Las causas del asedio

El kirchnerismo fue un milagro inesperado de resurrección, una locura primaveral de la Historia.

 

Las sociedades que padecieron cataclismos políticos terminales, como la última dictadura en la Argentina, deben inventar formas de reconstrucción desde sus cimientos. Deben volver a elaborar imaginarios, a consensuar valores, a redefinir reglas de convivencia. También deben recuperar las instituciones y el Estado de las dinámicas autoritarias. Las políticas de terrorismo de Estado, el genocidio y la revancha clasista de la última dictadura plantearon a nuestra sociedad esta tarea titánica, hoy en curso.

Con la finalización de la dictadura se empezaron a conocer las formas concretas del horror en los testimonios de víctimas sobrevivientes. En esta Argentina que salía del infierno, cada cual se las debía arreglar para iniciar su propia excavación introspectiva, sus propios tanteos en la oscuridad. De a poco se fueron recuperando los espacios públicos que hicieron posible recorrer este laberinto de forma colectiva. Las organizaciones de Derechos Humanos jugaron un papel crucial.

Esta recomposición del tejido social tuvo que convivir con la consolidación del régimen de valorización financiera, razón estructural que había justificado a los Pinochet, a los Videla y a sus campos de concentración. El final de la Doctrina de la Seguridad Nacional marcaba el comienzo del neoliberalismo en América Latina, variante periférica orientada a la desindustrialización, extranjerización, endeudamiento y fuga. El huevo de la serpiente era geopolítico y tenía socios locales.

La democracia posdictatorial nació rajada. Por un lado, las políticas de Memoria, Verdad y Justicia como la semilla de una democracia igualitaria. Por otro lado, el FMI y las fracciones concentradas nacionales y extranjeras –brazo empresarial de los años de terror–, impusieron  las dinámicas de dominación económica ensayadas durante la dictadura.

Las escaramuzas bienintencionadas del alfonsinismo no alcanzaron para torcer este proceso. El testimonio plasmado en Diario de una temporada en el quinto piso, de Juan Carlos Torre, puede leerse como El proceso de Kafka en clave económica. En lugar de a un individuo, se condena a un país.

Por esos años, Herman y Chomsky, en su libro Manufacturing Consent (1987), denunciaron el “modelo de propaganda” que domina los grandes medios de comunicación en Estados Unidos y explicaron que su propósito “es inculcar y defender la agenda económica, social y política de los grupos privilegiados que dominan la sociedad local y el Estado”. Concluyen que estos medios “deben ser frenados si se quiere que la democracia sobreviva”. Todavía no existían las redes digitales, que iban a potenciar esta incipiente deriva fascista y anti-democrática.

El 13 de febrero de aquel año, Alfonsín sostenía en un discurso: “Yo les pido que lean el Clarín. Es especialista en titular de manera definida, como si realmente quisiera hacerle caer la fe y la esperanza al pueblo argentino”. Y recomendaba leer una nota sobre la desocupación en la Argentina, para que se vea “la forma falaz en que está presentada la noticia”. Sabemos cómo terminó este gobierno.

En la Argentina de los '90, el endeudamiento externo con imposición de “recetas” económicas, el desmantelamiento del Estado, la apropiación de los bienes públicos, la fuga y la estatización de deuda privada fueron apantallados por una operación cultural basada en la deshistorización, la naturalización de la disgregación social y la promoción de un individualismo mercantil y predatorio.

La evolución de este núcleo ideológico, llegado el nuevo milenio, fue la cabeza de playa en la Argentina para una nueva versión de la geopolítica del “patio trasero”, que se propuso neutralizar la marea de gobiernos progresistas en la región. Sin embargo, podríamos decir que, para enfrentar al kirchnerismo, se evaluó que “sin Magnetto no se puede, con Magnetto no alcanza”.

Al poder de los medios oligopólicos se sumó: (i) el entrenamiento de jueces y fiscales, en buena medida fuera del país, en las prácticas del lawfare; y (ii) la logística clandestina de grupos de tarea de servicios de inteligencia. Así se llega al exhibicionismo de la tríada mafiosa, expuesta en toda su impunidad en la farsa escolástica de la causa Vialidad, donde se oculta el papelón del fiscal Luciani (ver Los bloopers más insólitos del fiscal Luciani en el juicio contra Cristina Kirchner, de Raúl KolLmann); o en el viaje a Bariloche en jet privado, el 13 de octubre, de los siervos del poder económico –jueces, fiscales, empresarios y ministros– para luego ir a la mansión del británico Joe Lewis en Lago Escondido (ver Los jueces y las truchas, de Horacio Verbitsky).

En este contexto, quiero enfocar dos puntos de quiebre, que son condiciones de posibilidad para el asedio mafioso a Cristina y a su familia. El primero casi obvio, el segundo tabú.

 

 

Kalecki y el proyecto kirchnerista

Hubo que esperar dos décadas  y  atravesar la crisis terminal de 2001 para que la Argentina pudiera dar a luz un proceso político transformador en favor de las mayorías. Por primera vez en un cuarto de siglo y por segunda vez en casi cinco décadas se materializó un gobierno para los más vulnerables.

El proyecto kirchnerista abandonó el régimen de valorización financiera e inició un sendero de recuperación de las capacidades del Estado. El paradigma cultural que enfrentó el sentido común neoliberal local creció y se expandió desde la base de la cultura política de los Derechos Humanos.

Escapa a las posibilidades de este texto recorrer este proceso de 12 años. A modo de síntesis, digamos que en 2015 el salario mínimo en la Argentina era el más alto de América Latina; en términos de redistribución, se alcanzó el “fifty-fifty” con saldo a favor del trabajo (51,8%); el desempleo era menor al 6%; el índice Gini –que mide desigualdad social– había pasado de 53,8 a 41,8 entre 2002 y 2015. Durante el ciclo kirchnerista tuvo lugar la mayor evolución de la ciencia y la tecnología en la Argentina desde 1810.

En 2016, el propio macrismo dedicó una apología al kirchnerismo en el documento “Argentina: Land of Opportunities”. Allí, el equipo de comunicación de Presidencia de Macri explicaba que el país estaba primero en los índices de desarrollo humano y educación, que presentaba “el coeficiente Gini más bajo de la región” y el mayor PBI per cápita. El documento señalaba también la “baja relación deuda/PBI, del 13%”.

Finalmente, un informe de CEPA (2022) muestra que las 500 empresas más grandes tuvieron una rentabilidad 24% mayor entre 2011 y 2015 que entre 2016 y 2019. ¿Cómo se explica, entonces, que a pesar de haber realizado mayores ganancias durante la gestión de Cristina que durante el macrismo, los grandes grupos económicos desplieguen todo su poder de fuego contra Cristina y el kirchnerismo?

La clave está en entender cómo funciona en las periferias la razón capitalista en su fase de financierización descontrolada. El lugar asignado a América Latina en este crujiente ajedrez hegemónico es el de casino financiero exportador de recursos naturales y productor primario. El proyecto kirchnerista, parte del ciclo de gobiernos progresistas de la región, se propuso alterar este lugar asignado a través de la modificación de la correlación de fuerzas. Históricamente cooptado por los poderes fácticos, el Estado pasó a ser un campo de disputa, con segmentos institucionales ganados por el kirchnerismo para la democratización, la redistribución y las políticas sociales. Este es el pecado capital del demonio K.

No es una paradoja entonces que, a pesar de la realización de ganancias, el bloque de poder entendió, por primera vez desde la muerte de Perón un cuarto de siglo atrás, que su formación hegemónica era vulnerable.

El economista polaco Michal Kalecki en el artículo Political aspects of full employment (1943) se ocupa de “los capitanes de la industria” y su resistencia a la intervención del gobierno en el empleo. “La resistencia de los líderes empresariales a una política de gasto gubernamental se agudiza cuando consideran los objetos en que se gastaría el dinero: inversión pública y subsidio al consumo masivo”, explica Kalecki. En síntesis, los capitalistas siempre resistirán el pleno empleo, porque aumenta la confianza y el poder de negociación de los trabajadores frente a la amenaza de la desocupación que neutraliza la lucha por mejores salarios (que disminuyen la tasa de ganancia).

En la Argentina, prefieren ganar menos y erosionar el poder político de gobiernos que empoderan a los trabajadores y van a contramano del lugar asignado al país en el rígido ajedrez hegemónico. Las expectativas que produce la ideología económica de un bloque de poder subordinado cierran el círculo. Después de todo, en las periferias las formaciones hegemónicas también son periféricas.

Este es un primer punto de quiebre que ayuda a entender por qué la tríada mafiosa –partido judicial, servicios de inteligencia y medios oligopólicos–, con apoyo logístico y material desde afuera, concentra su poder de fuego sobre Cristina y todo lo que huela a kirchnerismo.

 

 

La letra maldita del peronismo burgués

Para una generación de peronistas que pudo votar por primera vez a fines de octubre de 1983 y descubrió que su candidato era Ítalo Luder, y que en la segunda elección presidencial quedó atrapada en las mentiras de campaña de Carlos Menem, el kirchnerismo fue un milagro inesperado de resurrección, una locura primaveral de la Historia. Esta misma razón vuelve traumática y desconcertante la demonización del kirchnerismo desde “adentro” del peronismo. Otra locura de la Historia, esta vez sombría, que deriva en episodios fellinescos como el de Macri inaugurando un monumento a Perón.

¿Cómo metabolizar este desaguisado? Con el menemismo cualquiera podía pasar por peronista. Desde María Julia Alsogaray hasta Macri y sus reivindicaciones de Menem y Cavallo. Con la llegada del kirchnerismo se reconstruyó la línea de demarcación entre peronismo y no-peronismo. El ninguneo del kirchnerismo dentro de las propias filas es la reacción a la incomodidad de poder quedar afuera de los límites más exigentes de la república peronista. Haber recuperado los rasgos del peronismo clásico en contexto de neoliberalismo –es decir, el kirchnerismo como peronismo antineoliberal– incomoda, descoloca y subleva a los más flexibles.

Llegamos al segundo punto de quiebre. Este peronismo crítico del kirchnerismo, tan paradójico, miope (o cínico) como el “peronismo sin Perón” de los '60, es una condición de posibilidad para el “fusilamiento” de Cristina.

¿Cuál es la fisonomía del peronismo crítico del kirchnerismo?

  1. adopta (con grados variables de disimulo) elementos del relato estigmatizador del oligopolio mediático,
  2. relativiza la capacidad transformadora del ciclo de gobiernos kirchneristas, como cuando se afirma, por ejemplo, que durante el kirchnerismo no hubo cambios estructurales, o se martilla con el milagroso comodín del “viento de cola”;
  3. se devalúa la capacidad única de movilización popular de Cristina (o peor, se devalúa el sentido político de la propia movilización popular), única fuente de poder capaz de impactar sobre la correlación de fuerzas a favor del campo nacional y popular.

Podríamos decir que se trata de variantes de la posverdad, de las que se benefician algunos autopercibidos peronistas no-kirchneristas, sin percatarse del fracaso a priori implícito en el flagrante oxímoron.

Algo de lo dicho se aclara con un ejercicio de aritmética elemental (con una pizca de ética partidaria) aplicado al apotegma ficticio “sin Cristina no se puede, con Cristina no alcanza”. Razonemos: sobre una base total de 100 votos, si A tiene 5 votos, B tiene 10 votos y C tiene 30 votos. ¿De dónde se deduce que con la candidatura de A o B se lograrán más votos que con la de C? Esto solo se puede deducir cuando se agrega un componente adicional de extorsión. Si la candidatura queda en C, entonces A y B no suman sus votos. Si la candidatura queda en A o en B, entonces C sí suma sus votos, porque es su legítimo interés que no vuelva el neoliberalismo, a diferencia de A y B que se desentienden del destino del país.

Frente a episodios que son bisagras del protagonismo popular y la conducción política, como la Plaza del 9 de diciembre de 2015, o la resignación de la candidatura cedida a Alberto como gesto inédito de despojo para el beneficio colectivo, a años luz de distancia se divisan los poroteos y “la cintura” de los que no se sabe qué proponen pero lo quieren todo.

 

 

Epílogo

En síntesis, la falta de convicciones demostradas por el gobierno del Frente de Todos para converger en un proyecto de democracia transformadora es una consecuencia de los dos puntos de quiebre señalados. ¿Se está impulsando hoy un gobierno peronista no-kirchnerista? ¿Qué vendría a ser? Al presente, la consecuencia es haber debilitado al frente nacional y popular y empoderado a la tríada mafiosa.

Por eso el “fusilamiento” es posible, porque hay complicidad (activa o por omisión). Alcanzaba, por ejemplo, con un decreto que derogara otro decreto (que había derogado una ley) para enfrentar con un poco más de eficacia los ataques a quien hizo posible volver en 2019. Porque está claro que sin blindaje de medios oligopólicos no es posible el actual nivel de impunidad del partido judicial. En marzo de 2021, Alberto descartó la posibilidad de una ley de medios, pero dijo que el país necesita “nuevas voces”. ¿Y entonces?

Frente a estos tres años dramáticos de un gobierno vacilante, que debilita las expectativas transformadoras de futuros gobiernos nacionales y populares, se debe recuperar el sentido histórico del ciclo de gobiernos kirchneristas y aceptar que hoy Cristina es equivalente a Perón en contexto de lucha contra la hegemonía neoliberal y a favor de un capitalismo de Estado, democrático y con justicia social.

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