Para cualquier distraído u oyente de El Cohete a la Luna, es obvio que La Voz es Frank Sinatra. Pero en este caso nos vamos a referir a otras voces y otras formas de transmitir de manera contundente y hacer una vinculación directa entre emisor y receptor.
Viejos conceptos que, a partir de la creación de la radio y las ondas que transportaban palabras, músicas, información y publicidad, se hicieron conocidos. ¿Una potencia equivalente a hablar de youtubers hoy o de streamers, tal vez?
De pibe, con dos latas y un piolín tensado generábamos el mismo efecto emisor-transmisor. Con el tiempo le agregamos el cambio y fuera, derivado de las películas de guerra del ciclo Sábados de súper acción. En los productos de descarte reconocíamos un mundo, donde los objetos reemitían a nosotros, solo a los pibes.
Épocas de visones futuristas, los '60, El Eternauta, Los Supersónicos, todo moderno. Jamás pensamos que íbamos a despegarnos de esos gatos negros y pesados que eran los teléfonos de baquelita de Entel.
Lo cierto que, aun ya siendo épocas de tele, la radio era omnipresente en las casas. Para muchos sigue siéndolo al día de hoy, y está bien que así sea, porque creo que tiene una de las capacidades educativas más efectivas. Escuchar algo allí genera un grado de atención áulico, donde queda grabado todo en nuestra memoria. Me pasa con las notas de El Cohete. He hecho el experimento con Verbitsky y con Aronskind: si los leo, recuerdo pero tengo lagunas; si los escucho, retengo más información.
Eso es un gran poder. Debo reconocer que tipos como Antonio Carrizo, Guerrero Marthineitz, Juan Alberto Badia y Miguel Angel Merellano han penetrado en mi cabeza de formas más agudas que muchos docentes.
En momentos de WhatsApp y la nueva camada de formatos comunicacionales, me aferraré a la frase impuesta este año por El Eternauta: lo viejo funciona.
En estos días escuché a muchas personas hablar del efecto que producen los mensajes de Cristina, comparándolos con mensajes de otra época que también viajaban desde distancias de proscripción para arribar con puntería a un receptor que se multiplicaba por miles.

Escuché a Walas, el cantante de Massacre, hacer un análisis político sorprendente. Esto dijo: “A Lula lo metieron preso y lo convirtieron en mártir, salió y volvió mejor, hoy es Presidente. A CFK le está pasando lo mismo, la convierten en mártir. Además me encanta lo de los parlantes en las plazas y la gente que se junta para escucharla, se produce una liturgia alegre y van miles, mientras otros no juntan ni dos gobernadores para el 9 de Julio”.
Notable la peregrinación a la casa de Cristina, donde jóvenes militantes asumen con el orgullo de granaderos estar en su puerta. Todos los días, pibas y pibes de La Cámpora, Peronismo Militante, Nuevo Encuentro y otros están haciendo guardia, celosos de su deber.
Y qué decir de toda la gente que se congrega, de los mensajes de amor en las paredes. Me recuerdan a una clínica importante de la avenida Pueyrredón y Arenales, que quedo empapelada cuando estuvo Diego. Emocionan el pueblo y su devoción tan leal, esa es la lealtad que genera la señora que habita San José 1111 y que a su vez la sostiene, espiritual y políticamente. Líder y pueblo, un tema que nos atraviesa. Los liderazgos no son cuestiones secundarias. No es un momento burocráticamente posterior a la aprobación de un programa. En un momento dado de la historia, líder y pueblo son lo mismo. Así lo prueban la historia del peronismo y las épicas populares de la historia nacional y latinoamericana. Eso no significa negar el ejercicio de la crítica. No se puede militar seriamente sin capacidad de reflexión crítica sobre la propia experiencia.
Lo cierto es que ese liderazgo genera devoción. Recuerdo el relato de David Viñas, a quien le tocó ser autoridad de mesa en las elecciones de 1951 cuando se expresaba el voto femenino por primera vez. Tuvo que llevar la urna hasta el Hospital Eva Perón en Avellaneda. Allí se dirigió el entonces joven escritor, un día nublado con un montón de mujeres rezando en los jardines del hospital lleno de velas, parecído —según dijo— a un friso de una película rusa. La devoción popular, la construcción de la verdadera lealtad, no la proclamada. Lealtad sobre la que la oreja se pone atenta y los sentidos se expanden, para escuchar a quien se necesita escuchar.
Hace unos años CFK escribió Sinceramente, un libro que fue récord absoluto de ventas. Hemos visto gente, sobre todo mujeres, portarlo, con párrafos subrayados, utilizados como apoyo o cita en reuniones barriales. La lealtad también se expresa en esas formas. Así como se esperaban de aquellos posteos de CFK, correctores de la época albertista. No se puede obviar a una líder, no consultar a quien fue la arquitecta de la trama que devolvió la victoria.
Llegado ese punto del poder, todos ven como inevitable el desenlace shakesperiano, de traiciones y muertes por detentar el poder, porque en el peronismo el conductor es uno solo. Pero ese uno solo es el del mito fundante, el que heredó al pueblo.
Cuesta mucho formar a un cuadro como CFK. Recuperar la seguridad de sabernos conducidos sin poner la conducción en peligro es muy importante. Recuerdo la frescura de Ofelia Fernández, cuadro prometedor de la política, ante la pregunta de qué aspiraciones políticas tenía. Dijo que quería ser jefa de Gobierno. Le repreguntaron si pediría algo a la gente y ella respondió: paciencia. Sin dudas alguien inteligente, joven y que no se quiere desayunar la cena.
No hay que olvidar los patios de la Casa Rosada, los twitts, los discursos maravillosos donde no volaba ni una mosca en plazas llenas de gente mientras CFK contaba su gestión. Tampoco al último informe al parlamento, donde habló del Riachuelo. Una Presidenta que hablaba del Riachuelo, increíble y fantástico. Allí dijo: “Sepa el interior profundo que la Nación le está pagando a la ciudad y la provincia de Buenos Aires la recuperación de ese río”.
Por eso queremos seguir escuchándola, como sea. Mi padre decía que Gardel cantaba bien en cualquier formato que lo reprodujera, sea una radio berreta o un súper equipo de música. La morocha hace lo mismo.

Pero hubo otras épocas en nuestras tradiciones, otras voces que venían de lejos y vetustas tecnologías, como el grabador. Un aparato con forma de notebook grande pero más alto, y con dos carretes de cinta planos que giraban de un lado y del otro, teclas que parecían dientes y una que decía REC. Si se la apretaba y se apelaba a un micrófono de cable enrulado como los viejos teléfonos, podías grabar discursos. Así era el magnetófono Grundig TK 40 utilizado por el General Perón entre 1960 y 1973. Allí se registraron memorias y se mandaron instrucciones para sus partidarios en la Argentina.
Los magnetófonos permitían registrar grabaciones de larga duración de forma ininterrumpida. Podían reproducir discursos enteros. Esos mensajes contenidos en cintas magnéticas podían ser copiados, transportados y reproducidos en cualquier momento, a través de emisoras radiales.
Con Perón en el exilio, la rama sindical pasó a ser «la columna vertebral» del movimiento en Argentina. El tiempo alumbró intentos de conformar un “peronismo sin Perón”. El líder intentó entonces conducir a la distancia y diseñó una estructura vertical de mensajeros personales, los delegados del Consejo Superior, secretarios generales y conductores tácticos, portavoces de su palabra autorizada.
Bernardo Alberte fue uno de esos representantes. En 1967 le pedía su voz: “La masa se entusiasma cuando lo oye y esa es una oportunidad excelente”. Para multiplicar por el país: “También una cinta grabada para los compañeros del interior”. Perón le anunciaba que “en lo sucesivo le iré mandando conferencias de este tipo, de forma que se puedan ir reproduciendo en cintas o discos para hacerlos llegar a todas partes (…) no puedo olvidar que me encuentro a 15.000 kilómetros del teatro de operaciones (…) conviene siempre escuchar las críticas de diversos sectores y conocer bien lo que conviene seguir sosteniendo y lo que hay que corregir”. Este es un texto del Museo Histórico Nacional.
Impresiona esa necesidad por actuar y corregir a los desleales desde una cinta magnetofónica. Como decíamos, abajo la trama seguía intacta. Y así viajó esa voz en distintos soportes por el resto del país, donde se reunían los peronistas y en silencio absoluto escuchaban a su líder. Podía ser un grabador Geloso, marca italiana que se utilizaba por estos pagos y que inmortalizó aquellas cintas que cruzaban el océano. También circulaban clandestinamente en formato de discos. Siempre recuerdo la casa de un primo, que estaba siempre en construcción. Se ubicaba en Don Torcuato, él era trabajador de T.E.N.S.A, talleres electrometalúrgicos. (Años después supe de la desaparición de veinte delegados gremiales, después del 1976, en ese lugar.) Los fines de semana se aplicaba siempre a construir su casa. Hacía unos asados riquísimos, enfundado en su traje de operario, con el logo de la empresa en el pecho. Se comía y se charlaba, los temas eran el futbol, comuniones, próximos cumpleaños y anécdotas del trabajo. Después de los postres y el café, sin solución de continuidad llegaban las facturas. Tremendos paquetes envueltos y sujetos con una cintita celeste y blanca. Ese era el momento en que se pasaba al living de la casa, ya terminado y con sillones amplios, para que comenzara la ceremonia del mate y la deglución de las facturas en silencio. Se ponía un LP (long play) y se escuchaba a Perón. Silencio ante esa voz gastada y clara. “Clarito”, decía una de mis abuelas, “es el único político que habla clarito y se le entiende lo que dice”. Ese era el único momento en que se hablaba de política. Ese disco, girando en un Winco, generaba añoranzas y esperanza.
Lo de CFK se instala hoy en esas secuencias de comunicación que no se estudian en la universidad. Allí te la complejizan mucho, entre el Emisor y el Receptor.
Lo sencillo es aliado de lo popular, un concepto claro de lo que se quiere comunicar, y ese es el código leal entre emisor y receptor.
Hubo otras formas como las películas del Grupo de Cine Liberación: Pino Solanas, Octavio Getino y Gerardo Vallejo, pero ya era otra cosa, aunque no menos importante, pues agregaba un condimento visual.
También hubo una voz al estilo de la de Walas, con predicamento en la canción y la cultura, que fue la de Enrique Santos Discépolo. Para las elecciones de 1951 irrumpió con el genial Mordisquito, al que se escuchaba religiosamente en la radio para entender los logros de la Argentina justicialista. Era una charla ilusoria con un contrera, esa voz también tenía una fidelidad abajo y enemigos arriba de la pirámide social. Cuando las familias se reunían a cenar, Mordisquito sentenciaba cosas como esta: “Antes no te importaba nada y ahora te importa todo... y protestás. ¿Y por qué protestas? ¡Ah, no hay té de Ceilán!" Y remataba su intervención. Noche a noche pasaba revista de los profundos cambios de la época, así se armaba una trama entre emisor y receptor.
En estos días me gusta escuchar una canción de Jorge Drexler que dice: “Amar la trama más que el desenlace”. Me encanta esa frase. Pienso que estamos en deuda con eso. Porque amar la trama implica el hacer, el juntar, el componer, el crear las formas para ayudar a entender qué está pasando, sin repetir y sin soplar. Hacernos una idea nueva de cómo entrarle a esta sociedad, arando con viejos bueyes pero también con el plus de la novedad. Porque el desenlace vendrá si hacemos las cosas, si somos leales y no alcahuetes, si escuchamos a esa voz, la de nuestra heroína, la voz que más nos esperanzó. En esa idea de amar la trama más que el desenlace, se me hace que está inmersa la idea de militar políticamente y no electoralmente, algo que marco muchas veces la voz de CFK.
Asumimos nuestra historia. Así como asumimos los ataques sistemáticos por parte de la cadena mediática antinacional, de los jueces obedientes a la Embajada, del sistema político protegido por el neoliberalismo. Sabíamos que la decisión de formar parte del sistema de organizaciones kirchneristas traería costos. La identidad kirchnerista tiene muchos costos pero también un soporte muy fuerte. De sensibilidad, de compromiso histórico, de voluntad de lucha.
Hoy hay nuevas subjetividades políticas que convergen con nuestro accionar. Desde nuestro punto de vista, eso es un logro del proyecto que abrazamos y una manifestación de su vigencia y de su lozanía. El plan maestro de la derecha argentina era y es el aislamiento y el agotamiento de la experiencia que el pueblo identifica con el apellido Kirchner. Fracasaron en todos sus intentos. Los de hacer que Cristina se fuera de la presidencia con el país en llamas y los de usar el aparato comunicativo, judicial y de inteligencia para destruirla y destruirnos. Intentaron asesinarla, la pusieron presa, la proscribieron. Cristina no puede estar presa. Como bien dijo su voz, el reloj de arena de este gobierno está dado vuelta. Entonces van por ella, como detrás de una presa para el escarmiento y el disciplinamiento de la sociedad. Necesitamos vivir en democracia y no en una dictadura de baja intensidad, como nos dijo su voz.
Amar la trama más que el desenlace significa construir y buscar alternativas, no confiar en un desenlace que aún no sabemos cual será. En política eso suele fracasar. ¿Qué sabían los obreros de la carne cuando arrancaron por la calle Nueva York, allá en Berisso? Nadaron para cruzar el Riachuelo, para pedir que liberen a Perón sin saber nada del desenlace, ese era un deseo. Por eso hay que dedicarse a amar la trama, a quererla y hacer el cambio, mientras escuchamos la voz que trae aparejadas tantas otras voces que nos recuerdan de dónde venimos.
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