La venta de humo ya no es lo que era

Con el dólar a 30 también cambian las relaciones de fuerza

En febrero de este año, en El Cohete publicamos un artículo llamado Los dos dólares de Cambiemos. Decíamos: “Un paso del dólar a $20 al dólar a $30 implicaría un fuerte mazazo social, con una profundización de la conflictividad laboral, en un contexto donde la derecha gobernante no ha logrado construir un respaldo social amplio y estable. En un clima fuertemente contractivo, sería inevitable el pase de franjas sociales al campo de la oposición política. El dólar a $30 es entonces un dólar que restituye la viabilidad externa del país a mediano plazo, alejando el peligro de un nuevo default, pero que lo introduciría en una dinámica social cuestionadora de la continuidad del proyecto de la derecha en el poder”.

Lo que indudablemente no podíamos prever era que la llegada del dólar a 30 tendría la celeridad que le otorgaron las últimas semanas, devorándose a su paso la credibilidad de la palabra de los funcionarios responsables del área, del Jefe de Gabinete y del Presidente de la Nación.

Ni podíamos imaginar que en ese torbellino se licuaría algo tan sólido como el amplio respaldo financiero del Fondo Monetario Internacional, del Morgan Stanley Capital Internacional (empresa calificadora que categorizó a Argentina hace pocos días como “mercado emergente”), o de los cientos de operadores neoliberales autodenominados economistas que respaldan permanentemente el experimento desde los medios de comunicación.

La estrepitosa caída de la Bolsa en un solo día 9%, pero que acumuló 16% en pocas jornadas, devela la salida masiva de capitales exactamente en el momento en que por razones exclusivamente políticas una calificadora afirmó exactamente lo contrario: que es el momento para los fondos de inversión globales de poner unas fichitas (5.000/6.000 millones de dólares en activos argentinos: acciones, obligaciones negociables, títulos públicos).

 

 

Un capítulo aparte merecen las argumentaciones para explicar lo que en el fantástico mundo neoliberal no debería estar pasando. Se oyeron en estos días excusas tales como que caen monedas de todos los países emergentes (no hay comparación posible con el caso local), que hubo algún reporte no positivo de otra calificadora que parece un poquito más profesional que MSCI (Fitch), que hay una caída en las proyecciones de los ingresos genuinos de dólares en la economía (si, hubo una fuerte sequía, cayó el precio internacional de la soja y subió el del petróleo), que se observará una caída en las ganancias de los bancos (por las nuevas regulaciones del BCRA que los obligaron a tener mayores encajes y a de desprenderse de dólares billete), o que los inversionistas están esperando un mal escenario económico y eso afecta la expectativa de rentabilidad a futuro.

Quizás la justificación más vaporosa de todas, y que hace imprescindible la participación de psicoanalistas en el análisis económico local, es que “cesó el entusiasmo por la recategorización como mercado emergente”, o que “se esfumó el envión post-emergente”. ¿Por qué habría pasado eso, si está todo bien y el rumbo es siempre el adecuado en la gestión Cambiemos?

 

Las ganancias son en dólares, o no son

Las devaluaciones no sólo devalúan los salarios. También devalúan la rentabilidad en dólares de las empresas. Si una empresa gana en el año 6.000 millones de pesos, y los quiere enviar al exterior, con un dólar a 20 enviará 300 millones de dólares. Si el tipo de cambio está a 30, con la misma ganancia, sólo enviará 200 millones de dólares. Se le esfumaron 100 millones de dólares exclusivamente por la modificación cambiaria. Para la mirada global de las corporaciones, perdieron plata, aunque sea por razones exclusivamente cambiarias.

Y al devaluar la rentabilidad en dólares, también devalúan el valor mismo de las empresas, que no es otro que las ganancias que se supone que producirán en el futuro, en dólares. Al contraerse la ganancia futura en dólares, se contrae la capitalización de las empresas —valen menos porque ganarán menos— y se reduce su valor patrimonial. Por arte de magia, las empresas pasan a valer menos, aunque produzcan y vendan lo mismo, por la simple razón de que, medida en dólares, su ganancia se ha contraído.

A propósito no introducimos el impacto adicional que tiene, por supuesto, que la devaluación contrae el mercado interno, y si las empresas son mercado-internistas, van a sufrir además la caída de sus ventas.

Por eso es tan importante para el capital global el tema cambiario. Y habría que agregar: que el tipo de cambio sea el más barato posible es muy positivo para todas las empresas que dolarizan sus ganancias, de forma que se amplifiquen las ganancias en dólares que se remiten al exterior.

Esa preferencia evidente del capital multinacional por un tipo de cambio bajo –aun cuando llevara a la economía nacional al despeñadero— es una de las explicaciones más convincentes de por qué el demencial tipo de cambio 1 a 1 de la convertibilidad duró 11 años.

 

Gobierno macanudo: subió el techo de las paritarias

El techo del 15% parecía ser un armazón de concreto que se había establecido sobre las aspiraciones sindicales a un reacomodamiento de los salarios, hasta ahora. Era frecuente sostener por parte de los economistas opositores desde comienzos de año, que si los salarios subían 15%, pero los precios ascendían un 25%, se les estaba pidiendo a los sindicatos legitimar una caída del salario real de aproximadamente el 8-9%.  La última semana, sin embargo, los camioneros lograron un 27% de aumento, y el Sindicato de la Alimentación cerró en el 24%. Pareciera que hay un guiño para que pueda subir el techo de las paritarias (¿ven que el FMI cambió?) y se aproxime a la vieja imagen de la inflación de 2018 pre-crisis cambiaria.

El problema es que hoy el consenso es que la inflación superará el 30%, y si se agrega el impacto inflacionario del último desplazamiento del dólar a 30$, no es alocado suponer que se aproximará a ¡35%! Cerrar hoy en 24/25% vuelve a equivaler a la caída en el salario real que les pedían convalidar en la primera parte del año. Cambiemos no cambió, sólo los números se movieron. Volvemos al viejo problema de un sindicalismo exclusivamente acotado a la reivindicación nominal de los salarios: no resuelve el problema de la defensa del salario real. Todo triunfo, todo logro de un numerito que parezca más cercano al deterioro previsible, es transitorio frente a la picadora de carne dólar-remarcaciones.

 

Kirchnerismo o fondomonetarismo, sé gual

Claro, el dólar se escapa, las presiones se amontonan y se juntan desequilibrios prolijamente promovidos por el gobierno y sus mandantes económicos. El FMI les ha tenido que explicar que la sangría de dólares no puede seguir. Una de las tantas puertas de salida de la divisa es el turismo en el exterior, que el año pasado implicó más de 10.000 millones de dólares. Hay que achicar también ese agujero. Carlos Melconián, ex futuro ministro de economía, propuso que exista un “dólar turístico”, arriesgándose a caer en la heterodoxia. En el gobierno estudian incrementar significativamente el impuesto a los pasajes aéreos, que ahora está en 7%,  y aplicar una tasa entre el 10 y el 15% a las compras con tarjetas de crédito en el exterior, para desalentar esa vía de salida de divisas.

Son medidas sensatas, pero en el marco de un país que no tiene ninguna estrategia para conseguir dólares de verdad, no prestados. Y que remiten inevitablemente a aquellas jornadas de “lucha por la libertad” que protagonizaban cientos de miles de argentinos reclamando poder acceder a dólares para gastarlos a piacere en el exterior. El “cepo”, una extraordinaria victoria discursiva de la derecha, era la forma de nombrar y denostar el control y manejo prudente de la moneda extranjera que intentaba hacer el gobierno de Cristina Kirchner. Claro, la discusión económica racional estaba obturada por el encono social promovido por el núcleo de negocios que hoy gobierna la Argentina.

Resulta bastante gracioso que tras los devaríos de la “libertad” cambiaria y del libre movimiento de capitales (que no tienen que ver con libertad en serio, sino con fuga de divisas), los reyes de la buena onda, acompañados por los custodios sagrados de la austeridad económica (el FMI) tengan que reintroducir restricciones al gasto en turismo y compras en el exterior. Claro, en economía eso se llama racionamiento. Y en la economía capitalista, el racionamiento conoce un único criterio: la capacidad de compra, basada en los ingresos personales.

Seguirán viajando los mismos del decil poblacional más alto, intocables, pero todo el resto deberá dejar de lado sus hábitos dispendiosos. “Se les dijo que podían viajar afuera”. Ahora aprenderán que la libertad no es un derecho, sino que se paga.

 

El boquete en la balanza de pagos

La balanza de pagos incrementó en el primer trimestre su saldo negativo en relación a los años previos, llegando a 9.623 millones de dólares. Un cálculo muy elemental, si nada hubiera cambiado, es que el país se dirigía a un año con un déficit superior a los 40.000 millones de dólares, que es insostenible. El FMI estimó en abril el PBI de Argentina, medido en dólares, en 627.000 millones. Eso cuando el dólar estaba a 20$. Con un dólar a 30 pesos, el PBI medido en dólares se encoje hasta los 420.000 millones. Por supuesto que habrá otros movimientos que incrementarán el valor final del producto bruto de la Argentina, pero lo que debe entenderse es que un desequilibrio externo que pueda aproximarse al 10% del PBI es anticipo garantizado de crisis económica y de severa contracción.  Todos, menos los ciudadanos argentinos sometidos a un formidable apagón informativo, lo saben. Lo sabe el poder económico local, y ni qué hablar los grandes fondos de inversión externos, que se alejan de la hecatombe.

El desequilibrio registrado en la balanza de pagos en los primeros meses del año es exactamente el doble del primer trimestre de 2016, inaugural de la gestión Cambiemos. Previsiblemente el saldo comercial se iba a deteriorar por la política aperturista seguida y por el atraso cambiario impulsado por el ingreso de capital especulativo. Pero el dato más destacable es que se triplicó la salida de dólares por Renta de Inversión de Cartera en relación a la que existía en aquel idílico 2016, que superó en 2018 los 2.000 millones de dólares. Refleja las ganancias que vienen teniendo inversores extranjeros (y argentinos que tienen sus fondos afuera) en activos líquidos, que las remiten al exterior. Si hacemos un ejercicio simple de anualización, por timba financiera Argentina perdería en 2008 arriba de 8.000 millones de dólares. Nada se dice sobre el tema. ¿Sólo los turistas deben ser los patos de la boda?

 

Mauricio no va a dormir bien

El deterioro del cuadro de situación es notable. Los indicadores de actividad económica general, y de producción industrial y construcción a partir de abril, han empezado a mostrar cifras en retroceso, y estos datos son previos a que se notara el impacto de la crisis cambiaria.

La introducción del FMI mete un actor pesado en el escenario local. El gobierno parece confiado en que el enorme respaldo político internacional con el que cuenta va a moderar las presiones del organismo especializado en ajustes. Pero ahora son los propios capitales externos los que piden acción contra los intereses de las mayorías, para que queden dólares para cubrir sus ganancias.

Varias poderosas tenazas se ciernen sobre el gobierno. En materia de recorte presupuestario, los prestamistas internacionales quieren que sea en serio. O sea, que duela. El gobierno duda ante la implementación de la agresión social que le reclaman los prestamistas para lograr “confianza”. Detrás del recorte está la gran recesión, el salto del desempleo, y el supuesto disciplinamiento social. Desde la perspectiva del establishment local, habría que librar esa gran batalla, ganarla y así obtener el crédito de la comunidad financiera global de negocios, que sentiría finalmente que otra gran semicolonia –con su sociedad vencida— se agrega a la colección que ya tienen en América Latina.

Pero los números de la correlación de fuerzas ante esa gran confrontación social no son 33% a favor, 33% neutrales y 33% en contra. Esos números también cambiaron en los últimos meses. Son 30% a favor y 70% en contra de que el descalabro macrista sea pagado por la mayoría.

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