LAS LOCAS DEL SUBMARINO

A tres años de la desaparición del ARA San Juan

 

Quiso romper la pantalla. Rabiosa, iba escuchando cómo los altos mandos se pasaban la pelota unos a otros, cómo todos se excusaban y nadie admitía ninguna responsabilidad. Jaqueline, hermana de Jorge Ariel Monzón, uno de los 44 tripulantes fallecidos del ARA San Juan, seguía las audiencias de apelaciones por la causa del hundimiento, que se suceden en Comodoro Rivadavia. Lo hacía a través de la pantalla de su computadora, desde Buenos Aires.

Hasta que se hartó y no escuchó más.

—Se me revolvían las tripas oyendo tantas mentiras, los altos mandos que le siguen echando la culpa del siniestro a los tripulantes fallecidos. Diciendo que fue por falla humana cuando sabían perfectamente que el submarino estaba en mal estado y no podía navegar. De la bronca, tenía ganas de meterme adentro de la computadora, decirles que me lo digan en la cara —cuenta Monzón, en charla exclusiva con El Cohete a la Luna.E

Desde que se descubrió el espionaje ilegal contra familiares del submarino, ninguno de ellos había hablado con la prensa. Este domingo se cumplen tres años de la desaparición del ARA San Juan, hallado por el gobierno macrista un año después, a 900 metros de profundidad. La versión oficial se cimentó en una tragedia. Pero las últimas revelaciones de la investigación dan cuenta de algo que los familiares venían denunciando hace tiempo: que, poco después del hundimiento, el ex Presidente Mauricio Macri ya sabía adonde estaba la nave. Y ocultó la información.

El contraalmirante Enrique López Mazzeo, imputado en la causa, reconoció recientemente que desde el 5 de diciembre de 2017 el gobierno conocía en qué posición se encontraba el navío siniestrado con sus 44 tripulantes. Eso significa que, a 20 días de su desaparición, la Armada había rastreado la ubicación del submarino y escondió la información a la sociedad.

López Mazzeo quebró un pacto de silencio. Lo hizo ante la Cámara de Apelaciones de Comodoro Rivadavia, que tendrá que resolver si da lugar al pedido del fiscal Norberto Bellver de imputar penalmente a Macri, Oscar Aguad y al ex jefe de la Armada, Marcelo Srur. Sería un giro copernicano.

Hace unos días, además, la querella presentó en Comodoro Py una denuncia por encubrimiento agravado contra Macri y Aguad. Con la idea de profundizar la imputación del fiscal Bellver, entienden que se ocultó el conocimiento de la ubicación del ARA San Juan en una jugada cocinada dentro de Capital Federal, entre el Edificio Libertad, el Ministerio de Defensa y la Casa Rosada.

“En estado aún de estupor por no encontrar explicación a este ocultamiento de la ubicación del Submarino Ara San Juan. Por no encontrar explicación sobre el tiempo que hicieron padecer a las familias, y la mendacidad para con los argentinos y el arco internacional que nos había brindado la ayuda. Quizás la reflexión de Aristóteles nos dé una pista: ´No importa tanto la verdad, sino la razón de su falsedad´”, reza el escrito presentado por la querella unificada, a cargo de la abogada Valeria Carreras que acercó nuevas pruebas como testigos e informes de buques que buscaron el submarino.

Para la abogada, el nuevo aniversario ha despertado una certeza: es tiempo, para los familiares, de revertir la impunidad. “Pasaron tres años de un desgarro nacional. Ellos han sufrido que les mientan, que jueguen con su esperanza, que los dividan. Han sido espiados ilegalmente, les quitaron todo lo que les quedaba de sus seres amados”, dice Carreras a este medio.

Y profundiza: “Las mujeres no pueden hacer el duelo frente a una sepultura, porque no hay cuerpos. Como repitiendo ecos lejanos, les pusieron infiltrados para ganarse su confianza y luego las traicionaron. Espero que con esta denuncia de encubrimiento agravado el ministro Agustín Rossi revise despachos, carpetas y legajos del enorme edificio de la calle Huergo y dentro del Edificio Libertad. Allí quizás aparezca, como ocurrió con el despacho de AFI en Mar del Plata, alguna prueba fundamental para correr el velo del ocultamiento”.

Cuando se enteró de la flamante declaración del contraalmirante Enrique López Mazzeo, Jaqueline Monzón sintió un cierto alivio, aunque no pudo contener la impotencia. Dice que la Armada siempre trató a los familiares de “locos”, como si estuvieran a la defensiva con sus reclamos. “Nos daban palmaditas queriendo tranquilizarnos, pero lo siniestro es que nos estaban espiando”, se exaspera.

—A tres años y con las últimas investigaciones, ¿qué creés que se estaba tapando? 

—Al dilatar la búsqueda, taparon un escándalo internacional. Porque después se supo que el submarino estaba en pésimas condiciones y no podía salir en esa misión. Ellos lo sabían de antemano, entonces mintieron y ganaron tiempo. Con nosotros, los familiares, usaron una estrategia de consuelo por un lado, y por otros de tildarnos de agresivos cuando los presionábamos para que nos dijeran la verdad. Eso también estuvo armado, fuimos víctimas de terrorismo psicológico y de manipulación emocional.

—Una de las pericias demuestra que existieron varios llamados entre el submarino y el comando central, pero que curiosamente no se activó ningún rescate. ¿Cuál es tu visión?

-—Y…creo que si hubieran querido, los podrían haber salvado…. Con tantas mentiras en el medio, ¿qué certeza tenemos de que no los podrían haber rescatado? Pero no quisieron. Ellos veían cómo sufríamos y ahora que miro hacia atrás, no puedo creer de qué manera nos sostenían la mirada. Se callaban la boca cuando ya sabían todo. Mi intuición en ese momento no falló, porque ya desconfiaba de todo el mundo.

Uno de los marinos imputados por el hundimiento, Héctor Alonso, del Estado Mayor del Comando de la Fuerza de Submarinos (COFS), se acercó varias veces a hablarle. Mostró compasión, aunque a la vez un comportamiento incisivo a la hora de querer averiguar intimidades. Ahora es uno de los acusados, además, por espionaje ilegal: hay fotos, mensajes y audios que lo comprometen en tareas de inteligencia.

“¿Con qué gente trabajaba mi hermano? ¿De esa forma los preparaban? —se pregunta, incrédula, Jacqueline Monzón—. No los puedo llamar personas. Son robots, no tienen corazón. Ese Alonso tenía la cara de piedra. Mi sobrino tiene cuatro años y ya empieza a hacer preguntas. No sabemos todavía qué decirle”.

En 2018 Jaqueline Monzón viajó con otros parientes a Caleta Olivia para declarar en la causa ante la jueza federal Marta Yáñez. Ya en la Patagonia, por entonces decidió abrir una denuncia judicial porque notaba cosas raras en el funcionamiento de su celular. Pero la investigación se encarpetó. A otros familiares les pasó lo mismo.

Jacqueline Monzón no puede contener la indignación ante cada palabra.

—La Armada iba un paso por delante que nosotros. En aquel momento nos decían: ´¿Cómo se les ocurre que los va a espiar el gobierno? Somos la gran familia naval´. Ellos creyeron que nos íbamos a quedar de brazos cruzados, pero había muchos cabos sueltos y no nos cerraba lo que decían.

—¿Y ahora qué es lo que se te ocurre pensar?

–El tiempo nos dio la razón ante nuestras sospechas. Estaban ocultando información, y lo del espionaje ilegal va de la mano con el encubrimiento. A los familiares nos genera dolor seguir escuchándolos hablar con tanta frialdad. Pero les salió mal, ya estamos llegando a la verdad. Sabíamos que iba a ser un camino largo.

Por múltiples fallos en la maquinaria y una ausencia total de mantenimiento, el submarino no estaba en condiciones de navegar. Allí, dice Monzón, existió otra maniobra perversa.

“Los jefes nos decían `pero bueno, los tripulantes sabían y se subieron igual´. Los trataban de culpabilizar. Y claro, se subieron al submarino porque eran obligados, de lo contrario iban a tener una sanción. Y no hay nada peor para un tripulante que tener la foja manchada, porque eso implica que se quedaba afuera de la siguiente misión. Mi hermano se desvivía por tener un legajo intachable, es lo que se inculca en la Armada”.

Jacqueline Monzón recuerda aquella vez en la que Oscar Aguad la echó de su despacho. Le dijo algo tan hiriente como que a su hermano le daría vergüenza su conducta. A ella no le importó. Desobedeció al ministro.

– A mí no me frena nadie, obvio que mi hermano estaría orgulloso de nuestra lucha. Los marinos y los políticos nos humillaban diciendo que éramos un grupito de quilomberas que manchábamos el honor de la Armada.

–¿Y ahora cómo se sienten al ver que, en realidad, estaban direccionando la inteligencia hacia ustedes, las mujeres?

–Estábamos desesperadas, ellos nunca se pusieron en nuestro lugar. Cuando íbamos a la Base Naval de Mar del Plata nos hacían sentir que molestábamos. No nos daban ni papel higiénico, no nos dejaban cocinar diciendo que no había gas, cuando era mentira. Nos ponían personas para espiarnos, no para cuidarnos, como decían ellos. Violaron todo tipo de intimidad con nosotras, desde pinchadura de teléfonos a infiltrarse en nuestras reuniones. Ahora estamos expectantes, todos los días salen cosas nuevas. Mi hermano no era ningún suicida como el resto de los tripulantes, estaban plenamente preparados. Y a nosotras, las mujeres, nos queda seguir luchando, como hicimos desde el minuto cero.

La vida de Jacqueline Monzón, de 35 años, con una hija, dio un cambio rotundo. Apenas se supo de la desaparición del submarino, dejó su trabajo y a su familia en Buenos Aires para irse unos meses a Mar del Plata. Cuando poco tiempo después retornó a su casa, ya no tenía trabajo, sufrió ataques de pánico y hasta hoy dice que sigue tomando medicación, atendida por psicólogos y psiquiatras.

“Los familiares todavía vivimos un shock traumático”, dice y cuenta que se avocó, en el último tiempo, a crear un emprendimiento de diseño. “Si no hago algo por mi cuenta, la desgracia me termina consumiendo la vida”.

Junto a otras mujeres, tienen un nuevo proyecto: lanzaron una petición para que el 15 de noviembre se declare feriado nacional. Ya llevan 20.000 firmas recolectadas.

 

 

 

 

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