Lalo Mir, animal parlante

Una entrevista al popular locutor y conductor, a 100 años de la radio en la Argentina

 

Con más de 50 años de experiencia en el medio que el próximo jueves celebrará sus 100 años de existencia en la Argentina, Lalo Mir es un joven veterano. Con una extensa y acreditada trayectoria sobre sus hombros, se ha ganado con creces el mote de “Animal de Radio” que, además, fue el título de uno de sus ciclos más populares. El Cohete a la Luna dialogó esta semana con él sobre el tema que más conoce y ama profundamente.

—Menciono dos frases tuyas que me gustaron y te pido un comentario. La primera es:’ Pasaron cien años y todavía no se inventó nada más moderno que la radio’.

—La radio es el primer fenómeno viral de la información. Al diario había que ir a comprarlo. Y de repente llegó la radio que transmitía una noticia, te contaba algo entretenido o interesante sin tener que ir al kiosco y pagar. La radio es el ejemplo inaugural de mass media. Y lo fue todavía más a partir de contar con un soporte tecnológico notable, como fue el transistor. Eso fue una bisagra, porque la radio se desenchufó y salió adonde necesitó.

—La otra frase tuya es: ‘Podés tener un transmisor de 1 kilowat o un micrófono barato, pero si enfrente hay alguien inteligente vas a dejar insomne a media ciudad’. ¿Te pasó una cosa así?

—De no dejar dormir, quién sabe, me parece que no. Pero en 1988 con Radio Bangkok, por la Rock and Pop, la medidora Mercados y Tendencias nos ponía a la par del Rapidísimo de (Héctor) Larrea. En Buenos Aires y alrededores nos escuchaba medio mundo, solo que no estábamos en el horario en donde casi todos duermen.

—¿Cuál es tu recuerdo más lejano de la radio?

—El más antiguo es cuando entré por primera vez a un estudio. Vivía en San Pedro, cursaba para perito mercantil en el comercial Fray Cayetano Rodríguez y durante cuatro fines de semana, como trabajo práctico, estuvimos en Altoparlantes Power Argentina (APA), que era una especie de radio a demanda que llegaba a las casas por cable. Ahí competimos en una especie de estudiantina que se llamaba Adelante Juventud, que auspiciaba Arcos de Oro, una fábrica de dulces local. Después de eso seguí yendo a curiosear porque se ve que me atraía y ocurrió lo esperable. Había faltado alguien y no sé cuál de los dos dueños, si Levín o Benzeny, me preguntó: ‘¿Te animás a cortar las noticias?' Y se ve que me animé. Los de APA tenían también instalados altoparlantes en el pueblo, pero alguna vez se los prohibieron con el argumento de la contaminación sonora. Pero, antes y después de eso, en casa la radio era el principal elemento de entretenimiento familiar. No teníamos televisor. Mi papá tenía, y la cuidaba como a un tesoro, una radio capilla con ojo luminoso. Me acuerdo que cada vez que los militares amenazaban con un golpe de Estado, el viejo buscaba Radio Colonia. Exigía silencio absoluto hasta que la captaba y ahí la luz del sintonizador se volvía más plena, intensa. Eso debe haber sido en los tiempos de Frondizi o de Illia, cuando las radios de acá escamoteaban la información.

 

 

 

 

 

 

Una tandita…

Eduardo Enrique Lalo Mir nació en San Pedro y para él la obtención del título habilitante de locutor fue costosa. En la primera ocasión que lo intentó en el Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica (ISER) fue reprobado; desilusionado, al año siguiente no volvió a intentarlo, hasta que la tercera fue la vencida. “El que me tomó el examen final fue Juan Ramón, el papá de Juan Alberto Badía. Me dijo: ‘Pibe, entraste de pedo, pero si querés que te sea sincero, no creo que tu destino esté en la locución. Frente a ese pronóstico tan agorero, Mir se quedó sin palabras. “¿Y qué le iba a decir? No le dije nada. Yo era un payuca y él era un señor grande, de traje y corbata y locutor de Radio Nacional. A todos nosotros (N del A: de San Pedro surgieron muchos locutores con carrera en los medios) nos marcó la historia de Fernando Bravo, que se fue a Buenos Aires, sólo, con el título, y regresó a San Pedro como conductor del programa de televisión La campana de cristal y manejando un auto cero kilómetro.

Ahí todos pensamos que podía ser. En mi caso me ayudó mucho Estela Montes,
locutora y de San Pedro. Ella le habló al jefe de locutores de Radio del Plata y me
tomaron como locutor de turno. Enseguida Pascual Rodríguez, que era el casero de
Radio del Plata, en el edificio de Santa Fe al 2000 y a la vez era portero con uniforme
en Radio Rivadavia, me facilitó una prueba en el Rotativo del Aire. Me temblaban las
piernas, pero quedé”.

 

 

Lalo, en blanco y negro, en los tiempos aquellos de la Rock and Pop.

 

 

 

…Y volvemos

—¿Cuál era la función del locutor de turno?

—No muchas, pero la principal que recuerdo era llenar el libro de transmisión, consignar la continuidad del aire, puras formalidades. De esa experiencia, varios años después se me ocurrió mi personaje Fretitas. Pero a quienes realmente les debo más son el Cholo (Oscar) Gómez Castañón y Freddy (Alfredo) Ojea, que esos tiempos siempre andaban juntos.

—¿Qué clase de deuda?

—Es que con ellos aprendí todo. Los conocí cuando hacían por del Plata un programa de rock llamado Jotas y Tortugas, auspiciado por una marca de jean. Era 1974 y una decisión de la autoridad radiofónica en el país obligaba a respetar porcentajes en la emisión musical: 50 por ciento de tango y folklore, 25 por ciento de melódica internacional y 25 por ciento de rock. Entonces yo les dije que si ponían un tema de Alberto Castelar en el libro de transmisión yo podía anotar cuatro y eso les permitía meter más rock. A ellos les pareció muy ingenioso y al poco tiempo me hicieron entrar a Jotacé, la productora de Julio Cepeda. Ahí estuve 12 años, como todoterreno. Hice guiones, aprendí a operar y a editar, armé comerciales e inventé infinidad de programas piloto. Si el locutor faltaba o llegaba tarde, también ponía la voz. Era el tiempo en que los contenidos de las radios estaban en manos de las productoras privadas y en Jotacé llegamos a producir 75 horas diarias de material para diferentes radios. Vale decir que entré a la radio por la cocina, pero cuando en 1982 empecé en 9 PM ya había pasado por todas las habitaciones.

—¿Y después de esa escuelita?

—En 9PM, con la Negra (Elizabeth) Vernaci, empiezo a animarme a hacer radio de autor, a mi ritmo, con ideas propias ciento por ciento. Pero lo que más adelante pasó con Radio Bangkok me sorprendió mucho.

—¿Cuál fue la sorpresa?

—Lo bien que funcionó. La gallina verde era una mesa radial; igual Rulos y Monos y también Rapidísimo era otro gran magazine. Pero se ve que nosotros pegamos los pedazos de otro modo, tal vez porque lo hicimos con mayor libertad y con la espontaneidad propia de adolescentes.

—¿Tuviste figuras de las radios a las que seguiste o admiraste?

—Recuerdo a Antonio Carrizo haciendo Mundo Diez por la LR1 y el impacto del primer Rapidísimo, de Héctor Larrea. Pero mi ídolo fue Hugo Guerrero Marthineitz, a quien admiraba desde El club de los discómanos. Él hacía lo que nadie hacía.

—¿Qué hacía?

—Todo. Su manera de relatar, los tiempos que se tomaba. Lo escuchabas, cerrabas los
ojos y podías ver el sonido. Al lado de lo que hacía él, las otras radios sonaban mucho
más normales. No hay que olvidarse que estaba él solo durante las cinco horas de El
show del minuto, no usaba cortinas, también leía los avisos y entre uno y otro sus
microsilencios establecían el particular orden del programa y nunca dejaba ni un puto
bache. En algún gobierno, no recuerdo cuál, pero fue en los tempranos '70, estaba
prohibido repetir temas musicales en un mismo día. Como rebeldía, una tarde
respondió pasando muchas veces Argentino hasta la muerte en la versión de Roberto
Rimoldi Fraga. Otra tarde (lo recuerda y se ríe mucho), vaya a saber qué interna
tendría, cada ratito avisaba: ’Hoy voy a hablar de (el entonces dueño del diario
Crónica) Héctor Ricardo García. Nunca habló de él, pero leyó un poema y dijo: 'Hoy
hablé de Héctor Ricardo García’.

—Se dirigía a buenos entendedores.

—Sí. Y eran él y su operador de siempre, Frank Boga, solitos. Guerrero hizo radio en
modo hipertexto, cuando todavía nadie soñaba con el hipertexto.

—Mencionabas la conveniencia de que los micrófonos estén ocupados por inteligentes. ¿Que más hay que tener, además de inteligencia?

—Hay que tener algo para decir. No sé si podría definirlo. Diría que es algo innato, una especie de pulsión. Lo asocio con el artista que pinta, que va explotando y creando. A eso lo fui descubriendo hasta que encontré mi propia voz, o la mejor manera de hacerla sonar. Hay otras herramientas que suman: lo que uno ve, lo que lee, la curiosidad, los viajes. En fin, son tantas cosas acumuladas que por algún agujero te entran. Esas son las llaves. Después se verá si las usás o no y de qué manera.

 

 

Un pequeño corte

Lalo Mir hizo muchos programas desde Lalo Bla Blá a Circo Super Pop. Actualmente trabaja ejerciendo su oficio de locutor y columnista en Radio con Vos (FM 89.9), participa en el sitio web Filo News con el documento informativo Filo Explica. Cada mediodía emite en vivo por la red Instagram: "Como hobby”, aclara. Y en su San Pedro natal banca una emisora propia, tan especial que no tiene publicidad y que funciona 24 horas los 365 días del año en un galpón de logística. “Una manera de devolverle a mi pueblo mucho de lo que me dio”, explica el titular de Radio Lechiguana (FM 101.1).

En algún momento de su carrera también completó la experiencia de ponerse del otro lado del mostrador, en una etapa muy interesante de FM del Plata. “Gestionar una radio fue una linda posibilidad porque pude formatear y diseñar todo. Pero no volvería a repetir la experiencia, porque no me gusta lidiar con lo comercial. La realidad es que cuando esa FM empezaba a funcionar se la vendieron a (Marcelo) Tinelli. Mientras duró, pude poner en marcha un formato muy abierto, inspirado en Radio Nova, de París. Era una radio de nicho, muy experimental, en donde probábamos cosas todo el tiempo. Con el operador Carlos Álvarez hacíamos que el audio brillara. Lógico: se necesita mucho más tiempo de uso de estudios y eso eleva los costos, pero a la hora de escuchar es otra cosa.

 

 

Otra vez al aire

—¿Guardás tu propio material?

—Sí, pero mi archivo está desordenado. A las artísticas de mis programas las recuperé a casi todas y conservo bastante de Animal de radio.

—¿Escuchás radio?

—Más que nada en el auto, especialmente cuando hago un viaje largo. Ahí busco las radios locales en las que cada tanto encuentro cosas loquísimas. En la ciudad selecciono frecuencias medio exóticas, sonidos algo estrábicos, diferentes, como las radios de los paraguayos o de los peruanos, que me llevan a pensar que estoy en otro país. También escucho Cadena 3 de Córdoba, porque tienen corresponsales en lugares inimaginables.

—Tenés tres hijas, ¿alguna dispuesta a seguir tu camino radial?

—María, la mayor, estudió cine, es directora de fotografía y trabaja mis redes sociales; la del medio, Lara, hace trap y la menor, Anita, está terminando quinto año del secundario.

—¿Te pido una reflexión sobre los pioneros de la radio?

—Uh, Susini, los locos de la azotea. Chicos medio locos, ¿no? Traviesos, unos nerds de los años '20. Estudiaban medicina, pero los apasionaba la transmisión a distancia. Lindos tipos.

—La radio ya llegó a los 100 años. ¿Cómo ves lo que viene?

—La radio va a seguir siendo más o menos parecida a como es. Ahora, en una red como Instagram estoy haciendo radio, pero la gente me ve. No es tan distinto a lo que pasaba con la televisión en sus inicios: estaba el Negro (Guillermo) Brizuela Méndez con un micrófono. La radio seguirá siendo muy necesaria para un camionero que, manejando en pleno camino, no se puede distraer mirando una pantalla. Y, del mismo modo, otros operarios que manejan máquinas en una fábrica o un tractor en pleno campo, o la chica o el muchacho que atiende al público en un super. Por todo eso, la radio seguirá vigente. Lo que está muy mal es la institución laburo: tal como la conocimos, está en fuerte decadencia. El trato que hoy se le da al laburante de los medios es un castigo.

 

 

 

 

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