Las agendas de la nueva normalidad

El fin de la desigualdad, de la acumulación desmedida, de la invisibilidad de los invisibles.

 

El neoliberalismo es un proyecto económico, pero también —y fundamentalmente— un proyecto cultural. Sus políticas de ajuste sólo pueden aplicarse con un amplio consenso social y mediante la extensión de la racionalidad del mercado hacia el resto de los ámbitos de la vida en sociedad, colonizándolos. Pero el surgimiento del Covid-19 y sus características —exógeno, global, total— ofrecen posibilidades de poner en crisis esa capacidad de construir sentido común, o al menos de impulsar modificaciones sustanciales sobre ese sentido común neoliberal.

Mientras las cuestionadas derechas esgrimen discursos que presentan falsas dicotomías —economía o salud, populismo o democracia, autoritarismo o libertad—, surgen distintas disputas por nuevos imaginarios a consolidar y transformaciones a realizar. El rol del Estado volvió a estar en el centro de la escena, surgieron nuevas demandas y otras ya existentes cobraron un revitalizado protagonismo.

Podría decirse que estos más de dos meses de pandemia y aislamiento social colaboraron en poner en evidencia muchas de las falencias y consecuencias de la preponderancia de una concepción de justicia social basada en la meritocracia, característica del neoliberalismo cool, y abrieron la oportunidad de impulsar una nueva agenda de políticas prioritarias sustentadas en una justicia social anclada en la igualdad de posiciones.

Se fortalecieron así consensos sobre la necesidad de realizar una profunda reforma tributaria y cobró impulso la idea de forzar una actitud solidaria por parte de quienes más tienen a través de un impuesto a las grandes fortunas; la implementación de un política de emergencia como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) puso en evidencia una gran subestimación por parte del Estado de los sectores de la economía informal y popular, al tiempo que incorporó al debate público la discusión acerca de una renta o ingreso universal.

A su vez, surgieron conceptos como desglobalización, zoonosis y Plan Marshall criollo; se revalorizó el paradigma de las políticas del cuidado; se pusieron en debate las potenciales consecuencias de la virtualización de distintas facetas de la vida, como el teletrabajo, el derecho a la desconexión, la bancarización de datos y la educación a distancia, y surgió con fuerza la necesidad de impulsar un pacto social-ecológico.

El sentido, la legitimidad y el devenir de cada una de estas agendas dependerán de la capacidad que tengan los distintos actores de articular denominadores comunes en sociedades hiperfragmentadas y de involucrar al conjunto de la sociedad en estos debates. Por eso es necesario comprender con la mayor agudeza posible cómo asimilan nuestras sociedades este fenómeno inédito y qué condiciones reales se producen para desarrollar distintas alternativas al neoliberalismo.

Las crisis tienen la capacidad de fomentar la producción de conocimiento. Sin embargo, la actual situación mundial pone en jaque la misma noción: es tan durable, tan heterogénea, tan multicausal; sus consecuencias son de alcances tan locales, tan globales, tan iguales y, a la vez tan diversos, que en cuanto empezamos a vislumbrar y nombrar sus rasgos, ya estamos en el ocaso de la validez de lo que acabamos de enunciar.

Las nuevas agendas se instalarán según cómo se procese la crisis. No están aisladas, por el contrario, sintetizan desigualdades históricas y actuales. Reflejan en gran parte a los nuevos emergentes que han irrumpido en el siglo XXI y desbordado las calles. Hablamos por ejemplo de los feminismos, el ecologismo y el precariado.

A su vez podrán lograr mayores consensos en la medida que sus horizontes derriben los límites instituidos. Hace dos siglos era impensado imaginar la posibilidad de que los trabajadores tengan vacaciones pagas, en la actualidad pareciera que sucede lo mismo si se plantea un fin de semana de tres días, el uso  la tecnología para reducir la jornada laboral sin rebajar salarios o la aplicación de un ingreso universal ciudadano.

La pregunta central entonces es: ¿qué tipo de agendas necesitamos para atravesar esta etapa que se viene? ¿Cuál es mapa geopolítico que va a prevalecer: vamos hacia un mundo más elitista, unipolar, a disposición de la nueva etapa de acumulación del capital financiero o vamos por una transición hacia el multipolarismo, que implique formas de cooperación internacional distintas y la posibilidad de imaginar, al menos, esquemas mundiales poscapitalistas? ¿Qué significa en la actualidad generar agendas para enfrentar al establishment que acumula a costa de nuestra vida?

El teórico Frederic Jameson decía, con mucha razón, que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Miles de series, películas, novelas, cuentos nos hablan de pestes, terremotos, tsunamis, invasiones extraterrestres que podrían acabar con la humanidad. Pocas, por no decir ninguna, nos dicen cómo sería un futuro poscapitalista.  Netflix, Disney, HBO, FOX hacen de las distopías una narrativa aggiornada del fin de las ideologías, vieja narrativa antipopular que fue furor en los '90 y que se expresaba en “el fin de los grandes relatos”, para que nos creyéramos que había llegado la hora de las experiencias pequeñas, fragmentadas, los individuos en su presente, es decir, el neoliberalismo en el que no hay historia ni futuro. Nuestras subjetividades se organizan de ese modo, sobre la base de la inmediatez: la falta de garantías y de derechos se embelleció con el culto del presente.

La industria del entretenimiento está al día con las necesidades del mercado. Por eso justamente de lo que se trata es de invertir la lógica, hay que poder imaginar el fin del capitalismo financiero para que pueda existir el mundo. En estas nuevas agendas hay que poder imaginar el fin de la desigualdad, el fin de la acumulación desmedida en unas pocas manos, el fin de la invisibilidad de los invisibles.

Parece que habláramos de cosas abstractas que no están en nuestras manos. Pero es discutir exactamente eso: hacia qué mundo vamos. Las nuevas agendas deben ser plebeyas, sensibles y articuladoras de demandas que están atomizadas. Son parte de un proceso político que se inscribe en un contexto y hoy la singularidad de esta etapa es la heterogeneidad. Esto supone comprender que no hay una mayoría social uniforme y constante, configurada con base en procesos sociales estables, sino una serie de sectores a convocar, por eso de lo que se trata no es de construir una mayoría popular homogénea, sino de transformar minorías dispersas en nuevas mayorías.

Una parte de asumir una política para el siglo XXI es entender que las luchas sectoriales, de la vida cotidiana son también —y fundamentalmente— luchas contra las formas privilegiadas de acumulación del capital y de la precarización estructural de la vida.

Por otro lado, existen sujetos políticos que, sobre la base de luchas concretas, expresan de forma clara el nuevo carácter que adquiere la disputa. En la actualidad estas luchas ya no son periféricas ni corporativas, sino que están demostrando ser puntos de acumulación que interpelan al Estado para que adquiera un rol que no sea el de subordinación respecto a la agenda neoliberal new age.

Si algo enseña la historia de las catástrofes es que muchas veces fueron parte esencial de procesos de reconfiguración de la vida social; sacuden a las poblaciones y nos colocan ante una pregunta fundamental: cómo (sobre)vivir juntos. ¿Qué es lo que nos une y qué es lo que nos separa, cuáles son nuestros objetivos e intereses comunes? El coronavirus visibiliza lo mejor y lo peor de nuestra condición humana, evidencia los valores que están en disputa y los límites del funcionamiento mundial. Desde este punto de vista, la pandemia irrumpió con toda su potencia destructiva para subvertir una normalidad a la que, con toda probabilidad, será imposible regresar.

 

 

 

 

 

* Nahuel Sosa es sociólogo y abogado. Docente UBA. Director del Centro de Formación y Pensamiento Génera e integrante de Agenda Argentina.

**Alejandro San Cristóbal es periodista y comunicador político. Integrante del Centro de Formación y Pensamiento Génera y de Agenda Argentina.

 

 

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