LA VIDA A VUELO DE PÁJARO

Un músico que da en la tecla literaria es una rareza

 

Con el correr del tiempo el cínico corrió idéntico destino al que cierta perversión del lenguaje condenó a otros sustantivos como yegua, gato, histéricx, gorila: metamorfosearlos en adjetivos. Porque cínicos, en la antigua Grecia, eran quienes pertenecían a una escuela filosófica algo así como naturalista y que desde el vamos se diferenciaban de los hipócritas, que también hicieron escuela pero jamás fueron filósofos. Un poco en joda, otro tanto por el absurdo, el cínico –ayer y hoy— ante una situación paradojal es capaz de decir: “Me sentí confiado como un niño, en brazos de la mejor corrupción que puede comprar el dinero y con la justificación moral, además, de que era la única manera de hacer las cosas”.

Así, con el cinismo como posición y el sarcasmo como herramienta, Acho Estol (Buenos Aires, 1964) encara su primera novela haciendo de ambos elementos una práctica social en la que discurren sus personajes. Federico Manuel Moreno es una mezcla de su tocayo Peralta Ramos (Mar del Plata, 1939-Buenos Aires, 1992; el inolvidable artista, poeta visual etc., popularizado por Tato Bores) y tal vez el prócer del mismo apellido (Buenos Aires, 1778-Océano Atlántico 1811), revolucionario irredento. Protagonista de El vuelo del cóndor punk yuga de redactor de revistas de esas que se dispensan en los aviones, como para sumar algún billete y al mismo tiempo olvidar su fracaso como profeta y la frustración rockera. Un par de días a la semana acude a visitar al Tata, su abuelo, un cirujano ex pastor bautista que peleó en la Guerra Civil Española, vio pasar a Hitler y no llegó para matarlo, conoció a los Beatles en Hamburgo y va a terminar sus días en un geriátrico del conurbano. Sin desmedro de la intensa relación entre ambos, el principal aliciente del nieto es Gladys, la morochaza enfermera que incendia su corazón y zonas conspicuas.

Sin que constituya un obstáculo está Luna, la legítima esposa de Federico Manuel; poliamorosa cooptada por sucesivos esoterismos, más bien tilinga, a la sazón madre de sus dos hijos preadolescentes: el neofacho Gerónimo y la sofista Abril, capaz de preguntar: “¿Si la corrupción es como un camino alternativo para los que pueden comprarla…? (…) ¿Qué pasa cuando lo alternativo se convierte en lo principal? Si todo el mundo tiene plata o contactos, ¿la corrupción es la justicia?” No obstante, tampoco es la corruptela lo que prima en el relato de Estol. Atraviesa los cuerpos sin detenerse, hace de materia prima al sarcasmo, profiere guiños, despliega argentinitud, emplaza trampas que cuando no atrapan, dejan lesionado a más de un personaje.

No menos importante es Elvis, el perro familiar que duplica en espejo al protagonista, en una elipsis similar a cómo Álvaro Paz Guerra, superestrella del rock, representa lo que quiso y no pudo. Mundo de plagiarios y plagiados, la historia cubre el fin de los años '80 y el menefreguismo de los '90, yendo y viniendo hasta el nuevo siglo en una secuencia literaria trabajada de tal modo que en momento alguno se presta a confusiones. Los desafíos para el lector pasan por otros recovecos. Requiere astuta complicidad en un despliegue desopilante nunca excesivo en relación al que cada día ofrece la tan leucocita como sylvestre realidad; ante la ninfa que le ruega disculpas, el personaje inquiere: “¿Por qué? ¿Por hacerme creer que mi abuelo estaba muerto, por robarme el cuaderno o por narcotizarme y violarme en una morgue?”

Una razón se impone, la de la escritura: “La hipótesis de los ladronzuelos comunes la descarté inmediatamente por antiliteraria: era la solución que cae del cielo”. Una cadencia cunde, la de la música; no en vano el autor perpetra ese arte con éxito y brillo al son de su grupo La Chicana. Circunstancia que propone un juego para entendedores del que el neófito nunca queda afuera, los nombres de las bandas que musicalizan la trama: La Zona Portátil, Los Especiales de Salame, Satanic Lizard, Masticando Tachuelas, La Pera Monogámica. Dentro de tal espectro se agitan los espíritus escatológicos en que ninguno de los politeísmos cristianos deja de mostrar la hilacha. Católicos, bautistas, evangelistas de diversa laya componen una ronda en la que intercambian máscaras a fin de ocultar el mismo rostro. Frente a la develación pagana, El vuelo del cóndor punk contrarresta aquel disparate con olor a ciencia: “Cuando se ve en las últimas, el cerebro entra en un estado alterado de la conciencia: se llena de endorfinas que le dibujan un túnel y por eso fue tan exitoso el slogan de Cristo: ‘Yo soy la luz’”. Cuando no, con ciencia en serio: “El principio de Incertidumbre de Heisemberg no habla de física, habla de ética”, al fin y al cabo el lenguaje que recorre la novela.

Una historia de desesperación se torna de amor, pasa por el policial, retrata lo político, se ríe seriamente de todo. Arranca con un primer capítulo que quiere ser de una calculada desprolijidad para avanzar en el envión hacia una consistencia literaria que alcanza a hacer de las palabras, su propia música. No podía ser de otra manera.

 

FICHA TÉCNICA

El vuelo del cóndor punk

 

 

 

 

Acho Estol

Buenos Ares, 2018

197 págs.

 

 

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