El largo instante de Sturzenegger

Ni siquiera los instantes más largos duran para siempre

 

“El banco tiene por finalidad promover, en la medida de sus facultades y en el marco de las políticas establecidas por el gobierno nacional, la estabilidad monetaria, la estabilidad financiera, el empleo y el desarrollo económico con equidad social.”

Carta Orgánica del Banco Central de la República Argentina, Artículo 3

 

El 23 de diciembre de 2015, Federico Sturzenegger comenzó su mandato al frente del Banco Central parafraseando una cita de Anatomía de un instante, el formidable libro de Javier Cercas que descifra la conducta de los dirigentes políticos españoles en el “instante” crucial del intento de golpe de estado que encabezó el teniente coronel Antonio Tejero en 1981.

Al empezar su discurso inaugural ante el personal del organismo, que se habia reunido para escuchar los “lineamientos de gestión” de la nueva autoridad monetaria, Sturzenegger explicó que “como dice Cercas, poco nos denigra más como sociedad política que practicar una falsa ética, que ‘en lugar de preocuparse de lo que realmente corresponde al político, el futuro y la responsabilidad frente a él, se pierde en cuestiones... sobre cuáles han sido las culpas en el pasado’”.

El discurso está incluido como Anexo I en el documento “Objetivos y planes respecto del desarrollo de la política monetaria, cambiaria, financiera y crediticia para el año 2016”, que puede consultarse online en la página del Banco Central. Leerlo completo nos recuerda el futuro que imaginaba Sturzenegger, nos ayuda a evaluar su responsabilidad inmediata por el presente, y tal vez nos ahorre el esfuerzo ingrato, sino estéril, de culparlo por el pasado dentro de algunos años.

La primera medida anunciada por Sturzenegger aquel día consistió en recortar sus obligaciones legales, basándose en una interpretación personal y antojadiza de los objetivos del Banco Central establecidos en su Carta Orgánica. En 2012, el Congreso sancionó la ley 26.739, que le devolvió al Banco Central su rol histórico ineludible en materia de desarrollo y le propocionó facultades claves para influir sobre la economía real. Un ingrediente fundamental de esa reforma fue la modificación del artículo 3 de la Carta Orgánica, que reemplazó el mezquino objetivo único adoptado en 1992, conforme el cual la única “misión primaria y fundamental” del Banco Central era “preservar el valor de la moneda”, con un mandato múltiple que le exige promover con igual intensidad cuatro finalidades complementarias: la estabilidad monetaria, la estabilidad financiera, el empleo y el desarrollo económico con equidad social.

El cambio de objeto fue trascendente pero no novedoso, pues sólo recuperaba nuestra mejor tradición legislativa en la materia (por ejemplo, la de la Carta Orgánica de 1973, cuyo mandato era “crear condiciones que permitan mantener un desarrollo económico ordenado y creciente, con sentido social, un alto grado de ocupación y el poder adquisitivo de la moneda”), ni tampoco original, porque muchos bancos centrales extranjeros persiguen fines similares (por ejemplo, la Reserva Federal de los Estados Unidos, cuyas metas son “pleno empleo, precios estables y tasas de interés de largo plazo moderadas”).

Sturzenegger piensa distinto. Pero en lugar de expresar su malestar impulsando una reforma de la Carta Orgánica, decidió que no hacía falta porque, según nos advirtió en aquel discurso de dos años atrás: “Fíjense qué interesante cómo está redactado [el artículo 3]. Lo que aquí se enumeró no está en orden alfabético, está en orden de prelación o importancia. Siendo así, la Carta Orgánica nos dice que la estabilidad monetaria es el objetivo primordial del Banco Central”. Así de simple. En el alba entusiasta del gobierno de Macri, ni siquiera se precisaba un decreto de necesidad y urgencia para sustituir la decision del Congreso por la voluntad de un funcionario.

Desde luego, nada en el texto de la norma justifica semejante lectura arbitraria. Si se le aplicara la misma regla al mandato de la Federal Reserve, que tampoco respeta el orden alfabético en el original en inglés, su objetivo primordial sería alcanzar el pleno empleo, seguramente una sorpresa para Janet Yellen. Y además, el propósito transparente de este punto de la reforma de 2012, evidenciado en todas las intervenciones de los legisladores del oficialismo y la oposición que participaron del debate previo a su sanción para exaltarlo o cuestionarlo, también basta para refutarla.

Después de imponerle un orden jerárquico extralegal a los objetivos estatutarios del Banco Central, Sturzenegger explicó su visión sobre los fines que consideraba subalternos (la elección del adjetivo es generosa, el antónimo más preciso de “primordial” es “innecesario”): “Pasemos entonces al segundo punto que menciona el artículo 3 de la Carta Orgánica: la estabilidad financiera. Es correcto el énfasis en este punto como el más relevante luego de la estabilidad de precios. Porque es por esta vía que el Banco Central podrá aportar al último objetivo: el del desarrollo económico con equidad social.”

Más allá del fallido de omitir toda referencia a promover “el empleo”, el discurso expone una concepción severamente reduccionista. Si fomentar la estabilidad financiera es la única vía que el Banco Central de Sturzenegger está dispuesto a transitar para llegar al desarrollo y la equidad, significa que ha renunciado a ejercer facultades fundamentales contempladas en su Carta Orgánica, tales como regular las condiciones y orientar el destino del crédito bancario para favorecer la producción nacional. Los correlatos prácticos de esa convicción ideológica afectan adversamente la relación de empresas y personas con el sistema financiero. Por ejemplo, el Banco Central ha resuelto eliminar en el transcurso de 2018 la línea obligatoria de créditos para la inversión productiva, que le exigía a los bancos destinar un porcentaje de sus depósitos para fondear préstamos a pequeñas y medianas empresas a una tasa subsidiada, y ha derogado la obligación de los bancos de retribuir los plazos fijos de los pequeños ahorristas con una tasa que no sea inferior al 87% del rendimiento fuertemente positivo de las Lebac.

El fracaso del método de metas de inflación escogido por Sturzenegger para alcanzar su objetivo primordial —los precios han aumentado casi 70% durante los dos años de su gestión y la corrección del 50% en la meta comprometida para 2018 la decidieron otros—, expone el costo de ignorar la multiplicidad de causas que explican la alta inflación doméstica y la futilidad de pretender atacarla orientando expectativas mediante el retoque periódico de una tasa de referencia. ¿Alguien puede suponer que la reducción de la “tasa de política monetaria del centro del corredor de pases a 7 días en 75 puntos básicos” anunciada por el Comunicado de Política Monetaria del Banco Central el martes pasado, “orienta las expectativas” de inflación de los argentinos más que el aumento del precio la nafta en un 4,5% resuelto por YPF dos días después?

Hasta ahora, la principal contribución antiinflacionaria de la altísima tasa de interés que todavía ofrecen los instrumentos de deuda que emite el Banco Central ha sido contener el ritmo de la suba del dólar, y su consiguiente traspaso a precios, a costa de inhibir la inversión productiva. Pero es un instrumento que se gasta con el uso y la credibilidad perdida restaría eficacia a cualquier tentativa de estrenar un libreto nuevo.

Aún el instante más largo no dura para siempre.

Sebastián Soler es abogado, especialista en Derecho Financiero

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