necesario también para medir resultados y ordenar las acciones, es lo que puede generar discusiones. Algunos debates deberían ser saldados sin dar lugar a operaciones de prensa que buscan debilitar al gobierno. El camino debe ser el de consensos sociales, lo que incluye aun a aquellos a los que les reprochamos ciertas conductas. Deben estar incluidos en un marco de reglas que defina el gobierno para el desarrollo de su plan. Por otro lado, hay un sector del empresariado medio que es relevante para la coalición social que permitió entronizar a AF como Presidente. El discurso y las acciones deben integrarlo. Las palabras recientes de AF parecen ir en este sentido.

No hay dudas de que la prioridad es la atención de la situación de los carenciados. Pero mantener ese “capital organizado” —la empresa— a flote para la post pandemia es imprescindible para el empleo y el desarrollo. La coalición oficialista requiere mantener cohesión y la misma actitud de amplitud que lo llevo al poder. Nuevamente: no es fácil, pero sí necesario.

 

 

 

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