LAS MUERTES DEL HERMANO DE EVITA

¿Suicidio melancólico o asesinato para ocultar corrupción? Una reconstrucción de la muerte de Juan Duarte

 

El parquet hecho leña para el asado; las bóvedas subterráneas escondiendo dinero, oro, pieles y joyas de Evita, orgías con las pibitas de la UES, rituales satánicos, festicholola de sexo homo con un boxeador yanqui en plena Casa Rosada, batallones de testaferros, son algunos de los mojones forjados por el resentimiento gorila en una extendida faena de calumniar al movimiento popular derrocado en septiembre de 1955. Una de las cumbres de la leyenda negra del peronismo sigue siendo la muerte de Juan Duarte, el hermano de Evita, secretario privado del Presidente. Asesinato adjudicado a Perón por el gorilismo triunfante, suicidio a secas según el estrecho círculo que rodeaba al General, suicidio inducido como solución de compromiso según dónde sople viento, ha vendido toneladas de papel impreso, servido a los más espurios intereses y sido utilizado como sarcófago de fragotes y secretos.

Convertida en misterio, la muerte de Juan Ramón Duarte retorna hoy, dotada de nuevos elementos de juicio que, si bien distan de brindar una resolución definitiva al caso, otorgan al lector un panorama de mayor amplitud. Investigación profunda y rigurosa, la encarnada por la joven periodista Catalina De Elía expone las dos principales fuentes jurídicas, la recabada y cerrada en 1953, el momento de los hechos; junto a la revisión de aquellas actuaciones que tuvieron lugar en 1958 durante el gobierno de Arturo Frondizi. Incorpora asimismo lo recopilado antijurídicamente por la Comisión 58 de la autodenominada Revolución Libertadora, a cargo de una de las duplas más infames de aquellos tiempos: el infatuado capitán de navío Aldo Luis Molinari y el sádico payaso Próspero Germán Fernández Alvariño, que se hacía llamar Capitán Gandhi. La joya del libro Maten a Duarte son, precisamente, los dieciséis discos de pasta con las prepotentes voces de aquellos dos energúmenos formulando preguntas o, más bien, induciendo respuestas a una docena de testigos más menos que más cercanos al episodio propiamente dicho. El dossier confeccionado por De Elía se disolvería en mero chismerío de no estar acompañado y sostenido por una permanente contrastación con polvorientos expedientes judiciales, documentación y publicaciones de la época, testimonios de sobrevivientes, expertos forenses actuales y una copiosa bibliografía.

 

 

La autora, Catalina De Elía.

 

 

La puesta en contexto incorpora otros sucesos de similar factura e idéntica sospecha a lo largo de la historia, desde el momento en que el hoy prócer Juan Larrea se abrió el cogote en 1947, pasando por Leandro N. Alem, Lisandro de la Torre, Rodolfo Echegoyen, Alfredo Yabrán y muchos otros, hasta recalar, como no podía ser de otra manera, en Alberto Nisman. “En ninguno de los casos se investigó la muerte, pero todos dieron lugar al uso de la muerte”, sentencia la autora. Y especifica: “Existe una suerte de corsé en torno a estos casos, una suerte de inercia en virtud de la cual los actores políticos y judiciales se olvidan del caso e inician un juego de espejos donde lo que realmente importa es el uso del expediente como elemento para construir un relato que desgaste al oponente”. Haciendo equilibrio sobre la septuagenaria grieta, De Elía procura mostrar “cómo se construye esa especie de corsé de dudas que sujetan la verdad con el fin de impedir que se conozcan las causas reales de la muerte”, de Juan Duarte, en esta oportunidad.

Esfuerzo por cierto logrado en el que confluyen los ribetes políticos del momento con las andanzas cholulas del personaje, hacen de Maten a Duarte un despliegue pormenorizado en el que la autora privilegia los hechos sobre las interpretaciones. No obstante, al reseñar el discurso de Perón del día anterior al balazo fatal, cuando afirmó que, de comprobarse la corrupción de funcionarios, “estén seguros de que van a la cárcel, así sea mi propio padre”, como un acto especialmente dedicado a su cuñado que precipita “su caída política”, parece una conclusión más próxima a los anhelos que a los actos comprobables. Sin negar el coraje de la autora al adjudicar sentidos unívocos a las metáforas del general polisémico, asimismo, en el caso Nisman, equiparar la truchérrima pericia de Gendarmería (anticipada por la prensa hegemónica antes de que se produzca) con la del Cuerpo Médico Forense, entre otros detalles, salpica de fango un trabajo de investigación cuyo inusual rigor amerita quedar fuera de todo cuestionamiento en los grandes rasgos.

 

 

Juan Duarte.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Catalina De Elía deja al lector la evaluación de los hechos que, con metodología walshiana (aunque se lo cite con premura), dejan de ser anécdotas vacías, cobran sentido con el perfil de las personas que los protagonizan y, en su conjunción, adquieren coherencia lógica una vez que se articulan dentro de las pruebas. Arduo trabajo de investigación periodística en el que confluyeron la frustración de algunas puntas perdidas —u ocultadas— propia del oficio, con la satisfacción del hallazgo de dieciséis de los treinta y dos discos originales o un expediente herrumbrado en el fondo de un juzgado. Gajes de una profesión en la que reconstruir un caso como la muerte de Juan Duarte, exponer todas las cartas encontradas sobre la mesa, habilita los elementos básicos para, desde el pasado, pensar el presente.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Maten a Duarte

Catalina De Elía

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2020

220 páginas

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